Las Posadas

José Tomás de Cuéllar


Novela corta



I

En la casa de un corredor de número hay en el patio ochenta tercios robalo, de camarón y bacalao, capaces de asfixiar con sus emanaciones al corredor y á su familia.

Entra un agente de negocios, tapándose las narices, y cuando ha llegado á la asistencia exclama:

—¡Cáspita! ó vendes el pescado, ó no hay posadas, compadre.

—¡Aquí está el compadre! grita un muchacho.

—¡Compadre de mi alma! entra diciendo la mujer del corredor; ¿ya le pegó á usted el constipado?

—No, comadre, el camarón del patio.

—Ya se lo dije d ese.

Ese era su marido; lo avisamos, para que cuando el corredor diga esa, se entienda también que habla de su mujer.

El amor conyugal toma algunas veces la forma de pronombre: lo cual no es clásico, pero es cierto.

—¿Qué hay de posadas, compadre? dice por fin el agente de negocios.

—¡Qué posadas! si no pagan más que á cuatro y medio.

—¿Y qué?

—Que pierdo el dinero.

—Tengo marchante.

—¿Sí? ¿A cómo?

—A seis.

—No, compadre....

—Por vida de usted.

—¿A plazo?

—Estoy trabajando porque aflojen.

—¡Ah! no es casa fuerte.

—Son los gachupines de ahora un año.

—¿Por fin, pagaron?

—Sí.

—En fin, usted sabe.

—Aseguraré la venta.

—Bueno.

—Negocio concluído.

—¿Hay posadas? entra preguntando una polla, que acababa de pintarse de blanco de una manera feroz.

—¿Cuánto me das por la noticia? le preguntó á la polla el agente de negocios.

—Una danza.

—¿Nada más?

—Y un schotish.

—Bueno: pues hay posadas.

La polla se puso de un salto en la pieza contigua, y recorrió en seguida toda la casa, propagando la placentera noticia.

—¿Conque la armamos, nó, compadre?

La armaremos, compadrito, como ahora un año.

—Y ahora estarán mejores, porque vienen Sánchez y Amalia, y la Chata, y todos los de allá.

A estos personajes los puede conocer el lector en la novela que ha publicado Facundo con el apetitoso título de LAS JAMONAS.

El agente de negocios se fué á vender el pescado, y la mujer del corredor entró al despacho de su marido.

—¿Qué quieres?

—Es que.... las muchachas....

—Ya sé.... subsidio extraordinario.

—Pues como quieras: yo lo decía porque los vestidos verdes ya no están capaces por mí.... y aun por ellas nada importa; pero en fin.... tu posición.... ya sabes lo que son las gentes.

Entretanto el corredor escribía unas líneas en una tarjeta.

—Toma.

—Hemm.... murmuró la esposa; ¡si ya lo sabía! ¡eres tan bueno!

Aquella tarjeta cayó entre las pollas, hijas del corredor, como un aereolito de oro (si los hay) y al día siguiente la casa del corredor era un bazar de lienzos blancos, cintas, adornos y encajes, que no había más que pedir.

II

Dejáronse cuotizar sin oponer la menor resistencia un escribiente de la Tesorería, un pollo fino, cuyo papá es matancero, un escribano, dos diputados por Estado lejano, un español, novio oficial de una de las niñas de la casa, y un elegante que se llamaba Enrique..

El corredor de número tenía además hijos, sobrinos, primos, cuñados y todo lo necesario.

Estableciéronse todas las comunicaciones con los novios; se propagó la noticia de las posadas de boca en boca; se hicieron las convenientes invitaciones, y la casa del corredor se declaró en sesión permanente, teniendo por único asunto la importante cuestión de las posadas.

La hija mayor del corredor de número se llama Lupe, y se distingue de las demás pollas por la manera de peinarse.

Su cabello tira á azafranado, y es abundante: Lupe se lo alborota furiosamente y suele ocultar entre los crepés) que le sirven de armazón á la torre capital, algunos retazos de gro negro y otras menudencias.

La cabeza de Lupe es incomprensible; ni habría peine ni paciencia bastante para deshacer aquel amontonamiento de greñas, que se sublevan en todas direcciones, y sobre las cuales suele descollar una moña roja como una flor de nopalillo entre malezas.

