Libro gratis: Misterio en la Casa de los Azulejos
de Joseph Sheridan Le Fanu


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Misterio en la Casa de los Azulejos

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Edición física


Fragmento de «Misterio en la Casa de los Azulejos»

Aquí la vieja Sally reanudó sus labores de punto, que había suspendido durante unos momentos, como si estuviera escuchando el viento en el recinto embrujado de la casa de los azulejos, y luego prosiguió con su narración.

—La misma noche que le sobrevino la muerte en Londres, Oliver, el viejo mayordomo, estaba oyendo leer a Clinton, que era muy leído, la carta que le habían mandado por correo aquel mismo día, en la que le comunicaban que preparara sus cosas, pues sus problemas se habían resuelto ya prácticamente, y que esperaba estar de nuevo con ellos en el plazo de unos días, y a lo mejor al mismo tiempo que la carta; y mientras estaba leyendo, se oyó un espantoso golpeteo a la ventana, como si alguien estuviera tratando de abrirla por la fuerza, y la voz del conde, como ambos imaginaron, grita desde el otro lado de la ventana: «¡Dejadme entrar, dejadme entrar, dejadme entrar!». «Es él», dice el mayordomo. «Claro que es él, ¡vive Dios!», dice también Clinton, y los dos miran primero a la ventana y luego el uno al otro, y después otra vez a la ventana, supercontentos y muertos de miedo a la vez. El viejo Oliver tenía reuma en una rodilla, y encima estaba cojo. Así que Clinton se dirige a la puerta de la casa y grita: «¿Quién es?», pero no oye ninguna respuesta. Tal vez, se dice Clinton para sus adentros, ha dado la vuelta a la casa para llamar en la puerta trasera. Dicho lo cual, se dirige a la puerta trasera y vuelve a preguntar a gritos quién es, pero no oye ninguna respuesta ni ningún ruido fuera; y empieza a sentirse nervioso y vuelve a la puerta principal. «¡Eh! ¿Me oye? ¿Quién está ahí?», grita, pero sigue sin recibir ninguna respuesta. «Voy a abrir la puerta de todos modos», dice, «tal vez por eso se ha ido por ahí», pues conocían bien sus problemas, «y quiere entrar sin ruido», pero no dejaba de rezar pues algo le decía que no era eso; y entonces corre la tranca y abre la puerta. Pero no ve allí ni hombre ni mujer ni niño ni caballo ni forma viviente alguna; sólo nota algo que se cuela subrepticiamente entre sus piernas. A lo mejor ha sido un perro, o algo parecido, no está seguro, pues sólo lo ha visto un instante con el rabillo del ojo; y ha entrado como si viviera en la casa. No ha podido ver hacia dónde ha ido, si hacia arriba o hacia abajo; pero a partir de entonces nadie vivirá tranquilo en la casa. Y Clinton cierra la puerta y se echa a temblar de miedo y vuelve con Oliver, el mayordomo, que parece más blanco que la hoja blanca de la carta de su amo que está temblando entre su índice y pulgar. «¿Qué es? ¿Qué es?», pregunta el mayordomo, esgrimiendo la muleta a modo de arma, mirando fijamente a Clinton, que se había vuelto casi tan pálido como él. «El amo está muerto», dice Clinton, suspirando; y bien muerto que estaba.


15 págs. / 27 minutos.
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Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.


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