Descargar ePub «Discurso Cívico», de Juan Díaz Covarrubias

Discurso


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  Discurso.
21 págs. / 37 minutos / 172 KB.
18 de junio de 2019.


Fragmento de Discurso Cívico

¡Adiós, Hidalgo, adiós! Si al fin, al otro lado de ese cielo de zafir, hay un Dios que recompensa, un Dios que perdona y olvida, tu alma reposará allí blandamente en su seno. Si más allá de esas nubes flotantes, que conducen el rayo o transparentan el Sol, girando encima de nuestras cabezas, hay un mundo todo luz, todo aromas, todo virtud, tú habitarás en él, porque el cielo es la república de la eternidad y tú soñaste en la vida en esa república.

Si en ese cielo en que los hombres hemos pensado en las tediosas horas del infortunio, se puede volver una mirada a la lejana tierra, si es posible aun recordar lo que otro tiempo se adoró en la vida, si queda al menos una reminiscencia vaga como crepúsculo de luna, de los nobles delirios del pensamiento que abrasaron nuestra mente con su fiebre, tú nos verás en esta noche solemne a nosotros tus hijos, los hijos del pueblo; tú en esta noche, te acordarás de aquella noche; tú pensarás en tu libertad querida, y llorando nos bendecirás; ¡adiós, Hidalgo, adiós! Nosotros pensaremos en ti, mientras haya vital aliento en nuestro ser, nosotros rezaremos por ti mientras haya plegarias en nuestro corazón, te suspiraremos mientras haya suspiros en nuestro pecho, te lloraremos mientras quede una lágrima en nuestros ojos; y si un día, el viento del olvido y del desengaño político, se lleva esa memoria y esas plegarias de nuestro ser, oreando al pasar esas lágrimas, te buscaremos a nuestro alrededor en los vergeles de Anáhuac; contemplaremos tu noble cabeza que emblanqueció la fiebre de una idea gigante, en la nevada cima de nuestros volcanes; escucharemos los suspiros de tu pecho, en esa brisa soñolienta que murmulla en las hojas de los árboles de nuestros campos, al desmayar la tarde cuando el Sol se recuesta fatigado detrás de las colinas; escucharemos tu voz en el gemidor arroyo que canta quejándose al pasar. ¡Adiós, Hidalgo, adiós! ¿En qué luz de esas estrellas que bordan el azul del firmamento en las noches tibias del estío se nos revela la luz de tu mirar? ¿Cuál de esos fugitivos celajes de las tardes de primavera, forma la huella de tu planta cuando atraviesas por el cielo? ¿En qué brisa de aurora está tu aliento? ¿En qué música de río está tu acento pronunciado aquella palabra santa que dijiste en 1810?… ¡Adiós, Hidalgo, adiós! Tu recuerdo es para nosotros mexicanos, como es para nosotros hombres la memoria de nuestra madre o de un ser adorado que perdimos en la infancia; recuerdo dulcísimo y triste, que a veces medio borran las impresiones juveniles de la vida; pero que renace más vivo y más querido, en las horas calladas de la melancolía; si te hemos olvidado en medio de nuestras convulsiones políticas, puesto que hemos olvidado esa misma libertad que nos legaste al morir, ya nunca te olvidaremos. De hoy en más, las letras de tu nombre serán para nosotros como los ecos que aún despiertan muchos años después en nuestro corazón, los cantos monótonos con que arrullaban nuestras madres nuestro sueño cuando niños, cantos que alguna vez apagaron las tempestades de los errores del corazón; pero que de nuevo escuchamos, cuando tendemos llorando la mirada a nuestro mejor pasado. ¡Hijo del pueblo!, si aún hay plegarias en tu alma, reza por Hidalgo que era tu padre, y tú, ¡pobre hijo del pueblo, no has tenido muchos padres; si aún hay lágrimas en tus ojos, llórale, porque fue mártir!, si aún eres bueno, ¡piensa en él, piensa en él!…


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