Libro gratis: La Perfección
de José María Eça de Queirós


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La Perfección


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Fragmento de «La Perfección»

Así gemía el magnánimo Ulises, al borde del mar lustroso... Y he ahí que, de repente, un surco de desusado brillo, más rutilantemente blanco que el de una estrella cayendo, rompió la rutilancia del cielo, desde las alturas hasta el oloroso soto de tuyas y cedros, que sombreaba un golfo sereno a Oriente de la Isla. El corazón del héroe latió con alborozo. Rastro tan refulgente en la refulgencia del día, solo un Dios lo podía trazar a través del largo Ouranos. ¿Descendiera a la Isla un Dios?

II

Un Dios descendiera, un grande Dios... Era el Mensajero de los Dioses, el leve, elocuente Mercurio. Calzado con aquellas sandalias que tienen dos alas blancas, los cabellos color de vino cubiertos por el casco, en el cual baten también dos claras alas, levantando en la mano el Caduceo, hendiera el Éter, rozara la lisura del mar sosegado, pisara la arena de la Isla, donde sus huellas quedaban rebrillando como plantillas de oro nuevo. A pesar de recorrer toda la tierra, con los recados innumerables de los Dioses, el luminoso Mensajero no conocía aquella isla de Ogigia, y admiró, sonriendo, la belleza de los prados de violetas tan dulces para el correr y brincar de las Ninfas, y el armonioso brillar de los riachuelos por entre los altos y lánguidos lirios. Una viña, sobre puntales de jaspe, cargada de racimos maduros, conducía, como fresco pórtico salpicado de sol, hasta la entrada de la gruta, toda de rocas pulidas, de las cuales pendían jazmines y madreselvas, envueltas en el susurrar de las abejas. Luego vio a Calipso, la Diosa dichosa, sentada en un trono, hilando en rueca de oro con huso de oro, la lana hermosa de púrpura marina. Un aro de esmeraldas prendía sus cabellos muy enrizados y ardientemente rubios. Bajo la túnica diáfana la mocedad inmortal de su cuerpo brillaba, como la nieve cuando la aurora la tiñe de rosas en las colinas eternas pobladas de Dioses. Y mientras torcía el huso, cantaba un trinado y fino canto, como trémulo hilo de cristal vibrando de la Tierra al Cielo. Mercurio pensó: «¡Linda isla, y linda Ninfa!»


20 págs. / 36 minutos.
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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.


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