La Lección del Perro

Javier de Viana


Cuento


Había cerrado ya la noche, pero la luna llena en medio de un cielo purísimo, y ayudada por miríadas de estrellas, no dejaba echar de menos el sol.

Del interior de algunas carpas brotaban las luces amarillentas de los candiles; pero las más se contentaban con la iluminación natural.

—«Más vale comer a oscuras que comer bichos» decían los parroquianos de las quitarderas.

—«Pa encontrar la boca no carece luz» —afirmó otro.

Caraciolo concluyó con uu postre de nueces y pasas de higo su frugal cena de sardinas en aceite, queso y galleta dura, efectuada en la glorieta de la pulpería, y fue a recostarse al marco de la puerta, mirando distraídamente el improvisado pueblo de carpas, de donde brotaban risas, charlas alegres, sones de acordeón y de guitarra.

Y aquel holgorio cargaba más aún su cesta de tristezas, de esas tristezas suyas, que no venían de afuera, sino de su incapacidad de divertirse.

Más de cuatro meses —todo el invierno— había pasado sin salir del campo; y cuando se anunciaron las carreras grandes, que con su cortejo de fiestas de toda clase, deberían realizarse en el comercio de los Martínez a entrada de primavera, él se hizo el firme propósito de no faltar y hasta fue combinando metódica, concienzudamente, su programa de diversiones en la ocasión.

De la platita de sus sueldos ahorrados, una parte emplearía en pilchas; una bombacha negra, con encarrijados, que sentarían bien con sus botas de charol todavía sin estrenar, un pañuelo de seda bordado, un frasco de agua florida y otras chucherías complementarias de una vestimenta presumida...

Jugaría algunos pesos a los caballos que le gustaran y apuntaría algo al monte y a la taba; poco, es claro, por diversión solamente... Y hasta era posible que bailara en alguno de los bailes que, con seguridad, habían de realizarse en las carpas de las quitanderas...

Tres días llevaba de entrada a la reunión y nunca alcanzó a apostar una vez, porque, retenido por su indecisión incorregible, cuando se determinaba ya los caballos habían pasado la meta o ya el «tallador se había dado vuelta».

Bailes hubo muchos: a mediodía, de tarde, de noche... Caraciolo asistió a todos, estacionándose en la puerta, medio cuerpo adentro y medio cuerpo afuera... Miraba golosamente a las mozas, estudiaba, calculaba, y cuando había elegido una y se decidía a invitarla, siempre llegó tarde.

Así había pasado los tres días de fiestas, haciendo vanos esfuerzos por meter su espíritu dentro de la bulliciosa alegría ambiente.

Había resuelto partir esa misma noche, volverse a la soledad de su cuartejo, donde al menos disfrutaba de la compañía de sus ensueños.

Púsose a ensillar en el mismo momento en que el indio Nemesio, gaucho famoso por sus habilidades en las carpetas y sus fortunas amorosas, apretaba la cincha a su caballo.

—¿Usté también se va? —preguntó tímidamente

Caraciolo.

—Sí —respondió el indio— tengo que llevarle un remedio pal corazón a una güeña moza del pago.

«Surubí», el perro de Caracioio se había acercado al gaucho y se retorcía mendigando una caricia.

—¿Vos aquí? —habló Nemesio.— Este perro jué mío; dispués lo dejé porque es zonzo de en por demás... ¿No es asina, Surubí? —dijo, al mismo tiempo que le cruzaba el lomo de un latigazo feroz. El perro se revolvió gritando y levantándose luego, fué a lamer la mano del déspota, que sin hacerle el más mínimo caso, montó a caballo y partió.

El perro lo siguió. Llamólo Caracioio; él se detuvo, dudó entre quedarse con el amo bueno a cuyo lado nunca faltábanle pulpas ni caricias, o seguir al antiguo dueño, déspota, brutal inconsiderado.

Tras breve indecisión optó por el segundo.

Cuando el pobre mozo lo vió desaparecer en la obscuridad de la noche, exclamó con inmensa pena:

—Lo mesmo, lo mesmito que me pasó con Juana... Está visto que la bondá no aquerencia perros ni mujeres!...


Publicado el 30 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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