El Gorrión Estudiante

José Zahonero


Cuento



I

Es muy laudable en todos el deseo de instruirse y si este deseo impulsa á ejecutar aquello que á la instrucción conduzca, la alabanza ha de ser mayor, porque es muy merecida. Pues señor, en pueblecillo próximo á Madrid, San Fernando, según yo creo, uno de los Carabancheles, según dicen otros autores, si bien disputan sobre si en el de Arriba ó en el de Abajo, nació un gorrioncillo muy listo. Por lo que de él parloteaban ciertos pajarillos, parece que el tal era hijo de un pájaro sabio, admiración de las gentes en las ferias, pues con su pico sacaba de un puchero adivinanzas y profecías y habría llegado á mayores habilidades si el amor no le hubiera hecho fugarse de su jaula y huir con una pajarilla á poner nido como un pájaro cualquiera.

Y de esta calaverada nació el gorrión de mi cuento. Como el talento se hereda, cuando ya pudo volar y ya piaba claro, pensó el pajarillo en seguir una carrera; quiero decir, en tender el vuelo en una dirección determinada y con un propósito decidido.

El veía en el suelo la hierbecilla refrescada por millares de pequeñas y lucientes gotitas de rocío; veía en los árboles los botones que en las ramas anunciaban el comienzo de la primavera á la claridad de la mañana, teñida ya por el rubor rosado de la aurora; miraba ondular como un mar los crecidos y verdosos trigos; sentía correr, produciendo glú glú constante y alegre, una fuente próxima y el pío pío de unos polluelos que se hacían lugar bajo las alas de la gallina madre, y como clarines de guerra oía sonar el canto de los gallos. Y pensó:

—¡Qué grande es el mundo! ¡Pero á bien que yo tengo alas y pronto le correré!

Pues señor, que se esperezó, raspó en la ramita su pico, saltó de una en otra, bajó al suelo, dio dos ó tres saltitos, giró luego en torno de su árbol natal, quizá emocionado al enviarle su última mirada de despedida, fuese á la fuentecilla que allí cerca corría, bebió, agitó sus alas en el suelo y por último, partió en vuelo tendido y largo más allá de los trigos que limitaban el paisaje si era mirado desde el árbol en que el pajarillo había tomado su primera resolución.

A poco llegó á contemplar un espectáculo bien distinto: era más accidentado el terreno y ofrecía á los ojos multitud de detalles difíciles de apreciar á un solo golpe de vista.

Como el deseo de nuestro pájaro era instruirse, pensó en mil métodos, porque tanto han cacareado esto de los métodos nuestros sabios, que ya están hartos de conocerlos todos, hasta los pájaros, pero como la cabeza de un pájaro es pequeñita pronto desechó nuestro gorrión todas las metodologías y sistemas; tal dolor de cabeza le dio pensar en ellas, y se decidió por el gran libro de la naturaleza y entusiasmado comenzó sus observaciones.

Esto del libro de la naturaleza se lo oyó decir no sé si á un naturalista ó al maestro del pueblo, que paseando llegaron una tarde cerca del árbol de nuestro pajarillo.

—Comencemos —se dijo éste, y en un ir y venir de su cabecita, buscando objetos que estudiar, fijó su atención, porque vivamente sedujo sus ojos con sus brillantes colores, una preciosa flor coronada por gotas de rocío, adornada de tenues corolas y bella como más no pudiera desearse.

II

—Buenos días, señorita —dijo prontamente y en una piada el curioso pajarillo;— bien pudiera V. informarme acerca del mundo que pienso recorrer; la estatura de V. es algo mayor que la mía y parece V. persona distinguida; así que le rogaría que siquiera acerca de lo que á V. y á sus vecinos y á su país concierna, me contara alguna cosa interesante.

La flor nada dijo; estática, parecía representar la imagen de esos seres inofensivos, de alma inocente, que sin más esfuerzo que el de vivir, reciben el rocío de la felicidad, el soplo frió de la desgracia, el ardor de los deseos de los que la codician, las alabanzas de los que las importunan, sin proferir ellas palabra; bella, modesta, resignada, imponiendo con su indefensa y débil naturaleza á los que no teniendo respeto á nada, olvidan que al tronchar un tallo por la mitad es lo mismo que segar un cuello con un alfanje.

La flor nada dijo, y el pájaro la tuvo por tonta.

Al extremo de unos cerros divisó el gorrioncillo unos molinos de viento, que con movimiento rapidísimo agitaban sus aspas en constante voltear; ¡qué gente tan activa! A ese paso pronto ascienden ó se alejan de donde están; aquellas son las que verdaderamente viven y no esta flor que yace aquí muerta y quieta por una eternidad; pensó el pajarillo y se alejó de aquel lugar, creyendo haber aprendido una verdad: esto es, que los molinos viven porque se mueven, y las flores ni viven ni se mueven. Y marchó sin más reflexión tan satisfecho, sin pararse, despreciando multitud de cosas que á su entender no debieran ser estudiadas, tales como una colmena de abejas laboriosas. ¿Qué podrá ser eso tan feo? —se dijo.— ¡Bah, un tronco cortado! y un hormiguero, ¿qué enseñarán esos puntitos vivos? ¿Pueden enseñar algo seres tan despreciables? se dijo, y continuó su vuelo.

