Cólimes Jótel

José de la Cuadra


Cuento


De atenerse al letrero pintado a grandes caracteres negro sobre el fondo celeste, que se mostraba en el frente del edificio, a todo lo ancho de la fachada, bajo la línea de los alféizares, el nombre propio de aquello era el de “Hotel Colimes”. En los registros de la oficinas de higiene de la alimentación estaba catalogado, modestamente, entre las casas de posada, en la cuarta categoría. Pero, el dueño y sus empleados lo llamaban a la inglesa (?), enfáticamente, golpeando la esdrújula y aspirando la jota en un ahogo: “Cólimes Jótel”. Añadían, en castellano, lo que en castellano con errores ortográficos rezaba otro letrero, pequeño éste, colocado también en la fachada, sobre el arquitrabe del cornisamento de madera: “Piesas desde a sucres. Comidas sanas. Atención hesmerada. Moral en la libertad”.

El “Hotel Colimes” ocupaba la parte alta de una casa vieja, de cañas y quincha. La construcción era casi secular; y, por sus tipo y su aspecto, pasados algunos años podrá asegurarse con algún fundamento que en sus salones bailó Bolívar.

En la parte baja, en las tiendas, funcionaban comercios de artículos de cuero que despedían vahos nauseabundos de tanino y hediondeces de pieles mal curtidas. Del alcantarillado de los traspatios se desprendían visiblemente emanaciones pútridas, en las que flotaban nubes de moscas y mosquitos. Debido a todo ello, que ascendía en vaharadas densas por los claustrillos, arriba reinaba de suyo un ambiente pesado; que el olor a polvos de Coty falsificados y a esencias baratas de las cabaretistas, y el tufo a viandas sazonadas a la perra que salía de la cocina, contribuían a hacer insoportable.

Por cierto, el edificio no había sido hecho para que sirviera de hotel, sino para residencia familiar; y, al instalarse en él con su negocio, el dueño hubo de arreglarlo al efecto. Había tirado unas divisiones absurdas —diagonales, paralelas, angulosas—, de cañas empapeladas o de tablas de jigua blanca sin cepillar. Así, los antiguos cuartos prestaban acomodo a varios pasajeros, que en las noches se escuchaban mutuamente sus ruidos como si durmieran en un mismo lecho.

La disposición de los focos de luz eléctrica —Edison Mazda, esmerilados, 50W. 110V—, pegados contra el cielorraso, valía para que alumbraran algunas habitaciones a la vez. Sin embargo, unas habían que tenían su 25 bujías exclusivo, y aun con conmutador. Estas últimas piezas estaban localizadas en los que fueron cuartos de domésticos en la primitiva distribución de la casa, y tenían precios especiales más crecidos que el corriente.

Los principales clientes por asiduos y constantes, de “Cólimes Jótel”, eran rameras, de distintas nacionalidades, que bailaban a sueldo en los cabarets de la calle Quito. Tales mujeres, de encantos más o menos discutibles, regresaban generalmente borrachas a la madrugada, al filo del amanecer, acompañadas de tipos tan alcoholizados como ellas, y los cuales, al despertarse hacia el mediodía, armaban escándalos fenomenales, asegurando que les habían saqueado los bolsillos.

También era frecuentado “Cólimes Jótel” por montuvios que “posaban” en él cuando venían a Guayaquil para hacerse “reparar” del médico o para consultar al abogado. Tres vinieron, en diversas épocas, a cobrar premios en la lotería; pero resultó la curiosa coincidencia de que, al ir a hacer efectivo el billete, aparecía que éste no era el favorecido. Por mucho que, en cada ocasión, los montuvios juraron por todos sus santos patronos que habían traído, amarrado en un nudo del pañuelo, el billete auténtico, el mismo que les habría sido sustituido en el hotel; era lógico suponer que se trataba de equivocaciones flagrantes, debido a que no cotejaron bien el número con el boletín, ya que los montuvios, por mucho que sepan leer, no dominan a la perfección la oscura ciencia de los guarismos.

De todos modos, los campesinos ponían una nota pintoresca en el hotel. Traían, junto con sus personas y sus atados, un poco del puro aire de los montes y un picante olor a sudor de caballo y a excrementos de vacunos... También olían a janeiro fresco y a agua de las charcas.

Ofrecían singulares espectáculos cuando al volver de las fianciones de los cines o de los circos se daban con que, acostada en el catre de su cuarto, esperaba alguna de las rameras... Aceptaban, encantados, unos; protestaban, otros, en principio, para ceder cuando el dueño les decía que lo tal era una costumbre directamente traducida del alemán de Austria, copiada de los grandes hoteles de Viena, y que constituía una comodidad que el próvido hospedaje ofrecía a los clientes de los campos.

Después, éstos, ya en las haciendas lejanas, mientras se curaban con infusiones de vegetales anónimos, de alguna enfermedad secreta que habrían pescado por hacer aguas contra el viento, por comer cañafístola o por haberse sentado en el cacao asoleado o en asiento caliente..., se hacían lenguas de lo que se habían divertido en el Guayas...

“Cólimes Jótel” prestaba también algunos otros servicios impagables; por ejemplo, propiciaba citas de malos amores —señoras casadas, personas distinguidas—, a cuyos eventos contaba con una puerta excusada y con ocultaderos y escondites bastantes aceptables.

Cuando alguna muchacha de los arrabales era raptada por su novio, los agentes de investigaciones, de no haberla encontrado en cualquier otro sitio semejante, la buscaban con éxito en “Cólimes Jótel”. Era cosa segura el hallarla, y no como entró, en el famoso cuarto rosado...

Este cuarto no se diferenciaba de los restantes sino en el color de su papel, que pretendía de simbólico; pues, por los demás, el menaje era el mismo: una hamaquilla a medio romper; una cama estilo cuja, hecha de tubos de cañerías de gas, con su colchón de paja, un lavatorio de hojalata; una repisa, sostenida en la pared con un pie de amigo, que hacía de velador; un roperito de los de tijera; y, debajo de la cama, púdicamente escondido entre las deshilachaduras de la colcha, el vaso de noche, que era de un bonito color verde con dalias pintadas en tono sangre de toro...

Alguna ocasión, los empleados de policía, al registrar el hotel por dar con algún tahúr, con algún bebedor contumaz violador de la ley seca, o con alguna doncella perdidiza, se toparon con el botín de robos recientes. Es indudable que se trataba de cualquier cliente de poco más o menos, que no respetaba la libertad y al par severa norma tradicional de la casa....

“Cólimes Jótel” se permitía algunos lujos. En su hall ostentaba una victrola ortofónica 4-13 y tenía el teléfono privado de una talabartería.


Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.
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