La Cruz de Piedra

José Pedro Bellán


Cuento


Después de la vida diaria, pensada o acostumbrada toda ella a partir de un mismo punto como una constante carrera de sentimientos, queda algo oculto en nuestro corazón algo adormecido en nuestro ser que despierta en muy raros casos. Tales manifestaciones en la generalidad de los caracteres no son más que segundos de vida desconocida, sensaciones fugaces, efímeras que cruzan por los jardines de nuestras almas, como fáciles golondrinas o que iluminan las tempestuosas nubes de nuestras ras, con la vertiginosidad del rayo. En cambio, en los caracteres donde la imaginación vive soberana, estos momentos persisten, hasta ahogarse por completo en lo voluptuo.

Vais lentamente por la calle: las manos en los bolsillos, caídos los hombros, reclinada la cabeza y el paso ya tardo o de prisa, cual si los pensamientos que os dominan, regularan vuestra marcha. De pronto, vuestra atención pasiva, cual un ave traviesa y juguetona, se coloca en el sol que declina. A pesar de todo seguiréis cabizbajo hasta notar como poco a poco, los pensamientos se confunden, se hacen más vagos vuestros contornos interiores, llegando a entreverarse todo como en una nube densa. Es entonces cuando habréis ido de un mundo a otro, por vías secretas, involuntariamente es entonces cuando habréis llegado al sol, conducido por vuestra atención como un recuerdo atraído por la masa. La fuerte percepción del paisaje os dominará por completo: la tonalidad de los colores, lo raro de las figuras, la suavidad del ambiente y el murmullo mecido por la brisa os llevarán lentamente al límite entre la verdad y la ilusión. Colocado allí, cualquier cosa del paisaje os provocará una falsa percepción: notais una cirrus oblonga, enrojecida por los últimos rayos de sol, cruzada por enormes hendiduras y se os antojará una isla presa por el solfatara, sobre el azul del mar. Si vuestra atención persiste en la nube, empezaréis a notar los detalles; seguiréis el proceso del fenómeno y al. acordaros necesariamente de! azufre sentiréis su pestilente olor, veréis. desprenderse la tierra y caer pesadamente las piedras en la abertura hecha por el sulfuro, y muy probable que la fuerza de la idea haga creeros que la tierra que pisais se conmueve profundamente... Todo esto si poseeis en buen grado la imaginación creadora, si sois de los que quedais rezagados en las carreras diarias; si sois de los que os contempláis desconocidos.

Caminábamos por caminar, cuando el silencio de las calles nos invitaba a ello. Siempre hablábamos poco, pero en cambio reflexionábamos y sentíamos mucho en la sombría soledad nocturna. Esa noche como de costumbre íbamos pensativos. De pronto mi amigo interrumpe mis meditaciones, diciéndome:

—¿Te imaginas tú un hombre de esa altura? y me señaló un enorme palo de teléfono que se erguía rectamente.

—Sería colosal le dije, al mismo tiempo que un recuerdo explotó en mí:

—Ahí mismo, hace de esto seis meses, se mató un hombre. Figúrate que se tiró desde los travesaños superiores y se deshizo la cabeza contra una piedra que tiene una cruz.

—¿Tiene una cruz?

—Sí; muy bien marcada. Ahora te la mostraré. Anduvimos la media cuadra que faltaba y efectivamente, después de buscar un momento, encontramos que deseábamos. Era una piedra rectangular, grande y que tenia en su superficie una cruz cuyos cuatro extremos, tocaban los cuatro lados del rectángulo.

—¡Qué bien hecha, dijo pensativamente, y luego, elevando la vista hasta los travesaños del palo:

—Tendrá unos veinte metros de altura... qué rápida debió ser la caída... —y volvió a fijar sus ojos en la cruz de la piedra. Ambos quedamos silenciosos. De pronto me preguntó ansiosamente: —¿Cómo quedó la cabeza?

—Completamente destrozada. Algunos pedazos de cráneo saltaron hasta la vereda —y le indiqué un hueco en la pared donde cayó un pedazo de frontal. —Sus ojos no se le notaban, proseguí; todo él era una masa deforme: presentaba la columna vertebral y cl húmero izquierdo completamente destrozados Nunca ví algo que me causara tanto horror. Era imponente aquel entrevero de carne, sangre y hueso.