La hermana de Lupe se llama Aurelia, y se distingue de su hermana en que se blanquea horriblemente, se pierde, desaparece detrás de un verdadero tabique de albayalde, en el que, á manera de cicatrices sanguinolentas, se asoman los ojos y la boca.

Lupe tiene novio que la visita, y Aurelia novio que la hace el oso á la oración.

Como el corredor de número no es muy viejo, ha tenido tiempo de entrar en la moda de los nombres raros, y tiene un hijo muy bruto que se llama Salomón, y una niña de diez años que se llama Lucrecia.

La mujer del corredor está fresca, á pesar de sus cinco hijos.

Esta opinión no es nuestra, sinó del agente de negocios, que como es compadre de la señora, ha tenido ocasión de juzgar con sus propios ojos; y fiamos tanto más en su testimonio, cuanto que al agente le parece todavía mas fresca la señora que á su propio marido.

Hay más; el agente de negocios tiene el valor civil de sostener esta opinión aún á la misma señora fresca.

—No puede ser, compadre, le dice ésta; sobre que mi marido que me conoce bien dice que estoy muy acabada.

—Esas son cosas de mi compadre, ya lo conoce usted; no le haga usted caso.

—Vamos á ver, dice el agente de negocios, que por otra parte es hombre de expedientes. Póngase usted su vestido color de rosa una noche de estas.

—¡Dios me libre!

—¿Cómo Dios me libre?

—Sí; ¿no ve usted que está muy escotado?

—Precisamente por eso lo digo á usted, comadre; con ese vestido tiene usted diez años menos.

—¡Ah, qué compadre!

—Positivamente; al grado de que se confunde usted con sus hijas.

La mujer del corredor soltó una de esas carcajadas que sólo es capaz de soltar una mujer, y no así como quiera, sinó una mujer galanteada.

La risa ocupa un término medio entre las palabras y las acciones. Si la mujer no supiera reírse, adiós mujer. Estas angelicales criaturas vienen al mundo con su provisión de risas, quiero decir, con su Santa Bárbara, con sus municiones de boca y de guerra, con todo lo que necesitan, en fin.

¿Para qué quieren más?

Esta risa de la mujer del corredor era de las de superior calidad; eminentemente dramática.

El agente de negocios se hundió en un piélago de conjeturas; y vean ustedes lo que son los hombres, ¿van ustedes á creer que sólo por esa risa se propuso el agente de negocios muy formalmente descifrar el enigma que encerraba?

Nuestro hombre sintió con la risa la misma comezón que con una charada difícil.

Guardó silencio, se quedó pensativo, y al cabo de un rato dijo:

—Comadre, por qué se rió usted?

—Por nada.

—¿Cómo por nada?

—Sí, por nada.

—¿No me lo ha de decir usted?

—No...

—Pues yo lo he de averiguar.

—¡Curioso!

—No... no es precisamente curiosidad.

—¿No? ¿pues qué?

—Dígame usted por qué se rió.

—Curioso; otra vez curioso.

El agente se volvió á quedar pensativo.

De repente su comadre se volvió á reír.

—¡Pero comadre!....

La comadre se rió más.

—Es usted muy risueña.

La comadre se desmoreció, se rió á reventar.

Era muy risueña la mujer del corredor de número.

III

De repente ya la señora fresca no se rió.

Había entrado su marido.

Con razón no se rió; un marido no es cosa de risa.

—Vamos á ver, compadre, dijo el marido; ¡á quién le toca la primera noche!....

—A mi hija Aurelia, interrumpió la señora.

—¿Y los otros muchachos? objetó el corredor.

—Bueno, pues esta noche á Salomón.

Como si hubieran adivinado ya, los cinco hijos del corredor estaban rodeando á su mamá.

—Esta noche le toca á Salomón la posada.

—¡Y á mí! ¡y á mí! ¡y á mí! dijeron todos.

—¡Silencio! gritó la mamá: esta noche á Salomón, que es la primera; mañana á Lucrecia; la tercera á Lupe; la cuarta á Pepe; la quinta á…

—La quinta á mí, dijo el agente.

