Tendría diez años cuando el padre se enfermó. Lo llevaron al pueblo.
El quedó con Arbelo —otro montaraz— de poca prosa, compañero de trabajo.
Un día llegó un guardia civil a avisar "que el pobre Menchaca hacía días que era muerto".
Arbelo despidió al chasque, ensilló, llamó a Martincito y lo llevó al
boliche del Turco José. Habló algunas palabras con éste y se sentó en
un rincón. Apuró tres o cuatro cañas metido en un silencio que hacía
callar al Turco.
Después de ir y venir del mostrador a los estantes éste llamó a
Martincito, le puso una camisa de merino negro y le dio un paquete de
caramelos y ticholos.
—Cómalos todos nomás, —le dijo— son de regalo...
Arbelo pagó, ganó la puerta y ordenó al niño:
—Vamos.
El Turco abandonó la reja y llegó al resguardo de ramas que le hacía techo. Desde allí se animó a gritar a Arbelo:
—Cuídelo, pobrecito...
Arbelo ni le contestó.
* * *
Cuando llegaron al rancho miró al niño y le dijo:
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