Se detenía en un punto, daba dos ó tres saltitos, miraba aquí y allá con un vivo girar de cabeza, y como si ya toda lo hubiera percibido de una mirada, se alejaba de allí muy satisfecho.

¡Deciros lo que voló tras unas franjas de todos colores, que luego de una ligera lluvia, y al aparecer el sol, se pintó en el cielo, sería no acabar, y al término de su afán, al ver desaparecer tan lindos colores y venir del punto en que se divisaban una bandada de grullas, pensó muy formalmente que estas se habían guardado las cintas en el bolsillo. Tomó por ave de corto vuelo, juzgando su tamaño, nada menos que á una paloma mensajera; huyó de un huerto por miedo á un pelele espanta-pájaros, y cuasi cuasi, cae en una trampa formada por ladrillos, pensando que era un comedor dispuesto así en el tejado para socorrer á los pájaros viajeros!

Hasta que por fin divisó Madrid con su masa extensa de edificios, su multitud de torres y medias naranjas apizarradas. ¡Ah, cómo latió el corazón del pobre pajarillo; él recordaba lo que le había oído contar á su padre de tan maravillosa población, de los montoncitos de desperdicios que todas las mañanas se encuentran en las calles, de la multitud de jáulas que colocan al sol en los balcones, de los carros cargados de grano y de mil y mil recursos que ofrece este pueblo á un gorrión culto, experto y civilizado!

III

Pero, sobre todo, le preocupaba lo que pensaba lucirse con los gorriones de la villa, luego de haber estudiado, cual lo había hecho él la Naturaleza.

Á Madrid llegan á bandadas todos los días millares de valerosos aventureros; asturianos armados de fuertes brazos y paciencia sin igual; gallegos laboriosos, y á la vez llegan por los aires, gorriones expertos, contra los cuales de nada servirían ni aun los bandos del Municipio.

Así como los provincianos encuentran su colonia, los gorriones tienen la suya; excusado sería deciros que halló en ella buena acogida nuestro viajero.

Encontróse con un viejo, amigo de su padre, que se aposentaba en el alero del Museo de Historia Natural; allí se congregaban multitud de sabios gorriones que jamás habían salido de la villa, é interrogaron al gorrioncillo de mi cuento acerca de las flores y de los campos.

Aseguró este muy formal, que las flores no vivían y los molinos sí, que no llamaban la atención las colmenas ni los hormigueros y, por último, que las grullas habían guardado para sí los hermosos colores del arco iris.

Las risas que este produjo al grave y docto senado fueron tales, que llamaron la atención de un canario colocado en un balcón de la casa de enfrente, y que temió por cierto que preparase aquella familia alguna jugarreta contra su comedero.

—Pero ¿en qué punto has aprendido lo que nos cuentas? —preguntó un gorrión gordo y lucido que concurría al patio de Los Dos Cisnes á la hora de limpiar las cacerolas.

—En el libro de la Naturaleza. ¡Dios mío, qué de censuras oyó nuestro pajarillo! Todos tuvieron un jolgorio de burlas á costa del inocente.

—Es necesario que aquí te ilustres y estudies —le dijeron.

¡Cuántos desengaños le salieron al paso! No fué pequeño el haber despreciado algunas frutas verdaderas por verlas algo sucias y pasadas, y haber con avidez querido picotear en un cesto de frutas de cera, que por sus colores le parecieron frescas y reales!

Mas pronto aprendió á vivir y pronto se cuidó tanto de estudiar la Naturaleza, como yo me cuido de la pipa enrroscada del gran turco. Al santo amor por saber, sucedió un deseo de conocer los rincones de las callejuelas y la entrada de los patios de fondas y graneros…

Se había pervertido; había muerto su santo entusiasmo; era un pilluelo vividor…; estaba corrompido.

La ciencia para él se reducía á la de los pájaros pedantones, que viviendo encima del Ateneo, de la Academia ó de la Universidad, así como para comer tomaban los desperdicios de las calles, para instruirse aprendían los términos pomposos, las denominaciones técnicas que podían escuchar al posarse en las ventanas de dichos establecimientos.

Y nuestro gorrioncillo se burlaba á sus anchas del gran libro de la gran maestra Naturaleza.

IV

El trabajo y otras causas nos separan, mi querido Ferrari; pero por ti conservo la firme amistad de siempre y aquel entusiasmo que también siempre me ha hecho decir, sin temor de equivocarme, que eres el poeta de la juventud, el poeta de la evolución progresiva de nuestro tiempo. Tú no has perdido la enseñanza de la gran Naturaleza; tú conservas vivas las impresiones que los grandes aspectos y los grandes espectáculos, hicieron en tu alma, y debo citarte como el tipo contrario á mi pajarillo, que no vió… no pudo ver, ¿cómo? lo que tú has visto. De hombrecillos de cráneo estrecho, como el de nuestro pájaro, esperemos oir que la experimentación nada es, que nada enseña la Naturaleza… porque la han mirado… á vista de pájaro, solamente á vista de pájaro, con cerebro de pájaro. No con alma de poeta, no con alma de verdaderos artistas. Y punto redondo.


Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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