—La sexta á Enrique, dijo el corredor.

—Eso es: Enrique es riquillo, que afloje.

Lupe se puso colorada.

—¿Qué es eso, Lupe? dijo el agente con intención.

—¡Compadre! murmuró la señora en tono de dulce reconvención. La sétima.....

—La sétima, veremos, dijo el corredor.

—La octava, á mí, dijo su mujer.

—Y á mí la Noche buena, ¿no es eso? dijo el corredor: en resumidas cuentas á mí todas.....

—No: ¿cómo todas?

—Casi..

Ese día el corredor salió á sus negocios y el agente difirió los suyos, menos uno: el de la risa de su comadre.

Tenía razón la señora: el agente de negocios era muy curioso.

Volvió el corredor, y encontró allí á su compadre: entonces fué el corredor el que entró á su casa tapándose las narices.

—¿Qué hay? preguntó al entrar.

El bisílabo mucho revoloteó en la imaginación del agente y de la señora, y los dos á una voz contestaron:

Nada.

—¿Y el pescado? preguntó el corredor.

—¿EL pescado? repitió el agente, como cogido con un anzuelo.... ¿el pescado, decía usted, compadre? y pillando en el aire una de esas ideas picaras que se le van á uno como azogue, dijo:

—Hasta las cinco.

Eran las dos.

—¡Ah! dijo el corredor.

—Sí, dijo el agente, arrojando más aire del que se necesita para una simple sílaba.

—Pues comeremos, compadre.

—Comeremos, dijo el agente.

Y comieron.

En la mesa, el agente estuvo mas atento que de costumbre.

—Que le calienten á usted el pulque, compadre; está haciendo un frío atroz y usted está un poco constipado.

—No, ¡qué disparate!....

—Sí, sí, compadre: á ver, que le calienten el pulque á mi compadre.

El corredor pensó:

—¡Qué fino es mi compadre!

La señora pensó á su vez:

—¡Qué vivo es mi compadre!

El corredor tomó el pulque tibio.

En la tarde, la mamá y las niñas se fueron á la plaza á comprar unos Santos Peregrinos, lama, heno, velas y colación corriente.

El agente se dedicó á vender el pescado.

El corredor volvió á salir á sus corredurías, que por más señas no le dejaban hacer pié en su casa.

A las siete llegaron cuatro músicos, de los cuales tres habían desempeñado sus instrumentos hacía dos días.

En casi todas las casas de empeño de México hay en depósito todo el año, veinte, treinta y hasta cincuenta bandolenes y guitarras; pero en Diciembre todos esos instrumentos se desempolvan y salen á hacer su aniversario de posadas, para volver á encerrarse en Enero.

Llegaron los convidados, y entre ellos el novio de Aurelia: llegaron también hasta tres señoritas, con acompañamiento de seis viejas y diez muchachos; y un momento después, la mujer del corredor, hincada ante un cajón de su ropero, que se había convertido en andas, se santiguaba devotamente.

—Señor mío Jesucristo.... ¡qué tonta soy! no nos hemos puesto de acuerdo en la tonada. Maestro, dijo dirigiéndose á los músicos, á cada Gloria Patri, ya sabe usted, y agregó cantando:


«¡Oh, peregrina agraciada!
¡Oh, bellísima María!
Yo te ofrezco el alma mía.
Para que tengas posada.»


Los músicos preludiaron la conocida canción, y la señora empezó de nuevo:

—Señor mío Jesucristo, etc.

Llegó el momento de cantar la letanía; ¡pero en latín! ¡y qué latín! Los Santos Peregrinos debieron alegrarse de ser de barro y de no haber entendido una palabra: en cambio la concurrencia no era mas fuerte que los Peregrinos en este hermoso idioma, muerto afortunadamente.

Aquel momento fué propicio para juzgar de un solo golpe las distintas impresiones que producía el rezo en los concurrentes.

La señora, rodeada de todas las viejas y de las criadas de la casa, tomaba la cosa por lo serio y rezaba hasta con unción piadosa.

Las pollas rezaban pensando en otra cosa.

