Rueda de fogón.
Un fogón inmenso, como cuadra allí, donde el bosque de ñandubays se va insolentamente sobre «las casas».
Y el ñandubay, la leña noble, que arde sin humo y hace brasas como hierro de fragua, que iluminan el galpón con luces purpúreas, vence el frío y la obscuridad que reinan fuera, en el campo abofeteado por lluvia torrencial.
Es poco más de mediodía.
Cuanto más; la hora aproximada es imposible saberlo, pues que el sol, reloj preciso y único, está invisible.
Por otra parte, como no hay nada que hacer, fuera del gozo de mirar la lluvia bajo abrigado techo, nada interesa la medida del tiempo.
Circula sin tregua el cimarrón; el humo de los cigarrillos forma una corona de ascendentes espirales azules, y en el sitio de honor, repantigado en una silla de vaqueta que humilla a los bancos de ceibo, el viejo Aldao, el sabio agreste que, como el Daniel de la Biblia, sabe soltar dudas y desatar preguntas, explica marcas; indica el yuyo con que se cura la «culebrilla» y el amuleto contra el dolor de muelas; explica el modo de «componer» un naipe y «cargar una taba» sin que el más ladino advierta el engaño; y luego, a pedido general cuenta un cuento.
—«Les vi'a contar—comenzó,—cómo el ñato Lucas Piedra le ganó una carrera al Diablo.
«Ustedes, que son unos charavones, no conocieron a Lucas Piedra, que supo ser el pierna más pierna en este pago, ande quien no era rayo era centella y el más zonzo rejucilo.
«Lucas Piedra era carrerista de profesión, y si alguna vez le ganaban una carrera, no había peligro de que perdiese. Pa jugar, a cualquier juego era más sucio que bajera'e negro y con más letra menuda que un precurador de campaña, y cuando vía qu'iba a perderla la jugada a los tajos, y como era baquiano pa la daga y como luz pal cuerpeo y de güen coraje, le costaba poco estropiar un cristiano o hacer un dijunto.
«Pero al fin estiró la pata, como cualquier otro. Su alma ensilló el parejero tordillo, marca estrella, el invencible, le echó arriba las maletas bastante cargadas de pecados y llevando de tiro al pangaré, otro pingo güeno, aunque no de tanta menta, rumbió pal cielo.
«Trotió una temeridad de leguas, y al fin dentro a una ciudad grandísima y enderezó a un portón iluminado como si juesen juegos artificiales.
«Dio el Ave María Purísima, y naides respondió; cansao de esperar y fastidiao con el olor de cuero quemao que salía de adentro, golpió con el mango'el talero. Un diablito tuito negro de hollín le abrió la puerta:
—¿Ta muy apurao por dentrar?
—«Dejuro qu'estoy apurao: traigo los mancarrones medio muertos de hambre y de sed!...
«Y se metió p'adentro sin hacerle caso al diablito que le gritaba:
—«¡Eh, amigo!... ¡deje los caballos ajuera!...
—«¡Cualquier día!... ¡Pa qué venga alguno y se alce con ellos!...
«Y se metió adentro nomás. Sus caballos, en efeto, estaban muy fatigaos, pero no tanto por el largor de las jornadas como por el peso de las maletas. Dos veces por día se vía obligao a cambiar, no porque aflojase el monta o, sino porque el de tiro se deslomaba con la pesadez de las alforjas.
«Asina que dentró al Infierno y cuando le estaba aflojando la sincha al tordillo, se presentó el patrón, un diablo viejo y barrigudo.
—«Lindo flete—elogió mirando al parejero.—No es extraño que nunca haiga comido cola.
—«Yo se la corro con el pangaré, propuso Lucas Piedra.
—«Aceto—dijo el Diablo;—y como gusto ganar en güena ley, doy cola y luz.
—«Convenido.
«Y ataron la carrera y arreglaron dar una güelta, como de quinientas varas—qu'era el tiro de tordillo,—al rededor de un tacho grandísimo que había frente a la puerta, poniendo la raya en la mesma puerta.
«Enfrenaron y montaron.
—«¿Vamos?—convidó Mandinga.
—«¡Vamos!—respondió Piedra.
«Y largaron. El tordillo se cortó solo como cinco cuerpos; pero el pangaré comenzó a ganar terreno y a las dosientas varas lo alcanzó y lo bandió. A las cuatrosientas el invencible revoleaba las patas y el pangaré al galopón nomás, le llevaba como treinta varas.
«El Diablo, furioso, no podía comprender el por qué de redota tan fiera; pero le dio por mirar patrás y vido que su caballo iba cargao con la maleta'e los pecaos de Lucas Piedra.
«Largó una docena de malas palabras, bolió las maletas, y el tordillo alivianao, corrió como luz.
«Pero ya el gaucho había llagao a la raya, frente a la puerta con rejas de juego, que había quedao abierta. Atropelló a la diablería gritándole:
—«¡Abran cancha!—Y salió campo ajuera.
«Fué a sofrenar a un bajo de allí cerca; le dio un resuello al pangaré y dispués se jué al trotecito hasta la estancia El Paraíso, donde ño San Pedro le recibió sin deficultades, porque no llevaba encima pecao ninguno.»