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—¡Lado! ¡Lado! —gritó con la voz de los caminos—. ¡Lado!
Apartáronse las bestias, y el indio Balbuca pudo meter en el agua revuelta y negruzca su mano ahuecada que le sirvió de vasija.
—¡Ujc!…
Satisfecho, se volvió al poyo de piedra.
Estúvose ahí tres horas largas, sin un movimiento que denotara aburrimiento siquiera, con los ojos fijos en sus pies descalzos, sobre los cuales revoloteaban las moscas verdinegras de alas brillantes y rumorosas.
Al fin pasó quien esperaba: el amito Orejuela.
—Amitu Orejuela, ¿adelantarás tres socres? Descontará en trabajo el huambra, m'hijo Pachito, ¿queres?
El amito Orejuela —que era mayordomo de una hacienda vecina— se preciaba de saber tratar a los indios.
Discutió largamente con Balbuca. A la postre convino en que, por cuenta del patrón, le daría los tres sucres; pero que, en cambio, el Pachito prestaría sus servicios durante tres semanas.
Le conozco a tu hijo. Huahua tierno no más es. Ocho años tendrá. Nueve, estirando. ¡Qué ha de hacer solito! Perderá los borregos. Para una ayuda no más valdrá.
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 25 de abril de 2021 por Edu Robsy.
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