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<p>Es un pueblo perdido en el campo. Trasmano de toda huella. Para allí no vienen ni van caminos. Los circos llegaban allí a reparar sus fuerzas. Como los barcos en los diques careneros. A veces no lo lograban y se morían allí. Restos de sus lonas y de sus letreros estaban por los bordes del pueblo como restos de un naufragio. Frente a la pulpería de las carretas hay un letrero que dice: Fenómenos, bestias y leones...</p>
<p>Por eso mi pueblo está lleno de viejos artista que no tienen sino recuerdos. Uno de estos hombres –el domador Arbelo– es quintero.</p>
<p>Tenía treinta años cuando llegó allí por primera vez. Me dijo que cuando juntara algún dinero compraría tierra y haría una quinta.</p>
<p>Cuando llegó allí por última vez, viejo ya, se le murió el último león. Entonces era domador y caramelero, pues el dueño no dejaba vender dentro de la carpa sino caramelos que fabricaban allí. Como llovió durante varios días seguidos, el circo quedó cercado por el barro. Uno a uno comenzaron a irse los artistas. A Arbelo se le enfermó el león. Decía que lo había muerto la humedad. La noche se llenaba de unos rugidos mezclados de golpes de tos que daban mucha lástima.</p>
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Publicado el 27 de julio de 2025 por Edu Robsy.
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