Filosofías Gauchas

Javier de Viana


Cuento


La habitación era grande: tenía como cinco brazas de frente y medio maneador de largo. Era bajita, eso sí, porque muros de tensión si se hacen altos, se tuercen cuando los empuja el pampero. Y allá, en la Cañada del Indio, del sur bonaerense—trecientas leguas de llanura abrumadora, desabrida como mate lavado,—los pamperos, entropillados, corretean a diario, haciendo estragos.

La habitación era grande, y parecía más grande por la casi ausencia de muebles; del mismo modo que parece más grande un caballo desensillado.

Y allí sólo había una mesa de pino, larga, flanquada a cada lado por un escaño.

Sobre la mesa veíase un candelero de latón sosteniendo una vela de baño, amarilla y ruin como rama de duraznero apestado; una botella de caña, varios vasos, un naipe y un platillo con porotos.

Sobre los escaños había, del lado de montar, don Candalicio, el dueño de la casa: tordillo negro, flaquerón, aire de matungo asoleado; el pardo Eusebio, cara entre comadreja y zorro y lo de víbora que tienen indispensablemente los mulatos.

Del lado de enlazar estaban: el sordo Díaz, alias «Tapera», capataz de la estancia, contemporáneo de los ombúes del patio; Roque Suárez, por mal nombre «La Madalena», muy alto, muy flaco, muy feo, con la cara muy larga, la nariz muy afilada, los ojos muy chicos...

Desde las siete de la noche, hora en que terminó la cena, hasta las diez, había estado jugando al «solo», tomando mate y chupando caña. Y hubieran continuado, sin duda, si Roque Suárez no hubiese arrojado las cartas, a raíz del tercer «codillo», exclamando con su voz aflautada, dolorosa y desagradable:

—¡Es al ñudo prenderle juego a la leña verde!...

—Cuestión de echarle sebo—insinuó maliciosamente el mulato.

Y el patrón con bondad:

—¡Pobre amigo Suárez!... Y'está caliente!...

Díaz, que era el cebador de mate, cogió la pava, se echó un chorro de agua sobre el dedo y contestó a don Cantalicio:

—No, señor, y'está fría... Si quiere le doy un calorcito.

—Cuándo no había 'e meter la pata el Tapera?

—¿Qu'está fea la yerba?... Si quiere cambeo la sebadura...

Mientras el patrón y el pardo reían de los enredos del sordo. Roque Suárez, medio lagrimeando, protestó:

—¡Caliente no!... ¡Pero, pucha, se la doy a cualquiera!... Tuita la noche pasando, pasando, sia ver un «juego»; y cuando me liga uno rigular, m'encuentro tuita la espada de un lao y me coran la «malilla» y el «as»...

—Una disgracia... Y el pozo era chico.

—Una disgracia... Juego a la güelta y me topo con tuito el triunfo en una mano.

—¡Se topó con el harcón del medio!...—respondió el mulato Díaz con su sonrisa más mala...

—Una disgracia,—volvió a decir el patrón.

Y el sordo sin que nadie le hiciera caso, protestó:

—¡Yo no hice jugada mala!... Embarqué la malilla de oros porque...

—Otra disgracia...—siguió Roque Suárez;—repongo el pozo otra güelta, me viene un «solo» que era una «bola».

—Agujeriada,—interrumpió Díaz...

—...lo canto y el Tapera me va más y arrastra la cobrera... Y aura la pierdo con las cuatro malillas!...

—En ocasiones uno está mal,—dijo afectuosa y consoladoramente don Cantalicio;—y Roque gritó exasperado:

—¡En ocasiones!... Si juese en ocasiones!... Pero pa mí siempre es lo mesmo! Pa mí la suerte es como los tanos que nunca cambean de caballo...

—¿Y di áy?... A la fin pa lo que ha perdido no carece quejarse tanto!—dijo agriamente el mulato.

Y entonces, Roque Suárez, con su voz más aflautada, más silbante, más estridente, dijo levantando los brazos y sacudiendo nerviosamente las manos grandes y flacas:

—¡Qué m'importa lo perdido!... No me quejo por eso: la plata se ha hecho pa gastarla y pa perderla... Me quejo 'e la suerte que siempre me trata como a entenao!... Yo siempre juí como techo 'e cocina: dando abrigo a tuitos, contra el viento y el frío en invierno contra el sol y la sabandija en verano; y en recompensa, las lluvias y las ventoleras me castigan pu' arriba y las llamas y las humaderas del fogón, me tiznan y me cuecen pu'abajo!... ¡Es asina! pa eso es techo. Y alguno ha 'e ser techo ande aiga casas!... Otros son piso, y al piso lo pisan tuitos, lo mesmo cuando bailan alegres las parejas afinando la guitarra de la vida, que cuando uno patea porque se le ha voliao el mancarrón de la suerte... Y uno lo escupe; y otro lo raya con el cuchillo p'hacer la marca del novillo que se le ha estraviao; y las gallinas lo escarban con las uñas; y los perros lo ensusean... Y dispués el amo se enoja on el piso por qu'está desparejo, por qu'está lleno 'e pulgas de tuitas layas y porque giede... ¡Como si eso juere culpa del piso!... Si la hubiesen dejao sola, libre, al aire y al sol, la tierra, reventando semillas, se habría cubierto de pasto y de flores!... Es asina... Por eso me da rabia la vida, que a unos les da tuito y a otros no les da nada!...

Tan amarga, tan dolorosa era la palabra de aquel desgraciado, que no había conocido una sola ventura, que ninguna vez había clavado una suerte en su existencia, que hasta el mulato guardó silencio...


Publicado el 8 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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