El Tonel de Cerveza

José Fernández Bremón


Cuento



A mis queridos amigos
D Luis Diaz Cobeña y D. Lucio Viñas y Deza.


Aunque la embriaguez ha producido héroes, revoluciones, leyendas fantásticas y sistemas filosóficos, por más que en su historia figuren nombres tan respetables como los de Noé y Lot, tan ilustres como los de Alejandro y Cárlos XII, y tan populares como los de Ilofman, Edgardo Poe, y muchos otros que no cito; á pesar de que algunos pueblos hayan solido tratar los asuntos más graves entre trago y trago, y de que áun se acostumbre á rociar con vinos generosos las declaraciones políticas de mayor trascendencia, acto oficial conocido con el nombre de brindis, ello es que al abuso de la bebida se debieron la muerte desastrosa de Holoférnes, la pérdida de Babilonia en tiempo de Baltasar, la catástrofe de Agripina, y casi toda la historia del imperio romano, en que tanta parte hubieron de tener los viñedos de Chipre y de Lésbos.

No he podido comprobar si es cierto ó no que cada vino ó bebida espirituosa tiene propiedades que producen efectos determinados y constantes; es decir, si la borrachera del champagne es siempre epigramática y elegante; si la de cerveza es melancólica y pesada; la del Málaga pendenciera, y por último, si un fabricante de Birmingham, despues de beber algunas botellas de manzanilla, experimenta, como los gitanos, la necesidad de entonar una caña á la flamenca.

Durante mucho tiempo he creido que la cerveza sólo producia en los alemanes efectos filarmónicos y daba ocasion á orgías musicales; creia que un aloman ebrio, en vez de insultar á los transeúntes, abrir en canal á su mujer ó prorumpir en gritos subversivos contra el Gobierno, como se acostumbra en ciertos países, empuñaba su violin para dar una serenata á los vecinos, ó cantaba un aria del Don Juan, tendido en medio del arroyo. Y por cierto que he vivido engañado, ó miente el cuento que voy á referir, del cual respondo como puede responder un Gobierno español de sus generales. Es verdad que no soy el único á quien los alemanes han dado chasco; testigos los franceses y testigo toda Europa, á la cual están embromando hace tiempo con su filosofía, para distraer la atencion, miéntras preparan silenciosamente sus máquinas de guerra.

Suponia yo entre los chasqueados al autor de cierto libro, en el cual se asegura que la cerveza influye en la estadística de nacimientos disminuyéndola. En efecto, ¿cómo podia ser Alemania uno de los países más poblados, cuando la cerveza tiene allí tanto consumo? Pero despues he reflexionado que este argumento es de poca fuerza por falta de datos; para resolver el problema, necesitábamos saber qué poblacion tendria el imperio germánico si los alemanes suprimiesen la cerveza. De igual modo he comprendido que me equivocaba respecto de la influencia que ejercen en el cerebro de un aleman los gases acumulados en una noche de continuas libaciones, porque si la cerveza es un agente providencial que impide la irrupcion sobre la Europa occidental de una poblacion sobrante, claro es que ese agente inspirará ideas peligrosas y crímenes tal vez que contribuyan al mismo objeto filantrópico.

No extrañe, pues, el lector que en esta bebida, al parecer inofensiva, estribe mi argumento, ni que algunos vasos de cerveza conviertan en criminal al hombre más pacífico, puesto que, como recordé al principio, la embriaguez ha producido tantas catástrofes históricas.

I

La espita del tonel goteaba todavía un líquido de color de ámbar, y los vasos estaban ya vacíos; vasos estrechos y larguísimos de cristal de Bohemia, cuyos dibujos representaban á Odin bebiendo cerveza, rodeado de guerreros y de lobos; vasos inmensos destinados á las grandes solemnidades, y que sólo se llenaban en el segundo período de la embriaguez, cuando la vista empezaba á nublarse y se atropellaban las palabras, y se convertian en lógicas y naturales las ideas más absurdas.

German y Esteban bebian y fumaban. Ambos eran jóvenes y vigorosos, aficionados á la música y estudiantes de medicina en el colegio de Colonia; vivían independientes en una casa aislada, á orillas del Rhin, el rio de las baladas y de los misterios.

