De Patricio Rigüelta redivivo a Gildo, «el letrado» su hijo en Coteruco

José María de Pereda


Cuento


Santander, a 28 de febrero de 1882.

Por demás te costa, Gildo, que el tiempo, bien aprovechao, da para todo, por mucho que ello sea, y que el hombre, si entiende sus comenencias, puede andar a cambas y a bolsas en un mesmo viaje, sin detrimentos de lo uno, cuando se enreda con el otro, porque la suerte se lo puso delante. Tamién te costa que no es tu padre de los que más desaprovechan las buenas ocasiones. Dígalo el auto de que mientras haga valer aquí los empeños que te son notorios en el caso que ventilo, agarro la que se me presenta bien a bien por la otra banda, sin quebrantos de la hacienda personal y en mayor auge del regalo del cuerpo.

Sabrás, Gildo, cómo, motivao al curso apetecido por uno de los empeños que trije, di con un sujeto que, en tiempos de ayer, fue lobo de la nuestra camá... y aticuenta que no empondero la comparanza, visto que Cueva se llamaba el punto de las juntas que teníamos; y que para lo tocante a echar la zarpá, con razón o sin ella, media provincia era monte para nusotros con la excusa del voto liberal. Buena escuela aquélla, Gildo. Allí aprendió tu padre esa finura de trabajo que le envidian tantos peines de ahora.

Pus dígote que me avisté con este tal sujeto; y avistándome con él, hízolo la suerte en hora y punto, que ni de molde. Agolía la casa a temblor de tierra, como el otro que dice, por salas y rincones; retinglaban vasos y cazuelas, y resollaba el manjar en la cocina, que era una bendición de Dios. Esta fue ocasión de pregunta maliciosa; la pregunta trijo una respuesta de cortesía y un brindis de cirimonia; y por si el sujeto se negaba a repitir la fineza, agarréme a la primera, que es la más segura, y quedé tan convidado como el mejor de los amigos causantes del osequio. Apuradamente, estoy yo en mis cabales cuando me veo entre gentes de viso y pulimento cevil; y no te rías de ello, Gildo, que si esas gentes me sacan punto en finuras de palabreo, yo le saco un jeme al más pintao en esto de apartar el grano de la paja; y váyase lo uno por lo otro.

En fin, hijo, que me di por solicitao; que llegó la hora, y que allá me fui con el más guapo. Y no fui de los últimos, porque esto lo tengo yo a descortesía, y porque, no habiendo alreguedor de la mesa más que pie y medio de plaza estipulao para cada asistente, no era cosa de arriesgarse uno a verse sin pizca de ella, como era de temer si menudeaban los convidaos fuera de cuenta, como yo. Recibiome el sujeto de lo bien, vamos al decir, que con toda la cirimonia y cortesía del caso; sin que por ello me atreva a asegurarte que no le quedara otra en sus adentros, visto lo poco que puso de su parte para que yo me diera por avisao. La verdá es que si en reparos tan cortos fuera capaz de tropezar yo, no hubiera pasao aquella vez del portal; porque, o me engañó el oído, o un diantres de guardián que estaba en él con carátula y sable, me llamó «pegotón»con una desvergüenza que asombró a la mía. Pero yo me hice el sordo, como si se lo llamara a otro que iba detrás (y bien pudiera ser así)... y ¡arriba, Patricio!

Ya irás cayendo en la cuenta, hijo mío, de que este particular de que te hablo fue una comida, aunque por la hora en que aconteció, cena la llamaran en Coteruco; pero has de saberte que ni cena ni comida se llamó el sujeto osequiante, sino Te masqué, como paece que se llaman entre los currutacos de ahora estos festines nocturnos, bien séase por acontecer en días de máscara o carátula pública, bien porque así lo estipulen extranjeros pudientes, que son los que dan el punto a estas cosas, y paece ser que lo entienden. Por lo demás, aquello ardía, Gildo, y rechispeaba; de tal modo, que si me preguntas el ditamen de mi paecer al asomar de pronto en la sala del agasajo, no te le sabré dar; porque lo que yo sentí entonces (y ya sabes que soy hombre sereno) fue a modo de una gofetá que me atolondró; sin que pueda yo decírte si esta gofetá fue de mano de la luz, de la del visual de la mesa escripía de vidrio, u del vocear del señorío presente, porque too ello junto lo tragué de súpito y cuando menos lo esperaba.

Pero pasó aquello tan aína como vino; y cata, Gildo, a tu padre en sus propios elementos y tan a gusto como en el mesmo poyo de la su cocina; porque has de saberte que por remate de ventajas, no echaba el ojo por el hemisferio de la mesa sin topar con personas de mi conocimiento. ¡Lo que tiene el haber corrido mundo y bebido en muchas fuentes! Así es que, Gildo, besamano desde allá, cabeceo por la otra banda, saludo por aquí, reverencia por allá, paecía yo un intendente de Rentas, lo que menos, y no un pobre pardillo de Coteruco, arrimao de pegote a aquella mesa tan relumbrante.

