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Este texto forma parte del libro «Perico».
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—Hay arena más fina en el mar —le dije un día.
¿El mar? El no lo había visto. Pero conocía a un hombre que viajó por él. Nunca le había hablado de las arenas del mar.
Le llevé un puñado un día.
La miró y dijo simplemente:
—Esto no es arena. Es polvo. No ensucia las manos pero no es arena. Arena es esto!
Levantó del río un puñado, la extendió en la palma de la mano:
—Se puede poner en la boca. Es dulce y fresca.
Paleaba y paleaba Perico. La mañana comenzaba a levantar árboles contra el sol que estaba creciendo tras el bosque.
El mar sería lindo. Pero no tenía árboles. Los barcos no eran sino carretas. No necesitaban caminos para viajar. Y terminaba:
—Mi padre, que era carrero, iba así por los campos. Las estrellas lo guiaban. El será arenero toda la vida. Le gusta mucho el río, las arenas, los árboles. Cuando a uno le gusta una cosa y puede serlo no precisa más...
—Todo es lindo. La mañana y la tarde... ¿Y el mediodía? Guardar bajo las arenas una sandía, y luego partirla, y comerla y beberla mientras arden las cigarras en el talar crespo y gris.
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Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.
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