Enviar a Pocketbook «Leyendas del Antiguo Oriente», de Juan Valera

Novela corta


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  Novela corta.
110 págs. / 3 horas, 12 minutos / 243 KB.
28 de abril de 2019.


Fragmento de Leyendas del Antiguo Oriente

Lo malo es, si hemos de creer a otros sabios, que ya es tarde para imitar a los pigmeos. Nuestras grullas han roto el cascarón: la raza que ha de acabar con nosotros, como nosotros acabamos con los antropiscos, vive y se extiende por el mundo y le domina, y ha empezado la obra de aniquilamiento. Darwin, Schaafhausen y otros doctos ingleses y alemanes, han explicado bien la teoría de que lo que es mejor y más fuerte, debe suplantar a lo que es peor y más débil. Las razas decaídas y endebles, que se quedan en grande atraso, que no pueden seguir, ni a remolque y a la larga distancia, a otras razas más enérgicas e inteligentes, están condenadas a perecer y de hecho perecen. Al contacto de toda civilización muy superior, los hombres de una civilización muy inferior, se mueren todos. Los portugueses y españoles, como no estábamos muy civilizados, no dimos muerte a todos los negros e indios con quienes entramos en relación cuando nuestros descubrimientos y conquistas; pero, según parece, los ingleses y los yankees, como más adelantados en civilización, tienen la misión de acabar con todos. A unos los matan a cañonazos porque se rebelan, como a los cipayos; a otros de hambre y de tristeza, arrojándolos de los terrenos fértiles que habitaban y acorralándolos e internándolos en tierras más estériles, como a los cafres, hotentotes, pieles-rojas y naturales de la Nueva Holanda y Nueva Zelanda; y a otros los matan de fastidio, con el empeño de que lean y se afinen, y estudien la Biblia, como a los alegres habitantes de Otahiti, olvidados ya de sus danzas lascivas y de sus fáciles amores, y sujetos a la férula de algún ministro protestante, empalagoso y cogotudo. Hablando Quinet de estos infelices polinesianos, exclama: «De una raza de hombres, esparcida sobre una inmensa extensión del globo, no quedará un individuo sólo dentro de pocos años.» «Pronto, añade más adelante, no quedará de estas naciones sino una queja vaga del abismo, un canto popular, una lamentación, quizás algunas palabras de una lengua muerta que pasarán a la lengua de los europeos.» Como prueba de esta misión destructora de los ingleses, dice el doctor Zimmermann que la India Oriental había sido invadida por las feroces hordas de los mongoles y los turcomanos, los cuales incendiaron palacios y ciudades enteras, pasaron a cuchillo a los moradores, e hicieron otras cien mil insolencias. El país, con todo, era tan generoso y tan rico, que pudo alzarse de nuevo a la primera prosperidad. Pero fueron los ingleses a la India, y la India, que era antes un jardín florido, se va convirtiendo en un yermo, y su población de 400 millones se va reduciendo a la cuarta parte. Sin duda que en esto hay alguna exageración del doctor Zimmermann; mas no puede negarse que, aun despojando de la exageración, basta para demostrar cuán terrible es la civilización cuando llega muy desnivelada, y para hacernos sospechar si serán los ingleses ese género nuevo con que Edgardo Quinet nos amenaza, y que no bien acabe con los indios, ha de empezar a acabar con nosotros. Toda raza inferior, con respecto a otra superior, es un eslabón, un anillo de la cadena que une al hombre con la naturaleza bruta, y según lo explica satisfactoriamente el ya citado Schaafhausen, es una ley ineludible del progreso, que este eslabón o anillo se rompa y aniquile.


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