Sin embargo, ninguna influencia ejercían en uno y otro las tradiciones y leyendas; dedicados á las ciencias naturales, sabian perfectamente que en el fondo de los bosques sólo habia vegetales, minerales y animales, por lo general ya clasificados; conocian muy bien la causa de las nieblas, y en cuanto á los espíritus, aseguraban que no eran sino el fósforo que contienen los huesos y brilla por las noches, aterrando á las doncellas y haciendo recitar á las viejas versículos de la Biblia más ó ménos oportunos; las danzas nocturnas de las wilis eran sin duda las ondulaciones de los árboles cuando el viento agita sus ramajes, imitando en sus remolinos un wals vertiginoso.

El mueblaje de la sala en que se celebraba el banquete daba á conocer que Estéban y German no pertenecían á esa raza inmemorial de estudiantes pobres que tienen su biblioteca en la memoria y sus demas objetos de estudio en el gran museo de la vida. Vivian con opulencia escolástica en una casa aislada, cuyo salon principal, enriquecido por un tren formidable de botellas vacías, y decorado con una silleria de toneles, algunos papeles de música, dos violines, innumerables pipas y una panoplia, era considerado de lujo escandaloso por todos los estudiantes. Es verdad que al lado de aquellos objetos de pura ostentacion se veian la mesa de operaciones, un riquísimo herbario, minerales de todas clases, aves y cuadrúpedos disecados, estuches de instrumentos y libros voluminosos, diáfanos frascos de cristal que contenian fetos, vísceras y otras partes del cuerpo, que hubiera tomado por objetos de culto un gentil piadoso; en fin, para alegrar el cuadro, habia un arsenal de tibias, cráneos, fémures, omóplatos y esternones. En aquella abundancia no se notaba signo alguno que indicase su division de propiedad ni pertenencia exclusiva de una cosa.

En efecto, German y Estéban vivian en comunidad; poseian los mismos objetos, y acaso vestian la misma ropa, por ser idénticos sus cuerpos, robustos y fornidos, como eran semejantes sus fisonomías. Para completar esta descripcion me veria precisado á consignar, como es costumbre en las novelas, el color de sus cabellos, á no tratarse de alemanes; pero hemos convenido en que en Alemania todos nacen rubios, y no me gusta alterar las tradiciones.

Sólo el amor interrumpia aquel verdadero comunismo; pero áun en esto existían entre German y Estéban lazos muy estrechos; los dos se habian prendado de la hermosa Eva y pretendido su cariño. No pudiendo participarle entrambos, ni resignándose á cederla, determinaron obsequiarla aisladamente y se comprometieron á respetar el fallo de la jóven. Entre los dos estudiantes era difícil la eleccion para Eva, cuyas preferencias vagaban de uno en otro, así como sus miradas tiernas é indecisas. Una circunstancia accidental inclinó hacia un lado la balanza, y á no ser por ello, la vacilante niña hubiera concluido por admitir dos dueños de su albedrío, completando el comunismo en que vivian los dos jóvenes.

Establecida la competencia de méritos y galanterías entre los dos opositores, llegó el dia de un baile; Estéban pudo obtener el primer wals, decidiendo vencer á su amigo en aquel agitado ejercicio; German, por su parte, se propuso contar las vueltas que diera Estéban a fin de aventajarle cuando llegára su turno. Los músicos empezaron á tocar, y Estéban, enlazado con la codiciada Eva, se lanzó en medio de la sala. Nunca se habia visto pareja tan rápida y uniforme; jamas rueda de reloj ejecutó sus movimientos con más precision y ligereza. German apénas tenia tiempo de contar las vueltas; los demas bailarines, fatigados, se retiraban á sus asientos; los que tocaban instrumentos de metal exhalaban su último aliento en las boquillas; saltaban las cuerdas de los violines; los brazos del timbalero se dormian; en fin, los músicos, jadeantes, cesaron de tocar, miéntras Estéban seguia dando vueltas. Los convidados aplaudieron con entusiasmo, y algunos sacaron sus relojes para precisar la duracion de aquel wals famoso; pero pasaban los minutos, el horario adelantaba, y la jareja seguia moviéndose sin dar señales de cansancio ni de rozar la alfombra. Los padres de Eva se alarmaron, las señoras mayores aseguraban que la danza iba tomando un carácter diabólico, y toda la concurrencia repetia inútilmente: «¡Basta! ¡Basta!» Entónces sucedió una cosa extraordinaria; los parientes de Eva, German, sus amigos, y, por último, todos los presentes, se abrazaron á Estéban para contenerle, pero en vano; una fuerza invencible le obligaba á girar, arrastrando en sus movimientos de rotacion y traslacion aquel enorme grupo, hasta que por fin la voluntad de todos se sobrepuso al magnetismo ántes de que se comunicase el fluido á las paredes. La fiesta terminó por un mareo general, y pocos dias despues Estéban era Presidente honorario de todas las sociedades coreográficas de Alemania.

