El Viejo y la Niña

Leandro Fernández de Moratín


Teatro, comedia



Advertencia

En el año de 1786, leyó el autor esta comedia a la compañía de Manuel Martínez, y los galanes fueron de opinión de que tal vez no se sufría en el teatro por la sencilla disposición de su fábula, tan poco semejante a las que entonces aplaudía la multitud; pero se determinaron a estudiarla a pesar de este recelo, persuadidos de que ya era tiempo de justificarse a los ojos del público, presentándole una obra original escrita con inteligencia del arte.

Costó no pequeña dificultad obtener licencia para representarla, y sólo pudo conseguirse haciendo en ella supresiones tan considerables, que resultaron truncadas las escenas, inconsecuente el diálogo, y toda la obra estropeada y sin orden. La segunda dama de la compañía, que frisaba ya en los cuarenta, no quiso reducirse a hacer el papel de doña Beatriz, a fin de conservar siquiera en el teatro las apariencias de su perdida juventud. La comedia volvió a manos del autor y desistió por entonces de la idea de hacerla representar.

Dos años después, creyendo que las circunstancias eran más favorables, restableció el manuscrito y se le dio a la compañía de Eusebio Ribera, bien ajeno de prevenir el grave inconveniente que amenazaba. Una actriz que, por espacio de treinta años, había representado con aceptación del público en algunas ciudades de Andalucía y en los Sitios Reales, mujer de gran talento, sensibilidad y no vulgar inteligencia en las delicadezas del arte, se hallaba entonces de sobresaliente en aquella compañía. Leyó la comedia, la aplaudió, la quiso para sí, y determinó representarla y hacer en ella el personaje de doña Isabel. Podía muy bien aquella estimable cómica desempeñar los papeles de Semíramis, Atalía, Clitemnestra y Hécuba; pero no era posible que hiciese el de una joven de diecinueve años sin que el auditorio se burlase de su temeridad. El conflicto en que se vio el autor fue muy grande, considerando que debía sacrificar su obra por un tímida contemplación, o que había de tomar sobre sí el odioso empeño de sacar de error a una dama, a quien ni la partida de bautismo ni el espejo habían desengañado todavía. Si la compañía de Martínez no hizo esta comedia porque una actriz se negó a fingir los caracteres de la edad madura, tampoco la compañía de Ribera debía representarla mientras no moderase otra cómica el infausto deseo de parecer niña.

Entre tanto, la comedia se iba estudiando, y el autor anunciaba en silencio un éxito infeliz, que se hubiera verificado si otro incidente no hubiese venido a disipar sus temores. El vicario eclesiástico no quiso dar la licencia que se le pedía para su representación, y el autor recogió su obra, agradeciendo la desaprobación del juez, que le libertaba de la del patio.

Pasaron dos años, y todo se halló favorable. Los censores aplaudieron el objeto moral, la regularidad de la fábula, la imitación de los caracteres, la gracia cómica, el lenguaje, el estilo, la versificación: todo les pareció digno de alabanza. Así varían las opiniones acerca del mérito de una obra de gusto; y tan opuestos son los principios que se adoptan para examinarla, que a pocos meses de haberla juzgado unos perjudicial y defectuosa, otros admiran su utilidad y la recomiendan como un modelo de perfección.

El público, supremo censor en estas materias, oyó la comedia de El viejo y la niña, representada por la compañía de Eusebio Ribera en el teatro del Príncipe, el día 22 de mayo de 1790. Aplaudió, si no el acierto, la aplicación y los deseos del autor, que daba principio a su carrera dramática con una fábula en que tanto lucen la regularidad y el decoro.

Juana García desempeñó el papel de doña Isabel, reuniendo a sus pocos años su agradable presencia y voz, la expresión modesta del semblante y la regular compostura de sus acciones. Manuel Torres, uno de los mejores cómicos que entonces florecían, agradó sobremanera al público en el papel de don Roque; y Mariano Querol supo fingir el de Muñoz con tal acierto, que pudo quitar al más atrevido la presunción de competirle.

