Alzugaray es un rico estanciero vasco, trabajador y generoso, pero que no perdona la holgazanería ni el vicio. Facundo, su vecino, es su antítesis: apostador, derrochador y vago. Las lecciones que se dan el uno al otro no tienen el mismo resultado.
Se le consideraba el estanciero más rico y más progresista de la comarca —ya suficiente motivo, en todas partes, para imponer respeto—, pero aparejaban a su fortuna condiciones morales no menos capaces de obligar las consideraciones. Era recto y firme como un tronco de yatay. Siempre jovial, francachón, bueno y compasivo y generoso, trataba con idéntica familiaridad a los más humildes como a los más encumbrados, lo mismo a sus peones que a sus vecinos ricachos y al comisario y al juez de paz. Todo lo cual no obstaba —o más bien dicho, explicaba— la inflexible rigidez con que obligaba a sus subordinados a cumplir sus obligaciones, y su intransigencia con los haraganes, embusteros y viciosos. A ese respecto no perdonaba a nadie y solía decir en su entevesado hablar:
—Si algún vez llego hacer un porquería, yo mismo me priendo y llevo comisario decirle: “Aquí te traigo pícaro, meterlo cepo y entregarlo justicia”... Palabra!...
Figueroa, cuya afición a las carreras y al naipe llevaba de capa caída su antes próspero establecimiento ganadero, se acercó a don Pedro y le tendió la mano con exagerada obsequiosidad:
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Publicado el 2 de noviembre de 2025 por Edu Robsy.
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