Libro gratis: Los Dulces de la Boda
de Joaquín Dicenta


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Cuento


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Los Dulces de la Boda

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Fragmento de «Los Dulces de la Boda»

En su nueva casa pensaba Teresa, contemplándola desde la ventana de la que entonces ocupaba, y esperando a Moncho que debía pasar por allí antes de ir a la pesca, para saludarla y arreglar por centésima vez los últimos preparativos de la boda; porque era lo cierto que con tanto gasto se habían quedado sin una peseta; y aunque el padrino, patrón de la lancha donde trabajaba su novio, fuese hombre rumboso que los quería mucho y correría gustoso con todas las pertenencias del convite, no era cosa de que los novios no pudieran ofrecer un barril de sidra y una bandeja de dulces a los invitados. Afortunadamente la época era buena, y con lo que sacara Moncho aquel día bastaría a las atenciones del convite y aún quedaría algo para el día siguiente. Después… no iba a faltarles Dios; eran jóvenes, trabajadores, religiosos, muy apreciados del señor cura; se habían querido como manda el cielo, y el cielo no abandona a los que se portan bien con él. ¡Poco que pensaba divertirse ella el domingo! Por la mañana a confesar, a oír misa, a prepararlo todo: la ropa blanca, el justillo de seda, la falda de lana, el manto negro, los zapatos de tela y las medias de hilo; por la tarde a la iglesia otra vez, con una patulea de chiquillos delante, y el novio al lado, y al lado del novio el padrino, y al de la novia la madrina, y detrás todos los convidados, aquellos marinerotes de tez curtida y corazón sano, aquellas mujeres que la habían visto nacer o habían jugado con ella; todos limpios, endomingados, llenos de satisfacción y contento; después, el discurso del señor cura, las bendiciones, y en seguida de las bendiciones, el baile y el convite y los jarros de sidra pasando de una mano a otra, y luego… luego, Moncho sería suyo para siempre, y la casita construida sobre las rocas, el nido vacío, tendría dos amantes que lo habitaran.


9 págs. / 16 minutos.
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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.


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