Al gran amigo Fulgencio Pinaseo.
El techo celeste estaba como la bóveda de un horno calentado con leña de coronilla.
En el ardor de fragua de aquella siesta excepcional, hasta el aire tenía pereza de moverse.
En medio del firmamento, el sol era como una inmensa mano de hierro enrojecido, pesando sobre todo lo terrestre.
Era colosal el silencio, porque los fuelles pulmonares, alimentados por lenta corriente sanguínea, no podían efectuar su tarea de oxigenación sino mediante el casi absoluto reposo de todos los órganos.
La naturaleza entera dormía sin un susurro, la naturaleza toda respiraba apenas, sin movimiento visible, sin ruido perceptible.
En la estancia de los Eucaliptos, los peones, tirados sobre cojinillos, medio desnudos, soportaban el flechazo de los tábanos por no mover una mano; y en sus bocas abiertas, para facilitar la entrada y salida del aire sin ningún esfuerzo, solían meterse, curioseando, las moscas.
El calor, derritiendo la grasa de los maneadores, había aflojado el «ñudo», y el cuarto de oveja cayó desde la cumbrera hasta tocar el suelo del galpón... «Malaquías»—el perro viejo y artero, más ladrón que una urraca;—«Malaquías», que estaba sin comer desde la víspera, olfateó la carne, levantó la cabeza, y volvió á bajarla, sin ánimo para levantarse, arrancar un trozo y mascarla.
El gato barcino soñaba sobre una bolsa de cerda, cuando una rata le pasó atrevidamente por delante. Abrió un ojo; la raya de la pupila se dilató en círculo; pusiéronsele erécticas las orejas y las uñas... y volvió á entornar los ojos, á envainar las agujas unginales, y á hacerse un ovillo, entregándose al sueño..
A esa hora, un paisanito, de rostro color de cerno de coronilla, de ojos de árabe, iba costeando al tranco de su overo sudoroso, el alambrado de la chacra de la estancia de los Eucaliptos. Se detuvo; empinándose sobre los estribos, echó la vista sobre el maizal, y encontrando lo que buscaba, gritó:.
—¡Güeñas tardes, tía Paula!...
De entre los altos tallos verdes, alzóse rápidamente, azoradamente, una vieja mujer que soltó de pronto las puntas del delantal y cayeronal suelo varias espigas de maíz y una sandía que se partió al caer, y quedó semejando rojo corazón de toro, abierto de un tajo...
—¡Ahí ¿sos vos, muchacho exclamó.—¡Qué susto me has dao!... Créi que juese...
—Alguno de la estancia que la sorprendiera trabajando en chacra ajena, á media siesta...
—Vine á rejuntar algunas espijas cáidas,—dijo la vieja excusándose.
—Vea, mi tía; yo no le hago cargos: los patrones no se han de comer todos los choclos y todas las sándias, y no hay delito en que una pobre vieja haga lo que hacen las cotorras, comerse algunas...
—Ansina es, sobrino.
—Güeno, vengo en su busca.
—¿En busca mía?... ¿pa qué, muchacho?....
—Porque yo tamién ando con ganas de robar una sandia, y al dentrar á la güerta quiero que usté entretenga los perros pá que no se me vengan al humo...
La vieja se acercó al alambrado, cuidando de ocultarse entre los altos tallos, y preguntó intrigada:
—¿Siempre encamotao con Belarmina?
—Siempre. Ella es pa mí como el sebo pa las guascas, lo que da vida...
—Güeno, pero no pensarás hacer una barbaridá?...
—No, tía... Pienso robarla esta noche y necesito que me ayude...
—¿Robarla?... ¡Jesús, María y José!—exclamó, haciéndose la escandalizada, la vieja andrajosa.
El gauchito rió.
—¿Y di hay, tía Paula?...;Y á usté no la robó el finao tío Evaristo?...
—¡Era otro tiempo m’hijo, era otro tiempo!... Entonces no había alambraos, los montes eran espesos, los polesías no tenían remintones, ni había fierrocarriles, ni telégrafos, ni telefonos... ¡Era otro tiempo, m’hijo!...
—Pa los gauchos de verdá, son lo mesmo todos los tiempos... ¿Qu’importa disparar en matungo flaco, si el que nos persigue también viene mal montao?....
—¿Y qué querés de mí?
—Que me ate los perros. Don Evaristo, el capataz y los peones Telmo y Galleguito están en las carreras del Venao Arisco... En l'estancia sólo queda Aniceto, que es aparcero, y cerrará los ojos y los óidos... A la hora ’e la cena usté cái por las casas y le comienza á dar prosa á ñá Venancia... Hablelé mal de todas sus amigas; eso le gusta.
—Eso nos gusta á todas las mujeres...
—Cuentelé algunas zafadurías..
—¡La patrona sabe más zafadurías que yo!... ¡Es zafada la vieja, che!...
—¡Mejor!...—Dejelá tallar de cuando en cuando y comídase pa sebar el dulce y... ¿entuavía ha de tener aquellos yuyitos que hacen dormir?...
—¡Sosegate, muchacho!... ¿Con la patrona?... ¡Sosegate!...
—Le regalo la lechera yaguané...
—¿La yaguané de ubre grandota?...—exclamó tía Paula con codicia.
—Sí.
—¿Y el ternero tamién?
—Tamién.
—¿Es un overito crespo, medio cruzao?
—Sí...
Ella meditó. Luego dijo:
—¡Pucha, che, qué compromiso!... Pero en fin, por servir á un sobrino... p’algo es la familia... ¿Y estás seguro que Belarmina v’a cabrestiar?...
—Ese tiento yo lo afino.
—Siendo de esa laya... Anda indicando lo qu’hay que hacer...
—Cosa más clara que agua’e manantial... Usté se allega á las casas á la hora’el pulpeo; como misia está sola y se muere por prosiar, de fijo que la invita á comer y dispués... el mate dulce...
* * *
En el gran comedor de la estancia.
Doña Venancia, repantigada en su sillón tapizado con cuero de ternera peludo, ríe estrepitosamente, haciendo bailar el vientre enorme y dejando al descubierto las encías sin dientes...
—¡No, che! Yo no puedo creer que mi comadre Marcelina... asina... ¡No, ché, son mentiras tuyas!...
—¿Mentiras?—replicó tía Paula, fingiendo indignación.—Eso sí que no admito, misia Venancia!... Mire: que la parta un rayo si hay un piacito’e mentira en lo que le cuento... Gracias á Dios yo no soy mala lengua ni me gusta desagerar á naides.. Tome otro mate, misia.
La gorda patrona bebió el «dulce», bostezó y dijo:
—Pucha, m’está dentrando un sueño... ¿Ande está Belarmina?...
—Aquí estoy, mama—respondió la chinita, entrando en el comedor.
—Están ladrando los perros.
—A la luna... Noche de luna, noche de...
Misia Venancia quiso reir, pero un bostezo le embargó la boca. Cerró los ojos, reclinó la cabeza en el respaldo del sillón y quedó inmóvil.
—Y’astá á punto el asao—gritó la vieja.
El gauchito penetró en la habitación.
—¿Vamos, prenda?—preguntó cariñosamente á Belarmina.
—Vamos,—respondió ella decidida. Fué a la pieza inmediata, de donde volvió con un atado de ropas.
—Vamos,—volvió á decir.
Y cuando se disponían á partir amorosamente abrazados, tía Paula los detuvo, diciendo al mozo:
—Ché, no te vas olvidar de mandarme la yaguané...