Filosofando

Javier de Viana


Cuento


Durante el día se trabajó fuerte en la estancia de los Horcones, recorriéndose todos los vericuetos del campo, escudriñando los montes, arreando toda la hacienda a los rodeos, para el recuento general de fin de año.

A la noche, en la cocina, los peones amargueaban y jaraneaban sin sentir cansancio, sin que las doce horas de rudo trabajo continuo hubiese ablandado sus músculos.

Estaban allí cuatro mozos y un viejo. Este en medio de la rueda, narraba aventuras y reía anécdotas con verbosidad andaluza, sin quitar de la boca la bombilla, porque, circulaban dos mates, y él apañaba los dos, como cordero endoblado.

—Una ocasión, —decía,— allá pu’el Entre Ríos cerquita ’e Chajarí...

—¿Usté ej entrerriano? —interrumpió un mozo.

—Si... Cuando Urquiza era gobierno...

—¡Toro lindo, Urquiza!... ¿no?...

—Torazo... Díbamos una tropilla’e muchachos...

—¿Usté era muchacho entonce, don Cesáreo?...

—¡Dejuro!... Alguna vez juí muchacho... ¿O te pensás, poca abierta, que a mi me parieron viejo?...

—No, pero ha de haber tiempo d’eso...

—¡Añares!... Pero miren, che, si me van a estar pialando las palabras en cuanto pisan la puerta ’e la manguera e’ la jeta, es más mejor que deje...

Rieron los peones y el viejo disponíase a continuar, cuando fué interrumpido por la voz colérica de Paula, la piona, que en la puerta de la cocina gritaba:

—¡A ver, pues, si me dá lao!...

Estas palabras iban dirigidas a Pedro, un gauchito taciturno, que estaba allí, recostado al marco, ajeno a la charla de sus compañeros.

—¡Está bien, dona!... —replicó el mozo con voz suave y triste.— ¡Pero pa eso no tiene necesidá de empujarme con la pata, como si juese perro echao junto al fogón!...

—Si usté no estuviese siempre atravesao en la puerta como un jueves en medio’e la semana!...

—Es pa tomarle el olor cuando pasa...

—¡Yo no soy osamenta! —retrucó la china que entró y salió como viento.

Don Cesáreo largó una carcajada y dijo a Pedro:

—¡Echale agua a la caldera, che, que de seca, se v’aujeriar!...

—¡Agarrá caballo manso! —agregó otro.

Y Pedro lívido.

—¡Cha digo!... Esta mujer me tiene el alma como brasa, y si d’esta hecha no hago una barbaridá...

—¡No te comprometas, Pedro!... —murmuró con sorna el viejo.

Y los otros corearon:

—¡Hacelo por la familia!...

—¡No dispare, compañero, que hay aujeros y usté no es parador!...

Pedro, muy pálido, se acercó al grupo.

—Frieguen nomás, —dijo;— ansina acontece siempre, tuitos ríen del que se pierde.

—¡Dejuro! Si el jugador es zonzo y se deja robar la plata...

—¡Zonzo!... Cuando un hombre es güeno y en querer se empeña...

—¡Che, che! —exclamó el viejo.— Eso parece vida1ida... Cantala, ¿a ver?.,.

—¡Mire, don Cesáreo : no me caliente la cabeza, vea que ya estoy echando espuma!...

—¡Espuma de cañadón que no hace más que barullo y si se toca ensusea!... Vamos a ver muchacho, ¿no es lástima que un hombre juerte ande arrastrándose como perro castigao al derredor de unas naguas?...

—¡Y si la quiero!...

—¿Y si ella te juye como la víbora a la baba'el venao?...

—Enantes me quería... Dispués vino ese mocito’e la ciudá...

—¿Y ella te ladió el caballo?... ¿Qué le has de hacer?... Las promesas de las mujeres no son escritura pública, ché, y hoy naide aliega propiedá de hacienda que no lleva su marca. Mascá el freno, y dispués, cuando se te haiga pasao el sarpullido, si tuavía te sentís con ganas de caballo’e galpón, despreciando el campo abierto, ande se corre y se relincha a gusto, no te ha’e faltar yegua pa enlazar. ¡La manada es grande!

Y como Pedro guardase silencio, gacha la cabeza y nublados los ojos por la pena y la rabia, don Cesáreo terminó sentenciosamente:

—Agacharse es alivio... aunque nos maten de un palo...


Publicado el 7 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.
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