Fin de Enojo

Javier de Viana


Cuento


Con la cabeza sin más protección contra el rajante sol de enero que la espesa melena azabache, sentada sobre la tranca del cerco, Casilda investigaba curiosamente el horizonte.

Estaba furiosa Casilda. El sábado había visto a la vieja Sinforosa, quien le contó que Lindoro, en el baile de las Peña, había andado toda la noche arrastrándole el ala a la rubia pecosa. Y como aquella le dijese, —por comadrear, no más,— que no podía atenderlo por constarle el compromiso existente con Casilda, él, el muy trompeta de Lindoro, había respondido:

—«¡No m’enriede el fleco ’el poncho!... ¡Nu’ haga caso ’e la chinusa!»...

Y Casilda, rabiosa, arrancaba mechones de lana al cojinillo que le servía de asiento y miraba insistentemente al camino, cual si quisiera atraer con la vista al ingrato desdeñoso.

—¡La chinusa!... ¡la chinusa! —exclamaba con encono.— ¡Muy delicao el mozo, dende que anda perdiendo las plumas por la rubia Peña, ese pichón de benteveo, más flaca que mestre’escuela y más fiera que remedio!...

No li hace, no li hace; en cuanto llegue yo le viá arreglar la libreta y le viá cantar tuito el compuesto sin necesidá ’e guitarra... ¡Oidos le van a hacer falta al indino y le viá probar que a veces se llueve más l’azotea qu’el rancho ’e paja, y que hay criollos que la corren con el mestizo ’e más menta!... Ya tengo bien pensao cuanto le viá decir a ese trompeta mal agradecido. ¡Y lo viá repetir aura pa que no me se olvide!

Colérica, la china levantó la cabeza, sacudió la crin, escupió, se compuso el pecho y empezó a recitar con voz chillona:

—«¡Pué seguir no más delargo qu’el camino está güeno y tengo poco máiz y lo preciso pa las gallinas y ya he renuncian a criar chanchos y hace tiempo que no llueve y no quiero gastar el agua ’el pozo en lavar bajeras que se ensusean en el lomo ’e mancarrones mataos»... Y... y... y... ¿cómo era dispués?... ¡Ah! ya mi acuerdo—: «... y yo no soy sobra ’e naides y más menos de esa estopor que tiene el pelo mesmo como escoba ’e lavar servicios!... ¡Que churrasco lindo pa ensartar el mozo!... La cigüeña tiene más pulpa en los caracuces qu’ella en tuito el cuerpo y que si la van a comer es como tararira chica criada en el barro, gedionda y llena de espinas!... Y arreglao al carro son las estacas y no tiene la culpa el chancho sino quien le da de comer y... »

La china volvió a escupir espeso y a mirar el camino.

—¡Allí viene! ¡allí viene! —exclamó; y mientras una ola de sangre arrebolaba su linda faz de morocha y le relampagueaban los ojos y se agitaba el seno opulento y firme, esforzábase en dar a su fisonomía la máxima expresión de desdén y de fiereza.

Llegó el mocito, un criollo de bella estampa; boleó la pierna con gracia, alzó la rienda al overo y se acercó a Casilda, haciendo sonar las rodajas de las espuelas de plata.

—¿Cómo le va diendo, mi vieja? —preguntó con mimo; y ella comenzó airada:

—«Pué seguir no más de largo qu’el camino está güeno y tengo poco máiz y lo preciso pa...

Él no la dejó proseguir. Se acercó, la abrazó, y buscándole los labios con sus labios, preguntóle:

—¿Qu’está cantando mi nena?. .. Traiga pacá esa trompica que la viá comer a besos!...

—¡No quiero!... ¡andá besar la rubia! —replicó Casilda defendiéndose.

—¡Bobeta!... ¿Qué te pasa?... ¿has pescao la madre 'el agua?...

—¡Salí! ¡salí!... ¡andá buscar la rubia mangangasa!...

El gauchito con voz de almíbar, siguió diciéndola:

—¡No diga cosas fieras mi prenda!... ¿Qué le importa que a otras les dé las achuras, si tuita la res es suya?... ¿Qué l'importa qui ande como pájaro, volando de rama en rama, si hasta en la noche escura sé rumbear al nido y te sé trair en el pico un granito ’e pitanga y una florcita del monte?... Desensille el picazo pa refrescarle el lomo y vamo a ver si en la cocina hay agua pal amargo, que traigo seco el tragadero de tanto galopiar pa estar pronto al lao de mi Casilda!...

—¡Me llamaste chinusa! —respondió la joven casi rendida; y replicóle el mozo:

—¿Y di’ái?... Por chinusa te quiero, criolla pura, flor de los pastos en las cuchillas lindas de mi tierra!...

Y tornó a besarla; luego dijo:

—¿En tuavia está enojada mi rainita?...

Ella hizo un mohín.

—Aura no, —respondió muy quedo, y rompió a llorar.

—¡Pucha digo! —exclamó;— si soy lo mesmo que perro: me pongo brava y ladro y cuando me llama el amo...

—¿Vamos pal rancho?...

Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas, le dió un sonoro beso en ia boca y respondió sumisa y contenta:

—Vamos.


Publicado el 5 de noviembre de 2022 por Edu Robsy.
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