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Este texto, publicado en 1899, está etiquetado como Cuento.
Cuento.
28 págs. / 49 minutos / 144 KB.
5 de noviembre de 2020.
Jamás se vio amistad más estrecha ni más extraña. El capitán Segundo Rodríguez era un toro, un toro en lo grande, en lo bravo y en lo audaz. Casiano Mieres fué el Don Juan de la leyenda gaucha, hecha hombre: el zorro de inmensa astucia é inagotables recursos para salir airoso en las más críticas situaciones. No tenía ni poder físico, ni poder moral, ni músculos, ni valor; pero manejaba admirablemente el naipe y era profesor en "pasteles" . No sabía manejar el lazo á la puerta de una manguera, ni se entusiasmaba corriendo en un rodeo; pero nadie en el pago componía mejor un "parejero", ni tenía mayores ardides para hacer mal juego y engañar á los veedores. Era incapaz de armar ó de quinchar un rancho, y jamás había cogido la tijera para esquilar una oveja; en cambio, con la vihuela en las manos, las cuerdas reían en los "pericones" y lloraban en los "tristes", En su época tal vez no hubiese otro gaucho que no supiese trabajar en guascas, cortar "tientos" y "echar corredores". Sin embargo, hasta los hombrazos de barba espesa y crin revuelta lagrimeaban al escuchar sus décimas; porque su voz—decía un viejo paisano contemporáneo—"era mesmamente como humo de mataojo en cocina chica, que hace llorar á chorros". Nunca discutió con nadie. Hablaba poco, era complaciente con todos y, no teniendo jamás opinión propia, daba la razón á todos. Las bromas, las pifias y los insultos de que era objeto continuamente no lograban hacerlo enfadar, ó, por lo menos, exteriorizar su enfado. Le despreciaban, pero le temían sus camaradas. En el tapete se lo disputaban por echarlo de gallo, dándole una "vaca", qué en sus manos no había peligro de que resultase machorra, aunque era casi seguro que resultase mal la cuenta y faltaran onzas al final. Siempre "pitaba ajeno" y jamás pagaba la caña que bebía. Andaba en el caballo que le prestaban; comía donde hallaba un churrasco pronto; "cimarroneaba" en todos los ranchos y hasta en los caminos con los carreteros que encontraba en las siestas; dormía en las pulperías, en casa de los vecinos, ó á campo raso, siempre teniendo por cama su pobrísimo recado y por abrigo su poncho "vichará". Constituía una especie de bohemio gaucho: cuerpo miserable é inteligencia sutil, que tenía un profundo desprecio por todos los hombres, por todos los seres y por todas las cosas. Su caballo solía permanecer un dia y una noche atado al palenque, ensillado y con freno, sin comer y sin beber; galopaba lo mismo con el fresco de la mañana ó con el incendio de los mediodías de Enero, que con las heladas de los crepúsculos de Agosto, suponiéndole poco que la pobre bestia muriese de insolación ó se pelase por la sarna desde la cruz á la cola. Igual le daba galopar por la blanda cuchilla alfombrada de yerba, que sobre los guijarros de un cerro ó los lástrales de la sierra. Y si el animal se detenía, rendido de fatiga, desensillaba tranquilamente, sin un momento de malhumor, sin un asomo de contrariedad, y seguía despacio, muy despacio, con el recado al hombro. Si encontraba algún rancho cerca llegaba á pedir caballo; si no... agarraba el primer "mancarrón" que encontraba y que "paraba á mano" ó se ponía átiro de "bolas". Era superior á todos sus congéneres, porque tenía más desarrollado que todos ellos el desprecio por los hombres y por las miserias de la vida. Era inteligente hasta el punto de no tener odios ni vanidades; era inmensamente grande, merced á la carencia absoluta de sentido moral. Los convencionalismos sociales no le estorbaban en lo mínimo. Los había arrojado como á poncho mojado que incomoda y no abriga.