Juicio de Imprenta

Javier de Viana


Cuento


La copiosa cuanto intempestiva lluvia obligó a suspender las carreras y al atardecer no quedaban arriba de 20 personas en la pulpería.

Algunos «rialudos» adueñáronse de las dos únicas carpas de vivanderos, entregándose a «trucos» barullentos o a silenciosas partidas de monte, mientras la chusma, refugiada en la «glorieta», derrochaba charla y ginebra.

Más de una docena de harapientos habíanse juntado allí; y si bien todos metían baza, gritando, como de estilo el tallador era el viejo Malaquías.

Menguando en carnes cuanto opulento en pelos, presentaba Malaquias una simpática y original fisonomía. Sus grandes ojos pardos, rebosantes de malicia, parecían reir siempre, con una risa burlona, y despectiva. Con una cara larga y flaca, con su nariz curva y fina, ofrecía un cierto aspecto de pájaro —de urraca— decían algunos.

Sus cuentos sabrosos, su charla amena, sus hirientes invectivas, permitíanle vivir de gorra, vagando de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, sin más bien que su yegüita tubiana y su «recado de negro».

Sin ser muy vasto su repertorio, sabía él variar sus historias, renovando los dicharachos y adjuntando episodios inéditos. Pero de todas ellas, la más grata al paisanaje era la del juicio de imprenta, en que había actuado como protagonista.

Aquella tarde, el auditorio, saturado de alcohol, le había exigido relatos escandalosos —de los cuales tenía buen acopio,— pero al fin clamaron por la famosa aventura, que los encantaba, como todas las vivezas gauchas.

Condescendiente, Malaquias apuró un vaso de ginebra y dió comienzo así:

—Güeno,ustedes han de saber que a mi siempre me gustó refregarme con la gente, y como no soy muy negao del todo, algo había de pegarsemé por juerza. Siendo potrillo estuve de pión con Luis Peralta, un procurador más fino que chiflido de águila y capaz de correrla parejo con cualisquiera dotor en leyes... Güeno, mientras mi hombre pasiaba por la pieza, ditándole cosas de papel sellao al galleguito escrebidor, yo le acarriaba mate y al mesmo tiempo m’estruía escuchándolé... Si me hubiese dao por aprender a leer y escrebir, a esta fecha yo sería algo: empliao de tienda, deputao... ¡quién sabe!...

—¡Mentira! —interrumpió el sargento, que emponchado y de pie junto a la puerta de la glorieta, miraba llover con filosófica tranquilidad.

—¡No es mentira, sargento! —replicó ofendido el narrador.

Rió el otro y confuso:

—Digo... ¡mentira parece que llueva con tanto viento!...

Dándose por satisfecho, don Malaquias prosiguió:

—Dispués dentré de mucamo de un vasco, dotor en medicina, que se lo pasaba día y noche jugando al «mus» en la trastienda del boticario, y yo cebándoles mate aprendí...

—¿Medicina?...

—No, a jugar macanudamente al «mus»... Pero la querencia me tironeaba y un mal día enderecé pal campo y anduve una punta de años de monteador, de esquilador, de carrero y pión de estancia, hasta que una vez que juimos con tropa me quedé en el pueblo enlazao en las trenzas de una rubia orillera,.. Y andaba más cortao que oveja trasquilada por gringo, cuando me conchavé pa cuidarte los parejeros a un dotorcito que tenía un diario contra el gobierno... ¡Y aquí viene el cuento!... Sucede que un día mi patrón puso en el diario un escrito bárbaro, mentándole leña al comesario, y el comesario al no más le encajó un pleito... Entonces, mi patrón, el dotor me llamó y me dijo:

—«Te doy cincuenta del país si te animás a dir al juzgao y decir que sos vos el autor del escrito».

—«Animarme, me animo —dije yo;— pero ¿qué debo hacer?»

—«Eso no más —dijo él,— sostener que vos sos el autor.»

—«Güeno —dije yo: y juí a la audencia y me declaré autor, y aunque el procurador del comesario patiaba y rabiaba, yo seguí alegando y no hubo qui hacerle; el juez tuvo que acetarme por parte, y díspués que leyeron la diclaración, me alcanzó la pluma para firmar... ¡Junamente!... Ese piacito no lo llevaba preparao; pero ¿para qué me había refregao tanto con gente de letra menuda?...

—¡Disculpe señor juez! —dije— ¡No sé escribir!...

—¡Cayó en el garlito! —gritó el procurador loco de contento.— Y el juez me dijo furioso:

—¿Te pensás burlar de la justicia?... ¿Cómo tenés la desfachatéz de decir que vos sos el autor del escrito, si no sabés escribir?

—Soy el autor, sí, señor —dije yo, y acordándome de mi primer patrón añadí:— ¡No sé escribir, señor juez... pero sé ditar!...

—¡Y ansina los pité en cachimbo a los letraos! —concluyó el viejo largando una carcajada que el auditorio coreó estrepitosamente.


Publicado el 7 de enero de 2023 por Edu Robsy.
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