Dos Anécdotas

José María Blanco White


Cuento, anécdota


El general Espoz y Mina, que tan gloriosa parte tuvo en la guerra de España contra Napoleón y que después recibió tan ingrato pago de sus servidos, se granjeó la estimación de sus compatriotas tanto por su amables cualidades cuanto por sus prendas militares. Cuando se vio prensado a salir de aquella misma patria por cuya libertad había peleado con tanta bizarría, llevó consigo un muchacho a quien había recogido. Era el chico hijo de un subalterno francés que, en una repentina retirada, le hubo de dejar rezagado. A breve rato pasó por allí Mina con su estado mayor y, oyendo los lamentos del niño, que estaba sentado encima de una piedra junto al camino, se llegó a él, vio que acababa de abandonarle su padre, se compadeció, resolvió tomarle bajo su amparo, se le llevó consigo y cuidó de su educación.

Habiendo llegado Mina a París para refugiarse entre los mismos contra quienes había guerreado tan valiente, andaba acompañado del muchacho y cuatro edecanes. Luego que se supo quién era, fue puesto al cuidado de un ayudante general de la Guardia Nacional. Estando con este jefe, vino a contar el modo en que había recogido aquel muchacho que llevaba en la compañía. El ayudante general hizo varias preguntas al huérfano, hasta que por sus respuestas vino en conocimiento de quién podría ser su padre, y envió a llamarle. No bien se presentó, cuando el muchacho corrió a él gritando «¡Este es mi padre!», y se arrojó en sus brazos. El padre sintió en su corazón que aquel era el hijo que tanto tiempo hacía daba por perdido. Todos los que se hallaban presentes se enternecieron profundamente al ver aquella escena y las afectuosas demostraciones del padre y del hijo. Mina estuvo silencioso por un rato. Pero luego que el oficial francés llegó a reponerse de las primeras impresiones de gozo, se levantó y, encarándose con él, le recordó, en términos muy enérgicos, las obligaciones de padre y, al mismo tiempo, pintó con tan vivos colores la mala conducta que había observado para con su hijo desvalido, aventurando su suerte, que el veterano dio allí mismo las más sentidas muestras de haberse conducido con tanta inhumanidad, y, arrasados los ojos en lágrimas, prometió repararla, cumpliendo en adelante todos los deberes de padre, con tal que se le restituyese el hijo.

—Vd. le abandonó —repuso Mina— en manos del enemigo; pero yo le recogí y le he tratado como si fuese hijo mío. Ahora se le vuelvo a Vd. Complete Vd. lo que yo he empezado.

Diciendo esto, entregó el muchacho a su padre, y todos los circunstantes quedaron prendados de su humanidad y nobleza.


* * *


Cuando Lavalette fue sacado de la cárcel por su mujer y huía a salvarse, atravesando la frontera en compañía de Sir Robert Wilson, el maestro de postas examinó su exterior y llegó a conocerle a pesar del disfraz que le encubría. Inmediatamente fue enviado por él un postillón, encargándole que corriese a rienda suelta. Mr. de Lavalette instaba con gran prisa para que le diesen caballos, pero el maestro de postas acababa de salir de casa, dejando mandado que no se le diese ninguno. Creyéronse descubiertos los dos viajantes, y no hallaban medio alguno de salvarse en un país que les era totalmente desconocido, por lo cual resolvieron defenderse y vender caras sus vidas. Al fin, cuando menos lo esperaban, vuelve a presentarse el maestro de postas, quien, dirigiéndose a Mr. de Lavalette, le dice:

—Me parece que es Vd. honrado. Supuesto que va Vd. a Bruselas, véase allí con el señor Lavalette y entréguele estos doscientos luises de oro que yo le debo y que pueden hacerle falta.

Y, sin aguardar respuesta, arrojó el dinero dentro del coche, y se marchó, añadiendo:

—Serán Vds. servidos con los mejores caballos que tengo. Ya he enviado adelante un postillón para que vaya preparando los tiros que Vd. necesitan para continuar el viaje.

Lavalette había sido Director General de Correos, y, habiendo hecho ciertos servicios a este hombre agradecido, recibió ahora el pago de su beneficiencia.


Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.
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