Los pollos se reían y se hacían señas de inteligencia: hacían alarde de burlarse de aquello, y alguno prorrumpía en un ora pro no bis con voz de pecho. Esta calaverada caía mucho en gracia á los otros pollos, que á su turno gritaban también y ellos mismos creían que estaban muy divertidos.

El corredor y algunos amigos graves se habían estacionado en una puerta, aunque cada uno con su vela, para ver desfilar la procesión.

Los niños que llevaban las andas iban ufanos de su encargo, y otros hacían sonar unos pitos de carrizo, que entre todos los instrumentos de música son lo mas inarmónico y desagradable que puede sonar.

Los peregrinos, que venían cansados, como Rocha, de andar los caminos, pidieron posada, que tardaron en concederles por temor de que fueran los ladrones que querían robar, hasta que por dentro llegaron á decir:


Ábranse los puertas
Rómpanse los velos,
Que viene á posar
El Rey de los cielos.


Se repartieron cacahuates, confites y tejocotes á los concurrentes, y acto continuo comenzó el baile. Lo primero que hizo el agente de negocios fué sentarse junto á su comadre, y en seguida la preguntó:

—Comadre, ¿por qué se rió usted?

La comadre no contestaba más que esto:

—¡Curioso!

El agente se aventuró á bailar con su comadre,

El corredor le celebró este arranque de entusiasmo coreográfico.

—Bravo compadre, ¡así me gusta!...

—Qué quiere usted, compadre! le contestó el agente.

Y rompió á bailar.

—Sabe usted, le dijo un concurrente á otro, que huele mucho á pescado.

—Está ese patio... contestó el interpelado.

Entretanto, al agente de negocios le seguía haciendo cosquillas la risa de su comadre, y á ésta la seguía haciendo cosquillas la curiosidad de su compadre.

Al corredor no le hacía cosquillas nada todavía.

IV

Se notó á la segunda noche que hacían falta algunas copitas de licor y unos bizcochos, tanto más, cuanto que se esperaba más gente.

Efectivamente, á la segunda noche circularon á la hora del baile algunos platones con puchas, soletas, rodeos, polvorones y cuchufletas, unas rebanaditas de queso fresco, y licores de Perfecto amor, garuz, canela, vainilla y almendra, y no se omitió el ordinario tejocote ni el tostado de horno.

En cambio, la concurrencia fué mas numerosa, y el corredor empezó á ver en la sala fisonomías que le cogieron de nuevo absolutamente.

Todavía esa noche el agente no había logrado saber por qué se había reído su comadre.

—Estoy á punto, decía, de ponerme serio, de recibir, como una ofensa la negativa de usted, comadre.

—Hará usted mal....;

—¿Por qué?

—Porque eso no vale la pena.

—Sí vale, porque mi amor propio...

—No debe usted formalizarse.

—Si usted me fuera indiferente...

—Ya sé que no lo soy para usted, y se lo agradezco.

—Sí, pero sé que nada valgo.

—No lo siente usted así.

—¿No?

—No.

—Si valiera yo algo...

—¿Qué?

—Me diría usted por qué se rió.

—¡Otra vez!

—Perdóneme usted, pero he de insistir.

—¿Y si no se puede decir?

—¿Era burla?

—No.

—Entonces...

—Me pone usted en una tortura.

—¿Se rió usted de mí?

—No.

—¿Le parezco á usted ridículo?

—Al contrario.

—¿Quiere usted hacerme rabiar?

—Un poquito.

—¿Y después?

—¿Después?

—Sí.

—Ahí viene ese.

Ese venía á ver lo que estaba haciendo esa. Esa comenzó á estar cariñosa con su marido.

—¡Qué gusto me dá verte tan contenta! le dijo á su mujer.

El agente de negocios sacó cigarros y ofreció á su compadre.

—¿Pero qué estás haciendo compadre? ¡si yo no fumo! ¡de cuándo acá!

—¡Ah, es verdad! estaba tan distraído...

—La mujer del corredor que, según sabemos, era muy risueña, comenzó á reírse.

—¿De qué te ríes?.

Y como si su marido le hubiera dicho rie, la señora se soltó riendo hasta desmorecerse.

