De que eran mentiras las dos terceras partes de los relatos de Polonio Denis estaban convencidísimos todos los moradores de la Estancia Amarilla. Sin embargo, todos gustaban de sus narraciones.
—¡Miente tan lindo!—solía decir don Regino y los demás asentían.
Era Polonio un mozo como de veinticinco años, linda estampa de criollo; fuerte, ágil de cuerpo y de espíritu, siempre alegre y hábil y rudo en el trabajo, cuando se le antojaba trabajar. Porque, como él mismo decía:
—Cuando yo tengo ganas de trabajar, no le tengo envidia a naides, pa enlazar en un rodeo, pa liar en una manguera, pa montiar, pa esquilar...¡pa lo que sea!... ¡Lástima que cuasi nunca tengo ganas!...
Y era así. De pronto desaparecía.
—Hasta luego—exclamaba, montando a caballo; y regresaba cinco o seis meses después.
¿Por dónde había andado?... Se ignoraba. Por la Banda Oriental, por el Brasil, por el Paraguay, por todas partes. Y de todas partes traía amenas historias de amores y peleas, en las cuales, naturalmente, era él protagonista y triunfador.
Una vez—narraba cierta tarde—estaba apuntando al «monte» en la trastienda de una pulpería del Juquery, en Río Grande do Sul. Eran tres brasileros que me tenían agarrao pa mixto. Yo les jui aflojando piola, hasta qu'en un redepente golpié la carpeta con la mano, gritando:
«¡Sepan que la plata que llevo en el cinto no son bienes de dijunto, canejo!...»
«En conforme dije ansina, los tres brasileros se levantaron haciendo ademán de «rascarse». Yo carculé qué se me venían al humo, con intención de «madrugarme»; y sacando el facón, hice asina,—un semicírculo,—como p'abrir cancha... ¿Y qué veo hermanitos?... Los tres brasileros cayeron al mesmo tiempo agarrándose las panzas!... ¡Sin querer, amigo, y como mi facón estaba muy afilao, de un solo viaje les había bajao las tripas a los tres!... Lo que son los compromisos, ¿no?...»
De parecidas historias, Polonio narraba mil, y como lo hacía con gracejo, sin espíritu balandrón, todos reían y aplaudían. Todos, incluso Chita, la hija del patrón, que amaba y era amada del gauchito, a pesar de la inflexible oposición del padre.
Sin embargo ocurrió que cayese al pago Lino Acosta, hijo del finao don Lino Acosta, primitivo propietario de la Estancia Amarilla, de quien la hubo don Amadeo Suárez por medios usurarios, según el decir comarcano.
Lino Acosta, desaparecido a raíz del desastre paterno, adquirió fama de gaucho paleador, malo, y valiente, que más de una vez tuvo que verse con las policías y con la justicia. Al regresar al pago, tras varios años de ausencia, tuvo una entrevista con el viejo Suárez. Grave debió ser lo hablado porque esa misma noche don Amadeo llamó a solas a Polonio y muy pálido, descompuesto el semblante, trémula la voz, le dijo:
—Vos conoces a Lino Acosta?
—Sí.
—¿Te animas... a matarlo?
—¡Hum!... Tiene el cuero duro.
—Entonces... ¿no te animas?...
—Sí, me animo... Pero carece pagar bien.
—¿Cuántas vacas querés?...
—¿Pa qué quiero vacas si no tengo campo ande meterlas?.
—¿Cuántas onzas querés?...
—¿Pa qué quiero onzas si tengo un cinto descosido que redama las monedas en seguidita que cáin?...
—¿Qué querés, entonces?..
—Quiero que me dé a Chita.
—El viejo hizo un gesto agrio. Polonio replicó:
—Y tuavía es negocio de arriba pa usted; porque yo quiero a Chita y Chita me quiere, y si usté s'emperra en cerrarme la tranquera, cualquier noche destas salto el alambrao y se la robo...
Meditó un poco don Amadeo y dijo:
—¡Asetao!...
* * *
Polonio encontró a Lino en la pulpería de Salvatierra, cercana al arroyo Melgarejo.
—¿Qué andás haciendo. Polonio?—preguntó afablemente Lino.
—Vengo a matarte.
