Libro gratis: Buondelmonti
de José María Roa Bárcena


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Buondelmonti

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Fragmento de «Buondelmonti»

Mientras los amantes, sin hablarse palabra, se entregaban a todos los transportes del júbilo más vivo, Amidei se paseaba a lo largo del aposento.

—Se aman —dijo entre dientes—, y se aman bien. ¡Que sean, pues, felices! Mañana, luego que esto llegue a saberse, me despreciarán los nobles de mi partido, me tacharán de desleal. No importa: antes que mi partido y que mi patria, es mi hija. ¡Pobre hija mía, que ibas a morir!

El casamiento de Buondelmonti y María quedó arreglado definitivamente para los primeros días de abril, cuando la naturaleza se adorna con todas las galas de la estación primaveral.

II

Hasta los días a que nos referimos la Toscana se había conservado ajena a los desastres que los bandos políticos conocidos bajo las denominaciones de güelfos y gibelinos causaban a la mayor parte de la Italia. Sabida es la constancia infatigable con que casi todas las ciudades, y a la cabeza de ellas Milán, depositaria de la corona de hierro del lombardo, lucharon por espacio de más de treinta años para conquistar su libertad. Reducidas a escombros por Federico Barbarroja, renacían por sí mismas en virtud del esfuerzo y patriotismo de sus hijos, y aquel emperador en los últimos días de su vida, y antes de que fuese a morir en Oriente con la mira de libertar el sepulcro de Cristo, tuvo que otorgar su independencia a las ciudades italianas por medio de la paz de Constanza, respetada mucho tiempo de parte de los príncipes alemanes. Pero, como resultado de esa misma independencia, los nobles italianos, que dependían directamente del Imperio, se hallaron aislados en sus castillos feudales y privados de vasallos y de riquezas. La Iglesia había sido propicia a la libertad de Italia, y muchos de esos nobles, ora obedeciendo a sus simpatías personales, ora por acomodarse a las circunstancias, abrazaron la causa de la libertad y de la Iglesia, denominándose güelfos, al mismo tiempo que otros nobles que en un principio batallaron a favor de Federico Barbarroja, y que posteriormente conservábanse adictos al Imperio, fueron designados con el nombre de gibelinos. Cuando Inocencio III robusteció la independencia de Italia y contribuyó al rápido adelanto de sus ya populosas ciudades, la mayor parte de los nobles, deseosos de participar del desempeño de los cargos públicos y de conquistar por este medio nueva influencia que los indemnizase de la pérdida de su antiguo poderío, fueron abandonando los campos y estableciéndose en las ciudades. Florencia ocupaba ya entre éstas un lugar distinguido, y, no obstante la heterogeneidad de ideas de los nobles, que diariamente acudían a aumentar su vecindario, la paz pública no se turbaba en lo más mínimo, contentándose los antiguos partidarios con detestarse mutuamente en silencio.


15 págs. / 27 minutos.
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Publicado el 16 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.


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