La segunda oposicion fué musical y decisiva en un concierto. German era tenor y Estéban dominaba de tal manera el violin, que á veces se hubiera creido que hacía encaje con las notas. German exigió, como vencido, cantar ántes que su compañero hiciese la prueba ó templase siquiera su instrumento, temeroso de que Estéban absorbiera la sesion con uno de esos poemas musicales que empiezan en el cáos y concluyen en los Gobiernos representativos. Todas las vueltas de Estéban quedaron olvidadas al eco dulce y sonoro de la voz de German, y cuando éste, en un esfuerzo pulmonar, lanzó un formidable de de pecho, el pecho de Eva se conmovió, sintiendo un deseo irresistible de ser dueña de aquellos robustos y magníficos pulmones. No se dió Estéban por vencido; ántes bien, preparó el arco, ajustó la caja y se dispuso á luchar con gallardía; estaba inspirado, y se hubiera atrevido á competir con Paganini. Apénas Eva escuchó los preludios, abandonó la sala, saliéndose á una galería, seguida de German, que saboreaba su triunfo. El padre de Eva era un desenfrenado violinista, que despertaba á su familia al toque de violin cuando despuntaba el alba, y por las noches dormia á su familia al mismo toque; diez años de concierto continuo habian hecho que Eva aborreciese los violines; nunca se hubiera unido á un hombre que prolongase aquel martirio, y Estéban fué irremisiblemente desahuciado. Furioso con su derrota, improvisó una fantasía tan satánica y nerviosa, que los niños rompieron á llorar, temblaron los hombres y se desmayaron las señoras.

Cuando amaneció el dia siguiente, Estéban, que era un buen amigo, felicitó á German por su victoria y no volvió á pensar en la Eva de German, de cuyo desaire le consolaron otras Evas.

Aquel suceso no turbó las buenas relaciones de los estudiantes; por eso seguían viviendo juntos, poseyendo los mismos objetos, y vaciando un tonel en su gran salon de estudio, que les servia de musco y de taberna.

II

Los dos jóvenes bebian y fumaban. Aquel dia era el aniversario del famoso de de pecho, y en su memoria se llenaban los grandes vasos de Bohemia.

Habian brindado á la salud de Eva, de sí mismos, de las ciencias médicas, del inventor de la cerveza, y por último, á la salud de todas las enfermedades.

La conversacion, animada al principio, languidecia poco á poco, porque la palabra no podia seguir á las ideas; hubieran necesitado para expresarse un lenguaje taquigráfico; cada trago de cerveza les infundia nuevos pensamientos, y los misterios de la medicina se disipaban á cada paso.

—¡Bebamos! dijo Estéban; la sabiduría absoluta reside en la cerveza; he aprendido más en una hora de bebida que en el estudio de esos cráneos estúpidos y de esos libros incompletos.

—¡Bebamos! respondió German; tambien tengo sed de ciencia.

—Dame un pedazo de barro y prometo hacer un Adán en dos minutos.

—Saca una costilla á tu Adán, y crearé la más hermosa de las Evas.

—La cuestion, añadia Estéban, se reduce á encontrar el barro primitivo, el cual se halla indudablemente debajo del terreno diluviano, entre el Tigris y el Eufrates, donde estaba situado el Paraíso.

—Tienes razon; creemos una nueva raza de hombres vigorosos para sustituir á nuestra generacion, gastada y enfermiza.

—¡Imposible! dijo Estéban con acento melancólico. ¿Qué sería entónces de nuestros compañeros de estudio, de los empleados de hospitales y de los farmacéuticos? Dirian, con razon, que las enfermedades son su patrimonio; la salud pública es un atentado contra la propiedad de los médicos.

—Es verdad; los intereses creados impiden la reforma.

Hubo un rato de silencio, en el cual los dos jóvenes se sentian acometidos de ideas á cual más extravagante.

De pronto dijo German con acento cavernoso:

—¡Estoy perdido!

Estéban le miró con sorpresa.

—Sí, amigo mio, continuó diciendo el primero; mi corazon ha cesado de latir hace algunos minutos.