Al corredor no le gustó entonces la risa de su mujer.

¿Por qué sería?

El agente de negocios fué á la casa de su compadre en la mañana siguiente, y manifestó gran entusiasmo por las posadas. Llevaba unos farolitos de papel para adornar el corredor, y opinó porque como la cosa se iba formalizando, debía darse la colación en alcartacitos de papel, porque probablemente aquella noche iría el señor Sánchez con su familia, y llevó noticia de que tenía muchas esperanzas de colocar el pescado.

Otra esperanza estaba alentando al agente, y era ésta:

Al fin su comadre le había ofrecido explicarle lo de la risa.

Se nos había olvidado decir que la mujer del corredor se llamaba Esperanza.

La tercera noche la concurrencia fué todavía más numerosa y estuvo mas animada, porque empezaron á hacerse las amistades; y ya pollos y pollas traían un tragín de danzas ofrecidas, y de deudas, apuntes y promesas, que los asuntos del baile entraron en todo el calor de que son susceptibles.

Esperanza notó una cosa: que su marido estaba serio, é hizo otra, decirle al agente:

—¿Qué tendrá ese?

El agente le aconsejó prudentemente á Esperanza que no le hiciera caso.

¡Quien sabe si el corredor estaría serio porque notó que su mujer se había puesto un vestido morado que dejaba asomar un triangulito de la epidermis rosada del pecho!

El agente vió en el triangulito una esperanza de que su comadre se llegara á poner el vestido color de rosa, aquél que había dado origen á la risa que lo volvía loco.

V

Cuando se fueron las visitas, á eso de la una de la noche, la casa del corredor presentaba un aspecto diverso.

El corredor no quería acostarse.

—¿Por qué no te acuestas? le preguntó su mujer.

El corredor gruñó.

—¡Acuéstate!

El corredor no contestó.

Su mujer se le sentó enfrente.

Vamos á ver: ¿por qué no te acuestas? ¿Estás disgustado conmigo? ¿he cometido alguna falta? Habla, por Dios!

Tanto hizo Esperanza, que su marido habló.

—Lo que tengo es…

Esperanza tembló.

—Lo que tengo es.... que se me pueden tostar habas: estoy echando chispas.

—Ya lo veo; pero ¿por qué?

—Porque…

—¡Ave María purísima! pensó Esperanza.

—Porque, continuó el corredor, porque mi compadre…

—Ya pareció aquello.

—Porque mi compadre, exclamó el corredor en el colmo de la ira, ¡no ha vendido el pescado!....

Esperanza arrojó de un golpe todo el aire que había estado guardando, para exclamar:

—¡Ahhh!...¿y por eso te afliges? A mí me ha dicho que es negocio seguro, y que mientras más tarde lo venda lo pagarán mejor.

El corredor siguió triste, á pesar de esto; su mujer siguió insistiendo en que se acostara, y sólo lo consiguió después de muchos ruegos y á eso de las cuatro de la mañana.

Cuando vino el agente de negocios, Esperanza le dijo:

—Tengo que decir á usted.

—¿Qué?

—Una cosa: ese está enojado.

—¡Cómo!

—Furioso.

—¿Por qué?

—Dice que por el pescado.

—¿Y usted cree?....

—Que es por otra cosa.

—¿Ya lo vé usted? Si me hubiera usted dicho por qué se rió usted, no hubiéramos dado lugar…

—Sí; pero yo no he hecho nada malo, y es muy duro que sin que una dé lugar.... porque en fin, si él es celoso, muy santo y muy bueno, pero no tiene de qué…

—Ya se vé: eso es una injusticia, porque una cosa es que usted no me quiera explicar por qué se rió, y otra…

—No, compadre: no seamos hipócritas.

—¡Comadre!

—Todo es una misma cosa.

—¿Usted cree?

—Sí; usted tiene la culpa de todo.

—¿Por qué?

—Porque me hace reir.

—Yo no tengo la culpa de que se ría usted de raí.

—No, yo no me río de usted, sinó de sus cosas.

—Tampoco de eso tengo yo la culpa.

