El Santo de “La Vieja”

Javier de Viana


Cuento


Prímula impera. El cielo divinamente azul y estriado de oro, acaricia con su luminosa tibiedad el verdegal del campo, constelado de florecillas multicolores.

Los pájaros, en tren de parranda, han abandonado la selva húmeda y crepuscular para lanzarse en rondas frenéticas por la atmósfera inmóvil, donde se embriagan de luz y de perfumes.

Y otra vez el amor, el germen de la vida, la semilla de eterno poder germinativo emerge del vientre fecundo de la madre tierra, de inagotable juventud.

En los ranchos de don Servando, grandes nidos de hornero. El bruno de las paredes desaparece encubierto por el opulento follaje de las parietarias silvestres, entre cuyas redes zumban los mangangás, revolotean las mariposas y ejecutan sus acrobacias los incansables colibríes. Los chingólos familiares se persiguen, gritan, saltan, vuelan, permitiéndose hasta audaces incursiones al interior de los ranchos, y a veces rozan sus alas el cordaje de las guitarras, probando fugaces armonías que semejan burlescas risas de alegres jovenzuelos.

Diseminados por el patio se ven numerosos grupos. Sentados a la sombra del ombú, el dueño de casa y otros viejos, vacían pavas y tabaqueras, evocando recuerdos de los tiempos remotos.

Los guitarreros se turnan para que todos puedan compartir los placeres del baile y del galanteo; y también se turnan las muchachas, reemplazándose en el acarreo del mate y en los preparativos de la cena, teniendo por base la vaquillona con cuero, cuyos asados preparan desde hace horas, emulando en maestría y en paciencia, viejos de enmarañadas barbas tordillas y mocetones lampiños.

El horno, cargado al alba, conserva aún ardientes sus entrañas: después del “amasijo”, las tortas y las roscas, y últimamente, a fuego lento, los lechoncitos mamones...

Cerca del horno, en cuclillas frente a la olla de hierro de tres patas, tía María, la negra centenaria, no cesaba de amasar y freír pasteles, que iban desapareciendo con mayor rapidez que la por ella empleada en confeccionarlos...

Al lado de la puerta del rancho, repantigada en rústico sillón, —obra del viejo Servando,— con asiento y espaldar tapizado con fina y vistosa piel de ternera yaguané, la cabeza cubierta con un pañuelo de seda azul y blanco, —reciente obsequio de su hijo primogénito,— “la patrona” distribuía entre todos la plácida mirada de sus ojos de santa y su sonrisa de infinita bondad.

Y cuando se recibió el aviso de que “faltaba poquito pa estar a punto los asaos”, tres guitarreros desgranaron las notas briosas y alegres de un pericón.

Formáronse rápidamente las parejas, pero antes de iniciarse el baile:

—¡Alto! —gritó Pedro, el primogénito, quien fué hasta el ombú, y tomando de la mano a su padre, lo obligó a levantarse y a seguirlo, diciéndole:

—Venga, tata.

Lo llevó basta el sitio desde donde continuaba sonriendo beatíficamente la madre, a la cual cogió la diestra, y echándola en brazos del esposo, dijo:

—Hoy es el santo de la vieja; los viejos tienen que hacer los honores del baile...

—¡Sosegate, muchacho! —replicó ella sin oponer mayores resistencias.

Don Servando, súbitamente rejuvenecido, aceptó.

—¡Vení, vieja!... Vamos a echar un vistazo a las taperas y a enseñarles a estos charabones cómo se bailaba el pericón cuando nosotros éramos potrancos y nuestros padres tenían maniaos los redomones junto al guardapatio, y clavadas las lanzas al laito, esperando que llegasen las barras del día pa dir al encuentro de los camaradas, pa cumplir la palabra de morir defendiendo la patria... ¡Encomiencen, musiqueros!...

...Y así como la tierra guarda en su seno la simiente de las eternas primaveras, los dos viejos arrancaron del fondo oscuro de más de media centuria de vida y de lucha, las luces y los colores, la gracilidad y la energía y el perfume amoroso de los blancos racimos de aquellos sarandises que fueron testigos de sus esponsales!...


Publicado el 12 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
Leído 1 vez.