La Soga

José de la Cuadra


Cuento


En la claridad azulina del horizonte, muy lejos aún, apareció la comisión.

—¡La soga, pueh! Andan garrando gente.

—¿Y pa qué?

—Pa la guerra.

—Ajá…

Conforme la escolta se acercaba, distinguíase la mancha de color de la bandera que tremolaba uno de los jinetes.

—Van embanderaos…

—Sí; son der gobiesno.

En el portal de su casuca pajiza, mientras rajaba leña del algarrobo para la confección del almuerzo, el viejo Pancho departía con su compadre, Mario, que había ido a visitarlo.

—Toy cansao —dijo Pancho, arrimando el hacha a la pared—. Cuando uno si'hace viejo…

—¡Viejo! Voh podeh manejar todavía un rifle.

—¿Yo? ¡Caray, ni de broma!

Palideció. Y hasta un estremecimiento —como si de algo oscuro y medroso se tratase— agitó sus carnes acarbonadas.

—¡Caray, ni de broma! —repitió— Voy pa lo' sesenta largoh…

—Ayer decíah que te fartaba un mundo.

Pancho miró con rabia a su interlocutor.

—Compadreh somoh, Mario —dijo— Noh conoceme dende mocetoneh, ¿y ti'acuerdah?, pa la dentrada de loh Restauradore, un'hembra peliano, y me la ganaste'n mala ley. Yo no me calenté.

No m’hey calentao nunca con voh… Pero, ¡esto no te lo aguanto! ¿Pa qué tieneh' esoh dicho? Voh mejor que nadien sabeh mih'años; que soy viejo, viejísimo, que no puedo manejar ni l'hacha.

—No hay pa tanto, hombre; no hay pa tanto.

—Claro que sí. Como anda la soga…

—A voh no te bian de garrar. Ti'a juyes de'erbarde.

A tu’hijo Ramón si tarveh lo aprienderían.

—¿A mi'hijo?

—Digo. Como eh mozo y sirve pa sordao…

El viejo Pancho palideció de nuevo. Instintivamente miró hacia arriba, a lo alto de la casa, donde estaba su hijo, y suspiró:

—A mi hijo —repitió en un gagueo—. Y parece que a voh te gusta eso, Mario. Hay una razón.

Como lah tuya no mah son hijah mujeres, y lah mujeres sólo valen pa…

Se contuvo al advertir que su compadre habíase arrancado bruscamente el cigarro de la boca, gesto que en él significaba rabia. Pancho tenía motivos para temer el coraje de su compadre, quien, aunque tan viejo como él mismo, se las traía fuertes aún en lo de puñetazos y machetadas. Como que fue en su hora el mejor "jugador de jierro" de esas orillas. Así pues, variando su última frase, Pancho concluyó:

—Lah mujere no sirvan ni pa na…

La escolta se aproximaba cada vez más. Ahora se la distinguía perfectamente. Formábanla hasta veinte jinetes uniformados.

—Son del escuadrón Yaguachi. Se ve.

Pancho se inquietaba por momentos.

—¿De devera será que andan jalando gente?

—De deverah. Eh pa la guerra, pueh.

—¿Y por qué guerriamo?

—No sé… Dicen que por un pite'e tierra.

—¿Por un pite'e tierra? ¡Caray, no necesitamosh'eso pa na!

Y señalando a los inmensos campos laborables que el capricho egoísta del terrateniente negaba al cultivo, Pancho añadió:

—Ayí hay tierra… ¿Pa qué mah? Despuéh, cuando uno la pela, con doh vara' sobra.

—Y en er güeco, que echen otro; que'r muerto no se calienta.

—¡Claro!

En aquel momento la escolta hacía alto frente a la casa del dueño de la hacienda, a diez minutos más o menos de la vivienda del viejo Pancho.

—¡Tan cerca ya! —dijo éste—. Han parado en la casa'e teja.

Mario aconsejó:

—Esconde a Ramón.

—¡Cierto, caray!

Ágilmente, Pancho trepó por la escalera difícil, hecha delgados troncos de mangle a guisa de peldaños. Bajó al instante.

—Ya le dije. S'ha tirao por atrah de la casa por la cocina, y va guarecerse en el estero, debajo de la puente…

—Ajá; no hay cuidao…

—Afigúrate, no quería irse. Que la patria, que no sé qué…

—Bay, hombre… ¿Ha estao er muchacho en la escuela?

—Sí; argo.

—Entonces… Ahí es que aprienden esah bestiada…

A poco llegaron junto a ellos los soldados.

El que portaba la bandera hizo descansar el asta en el suelo: el trapo nacional ondeó lentamente al aire, como tomando posesión de aquellos campos que acaso jamás visitara. Un respiro del caballo, con cuyas narices tropezó, lo ensució de baba.

El jefe de la comisión —un capitancito moreno, de ojos verdes— preguntó, dirigiéndose a los dos montuvios que lo miraban aparentemente atónitos:

—¿Cuál de ustedes es Pancho Rojas?

—Yo mi coronel…. ¡Selvidor!

—Tu patrón me ha dicho que tienes un hijo —expuso, sonriente el militar—. ¿Está aquí?

—Se jué ar pueblo de mañanita. Si quiere, registre no máh.

—No hay necesidad. Si está en el pueblo ya lo habrán enganchado. Y si no estuviera… ¡tú la pagas!

—Ta bien, jefe.

Pancho Rojas recordó el tratamiento que se daba a los temibles caudillos de las montoneras revolucionarias, y asintió de nuevo:

—Ta bien, mi general.

El capitancito ordenó marcha.

Los soldados obedecieron automáticamente.

El de la bandera hizo, al enhiestarla, un mohín de disgusto.

Cuando los viejos quedaron solos, Mario se dirigió a su compadre.

—Se la pegamo, pueh.

—Y meno…

Pancho volvió a glosar el tema de antes.

—¡Caray que guerriar por tierra!

—Que peleen loh’ abogado… ¡pero, nosotroh!

Simultáneamente recordaron ambos que no hacía muchos meses, cierto día el patrón mandó clavar las estacas de la cerca tres cuadras más allá del antiguo lindero de la hacienda. Los peones de la finca vecina pretendieron impedirlo; mas, ellos, con mayor número de gente, defendieron la nueva cerca machete en mano. Recordaron que hubo sangre… Que José Longo, casi un muchacho, hijo único de ña Petra, la viuda, cayó hijo con la cabeza partida como un coco… Que Manuel Rosa, el "de acá", salió con un brazo menos… Que a Diolindo Yagual… En fin…

No sabían por qué pensaron esto; pero les fastidió el recuerdo.

—¿Verán a Ramón?

—¡Cómo cree hombre! Ya 'stán pasando la puente… Y…

Un grito destemplado —"¡Papá!"— los hizo temblar. Vieron que sobre el puente había un agitarse de jinetes y caballos. Después, otro grito.

Y la escolta siguió camino adelante. Sobre el anca del último caballo amarrado con sendas sogas al cuerpo del soldado, iba Ramón Rojas.

Quiso correr el viejo Pancho; pero no le obedecieron las piernas endebles, le faltó el suelo, y cayó…

Su compadre lo auxilió.

Ya, a la distancia, sólo se lograba distinguir, con esfuerzo, la mancha de color de la bandera, agitándose sobre el grupo que cabalgaba velozmente por el campo, envuelto en densas nubes de polvo…


Publicado el 25 de abril de 2021 por Edu Robsy.
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