Descargar ePub «Al Cabo de los Años Mil...», de José María de Acosta

Novela


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Este texto, publicado en 1921, está etiquetado como Novela.


  Novela.
215 págs. / 6 horas, 17 minutos / 522 KB.
4 de julio de 2021.


Fragmento de Al Cabo de los Años Mil...

Comenzaron a caer una a una las sencillas prendas que moldeaban su cuerpo esbelto, grácil, escultural. Y ya entre sábanas, persignóse, apagó la luz y continuó pensando en su Toñín...

¿Por qué su padre se había opuesto tan terminantemente a aquel amor, que era toda su vida? ¿Por qué, despiadado e injusto, había llevado esta oposición a términos insólitos, amenazándola incluso con arrojarla del hogar si volvía a hablar con él? ¿Por qué? Toñín, al decir de su progenitor, era un pelagatos, un mastuerzo sin oficio ni beneficio, que no tenía dónde caerse muerto. Cierto que Toñín no era poseedor de fortuna ni había seguido carrera, que no tuvo quien le costease, pero era listo y trabajador y estaba empleado como escribiente en la notaría de don Sebastián. Toñín no seria quizá un ventajoso partido, pero ella no soñaba con ventajosos partidos, sino con un hombre bueno y noble que la quisiese y a quien quisiera. Rocío sólo ambicionaba un corazón amoroso donde pudiera explayar las ansias de ternura, ahogadas y contenidas, soterradas en el fondo de su alma. De la nobleza y bondad de su amado hablaban sus acciones; atestiguábalas su historia. Joven, no queriendo ser una carga para su madre, viuda y pobre, sentó plaza en el Ejercito. Distinguióse en el servicio, alcanzando pronto el empleo de sargento. Todos los pequeños ahorros de sus haberes, allegados a fuerza de privaciones, eran enviados a su madre; la mayor parte de su paga la giraba al pueblo. Y cuando se enteró de que su desvalida madre estaba enferma, obtuvo el licenciamiento, renunciando al modesto porvenir que la profesión militar le ofrecía, y corrió a cuidarla y consolarla, viviendo junto a ella. Durante los meses que la traidora y penosa enfermedad tardó en acabar de minar la naturaleza de su madre, ya gastada por las contrariedades de su vida, Toñín trabajó afanosamente; de día, en la notaría; de noche, llevándose trabajos extraordinarios a su vivienda, para que la que le dio el ser estuviese debidamente atendida y no careciese de nada necesario. Una noche y otra noche velaba los largos insomnios de la paciente, escribiendo sin descanso sobre el curialesco papel, y la pluma no descansaba más que los cortos momentos en que había que administrar algún medicamento o pócima a la doliente, pequeña tregua en el trabajo que aprovechaba para esperanzar a la enferma con cariñosas frases. Murió ésta bendiciendo anaquel hijo ejemplar, y Toñín la lloró con mudo dolor que transía los corazones. Era muy bueno Toñín, ¡muy bueno! Y muy inteligente, prueba de ello cómo había sabido captarse la confianza y la voluntad de don Sebastián, que descargaba en él los más difíciles encargos y a quien encomendaba los más arduos asuntos, siendo en realidad quien llevaba en peso la labor de la notaría. ¡Toñín, su Toñín, su gloria!


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