Por Tierra de Arachanes

Javier de Viana


Cuento


En el crepúsculo


Un amplio ademán, un silbido en el aire, un golpe en el agua y heme aquí pescando...

¡Pescar!... No existe en la vida aburrimiento más entretenido. Alguien definió al pescador: «un aparato que empieza en un anzuelo y concluye en un zonzo». Y aunque así fuese ¿quién más feliz que los zonzos?... Creer —como los tres infusorios de Baritina,— que el mundo es la gota de agua donde moran; que más allá no hay espacio; que ellos son los reyes de la creación, señores de todo y a todo superiores; mirarse a sí mismo con la admiración de un bolonio de tierra adentro contemplando el mar; no sentir en el alma la formicación de anhelos que piden alas y espacio; no tener un organismo dolorosamente sensible a las impresiones sutiles, y, sobre todo, no llevar bajo la bóveda craneana una abominable máquina de ideas... ¿qué suerte mejor?...

Solitario, silencioso, aniquilado entre las dos grandes masas azules, —el cielo y el río,— el pescador espera y sueña. Su pensamiento se desliza suavemente sobre las aguas, choca en las barrancas de la opuesta ribera, retrocede, remolinea en la corriente, llega, torna, va y vuelve, satisfecho y adormecido en el dulce hogar sin sacudidas. Sueña y espera; que para eso lanzó al río el anzuelo, como en la vida se larga de cuando en cuando una esperanza al mar obscuro del porvenir... De pronto le hace temblar un débil temblor de la línea; ¡pica! ¿morderá? ¿no morderá?.. ¿Será un pez serio, dispuesto al sacrificio, o un pececillo informal y burlón?... ¡Cuántas deliciosas ansiedades, cuántas gratas combinaciones hormiguean en la mente del pescador!... ¡Quién no ha sido pescador alguna vez en su vida! Un tirón más recio, una sacudida violenta... ¡ya está!... Recoge, recoge presuroso, soñando surubíes y dorados; y las más de las veces, tras grandes inquietudes y dilatadas esperanzas, encuentra al extremo de la línea, un pobre bagrecito que gruñe, salta y se resiste, sin comprender, ¡el infeliz! que es soberana tontería encolerizarse después de haber cometido la tontería de tragar el anzuelo!...

El pescador arroja al cesto la mísera presa, ceba con afán y lanza otra vez el aparejo para soñar de nuevo con capturas importantes... ¿Ridículo?... ¿Porqué?... Toda la felicidad humana reposa en el poder de esperar. Solamente lo ignorado es grande y en la sed insaciable del porqué de la vida, está el misterioso encanto de los abismos. Cuando la ciencia los haga luminosos, cuando no hayan ya sombras para servir de nido a la quimera, la existencia, sin objeto, se marchitará, se agotará, se apagará. El exeso de luz matará al hombre, haciéndose carne la ficción bíblica del árbol maléfico de la fruta prohibida... Dígase cuanto se quiera, la pequeña flor azul del ideal es la estrella de los reyes magos en la ignorada ruta, agria y tortuosa, que va desde la cuna hasta el sepulcro. Y cuando se haya explicado todo, ya no tendrá explicación la vida. A través de los siglos, cada gran convulsión del alma humana, ávida de luz, arranca un pétalo a la divina florecita azul; y cada verdad adquirida, es una ilusión deshojada, cada misterio esclarecido, es una esperanza muerta. El día de la última y definitiva batalla; cuando tenga a sus pies como misérrimo botín de guerra, la masa de símbolos deshechos, el hombre echará a andar sobre inconmesurable planicie luminosa, siempre lisa, siempre clara, siempre igual, sin recodos, sin sombras, sin secretos. Entonces se preguntará porqué anda aún, cuando ya no le restan ni razones ni pretextos. No engendrará, porque el amor quemó sus alas en la hoguera del saber. Disecada el alma fibra a fibra, puesto el corazón a descubierto, como una pieza anatómica, clasificados los sentimientos como simples reacciones de química biológica, adiós la amistad, adiós el patriotismo, el desinterés, el honor, la abnegación, el sacrificio, todos los necios compases de la vieja armonía. El egoísmo, semejante a la noche glacial imaginada por Byron, se extenderá en una ola de muerte, lenta y continua desde los polos hasta el ecuador del alma. Con la convicción de la inutilidad del esfuerzo, cesará la voluntad de vivir; y el ciclo fatal se cerrará en las sombras de la suprema civilización —¡words, words, and words!— para recomenzar en las sombras de la suprema simplicidad de! génesis.

Mientras el pescador, atento al temblor de la línea, se abstrae y sueña, las aguas del río corren en fatigosa actividad, lamiendo los fondos, mordiendo las barrancas, para ir a echarse en borbollones espumosos sobre la amplia laguna que verterá luego sus riquezas en el mar. Involuntariamente vienen a mi memoria, dos versos del tierno y olvidado poeta a quien es ridículo citar en esta época en que se jura por Rimbaud, Verlaine y Mallarmé: «L’homme n’a point de port, le temps n’a point de rive; il coule, et nous passons!...»

¿Por qué esa actividad infatigable? Por qué ese afanoso viajar del suelo al cielo y del cielo al suelo, cambiando constantemente de tonos, hoy lluvia mansa y huracán mañana, suave deslizar ahora y luego desvastador torrente? ¿Por qué? ¿Para qué?... Reír en el murmurio de blancas linfas que hamacan camalotes; rugir en el borbollón de turbias aguas que arrancan coronillas; ser una sonrisa ahora y más tarde gesto airado; hoy dar la vida en forma de riego fecundo a los árboles que engalanan la ribera, y mañana arrancarlos de cuajo y enviarlos a la mar como osamentas inservibles; dormirse en un remanso para cantar amores en notas perfumadas, y despeñarse en seguida en la abra angosta, revolviendo lodo y escupiendo espumas; desparramarse en la laguna como extensa y límpida mirada de alma buena, y holgar en el estero con la ambigüedad traicionera de esos párpados que se cierran a medias dejando en el espíritu la duda de sus fondos; por instantes magnánimo distribuidor de mercedes, y en ocasiores implacable espada que al abatir cabezas no reconoce méritos ni desméritos; fuerza ciega y fatal que crea y destruye sin saber porqué; que ríe, que llora, que ruge, que hace brotar corolas polícromas o que troncha vidas lozanas, sin alegrarse, sin inmutarse, sin satisfacción y sin remordimiento... tal es la vida.


Publicado el 14 de diciembre de 2022 por Edu Robsy.
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