Don Rubuerto

José de la Cuadra


Cuento


Difícil será que me olvide alguna vez de mi amigo don Rubuerto Quinto, montuvio viejo de los “laos” de Ñausa.

Estaba yo en su casa cañiza, edificada en plena vega del estero, bien asentada. —“como una vaca que quiere caer a l' agua, blanquito”—, sobre sus cuatro patas fuertes de mangle, delgadas, musculosas, que se hundían profundamente por el lodo hasta afirmarse en lo duro del ribazo.

Era a la tarde, después de la merienda. Junto a la ventana, saboreábamos el café con punta de mallorca y arrojábamos el humo de los cigarros contra los mosquitos.

Me preguntó don Rubuerto:

—¿Usté estudia pa doctor de leyeh'u de medecina?

Le respondí, y él sonrió.

—Ta bueno eso, blanquito. Eh máh mejor que todo. Cierto que ar médico le cai er goteo... Pero l'abogado, con una qui'haga tiene p'al año... Se gana la plata así... así...

Manoteaba en gestos de presa, obstaculizando el revolar de los mosquitos, que manifestaban su cólera zumbando, zunbando...

Guardó un rato de silencio. Luego dijo:

—Yo también n'hey metido en esah vainah der paper seyado.

Y habló de sus triunfos, de sus glorias. Relató en detalle sus pobres audacias, sus zafios ardides de tinterillo de pueblo chico.

—Pero, la mejor que'hey hecho, eh la der paisa der cuño...

—¿Y cómo fue ésa, don Rubuerto?

—Verá... Loh de la Rural bían garrao un paisa mentado... Suáreh me creo de que se yamaba... y lo bían garrao con er cuño, loh'áccidos y todo.. Lo tenían fregao ar paisa, bien atrincado en la barra...

—¿Y?

—Yo andaba enfiestao ese día en Jujan, cuando er paisa me vido y me yamó pa tomarme parecer... Yo le dije: “Diga no mah que usté'hizo la plata farsificada, pero que no la cambió; porque la ley lo que castiga es er cambeo...”. Er teniente político le tenía estrumentao sumario y todo; pero, con la tranca que yo le puse, se vino abajo er papeleo... ¡Y pa qué!, er paisa me quedó grato y me pagó mi pensión que me bía tomao...

Cruzaba por la cocina la mujer de don Rubuerto.

Don Rubuerto le gritó:

—¿Ti'acuerdah voh, Rosa der paisa?

Se acercó la mujer.

—¿De cuár paisa?

—Der paisa der cuño pueh; de ése que se puede decir que yo saqué de la cárcel... ¿Ti'acuerdah?

La mujer vacilaba. Con la mirada decía que no, mas con la boca dijo:

—Ah, sí, sí...

Y se volvió a su cocina.

Don Rubuerto me invitó a bajar.

—Abajo corre fresco.

Ya en el portal, tendidos en nuestras hamacas respectivas, continuó sus historias, interrumpidas de vez en cuando por consejos de la laya de éste:

— Hay que'nredar. L'abogao si'ha hecho eh p'enredar.

De repente se incoporó callado y atento.

Miró para el estero.

—¿Oyó?

—¿Qué, don Rubuerto?

—Zapatió un lagarto.

—No...

—Sí; eh'un diablo cebao. Se jala terneroh. Hasta vira canoah chica...

En el agua corría una estela ondulante. Estúvola contemplando don Rubuerto hasta que desapareció.

—Si'ha echao a pique Nicoláh —rezongó.

—¿Qué Nicolás?

—Er lagarto...Yo lo miento así: Nicoláh... De fregao...

—Ah...

Después de un rato, concluyendo sin duda un pensamiento no manifestado, don Rubuerto añadió, palmeándome la espalda:

—L'abogado, blanquito, debe de ser como er lagarto.

Sonrió sin malicia, arrojó lejos el cigarro apagado, y dijo con poca convicción:

—O quién sabe mejor er tigriyo, niño, qui'ataca de noche... y por la esparda...


Publicado el 26 de abril de 2021 por Edu Robsy.
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