—Está completamente borracho, pensó Estéban.

Y levantándose del asiento, se aproximó á su amigo y puso la mano sobre su corazon una y várias veces. Cuando la retiró despues de un rato, Estéban estaba pálido como un muerto. En efecto, el corazon de German no se movia.

—¿Qué me dices, amigo? preguntó éste mirando á Estéban con ojos aterrados.

—Voy á ser franco; aunque hablas, y tus músculos se mueven, y funcionan tus sentidos, para mí eres un cadáver; no hay en tu pecho el menor síntoma de vida; tiene la rigidez de la tabla y la insensibilidad de la piedra.

—Tus observaciones están conformes con las mias. No he sentido la presion de tu mano, por lo que voy á hacer una prueba decisiva.

German tomó una aguja de un estuche y la hundió en su pecho, primero suavemente y despues con gran fuerza, hasta que dijo con desgarrador acento:

—No hay duda, soy un fósil; estoy petrificado; nada siento.

A tan terribles palabras sucedió una pausa solemne.

¿En qué pensaba German? Pronto lo sabrémos.

En cuanto á Estéban, se entregaba á las ideas más inmorales y egoístas; repuesto de su terror, habia reflexionado que la muerte de su amigo acaso le proporcionaria la posesion de Eva, la cual, con esta esperanza, se le representaba otra vez llena de atractivo. Y la veia mentalmente, mirándole con amor, tendiéndole la mano y presentándole sus mejillas sonrosadas.

Hagamos justicia á Estéban; ningun mal pensamiento habia cruzado por su imaginacion hasta aquel momento, en que los vapores de la cerveza le ofuscaban. Pero hagamos justicia á la cerveza; al mismo tiempo que inspiraba á Estéban tan malos propósitos, infundia en el espíritu de German la idea del martirio.

Éste, que habia tomado un papel y escrito algunos renglones, dijo por fin con tono conmovido, pero con firmeza:

—Estéban, cuando su corazon deja de latir, el hombre muere; el estado en que me encuentro no puede durar mucho; pero si por un absurdo médico mi existencia continuase, yo no sabria resignarme ¿vivir teniendo una tabla en vez de pecho. Tú lo has dicho; soy un cadáver que va á beber contigo su último vaso de cerveza.

En esta carta declaro que voy á suicidarme en un sitio donde jamas podrá encontrarse mí cadáver, y lo hago para librarte de la accion de la justicia. Quiero que estudies en mi cuerpo el fenómeno de mi insensibilidad, y que mi esqueleto, colocado en tu despacho, te recuerde este pobre amigo. Cuando haya bebido el último trago, exijo de tu amistad que me degüelles sin dolor y con cariño, como degollarias á tu padre.

Estéban rechazó con horror la idea de German; pero la imágen de Eva se le aparecia cada vez más irresistible y voluptuosa. German suplicaba á su amigo con esa terquedad que sólo tienen los borrachos; Estéban se resistia como una doncella á su primer amante; su lucha se hubiera prolongado y hubiera triunfado la razon á no mediar una Eva y tantos vasos de cerveza.

Todas las objeciones de Estéban eran victoriosamente refutadas por German. Aquél no podia lógicamente negar á su amigo el favor de asesinarle; es decir, de hacer por él lo que haria el dia de mañana por el peor de sus clientes.

La proposcion fué aceptada, y se llenaron las copas destinadas al brindis de la muerte.

Otra tentacion, otro deseo diabólico, contribuían á que el amigo se convirtiera en asesino; Estéban sentia la atraccion de lo prohibido, la curiosidad misteriosa del crímen y un interes científico.

Preparó, pues, su escalpelo, y se chocaron por última vez los vasos de Bohemia.

German llevó el vaso á sus labios, y miéntras bebia, Estéban hundió el acero en su garganta; el cuerpo cayó, no sin lanzar ántes una mirada de dolor y de despecho.

German acusaba á su amigo de no haberle dejado beber el último trago.

—La noche ha llegado; es preciso borrar las huellas del crímen; cerremos la ventana y mondemos el cadáver para cumplir la postrera voluntad de este pobre amigo. ¡Eva será mi esposa!

Así decia Estéban colocando á German en la tarima y despojándole de la ropa.

El fenómeno de la insensibilidad quedó al momento explicado, pero de la manera más vulgar y ménos científica.

Cuando German se quejó de no sentir las palpitaciones del pecho, olvidaba en su embriaguez que entre la levita y el chaleco tenia un gran cuaderno de música comprado aquella misma tarde.

