Era uno de esos días en que el cielo está bajito y tiene color de sucio y el aire está así como baboso en que todo pesa, en que todo fastidia, en que todo aburre. El sol estaba alto todavía, pero no alumbraba: era como un cigarro húmedo, que está encendido y sin embargo no tira.
Bajo la enervante acción atmosférica, don Patricio, que era el más bueno y el más plácido de los hombres, sentíase molesto, violento, casi irascible. Sentado junto a la puerta de la cocina, se le habían apagado tres tizones y todavía estaba largo el pucho. Además, las hebras blancas y rígidas de los espesos bigotes, revolucionados, tan pronto le cosquilleaban las narices, como se le introducían en la boca; y a cada manotón que daba, llamándolos al orden, se rebelaban con mayor impertinencia.
Pero, no obstante todo lo molesto y mortificado que se hallaba, don Patricio no dejó de advertir la expresión de abatimiento reflejada en el rostro de María, su nietita, quien, como de costumbre, le acarreaba, durante horas, el amargo. Concluyó por interrogarla:
—¿Qué tenés, Maruja?
—¿Yo?... ¡Nada!—respondió la chica; y rompió a llorar.
—¿Nada?... Nada, y se t'enllenan los ojos de agua?...
Y ella, sin poder contenerse por más tiempo, cayó de rodillas, abrazándose a las rodillas del viejo, y dijo con voz entrecortada por el llanto:
—¡Ah, tata viejo!... ¡Soy tan disgraciada!.... ¿Usté sabe que Mateo me... me quiere?...
—Eso ya lo sabía.
—Y que yo también lo quiero...
—Eso no lo sabía, pero lo malisiaba... ¿Y esa es la culpa de que estés triste y llorona?...
—¡La culpa es que tata no quiere saber de que me case con Mateo!...
—Es güen muchacho Mateo...
—Ya se lo dije a tata y él dijo que sí.
—Guapo pal trabajo.
—Asina le dije a tata, y él acetó...
—Muy arreglao, sin vicios...
—También dije, y él convino...
—¿Y entonces, qué aliega pa cerrarle la portera?...
—Dice que Mateo no es hijo'el páis, qu'es extranjero, qu'es gringo... y qu'él no quiere misturar l'hacienda!...
Ahondáronse los numerosos surcos que estriaban la frente del viejo; nublar onsele aún más los ojos enturbiados por la edad, y dijo con violencia como sacudido por la evocación de un amargo recuerdo remoto:
—¡No es hijo'el páis, es estranjero, es gringo!... Déjame a mí, Maruja, yo te vi'a emparejar ese tiento!...
—¡Ah, tata viejo! ¡Si usted!....
—¡Deja no más!...
Esa noche la cena fué triste, El enervante estado atmosférico acrecentaba el malestar que todos experimentaban. A la conclusión, Lucio, el patrón, exclamó dirigiéndose a su padre:
—¡Esto parece velorio!... A ver, tata, cuente alguno 'e sus cuentos p'alegrarnos un poco.
Sonrió el viejo con aire picaresco, para responder.
—Güeno, vi'a contar uno... ¿Ustedes han óido decir que allá por las Uropas, una sinfinidá de países están peliando, misturaos como trenza de ocho?... ¿Y ustedes saben por qué, pa qué? ¿No?... Yo se los vi'a explicar... En una ocasión, diendo pa la pulpería del finao García, trotiaba yo pu'el camino que separaba mi campo del campo de los Pereyra... Como siempre, me seguía Tucurú, mi perro picazo. Cuando enfrentamo a las casas del finao García, un perrote barcino que éste supo tener, vandió el alambrao y se atravesó en el camino, dispuesto a buscarle camorra a Tucurú, nada más que porque Tucurú era allí como estranjero, cuasi al decir, gringo...
Mi perro, prudente, sabiendo qu'estaba en pago ajeno, trató 'e cuerpiarlo al barcino; pero enseguidita que le dio el anca, el otro se lejué al humo. Tucurú era guapo, anque prudente: obligao, pelió... ¿Ustedes se acordarán de que cerca de lo del finao García, de un lado y del otro del camino, habían unas rancherías desparramadas?... Güeno, de cada rancho d'esos se vinieron como balazo, dos o tres perros, grandes y chicos, hembras y machos, y al medio el camino se formó un sólo machazo!... Tarascón pu'acá, ladrido pu'allá... uno que queda con las patas p'arriba, a éste que le rebanan media oreja, al otro que le hacen sangrar la jeta... Y dispués, tuitos cansaos, revolcaos, ensangrentaos, con la cola entre las piernas, se jueron retirando pa sus casas, sin saber pa qué habían peliao, por qué se habían hecho estropiar!... Sólo yo sabía...
—¿Por qué?—interrogó Lucio.
—Porque Tucurú era gringo allí... Asina, del mesmo modo que los perros, pelean los hombres, sin considerar que un alambrao no hace diferencia entre el que vive de un lao y el que vive del otro, y sin carcular que el único gringo, en cualesquier campo que se halle, es el malo, el inútil, el dañino, anque haya nacido en el mismo campo!...
Luego, poniéndose de pie y extendiendo la mano, ordenó a su hijo:
—¡Y vos, no hagás el perro bravo, ni el perro zonzo, y deja que Maruja se acollare con Mateo!...