A lo que voy, Gildo. ¿Quién pensarás que fue el primer conocido que en aquel redondel de gentes me saltó a los ojos tan aína como se me pasó el deslumbre? Pus el mesmo don Pepitón el de la Corralera. Por lo resultante del relate que se hizo, parece ser que agolió el guisote dende el su lugar, y a catarle vino por sólo ese gusto. ¡Buena nariz, Gildo! Así está él de opíparo y nutridote de carnes. Verdad que es hombre de pocos desgastes, y tan fiel y bien regido de conducta, que fue capaz de venir desde su casa a la del sujeto sin alcordarse de otra mujer que de la suya propia.

Tamién cambié unas cortesías con don Ciprianito el de Toranzo. ¡Buen letrado! Tres veces me libró de cadena en causa criminal, y más de otras tantas hemos trabajado juntos en eliciones por la causa de la libertá. ¡Vaya si es fino de trabajo en esos particulares! Buen amigo me paeció siempre de sus amigos, campechanote y arrojado por ellos. Dijéronme si andaba o no ahora en propósitos de encarcelar al Gobernador civil y al Juez de primera istancia. No te afirmaré que el dicho sea el Evangelio; pero si el hombre llega a empeñarse de veras en ello, cátalos a la sombra.

A la vera de él estaba, guante en mano, tose que tose y bebe que bebe, el amigo que no le suelta de un tiempo acá, y por eso le conozco yo. El tal, aunque ya blanquea de arriba, sigue mozo soltero, y bien pué decirse de él que ha encanecío en la juventú, por los años que lleva metido en ella y el apego que la tiene. No es hombre de carnes, aunque no podría con ellas si toas las que dio con ujano a las tropas de nusotros en la última guerra, se le agarraran al hueso. Paece ser que tiene un equipaje en cada casa pudiente de la provincia: así es que cuando cae en una de ellas, no se levanta tan aína. De modo y manera que con estos agorros y aquellas ganancias, está el amigo reventando de posibles. Refiérote esto, Gildo, porque recordarás que en su día se dijo en Coteruco que aquella piojera y consumición que trijo de la guerra el hijo del nuestro vecino, y que al cabo le mató, fue obra del ujano del rancho que le daban allá. Y ahí tienes tú cómo, en ocasiones, lo que a los unos ajoga, a los otros engorda. Córrese tamién que este señor tiene un pavo.

Hacia salva la parte mía topé con otro lobazo viejo de la cama de la Cueva. No está tan rigioso de personal como en aquellos entonces, porque años y malos humores le agobian y enflaquecen; pero en lo tocante a la entraña, no ha cambiado pizca: quiero decir, respetive a lo eclesiástico; porque has de saber que siempre picó en hereje en ese particular. Resulta de que ahora le han excomulgao, y calcula tú cómo rezará al consiguiente, aunque yo tengo para mí que, vista la ruta que llevaba, no podía parar en otra cosa... Acá entre los dos: tamién él debía esperárselo, u no le asombró el asperge, porque he visto que sigue firme de diente; y de saque, mucho mejor. Llámase Justo. Con que fíate en nombres.

¿Te alcuerdas de un medidor que anduvo unos días en el nuestro valle, banderín aquí y banderín allá, marcando minas a unos y a otros, minas que luego salían castaña, y que decían de él que arremedaba a las gallinas cuando quería: según voces, por divertirse, y según otras, por sonsacarlas del gallinero y llevárselas a la su mujer? Pus allí estaba con los antiojos metidos en el plato...

Hombre, ya que miento el plato, he de decirte que se emponderaron mucho unas fegurucas pintás con jollín en el culo de uno grande, por el muchacho menor de don Cornelio. La verdá es, Gildo, que con lo chicucas que son y too, vivas paecen, y que el muchacho lo entiende; pero no me pasmé cosa mayor de la pintura, porque por mucho que pinte el muchacho, no es capaz de pintar en el aire unas cuentas municipales como yo.

Golviendo al caso, has de saberte que, por haber de too allí, también había un marqués. Por cierto que para ser tal marqués, me paeció bastante desmejorao, aunque esto pudiera consistir en que, según se corrió, anda de celo ahora; sin contar con que esto de lo territorial último paece ser que le trae bastante caviloso, motivao a que, como a mí y a otros probes, se le destapó lo enculto y le va a partir la contrebución resultante.

