Por Robar Sandías

Javier de Viana


Cuento


En el cielo, casi uniformemente encenizado, la luna plena, casi sin cambiar de sitio, parecía en vertiginosa carrera, mostrando ahora la triunfal perfección de su disco de argento, y empalideciendo en seguida y hasta borrando su silueta, según las gradaciones del gris de las nubes.

El día fué sofocante; pero en las primeras horas de la noche, una brisa del sur empujando la tormenta había producido una temperatura agradable.

La peonada de la estancia, terminada la cena, formó círculo para cimarronear afuera frente a la gran puerta del galpón.

Y según hábito inveterado, el viejo don Armodio «tallaba», narrando sucesos en parte verídicos, en parte embusteros—más embuste que verdad—producto de lo que había visto y oído en cerca de ochenta años de existencia y de lo que sea capaz de crear su fantasía vigorosa aún.

—Pa curioso, el caso'e Bruno Menchaca.

—¿Y cómo jué lo de Bruno Menchaca?...

—¿Lo de Bruno Menchaca?... Ah, m'hijitos, jué un caso clavao pa probar qu'el amor es un cañuto con un aujero solo y que una vez que uno se ha metido adentro no puede salir porque no puede darse güelta...

—Sucedió d'esta laya.. Ustedes deben recordar, por las mentas, a don Sinforoso Segura, estanciero ricacho del rincón de Echerique. ¿Recuerdan?... Güeno; era muy rico y más duro que un ñandubay y más espinoso que un tala. Era arisco como tararira y roncador como bagre pintado. En dos por tres lo achataba a uno de un tiro o le bajaba las tripas de una puñalada, un poco valido de qu'era de buen coraje y mucho de que contaba con moneda p'hacerle perder el rumbo a la polecía y el olfato a la justicia...

Juan Cienfuentes interrumpió:

—Con tantos cojinillos v'a recargarse el caballo.

—Y se va dentrar el sol sin correr la carrera—completó Laguna.

—Ya voy llegando—prosiguió el viejo, acostumbrado a aquellas impaciencias.—Don Sinforoso jué siempre muy namorao y asina, al poquito tiempo d'enviudar y rayando los cincuenta y con una hija de veinte años, se volvió a casar con una carcamancita de dieciocho.

—Eso tuito es sabido—tornó a interrumpir uno del auditorio.

—¿Sabían también que Bruno Menchaca andaba en güenas con la carcamancita?... ¿Ah, no?... Güeno; una noche en que carculaban que don Sinforoso se quedaría, como todos los domingos, de jugada en la pulpería del vasco Echenique, el gavilán cayó en busca e carniza. Y a eso e'la media noche, cataplum, el viejo que llega y comienza a gritar—medio achispao, de fijo—y a golpiar en el portón con el mango el arreador.

—¡Viejo paleta!

—Sí; y lo pior es que Bruno no tenía pu'ande juir: en tuitas las ventanas había rejas y no había más salida p'ajuera qu'el portón, que el viejo atrancaba en seguida de dentrar. La cosa se puso angosta y mientras el patrón bufaba ajuera, la carcamancita empujó al mozo pal cuarto e la nuera... Esta s'encrespó y protestó.

—¡Salgasé!... ¡Yo no cargo con el perro muerto!... Si tata l'encuentra aquí va sobrar leña pa los dos...

—¿Yande me meto?

—Vayase al cuarto de la peona Juana y diga que vino pu'ella.

Bruno, bastante julepiao, siguió el consejo; pero otra vez se l'enredó el anzuelo. La chinita Juana saltó furiosa del catre.

—¡Largúese de aquí!... ¡Si el patrón lo encuentra en mi cuarto nos mata a los dos!...

—Yo le diré que sos mi amiguita...

—¡Linda disculpa!... Usted no sabe que el patrón es...

—¿Y ande via dir, entonces?

—Que se yo... Vaya al cuarto 'e la negra Paula...

Nu había qu'elegir. El patrón había llegado y a los gritos, revólver en mano, andaba en busca de Bruno, cuyo caballo había reconocido en la enramada. Al encontrarlo en el cuarto de la negra, Vociferó:

—¿Qu'andás haciendo aquí, ladrón?... Apróntate a morir como un perro...

Temblando de miedo, el mozo balbuceó:

—Párese don Sinforoso... Yo vine... dejuro es falta... por Paula...

—¿Por la negra?

—Andamo d'amores...

—¿Es cierto eso?—rugió el viejo dirigiéndose a Paula, y ésta medio por miedo, medio porque le gustaba la cosa, afirmó con una inclinación de cabeza.

Don Sinforoso se quedó empacao; dispués sonrió fiero y dijo a Bruno:

—Está güeno... Te perdono la vida, pero no vas a salir de aquí sino casao con la negra Paula.

Y jué asina—concluyó don Amodio.

Antes de un mes vino el juez de paz y vino tuito el genterío del pago, envitao por don Sinforoso pal casamiento de Bruno Menchaca, mozo lindo y rico, con la peona Paula, Una negra cuarentona, fiera como un susto a media noche.

Y agregó el viejo como comentario:

—Metansé a arrancar sandías en las güertas ajenas...


Publicado el 12 de agosto de 2022 por Edu Robsy.
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