La noche siguiente fué la primera en que concurrió á las posadas uno de los diputados cuotizados.

Este diputado tenía una rareza: era muy afecto á lo amarillo: llevaba guantes amarillos, chaleco con rayitas amarillas, y corbata amarilla.

Lo presentaron.

El diputado encontró muy guapote al corredor de número: le simpatizó.

Pero encontró todavía mas simpática á la mujer del corredor.

Estaba vestida de amarillo.

Bailó con ella: estaba muy bonita, mas bonita que las otras noches.

El agente de negocios se lo había dicho ya, y se lo había dicho hasta su marido.

—¿Qué me ves? le preguntó ésta sorprendida de que su marido la viera tanto.

—Que te sienta ese vestido.

—Gracias, papasito: ¡viejo verde!....

—¿Qué le dice á usted su marido? le preguntó el diputado.

—Nada, vejeces.

—¿Cómo vejeces?

—Que le gusto mucho con este vestido.

—A mí también, dijo el diputado sin haber tenido tiempo de morderse la lengua.

Y aquí encontró el diputado una brillante oportunidad para hacer un panegírico del color amarillo: le hizo notará Esperanza que él llevaba siempre algo amarillo, y dedujo lógicamente que Esperanza y él tenían el mismo gusto.

—Otra de las cosas que me gustan mucho, dijo el diputado, es la danza.

—A mí también, contestó Esperanza, cuando menos lo pensó.

Y ya eran dos cosas en que estaban de acuerdo Esperanza y el diputado.

Siguieron platicando y bailando danzas, y ¡qué casualidad! resultó que poco á poco iban convenciéndose los dos de que tenían los mismos gustos, absolutamente los mismos.

Esperanza experimentó una verdadera cuanto inocente simpatía por el diputado y con una ingenuidad propia de la conciencia pura, le dijo á su marido:

—¡Si vieras cuánto me simpatiza el, diputado!... es un excelente sugeto.

—¿Oíga?... gruñó el corredor de húmero.

Esperanza vió empañarse su sinceridad en la negra injusticia de su marido, y experimentó una triste desazón.

El corredor de número se puso furioso, al grado de proponerse no dejar bailar á su mujer con el diputado.

—Compadre, ¿por qué no bailas? le preguntó el corredor al agente.

—Porque no tengo compañera.

—Aquí está mi mujer. ¿Cómo? ¿no le has dado una danza á mi compadre?

—Es que...

—Nada, nada, compadre, á bailar; bailen, hijitos, bailen esta danza.

Esto dijo en voz perceptible el corredor, de manera que lo oyera el diputado.

Esperanza y el agente se pararon á bailar la danza, y el corredor creyó haber dado un golpe de diplomacia de los mas certeros, desviando á su mujer del diputado, para entregársela á su compadre.

—¿Qué tiene usted? le dijo en la danza el agente á su comadre.

—Furiosa.

—¿Por qué?

—Está celoso ese.

—¿De mí?

—No, del diputado.

Aquí fué donde tocó al agente de negocios reírse á reventar.

—¿Por qué se ríe usted, compadre?

—¡Curiosa!

—¡Vengativo! ¿por qué se ríe usted?

El agente se reía á más y mejor.

—Estamos pagados.

—Comadre, esta es la danza mas encantadora que...

—¿Qué?...

—Que he bailado en mi vida.

VI

Esa noche hubo un aumento considerable de botellas, y sustituyendo al Perfecto amor, vino el cognac, el Padre Kermann y el Chartreuse.

El diputado, que desde que llegó á México había hecho su estudio práctico de brindis en el Tívoli, invitó á brindar al corredor y á su mujer.

—Por nuestra amistad, dijo: por la felicidad conyugal que se gozará en ver siempre inalterable este hijo de Sonora, todo corazón y sentimiento, todo amor para sus amigos; porque esta patria querida nos permita, aún enmedio de las funestas revueltas intestinas, gozar de la paz que nos brinda con ratos tan placenteros como el presente; por la simpática señora de usted, á quien he tenido el mayor gusto en conocer, como una de las mexicanas mas recomendables y hechiceras.

Chocó su copa con la de Esperanza y con la del corredor, y la apuró.