—¡Bárbaro de mí! pensó Estéban; sin duda estábamos borrachos cuando olvidamos que los pechos no se reconocen por encima de la ropa.

Y empezó la diseccion con la seguridad de un profesor que trabaja haciendo eses.

III

Habian trascurrido indudablemente algunos años.

Estéban era un médico famoso; ciegos y tullidos se estacionaban en su puerta, y por las calles le seguian tísicos, mancos, ictéricos, lazarinos y tercianarios, pidiéndole la salud por misericordia. Damas flaquísimas engordaban visiblemente con el tratamiento del doctor, que tambien disminuia el excesivo volumen de las gruesas. Se le atribuian curas admirables y operaciones atrevidas; sus recetas se consideraban como licencias para vivir, y los moribundos le pedian que prorogase su existencia. Los chatos salian de sus casas con narices aguileñas; convertia las bocas más anchas en boquitas, y cicatrizaba los pulmones más llagados si su dueño los dejaba en su despacho por unos cuantos dias. Sabia las virtudes de que carecian los medicamentos, por lo cual nunca propinaba remedios inútiles, y su bisturí, en vez de causar dolores, hacia reir de gusto á los enfermos.

Llovían regalos en su casa; no bastaban arcas para guardar el oro y la plata, y para colmo de ventura, estaba casado con Eva, cada dia más hermosa y rozagante.

Estéban, sin embargo, no era completamente dichoso, porque amargaban su vida tres pesares.

Uno de ellos era el recuerdo de su amigo y el temor de revelar el crímen entre sueños; el esqueleto de German, colocado en un mueble de ébano y cristal, era la admiracion, por su vigorosa y gallarda osamenta, de todos los que visitaban el despacho; más de una jóven habia suspirado al verlo, pensando en el arrogante mozo á que debia haber pertenecido.

Algunas veces trató Estéban de relegarlo á un desvan; pero no se atrevia á faltar á la última disposicion de su amigo, temiendo que la preocupacion por semejante falta le hiciese soñar alto. Pero su presencia le mortificaba, sobre todo cuando Eva entraba en el despacho, y extraordinariamente si ésta se detenia á contemplarlo.

Creia entónces que el esqueleto iba á decir de un momento á otro: «Yo fui tu prometido; yo debia ser tu esposo.»

Pero el esqueleto era prudente y se callaba.

El segundo pesar de Estéban le producia su aficion de violinista. Si Eva le habia concedido su mano, fué, entre otras cosas, por tener un recuerdo de German en su mejor amigo; pero exigió á Estéban la promesa, consignada en escritura solemne, de no tocar el violin sino fuera de su casa.

Estéban era aficionado al violin; pero su gusto se convirtió en delirio con la prohibicion, y con la completa imposibilidad de satisfacerlo desde que la fama le absorbió todo su tiempo.

Un ciego apetito de tocar le martirizaba; sólo una ó dos veces durante su matrimonio habia podido alejarse de la poblacion con su violin y desfogarse en medio de un camino tocando con voluptuosidad y verdadera ánsia, hasta que sus dedos se agarrotaban ó se rompia el instrumento.

Pero el pesar más intolerable del doctor consistia en el descubrimiento de que su mujer era coqueta; unos dias fijaba su vista con placer en un buen mozo que le debia la nariz; otros miraba con demasiada frecuencia á través de los cristales, ó tenia continuas distracciones, ó recibia visitas á cada instante, ó escribia cartas muy largas en pliegos muy pequeños.

Convencido de la coquetería de Eva, determinó averiguar si era culpable, para lo cual anunció Estéban una mañana que pasaria aquella noche velando á un enfermo. Creia salir de dudas con esta estratagema, usada desde el principio del mundo por todos los maridos recelosos.

Llegó la noche, y cuando Estéban se despidió de su mujer, observó con espanto que Eva se habia peinado con más esmero del que tenia por costumbre.

IV

—Es imposible, decia Estéban en la calle.

—No hay remedio; si V. no me acompaña, mi hija se muere sin auxilio, le decia un cliente con voz amenazadora.

Estéban le siguió despechado y entró en la alcoba de la enferma, pensando en el peinado de Eva, y dispuesto á salir de aquella casa acto contínuo.

La jóven estaba sin movimiento, víctima de una horrible congestion que exigia la presencia del médico durante toda la noche, con pocas probabilidades de buen éxito.

