El Poncho de la Conciencia

Javier de Viana


Cuento


Desde el amanecer llovía. Era una lluvia menuda, lenta, pero pertinaz, porfiada y fastidiosa, ayudada en su acción mortificante por el viento atorbellinado, que a ratos la envolvía en sus pliegues y la enviaba, a manera de latigazos, sobre el rostro del viajero.

Ruperto y don Cantalicio la habían llevado de frente todo el día, mientras al tranco lento de sus matungos, picaneaban los transidos bueyes. El viejo, con la mitad de la cara oculta por el rebozo de algodón y el resto protegido por el malezal de la barba, marchaba indiferente. No así su hijo, quien no cesaba de expresar su contrariedad en gruesos términos.

En la proximidad de un cañadón don Cantalicio detuvo la boyada y se encaminó hacia Ruperto, cuya carreta seguía a unos treinta metros a retaguardia.

—Si te parece vamo a largar—dijo;—el camino está muy pesao y los güeyes van aflojando.

—Larguemo.

En silencio, cada uno emprendió la tarea lenta, perezosa, de desuncir las bestias; y luego de desensillar los caballos, el mozo, como de costumbre, púsose a encender el fuego bajo la primera carreta, en tanto don Cantalicio iba a llenar de agua la pava en el cañadón vecino.

Varias veces, mientras «verdeaban», el viejo promovió la conversación, sin obtener de su hijo, más que vagos monosílabos.

—Dende hace quince días te albierto con el paso cambiao.

—Tuito cambea en la vida, y tuito se seca y tuito se pudre!—respondió con violencia el mozo

—Hay una cosa que no se seca ni se pudre nunca: l'alma de los hombres honraos,—sentenció don Cantalicio.

—¡Tamién se seca y se pudre!—exclamó Ruperto con voz sorda. Y arrojando el mate sobre las cenizas, se levantó, quitóse el chambergo, dejando que la llovizna le humedeciera el rostro;; dio la vuelta en torno de la carreta y fué luego a apoyar la frente sobre el hierro anlodado y frío de la llanta de una rueda.

El anciano, sorprendido un momento por la brusquedad de su hijo, murmuró apenado:

—Hace quince días que no es el mesmo; yo habría e ser muy maturrango si no adivinase qu'el muchacho tiene atravesada una espina en el tragadero... Y cuando el cañuto de una escopeta está tupido, hay que destaparlo, auque corra peligro de reventar y hacerlo polvo al dueño!...

Púsose en pie y gritó con imperio:

—¡Ruperto!

—¿Qué quiere, tata?—interrogó el mozo, acudiendo al llamado.

Recostados ambos en la culata de la carreta, ambos en ese instantes indiferentes a la lluvia que arreciaba, el viejo fijó en su hijo la mirada severa y empezó:

—Vamo a arreglar cuentas.

—Yo nunca se las he pedido.

—Porque no tenés derecho... Nunca se las pedí yo a mi padre, pero él a mí, sí, y siempre supe dárselas!

—Vaya diciendo,—rindió el mozo, sometido ante la majestad de aquellas barbas blancas y de aquellos ojos, cuya mirada interrogante expresaba angustia, cariño y al mismo tiempo una ruda voluntad conminatoria.

Con expresión más suave, el viejo comenzó:

—P'algo sirven los años y la esperencia. Yo sé que vos estás sufriendo de mal de amores. Palabra de mujer... ¡Es como renguera 'e perro!... ¡Nu hay que creerla nunca!... Y cuando no se cree, se monta a caballo y se marcha: p'algo tiene caballo el gaucho.

—¡Y p'algo tiene facón tamién!—rugió con extrema violencia Ruperto.

Medió un silencio. Con voz más angustiosa que el chirriar de las ruedas de la carreta girando sobre los ejes desengrasados, habló don Cantalicio:

—¡Ya me lo malisiaba!... ¡Tenes las manos manchadas de sangre!... ¡Lo compriendo!... Ella t'engañó... fuiste en busca 'el rival, se toparon, lo peliastes y te tocó matarlo!... ¡Compriendo!... Es triste... pero el corazón es una achura que manda más que un ray!... ¡Pobre hijo mío!... ¡Compriendo!...

—¡No compriende!... ¡A quien maté no jué a él!

—¿No jué a él?...

—No. A ella. Le sumí cinco veces el facón!...

Hizo el viejo un brusco ademán, púsose muy pálido, agitó los brazos, temblándole los dedos y se le nubló la vista. Durante varios minutos permaneció en estado de inconsciencia. Luego, con voz majestuosa, dijo:

—Yo he peliao varias ocasiones y he tenido la disgracia de difuntiar tres hombres, en güeña lay y defendiendo mi derecho... Matar, exponiéndose a ser muerto, es mérito y no vergüenza... Pero matar una mujer, es cobardía, es ser más chato que un vintén brasilero, es ser más maula que una mulita!... Yo bien vía que llevabas las manos manchadas de sangre, pero nunca colegí que te las ensuciases apuñaliando una oveja

—¡Tata! No me haga más pesao el poncho que llevó sobre el lomo!...

—Es más pesao el poncho 'e la concencia!.... Es tan pesao que hay que sacárselo de encima. Ensilla los caballos y yo mesmo vi'a entregarte a la polecía!...

—¡Pero, tata!...

—¡Vamo!... Es pa tu bien; con la mugre en el cuerpo, se puede vivir; pero cuando se lleva el alma ensuciada no hay asao que alimente ni cama que dé descanso!...


Publicado el 16 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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