Esperanza le hizo una seña á su marido para que contestara el brindis; pero el corredor no se dió por entendido.

Al corredor le sucedió una cosa rara: por pensar en el diputado, no se volvió á acordar del camarón ni da su compadre.

La animación subió de punto en aquella noche, al grado que el diputado pidió para sí la posada de la noche siguiente, y Sánchez, el señor Sánchez, pidió otra.

A las dos de la mañana, volvió á repetirse la escena de la noche anterior.

El corredor no se quería acostar; estaba lo que se entiende celoso: hecho un energúmeno contra el pobre diputado, á quien pretendió poner en ridículo ante su mujer.

—Ya lo verás, decía; me va á costar esto un ojo de la cara; con eso, y con que mi compadre no venda el pescado, nos lucimos; para tí, que estabas queriendo que la cena de la Noche buena fuera modesta, á ver si te atreves á servir á estas gentes revoltijo y robalo en aceite y vinagre; á ver si les sales con tu cena de familia, para que te critiquen; ahora, todo lo que no sea salmón y ostiones y fiambres, nada vale; ya esto se puso de lujo; allá verás, allá verás al diputado fanfarrón, que por quedar bien contigo, echará mi casa por el balcón; y luego el señor Sánchez,., y en fin, y todo por tus coqueterías.

—¿Mis coqueterías?

—Sí, si tú no le hubieras sacado el diente al diputado, no se hubiera entusiasmado al grado de pedir una noche, y en todo esto; ¡el papel que voy á hacer!

Entretanto, el agente de negocios se estaba dando mil parabienes.

Hacía algunos años que conocía a su comadre, y basta ahora... basta ahora le había notado un chisgo... y sobre todo una risita tan maliciosa...

—¿Dónde tendría guardada mi comadre esa risita? se preguntaba el agente; vamos, si sobre que es una risa... y luego mi compadre que se está volviendo tan imprudente.

Todo esto lo pensaba el agente, mientras que Esperanza y su marido se tronaban por el diputado.

Una cosa alentaba á Esperanza en la contienda, y era que el corredor no había dado en el item.

Esperanza tenía esta lógica:

—Mi marido es torpe é injusto, y esto no lo puedo tolerar; si se encelara de mi compadre, pase; pero del diputado.... por lo cual.... allá se la haya.

La noche fué mas borrascosa que la anterior; pero Esperanza se durmió mas pronto, como si su propio marido le hubiera aligerado el peso de su conciencia, errando el tiro.

La quinta noche de posadas en la casa del corredor de número, estuvo espléndida: el diputado envió preciosos juguetes para obsequiar á las señoras; se sirvieron ponches, jaletinas, sandwichs y pasteles; se tomó champagne, y la concurrencia estuvo de lo más complacida.

Esperanza tuvo mucho de qué hablar con su compadre, y con razón. Tenía que contarle todo lo que le había sucedido.

Esperanza á pesar de todo, bailó con el diputado, quien por hacer los honores, se estaba inclinando ya, á fuerza de ponches, á acentuar la danza.

Los borrachos abusan de la prosodia y acentúan hasta la danza.

El diputado era hombre de buena cabeza; pero se sentía muy animado en algunos momentos; se ponía expansivo y locuaz, y le daba por querer á todo el mundo.

Todo esto era oro en polvo para los celos del corredor, quien, cada vez mas desorientado, no tenía más consuelo que quejarse con su compadre.

—No lo creas, le decía éste; el diputado es inofensivo, todo lo hace de buena fé; y como es de Sonora, es francote y tiene sus naturalidades…

—Lo mismo me dice mi mujer; pero qué quieres, yo no lo paso, y vamos á acabar mal.

Por supuesto que Lupe y Aurelia no cabían en sí de felicidad, supuesto que su papá y su mamá estaban tan entretenidos en sus asuntos, que no habían tenido tiempo de observar que las chicas se despachaban entretanto con el cucharón.

Los pollos, novios de las muchachas, estaban también en el auge de su felicidad.

—Esta noche no hubo rezo, dijo uno.

—No, se suprimió, porque como han venido tantas personas de cumplimiento.....