De angunos más pudiera darte cuenta en esta carta; pero no quiero alargarla con puntos de poco más o menos. Había allí mucho lagarto hambrón, agarrao al pesebre más que a la estima de la casa, a mi modo de ver; zancudones y largos; saltadores, por oficio, del huerto ajeno, por escarmentaos los unos y por arrepentidos los otros; quiero decir, Gildo, que habíalos padres ya, dados a la mujerona ensuta; y solteros con canas, viviendo de lo que cae por detrás de la Iglesia... Esto pude sacar de los relatos de unos y otros; que te aseguro, Gildo, que se los echaban acá y allá en puro guerreo, como si anduvieran a puñalada seca. Bien me paeció la engarra; pero mejor me paeciera si de tantos golpes como allí se dieron, hubiera alcanzao uno siquiera, para dejarle panza arriba, al hombre único que me quitó el sosiego con su presencia aquella noche; porque has de saberte, hijo mío, que allí estaba el pícaro faicioso que a ti y a mí y a todos los ensalzaos de Coteruco, nos sacó a la vergüenza pública con imposturas calumniosas en aquel libro que tú sabes. Pero el hombre debe estar muy en su punto en aquellos particulares, porque no tuve el consuelo de que le achacaran un mal tropiezo donde tantos otros salieron con descalabraúra gorda. Tentaciones tuve, Gildo, de golver a mis intentos de empapelarle, de rabia que me daba; pero ya me había dicho don Ciprianito en miles ocasiones que más me valía callar al respetive; y por si hablaba en razón, aguanté la corajina.

Dime con quién andas, Gildo, y te diré quién eres; relátame la fiesta, y pintaréte el santo; con que auto a lo estipulao, cata al sujeto osequiante. Hombre es, hijo, que ha de ser cogido en buena luna, si se quiere sacar raja de él; sin esto, que le tomes a la veta, que le tomes a contrapelo, es total igual: una pura lumbre; vamos, que centellea y retingla lo mesmo que una troná de verano. Cogido en su punto y sazón, como aquella noche, no paece pariente de sí mismo, respetive al genial y otros particulares; aunque en punto a explicativa, Gildo, en toa clase de lunas le encuentro lo mesmo, salvo el humor; quiero decirte, que, rabiando o triunfando, onde pone la lengua, cata la ampolla. Por lo demás, no se mete con naide ni murmura de ninguno. Así me gusta a mí la gente: la verdá por delante y los dichos claros, sin faltar al respeto... y caiga el que caiga, sin llamarse a engaño. Esto siempre es una ventaja, y, si a mano viene, un consuelo. Además es, de por suyo, picao al mujerío como un demontres; y basta verle, como yo le vi, pa caer en la cuenta de que tampoco escupe la melecina; pero si hemos de hablar en josticia, esto es lo menos en que pué dar a sus años un probe huérfano desamparao como él.

Tamién me paició suelto de pluma y ocurrío de idea, porque lió una copla allí relative a un compañero suyo, que por las trazas ha pensao invernar en el matrimonio, que te digo que estaba de lo bien. Pos évate con el interesao, que le soltó otra, malas penas las sintió encima, que no tenía güelta: oí si a esta tal le había sustipendiao el Gubierno de arriba por entendío en el copleo.

A too esto, ná te he dicho relative al manjar, y la carta se va acabando. Pus relative al manjar, has de saberte que me paició mejor que las coplas, aunque, en punto a sustancia, no tuvo comparanza con aquello de la becerra, de que te alcordarás. Pero no sólo de tajás y picardías vive el hombre, sino tamién de un buen roce personal, vistosidá de los ojos y recreo del magín, relative a la que hubo ración a manta en la ocasión que te pinto; quiero decir, en lo tocante a gentes de viso, relumbre de mesa, floriqueteo pomposo y leturas maníficas. Ello, sí, bien emponderao fue de unos y otros cada sorbo y cada bocao; tanto, que yo dije para mí, sin agravio de naide: «No sé yo qué quedara de esas emponderaciones, si el sujeto vos pidiera el tanto más cuanto al respetive de lo que habéis envasao».

Noté que entre alabanza y alabanza, se sonsacaba a éste y a aquél promesa de otro festival noturno; pero noté, al mesmo tiempo, que naide se daba por entendido: lo que no me gustó mayormente, porque si allí se alcordara algo, pudiera yo darme por entrao en el alcuerdo. La verdá es que me paició aquella gente, en lo respetive al caso, de la que lima pa dentro. El que se clareó un poco más, y como si quisiera reblandecerse algo, fue el pudiente del pavo. Por sí o por no, ya he pedío para él carta de empeño, con ánimo de entregársela el día que regienda la su cocina a temblor de tierra; cosa que yo he de saber por el mesmo sirviente que le cuida el ave, en virtú de media peseta que le tengo ofrecida si cumple bien, como espero.

Sobre lo que de esto resulte, con algo relative a las mázcaras de estos días, te hablaré en ocasión conviniente. Mientres tanto, puedes referir en Coteruco lo que mejor convenga de esta carta, porque algo ensalzan a tu padre estos osequios que recibe de personas tan pudientes y vistosas. No te olvides de contárselo a don Gonzalo. Sospecho yo, Gildo, que el tal no es quién para salir vivo de una cena como aquélla.

No han nacido todos con la entraña y el don de gentes prencipales (aunque me esté mal el decirlo) de éste tu padre que te estima

Patricio Rigüelta


Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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