El Pañuelo de Seda

Javier de Viana


Cuento


El plácido atardecer de un día de otoño, hecho luz blanca y cielo azul, armonizaba perfectamente con la franca alegría que a todos animaba en medio de los preparativos para la gran fiesta.

Año a año, el patrón, que era muy bondadoso bajo su aspecto huraño, tomaba el día de su santo como pretexto para ofrecerles a su familia, a sus peones y a sus puesteros, una fiesta espléndida.

El mismo elegía, con anticipación, las tres o cuatro vaquillonas más gordas que se encontraran en sus rodeos y que debían ser «volteadas» el día de su santo, para que el gauchaje se hartara con el asado con cuero y el pobrerío llenase la panza durante una semana con las «pulpas» y las «achuras», pues quitados los sobrecostillares, las picanas y las degolladuras, todo el resto de las reses era caritativamente distribuido entre los pobres del contorno y los perros de la estancia... y no pocos perros forasteros que, olfateando el banquete, trotaban muchas cuadras para ir a sacar la tripa de mal año, aun a riesgo de las dentelladas de sus congéneres, dueños de casa, y menos filántropos que el amo.

Un par de días antes de la fiesta, empezaban a caer a la estancia los indispensables ayudantes. El viejo pardo Anselmo, maestro indiscutido en el arte de asar con cuero, llegaba con anticipación, pues debía escoger la leña, elegir el paraje, al abrigo del viento y del sol, preparar los asadores, los «espiques», los hisopos, la salmuera con sabio dosaje de ajo y ají, y otros minuciosos detalles de un arte que ya muy pocos criollos dominan.

Después, ña Frucia, especialista en pasteles, cuyo secreto para confeccionar exquisitos hojaldres daba margen a ciertas afirmaciones del paisanaje, sin que ellas les impidieran devorarlas golosamente.

Luego, tía Chuma, cuyas manos color de hollín sabían dar al pan una blancura de cuajada y esponjarlo como plumaje de chajá.

Y además, las «patronas», que iban a ayudar a la patrona en los trajines de la fiesta, y las «muchachas» que iban a aportar su auxilio a las muchachas de la casa en la preparación de los vestidos; y otros muchos hombres y otras muchas mujeres que invocaban diversos pretextos para tragar de arriba durante una semana entera, en satisfacción de las hambres atrasadas.

Siempre espléndida la fiesta del patrón, aquel año debía serlo en grado superlativo, en virtud de ser el quincuagésimp aniversario de su nacimiento.

—«Al llegar a la media arroba 'e la vida, hay que marcar tarja»,—había dicho.

Por eso, la víspera del festival todo el mozaje hallábase contento y atareadísimo en preparar las prendas domingueras. Todo el mozaje, menos «Palo 'e sauco», un hombrecillo que si bien pasaba de los veinticinco, apenas aparentaba quince, tan pequeño, endeble, insignificante era. Blando e inservible como la madera del sauco, de fealdad repugnante con su enorme nariz, sus ojos diminutos y su mentón tan reducido que la cara parecía terminar en el labio inferior, era sin embargo atrozmente perverso, un alacrán humano.

A todos causaba repugnancia, extrañándoles la bondad de Daniel que siempre lo trataba con cariño. Esa misma tarde, al verlo barbudo y zaparrastroso, le dijo:

—¿No pensás arreglarte pa la fiesta?

—Y qué me vi'a arreglar,—respondió él con su voz aflautada;—si voy como los animales, que no tienen más ropa que la puesta?

—Yo te vi'a dar ropa, pero primero te vi'a afeitar. Sentate ahí!...

Accedió de mal grado el alacrán; pero Daniel, sin hacer caso, lo rasó y luego le dio una muda de ropa interior, unas bombachas, un saco, un par de alpargatas y un pañuelo de seda. Luego, alargándole un par de pesos, díjole:

—Tomó, pa que podás hacer unos tiritos a la taba. Maliseo que has de ser suertudo.

—¡Suertudo—replicó «Palo 'e sauco», sin mostrar el menor agradecimiento. Y cuando Daniel se alejó, él lo quedó mirando con la más cruel expresión de odio. Alto, gallardo, fornido, todo un buen mozo, inteligente, rudo trabajador, buen camarada, Daniel era unánimente querido y apreciado, empezando por el patrón, quien había aceptado gustoso sus amoríos con Patronila, la menor de sus hijas. En la extensión del pago sólo una persona lo odiaba: «Palo 'e sauco»; y acaso también Malvina, una chinita coqueta, que fué su novia y a quien por coqueta dejó.


* * *


Nunca hubo en la región, baile tan lucido y ambiente de tan general alegría. Al principio, Petronila sintióse apenada viendo que su novio llevaba al cuello un pañuelo blanco, en vez del celeste que ella le había bordado y regalado para que lo estrenase en la fiesta.

—¿Por qué no te pusiste mi pañuelo?—preguntó con amorosa recriminación.

Algo turbado, Daniel respondió disculpándose:

—Hoy, cuando fui a ponérmelo, lo encontré todo aujereado: alguna laucha, sin duda, que se metió dentro el baúl.

Ella dióse por satisfecha con la explicación, y su natural disgusto desapareció a poco, dulcemente adormecida entre los brazos de su galán adorado.

En un momento en que Daniel había abandonado la sala, «Palo 'e sauco» se acercó a Petronila y le dijo con acento bilioso:

—Mire que lindo pañuelo lleva Malvina.

Y como ésta pasaba justo por delante, Petronila pudo ver el pañuelo azul, que la otra llevaba tendido sobre el dorso, dejando bien visibre la D blanca bordada por ella...


* * *


Petronila fué inflexible, negándose en absoluto a recibir a su ex novio, quien desesperado, resolvio marcharse de la estancia y del pago. Antes de partir le dijo a «Palo 'e sauco»:

—Ahí queda él baúl con toda mi ropa: te la regalo.

—Gracias.

Pocos meses después se supo que Daniel, tras una disputa estúpida con un sargento de policía, había sido muerto de un balazo por aquél.

—¡Todo por un miserable pañuelo e seda,—exclamó lagrimeando el viejo capataz.

—Yo se lo robé del baúl y se lo di a Malvina,—respondió cínicamente «Palo 'e sauco».

Los pocos hombres que rodeaban el fogón se levantaron al mismo tiempo, movidos por igual sentimiento de indignación:

—¿Y por qué hiciste eso, canalla?—bramó el viejo, levantando el puño amenazante.

«Palo 'e sauco», sin intimidarse, respondió con calma:

—P'hacer daño... ¡Es tan lindo hacer daño!...


Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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