—¿A matarme?—interrogó el otro riendo.
Polonio contó el caso. El malevo, tras breve reflexión, respondió:
—Viene bien: me conviene estar muerto unos meses. Vamo a la orilla 'el arroyo, cerca los ranchos del chacarero Benito; hacemo que piliamos; yo caigo al agua, pego una zambullida larga, desaparezco; los chacareros atestiguan que me has matao... Pero... servicio por servicio, Vos te casás con la hija del ladrón de mi padre; te haces rico; güeno, pero debes comprometerte a darme la mitá del campo..
—Convenido.,
—Dentro de tres meses güelvo.
—Golvé no más...
Y las cosas pasaron como habían sido convenidas. Tras un simulacro de combate, Lino Acosta cayó al arroyo, cuya corriente lo arrastró. El chacarero Benito y su familia, dieron testimonio del hecho.
Polonio había ganado la mano de Chita. Pudo casarse de inmediato; pero su natural fanfarrón le hizo prolongar la fecha del acontecimiento, a fin de darle mayor publicidad, de hacer más notorio su triunfo.
Y así transcurrieron cerca de cuatro meses. Una noche, una noche de descomunal tormenta, cenaba él en compañía de don Amadeo y su futura esposa, narrando por centésima vez una heroica hazaña, cuando ladraron los perros, denunciando la llegada de un forastero.
Un peoncito entró en el comedor y anunció:
—Es un hombre que viene empapao y pide permiso para hacer noche.
—¿Qué clase de hombre?
—Muy bien empilchao.
Hacelo pasar pacá.
Cuando el forastero entró y dijo, quitándose el sombrero:
—Güeñas noches... don Amadeo, Chita y Polonia se levantaron llenos de espanto.
—¡Lino Acosta!
—¡El dijunto que resucita!...
—Asina es—respondió el gaucho sonriendo ante el estupor de los moradores de la estancia;: pero Polonio no tardó en recobrar su sangre fría, y dirigiéndose a don Amadeo, dijo:
—Deje no más; yo he de arreglar esta cuenta;—y a Lino:
—Acompáñeme...
Ambos salieron y, en silencio, llegaron hasta la mitad del patio, mientras el viejo y la hija observaban azorados, desde la puerta del comedor.
La lluvia caía a torrentes; los truenos reventaban con estrépito infernal, los relámpagos viboreaban en todas direcciones.
—¡Hermano! ¡Me has pasmao el amasijo!—gimió Polonio.
—¿Pero no te has casao entuavía?
—¡No!... ¡Es preciso que te finjás fantasma y que juyas aura mesmo, porque si no perdemos todo!...
—Fierona está la noche pa pasarla a lo gallo;, pero dende que no hay más remedio... Hagamo la farsa.
Hagamo...
—Entonces Polonio, levantando el brazo y señalando el campo, gritó con voz tonante:
—¡Juí de acá, fantasma, dijunto muerto, lobizón maldito!...
Lino lanzó una carcajada y dijo con sorna:—¡Yo te viá dar dijuntos muertos, fantasmas y lobizones!...
Y echando sobre el hombro las haldas del poncho, desenvainó la daga, que levantó amenanzante
Polonio, desconcertado y aterrado, retrocedió dos pasos.
—¡Qué te parta un rayo!—gritó despavorido.
Y entonces se vió algo extraordinariamente trágico: el cielo de carbón se incendió con insólit a claridad, y una larga culebra de fuego cayó sobre la punta de la daga del gaucho, que se desplomó sin un ¡ay!, al mismo tiempo que estallaba en el cielo un trueno formidable, como si se hubiere desgarrado y derrumbado una montaña...
Pasado el primer momento de estupor, Polonio se acercó, se inclinó, constató que Lino Acosta había sido fulminado por el rayo, y luego, irguiéndose, y con un gesto y una voz que le hubieran envidiado los mejores comediantes, se dirigió al viejo y Chita, exclamando:
—Yo lo maté cuando era vivo: a los dijuntos que resucitan sólo los puede matar Dios; y como p'algo semos amigos Dios y yo, Dios lo ha dijuntiao pa tuita la eternidá!...
Y ante el asombro y la admiración del viejo y de la muchacha, entró triunfantemente y majestuosamente en el comedor.