Yermo

José Pedro Bellán


Cuento


«Y creo que los omnicomprensivos no pueden crear ».


Roberto Ledesma, alto, escuálido, con una expresión de cansancio, lleno de arrugas y de muecas, podría tener cincuenta años. Pidió ginebra e interrogó a su compañero de mesa.

—Bebes?

—No; no siento necesidad, contestó el aludido.—Este, de treinta años, más bajo, de aspecto triste y enfermizo, estaba acurrucado en su silla. Tenía una cara puntiaguda y exangüe, dominada por dos surcos profundos que salían de la parte inferior de la nariz hasta confundirse en las comisuras de los labios. Usaba lentes azules y un mechón de pelo le caía sobre la frente.

—Eres muy tonto, Pablo, dijo Roberto, probando el líquido; la bebida es un talismán. Libre de su influencia me reconozco impotente. Entonces me es imposible colocar en las cosas, un poco del espíritu que me sobra...y... ya conoces tú mi teoría: cuando la máquina humana no cree más fuerzas que aquellas que le sean necesarias para producir su propio movimiento, se verá obligada a vivir de si misma, y esto, no tiene gracia. Me río de los que opinan que el placer estriba en conocerse a través de las circunstancias y de los tiempos. Bien que se apreciara en aquellas épocas, según las cuales parecía reciente el eslabonaje humano. Pero hoy después de tantos siglos hoy que nos sabemos de memoria,... ¡Vaya!, es estúpido... lo mismo que si nos impusieran la tarea de contar desde uno hasta. hasta... ¡qué se yo!. hasta allá!.. —Estaba casi ebrio y las ventanas de la nariz se le dilataban. Prosiguió con alegría:

—¡Bebe, bebe! El alcohol nos desata de lo ridículo y entonces la vida bulle ardiente en nuestra sangre. No es él, quien nos marea: es la plenitud, la intensidad, el vértigo del sueño.

Pablo meneó la cabeza con desconsuelo y exclamó:

—Me es imposible.

—¡Imposible?... prorrumpió, Roberto, manifestando asombro.

—Imposible. Tú vives. yo estoy estancado. Siento como si una envoltura de hierro me aprisionara. nunca podré salir. nunca podré librarme de este enjambre de ideas, de esta red de pensamientos que me mantiene en reposo.

—Es natural que eso suceda, querido Pablo. Jamás haces nada.

—Hace o lo que puedo... como cualquiera. Mi calma trabaja es incesante... demuele.

Roberto rió. —Tu calma! De modo que vives subordinado a tu calma!...

—Y qué? ¿Acaso puedo algo contra el centro de mi vida? ¿podría por ventura desviar fa función de mi ser?...

—Estás enfermo.

—Enfermo, sí, prosiguió Pablo con profunda amargura. Me he enfermado por querer ilusionarme. He deseado trasmutar todos los valores, he querido leer al revés en todas almas y de cualquier modo me ha espantado la pobre pasividad de todos los actos humanos.

— Pero existimos.

—No existimos; se existe. Los factores, ese algo que nos mueve, vive fuera de la voluntad de nosotros. Tenemos que someternos miserablemente a ese camino que nos es trazado de antemano. Cuando nuestra vida se da cuenta de que existe, cuando debiéramos hacerla propia, una verdad inexorable nos grita al oído, que hemos andado más de la mitad de la jornada cargado de lo ajeno.

Nos arrastran arbitrariamente la educación, las mismas convicciones, los mismos errores y las mismas costumbres de los otros, de los que han vivido antes. ¿Comprendes, tú, la inercia de mi ser? Es entonces un fondo de despecho lo que nos hace vibrar; el conocimiento de nuestra dignidad ultrajada, convertida en harapos, que llega siempre demasiado tarde. Todos nuestros deseos y nuestras aspiraciones, corren necesariamente en nuestras vidas, sin preguntarnos: ¿Podemos ser?... No soy yo quien pretende, no soy yo quien quiere; es el otro, el imperturbable otro, quien todo lo toma y lo digiere sin tenerme en cuenta para nada. El yo es una ilusión colocada entre la fuerte realidad de la constitución orgánica y el ambiente social que la rodea.

Hizo una pausa. Roberto se había apoyado sobre la mesa y escuchaba con el entrecejo cerrado. El alcohol y las palabras de Pablo, concluyeron por emborracharlo. Se levantó con brusquedad y tomando el brazo de su compañero, lo llevó hasta la plaza.

—Vamos... quiero aire.

Llegaron hasta un banco y se sentaron. Era las cuatro de la mañana y la plaza, toda ella, fría e inmóvil, parecía un cementerio. Sobre la totalidad del cielo, palpitaba tan sólo, el último planeta de la noche.

Pablo continuó:

¿Qué ha producido el hombre por el solo hecho de haberlo querido? Nada más inconsciente que la idea. Brota de nuestro cerebro, culminándolo todo. Es un rayo de sol que sorprende nuestros sueños y nos obliga a despertar. ¿Podría el genio dejar de serlo? Además, nadie puede dar lo que no trae consigo.

—Basta, murmuró Roberto, con la voz sorda y suplicante, basta...

—Piensa, piensa si es que puedes. La filosofía entera es un vivo ejemplo de la jactancia humana. Parte siempre despótica, pretendiendo dominar con su gesto la encrucijada de las rutas, pero, cuando llega al límite del horizonte, cerrado como un esfinge, choca, destripándose, desubstancializándose. Y de aquí, a la metafísica, laboratorio sideral, dedicado al estudio de tos fenómenos: el fenómeno del pensamiento.

—Basta, exclamó Roberto, de nuevo. Luego, dolorosamente, con la voz apenas perceptible agregó:

—¡Tengo sueño... déjame dormir...!—y se echó sobre el respaldar del banco. Pablo le examinó largo rato. Después, de pie, miró al Oriente.

El alba, precediendo al sol que se acercaba, desparramó las sombras y el último planeta de la noche, murió en la luz.


Publicado el 24 de octubre de 2021 por Edu Robsy.
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