El doctor vaciló un instante, y luégo pidió papel y tinta; escribió algunas líneas que entregó al padre de la enferma.

Cuando el padre leyó el escrito, quedóse lívido y dejó salir al médico.

Lo que juzgaba receta era un certificado de defuncion en toda regla.

Estéban salió de prisa, temiendo que por una reaccion milagrosa la enferma abriese los ojos.

V

A pesar de lo avanzado de la hora, habia luz en el aposento de Eva. La sangre de Estéban dejó de circular y quedó aterrado ante aquel solo indicio; luégo vió una sombra, que no era la de Eva, proyectándose en las cortinas. El indicio se convertia en evidencia, y la debilidad de Estéban se trocó en un vigor nervioso extraordinario.

Abrió con sigilo la puerta de la calle y cruzó las habitaciones lenta, callada y recelosamente, temiendo hacer ruido con el aliento, y deteniéndose asustado cada vez que su ropa rozaba las paredes, ó crujian sus articulaciones, ó el calzado rechinaba. Era preciso no alarmar á los culpables, lo cual les daria tiempo para destruir las pruebas de su falta, y era tambien preferible terminar de una vez aquel asunto á puñaladas, a soportar continuamente una deshonra sin venganza.

Cuando llegó á la puerta de la alcoba se hallaba fatigado, y debió tardar mucho en recorrer aquel camino, porque Eva estaba ya dormida, á juzgar por su respiracion, fuerte y pausada.

Estéban sacó una hoja de acero, que en sus manos debia ser un arma formidable, y abrió la puerta de la alcoba.

La luz seguia encendida; Eva no se habia despertado, y se veian dos bultos en el lecho.

El agraviado esposo tomó la luz y se adelantó hacia los culpables; pero de pronto Estéban se detuvo, pintándose un gran terror en sus facciones.

Al lado de Eva estaba el esqueleto de German, ocupando el sitio que le habian usurpado.

Estéban perdió el conocimiento.

Conclusión

—¡Despierta, Estéban! hemos dormido más de veinte horas.

Pero Estéban oia la voz de German y no se atrevia á abrir los ojos; cuando se convenció de que su amigo no era un esqueleto, saltó del lecho, miró á todos lados, y encontrándose en su salon, rodeado de huesos y toneles, no pudo contener el júbilo y se arrojó en brazos de su amigo.

—¿Y Eva? preguntó con timidez Estéban, y respondió German:

—No la conozco.

—¿Luégo todo lo he soüado?

Estéban refirió el cuento á su amigo, y éste le dijo sonriendo:

—Lo extraño es que la conversacion nuestra, sin embargo de tomar parte del sueño, es la que tuvimos ayer tarde.

—¿No brindamos por Eva? dijo Estéban.

—Sí, pero fué por la Eva del Génesis.

Los dos prorumpieron en una carcajada. Despues Estéban empezó á reflexionar, tratando inútilmente de separar de su imaginacion lo real de lo soñado.

—No caviles en eso, dijo German á Estéban; seria marcar los límites que hay entre la razon y la locura.

En aquel momento Estéban distinguió su violin, y descolgándolo, se puso á tocar una marcha diabólica y siniestra..

—Esta es la marcha qué improvisé en sueños, cuando Eva salió del salon para no oirme.

—Pues te aseguro, respondió German, que hizo bien en no escucharte; si te obstinas en seguirla, me veré en el caso de empezar mi ópera, la que me has prohibido tocar en casa.

—Deja que concluya esta parte añadió Estéban

con cariño.

German tomó otro violin y preludió una sinfonía.

—¡Tregua! ¡Tregua! dijo el primero arrojando el instrumento. Y luégo, dirigiéndose hácia donde estaba el tonel, exclamó, alzándole entre sus brazos:

—De tu interior ha salido Eva, tonel maldito, y temo que aun esté oculta en tu fondo; si saliese de él otra vez, mi amistad con German peligraria. Huye, enemiga del instrumento más armónico, á refugiarte en otra casa, á indisponer á otros amigos.

Y arrojó el tonel por la ventana con tal fuerza, que al caer en tierra se deshizo.

Los últimos vapores de la borrachera hicieron ver á Estéban entre las tablas desunidas y los aros del tonel la figura hermosa de Eva, mirándole con coquetería y perdiéndose al fin entre la niebla.


Ilustracion de Madrid, Junio de 1871.


Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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