Pasó una semana y encontré de nuevo a mi amigo. Después de unas breves palabras Irte dijo en un tono de asombro.

—Sabes que tiene algo de singular aquella caída contra la cruz?; hace dos días que me preocupa.

—Indudablemente ves algo de novelesco en ello, le repuse; te atrae porque no es un caso vulgar.

—Tal vez... y seguimos andando silenciosamente. De cuando en cuando nos interrumpíamos con frases cortas.

—¿Has observado tú las sonrisas de los hombres gruesos?

—Lo he hecho. La mayor parte de las veces quieren ser irónicas, otras son esencialmente burdas y callábamos de nuevo dominados profundamente por la fuerza de nuestra imaginación.

Hacia la media hora de marcha. constatamos que estábamos a unos cien metros del fatídico palo de teléfono.

—Pasemos por allí, insinuó mi amigo, y yo acepté con placer. También a mí empezaba a preocuparme aquella piedra, en la cual se había deshecho un cráneo.

Llegamos hasta ella y llegamos sin buscarla. directamente yo iba tras de mi amigo corno tras de una idea.

—¿No nos verá nadie? preguntóme, mirando

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque tengo ganas de encaramarme.

No me extrañó tal deseo, pues estaba acostumbrado a las extravagancias de mi amigo.

—Sube si quieres, contesté.

Dicho esto, empezó a subir. A los cinco metros se detuvo.

—Paréceme que a esta altura se respira mejor, me dijo en voz alta y siguió subiendo. A los quince se detuvo de nuevo. —Cuidado con caerte, le grité. Ten en cuenta que si pierdes un pie...

—Oh, no te preocupes, soy muy hábil, y siguió ascendiendo. De pronto, de un modo anormal, quedó fijo.

—¡Baja! le grité. El pareció no haberme oído. No contestó nada. Yo veía su silueta inmóvil como una sombra proyectada sobre el palo. Así estuvo como unos tres minutos. Al cabo de ellos, habló al fin:

—Veo la piedra, veo la piedra, y sentí que aquella voz me había producido un escalofrío terrible.

—Bájate, bájate, le grité angustiosamente y me puse junto a la pared, como si quisiera esquivar un golpe. Un desgarrador —¡no puedo! hirióme los oídos: yo sentí que la muerte cerníase sobre mí... —¡La piedra!... ¡La cruz! proseguía infernalmente mi amigo. ¡la sangre!... ¡el cráneo destrozado! y noté que subía de prisa, como llevado por un impulso titánico.

Después no vi nada, no oí nada, no sentí nada. Al volver en mí, un cuadro siniestro se presentaba á mi vista: mi amigo yacía destrozado como una plasta. Una atracción misteriosa me acercó al cadáver y ví la cabeza ¡Dios santo! machacada sobre la misma cruz! Enseguida toquéle la columna vertebral y el húmero izquierdo y también estaban deshechos. Corrí hacia el hueco de la pared y había un pedazo de frontal ensangrentado. Luego volví hacia el cadáver, notando un ojo le caía sostenido tan sólo por el nervio. Entonces un espanto indescifrable se apoderó de mí. Hubiera querido huír, hubiera querido escapar a algo que me apretaba los hombros, que me empujaba hacia él y me detenía ante la mueca infernal que presentaba su expresión con el ojo enormemente abierto clavado sobre mi espectral ensueño como una alucinación.

Cuando la reacción se hizo sentir en mí, comprendí la gran desgracia que afligiría a mi corazón. Recién entonces sentí que había muerto mi mejor amigo, el único can quien compartía silencio. Después, como viera a un guardia civil que avanzaba lentamente, corrí hacia él, diciéndole con

—Venga Vd., venga Vd., se ha muerto un hombre. —Cinco minutos más tarde me aprisionaban fuertemente por los brazos y a semejanza del canto de los gallos, las pitadas de los guardias civiles, chicoteaban por la tranquilidad de la noche.


Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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