Desempate

Javier de Viana


Cuento


Más de treinta dias iban transcurridos desde aquél en que dejaron a don Emiliano reposando en la falda pedregosa del cerrito de los Espinos, y aún persistía en la estancia el estupor producido por la brusca desaparición del jefe. Desde que cesó de oírse su voz fuerte y buena, pesaba sobre la casa un silencio espeso. Las mujeres semejaban fantasmas negros, atravesando el patio rápidas y sin ruido; los hombres, al reunirse en la tertulia nocturna del fogón, encontrábanse sin asunto, pues cualesquiera fuesen los temas tocados, todos ellos traían el recuerdo del patrón, y entonces, entristecidos, callaban.

Mateo y Santos, los dos hijos varones del finado, se ensombrecían cada vez más, y habían concluido por adquirir un aspecto fúnebre. Terminada la cena y retirada la familia, ellos permanecían con los codos apoyados en la mesa y la cabeza en las manos, dolorosamente abstraídos, hasta que Mariano, después de haber retirado el servicio, les ponía delante la vela de sebo, el mazo de naipes y el platito con los granos de maíz.

Entonces los hermanos cruzaban una mirada indefinible. Uno de ellos tomaba las cartas y se eternizaba mezclándolas, sin que el otro diese signos de impaciencia. Ninguno tenía prisa; ambos temblaban pensando en el resultado de aquella horrible jugada, emprendida cinco noches atrás.

Las cosas ocurrieron así: Mateo y Santos amaban desesperadamente a Mariana, la primita huérfana que don Emiliano y su esposa habían recogido y criado en calidad de hija. Estos no le habían hecho una declaración explícita; pero ella sabía que los dos la querían y tuvo siempre para los dos coqueterías sabiamente previsoras. Mateo y Santos profesábanse un intenso cariño y no se preocupaban de ocultarse aquel cariño a Mariana que les apenaba con el doble motivo de la incertidumbre y de la rivalidad que clavaba entre ambos. Mientras vivió el padre, supieron contener el impulso de sus corazones; pero en la tristeza y la desorbitación producida por la muerte del guía, sus almas desbordaban, y, sin hablarse, comprendían mutuamente que era menester dar término, en cualquier forma al torturante conflicto.

En una de las penosas sobremesas, Mateo habló, y, tras larga meditación, su hermano propuso con voz emocionada:

—Vos la querés, yo la quiero, y nosotros nos queremos los dos.. Es un ñudo de esos que suele hacer el diablo y que pa desatarlos...

—Hay que usar el cuchillo.

—Ansina es, hermano. ¡Cortemos!...

—¿Cómo?..

—Mirá; —dijo Santos, mientras, mezclaba nerviosamente las cartas,— jugamos la suerte al truco. Ella será la apuesta... El que pierda, dejará libre el campo al otro... ¿Acetás?..

Mateo, conmovido, titubeó. Luego, resuelto:

—Aceto —respondió.— Da las cartas.

—¿A tres chicos?... ¿De tres dos?...

—¡Sí!... ¡Da!...

Y empezaron. El primer chico lo ganó Santos. El segundo Mateo y al irse a jugar el bueno, ambos convinieron en que era tarde y que sería mejor dejarlo para la noche próxima.

En la noche siguiente resolvieron comenzar de nuevo, y ocurrió lo mismo. Y en la otra noche igual y en la otra idéntico, hasta que, llegada la quinta, conformáronse darle término.

Era horrible aquella jugada. Ambos hermanos estaban lívidos y sus dedos temblaban al dar y al orejear los naipes. Luchaban con encarnizamiento, disputándose tanto a tanto como si fuesen pedazos del corazón, y habían llegado a igual a ocho buenas. Santos dió las cartas: un grano de maíz iba a decidir de sus suertes. Cada uno tenía adelante sus tres naipes y no se atrevía a tomarlos...

En eso oyeron dos tiros, y acto continuo Sandalio el peón de confianza, entró azorado en el comedor:

—¡Patroncilos! —gritó.— El indio Rebusca, que ustedes ampararon aqui... acaba de juir en el parejero tordillo del finao!...

—¡Dejame! —replicó Santos orejeando.

—¡Es qué!..

—¡Tengo flor! —gritó Mateo alborozado...

—Es que se ha llevao en ancas a Mariana!... —vomitó el peón...

Los dos mozos se pusieron bruscamente de pie:

—¿La ha robao? —rugieron a un tiempo.

—No. —respondió Sandalio;— ella se jué de güeña gana... yo vide y les prendí juego!...

Los hermanos se miraron en silencio.

Mateo, que conservaba las cartas en la mano, dijo amargamente:

—¡Flor!... ¡Flor de tumba!...

Rompió los naipes y tendiendo los brazos a su hermano, terminó con lágrimas en la voz:

—¿Más vale asina?.. ¿No?...

—¡Más vale asina! —contestó Santos oprimiéndolo efusivamente.


Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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