Efectivamente, el corredor estaba logrando ser extranjero en su propia casa: ya casi no conocía á nadie, y como se había descuidado la indispensable fórmula de las presentaciones, los pollos y los cuotizados; sin ceremonia alguna, llevaban ya á todos sus amigos, al grado de no ser posible ya bailar en la sala, á causa de lo numeroso de la concurrencia.

El corredor, estaba tostado, y siendo el objeto de críticas de los concurrentes, por su retraimiento y mal humor.

La tercera contienda conyugal fué mas estrepitosa, al grado que se hizo notar por todas las personas de la familia; y ya el diputado era objeto de bromitas y epigramas de parte de los pollos, en tanto que el bueno del compadre gozaba de la reputación de santo, siendo así que tenía ya para su capote que decididamente su comadre era ya, sobre muy desgraciada en su matrimonio, muy digna de toda su consideración.

VII

Las noches siguientes no cedieron en nada en lujo y concurrencia á las anterior es, y ya las señoras se presentaron con grandes vestidos de baile, y no había uno solo de los caballeros que no llevara guantes.

Llegó la Noche buena, y el pobre del corredor había abandonado el campo desde la víspera, so pretexto de tener mucho que hacer en la calle; y el diputado, Sánchez, el agente, los novios de las niñas y algunos pollos entusiastas, se apoderaron de la casa del corredor como de país conquistado: era una verdadera guerrilla de esas que salvan á la patria cada rato, era una irrupción de vándalos; era una torre de Babel. Ya vienen unos cargadores con naranjos y pinos de parte de Sánchez; ya llegan unos criados de la casa de Fulcheri, con el servicio de la mesa, de parte de Sánchez; la modista se encierra con las niñas; los criados se atarantan; se quitan los muebles de la sala para poner otros mejores, que se han alquilado; la recámara del corredor se convierte en segunda sala de baile, y sin maldita la oposición, le ponen sus papeles debajo de una cama: quien pone velas; quien cuelga faroles; quien se lleva á una polla por un pasadizo para darle celos; y aquella casa, en fin, era una trapisonda incomprensible.

El agente de negocios encontró llorando á su comadre, y tuvo necesidad de consolarla, empleando todos los recursos de la oratoria, y otros de su invención particular, hasta que consiguió que su comadre volviera á reírse.

La Noche Buena fué buena para todos, excepto para el pobre corredor, que estaba en un brete, al grado de que ya ni ponía cuidado en lo que estaba pasando.

Qué tal sería el spleen del corredor, que dejó que el diputado hiciera lo que le diera la gana.

Lo único que veía el corredor era su reloj.

Le hizo una grosería á su compadre, dos al diputado, tres á su mujer, y no hubo pollo ni concurrente á quien no le gruñera.

—¿Por qué está usted triste? le dijo un pollo (que acababa de cenar furiosamente,) á la mujer del corredor.

—Porque mi marido está de mal humor»

—¿Y eso es todo? preguntó el pollo.. Vamos á alegrárselo á usted.

Y reuniéndose con otros tres pollos, invitaron al corredor á brindar primero contra los diputados, luego contra la danza; y de brindis en brindis, y por medio de esa tenaz insistencia de que es capaz un pollo á dos luces, acabaron por emborrachar al corredor.

Sólo que lejos de prestarle el licor la expansión que á los demás les había proporcionado, le causó un horrible malestar, y dando traspiés el dueño de la casa, se fué á buscar la pieza mas oscura y retirada de ella para acabar de pasar la noche.

La aurora del 25 sorprendió al diputado rendido de fatiga y de satisfacción; a las pollas bailando todavía la última danza en brazos de sus novios y haciéndose las últimas protestas de amor.

La misma aurora, á pesar de que todo lo ve, no pudo hacerse cargo siquiera que bajo los pliegues del vestido color de rosa dé Esperanza estaba la mano de ésta íntimamente estrechada con la del agente de negocios.

El corredor dormía profundamente.

El agente de negocios había vendido todo el pescado, y su comadre tenía razón: mientras mas tarde lo vendiera se lo pagarían mejor.


Publicado el 21 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.
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