Descargar PDF «José Matías», de José María Eça de Queirós

Cuento


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25 págs. / 45 minutos / 251 KB.
31 de octubre de 2021.


Fragmento de José Matías

Mas un día, la tierra, para José Matías, tembló toda, en un terremoto de incomparable espanto. En enero o febrero de 1871, Miranda, ya debilitado por la diabetes, murió de una pulmonía. Por estas mismas calles, en un pachorriento coche de plaza, acompañé su entierro numeroso, rico, con ministros, porque Miranda pertenecía a las Instituciones. Y después, aprovechando el coche, visité a José Matías en Arroyos, no por curiosidad perversa, ni para llevarle felicitaciones indecentes, sino para que en aquel lance deslumbrador sintiese a su lado la fuerza moderadora de la Filosofía... Hallé con él a un amigo más antiguo y confidencial, aquel brillante Nicolás de la Barca, que ya acompañé también a este cementerio, donde ahora yacen, debajo de lápidas, todos aquellos camaradas con quienes levanté castillos en el aire... Nicolás había llegado de la Vellosa, de su quinta de Santarén, de madrugada, reclamado por un telegrama de Matías. Cuando entré, un criado arreglaba dos maletas enormes. José Matías partía en esa noche para Oporto. Hasta se había puesto ya un traje de viaje, todo negro, con zapatos de cuero amarillo. Después de sacudirme la mano, mientras Nicolás removía un grog, continuó vagando por el cuarto, silencioso, como pasmado, con un modo que no era emoción, ni alegría púdicamente disfrazada, ni sorpresa de su destino bruscamente sublimado. ¡No! Si el buen Darwin no nos engaña en su libro de la Expresión de las Emociones, José Matías, en esa tarde, solo sentía y solo expresaba embarazo. Enfrente, en la casa de la Parreira, todas las ventanas permanecían cerradas bajo la tristeza de la tarde cenicienta. ¡Y todavía sorprendí a José Matías lanzando hacia la terraza, rápidamente, una mirada en que transparentaba inquietud, ansiedad, casi terror! ¿Cómo diré? ¡Aquella parecía la mirada que se dirige a la jaula mal segura en donde se agita una leona! En un momento en que él entró en la alcoba, murmuré a Nicolás, por encima del grog: «Matías hace perfectamente en irse para Oporto...» Nicolás se encogió de hombros: —«Sí, creyó que era más delicado... Yo aproveché. Solo durante los meses de luto riguroso...» A las siete acompañamos a nuestro amigo a la estación de Santa Apolonia. A la vuelta, dentro del coche que una furiosa lluvia azotaba, filosofamos. Yo sonreía, contento: —«Un año de luto; después mucha felicidad y muchos hijos... ¡Y un poema acabado!»... Nicolás acudió, serio: —«Y acabado en una deliciosa y suculenta prosa. La divina Elisa queda con toda su divinidad y la fortuna de Miranda, unos diez o doce mil duros de renta... ¡Por la primera vez en nuestra vida entrambos contemplamos la virtud recompensada!»


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