Representada esta comedia en los teatros de Italia por la traducción que hizo de ella Signorelli, fue recibida con aplauso público; pero muchas ilustres damas, acostumbradas tal vez a los desenlaces de la Misantropía de Kotzbué y La madre culpable de Beaumarchais, hallaron el de la comedia de El viejo y la niña demasiado austero y melancólico, y poco análogo a aquella flexible y cómoda moralidad que es ya peculiar de ciertas clases en los pueblos más civilizados de Europa. Cedió el traductor con excesiva docilidad a la poderosa influencia de aquel sexo que, llorando, manda y tiraniza; mudó el desenlace (para lo cual hubiera debido alterar toda la fábula) y, por consiguiente, faltando a la verosimilitud, incurrió en una contradicción de principios tan manifiesta, que no tiene disculpa.

Personajes

DON ROQUE, viejo.
DON JUAN, amante de DOÑA ISABEL.
DOÑA ISABEL, mujer de DON ROQUE.
DOÑA BEATRIZ, viuda, hermana de DON ROQUE.
BLASA, criada.
GINÉS, criado de DON JUAN.
MUÑOZ, viejo, criado de DON ROQUE.

La escena es en Cádiz, en una sala de la casa de DON ROQUE.

El teatro representa una sala con adornos de casa particular, mesa, canapé y sillas. En el foro habrá dos puertas; una del despacho de DON ROQUE y otra que da salida a una callejuela, que se supone detrás de la casa. A los dos lados de la sala habrá otras dos puertas: por la de la derecha se sale a la escalera principal, la de enfrente sirve de comunicación con las habitaciones interiores.

La acción empieza por la mañana y concluye antes de medio día.

Acto I

Escena I

DON ROQUE, MUÑOZ.

DON ROQUE:
¡Muñoz!

MUÑOZ:
¡Señor!

(Responde desde adentro.)

DON ROQUE:
Ven acá.

(Sale MUÑOZ.)

MUÑOZ:
Ved que queda abandonada
la puerta y zaguán.

DON ROQUE:
¿No echaste
al postigo las aldabas
y el cerrojillo?

MUÑOZ:
Sí eché.

DON ROQUE:
Pues no hay que recelar nada
mientras a la vista estamos;
y si Bigotillos ladra,
al instante bajarás.

MUÑOZ:
¿Y a qué fin es la llamada?

DON ROQUE:
A fin de comunicarte
un asunto de importancia.

MUÑOZ:
No está mi cabeza ahora
para consultas.

DON ROQUE:
Extraña
condición tienes, Muñoz.

MUÑOZ:
Yo bien sé...

DON ROQUE:
No sabes nada
de lo que voy a decir.

MUÑOZ:
¡Sí, que al chico se le escapan
las cosas! ¡Como es tan bobo!

DON ROQUE:
Escúchame dos palabras,
y escucha con atención;
porque al honor de mi casa,
y a mi quietud...

MUÑOZ:
En efecto
salió lo que me pensaba;
vaya.

DON ROQUE:
Conviene...

MUÑOZ:
Conviene
que declaréis lo que os pasa,
y qué queréis, sin andar con
repulgos de empanada.

DON ROQUE:
Guarda el rosario, y escucha.

MUÑOZ:
Guardo, y escucho.

DON ROQUE:
Excusada
cosa será repetirte,
pues no debes olvidarla,
la estimación y el aprecio
que has merecido en mi casa;
tanto, que habiéndote siempre
aborrecido en el alma,
por motivos que ya sabes,
mis tres mujeres pasadas,
yo siempre sordo a sus quejas
te he mantenido en mi gracia.
Dieciséis años y medio,
tres meses y dos semanas
hace que comes mi pan;
en servidumbre tan larga...

MUÑOZ:
Y bien, le he comido, ¿y qué?

DON ROQUE:
Digo, que esto sólo basta
a que tú, reconocido,
cuando yo de ti me valga...

MUÑOZ:
Vamos al asunto.

DON ROQUE:
Vamos.
Sabrás, Muñoz, que la causa
de mi mal, lo que me tiene
sin saber por dónde parta,
es ese don Juan... ¿Qué dices?

MUÑOZ:
¿Yo acaso he dicho palabra?

DON ROQUE:
Jurara...
MUÑOZ

(Aparte.
Lo que no suena
oye; y lo que suena, nada.
)

Señor, adelante.

DON ROQUE:
Digo,
que el autor de mi desgracia
es este don Juan que vino
a Cádiz ayer mañana,
y aceptándome la oferta
que le hice yo de mi casa,
se nos ha metido aquí.
¡Nunca yo le convidara!

MUÑOZ:
La culpa la tenéis vos;
¿quién os metió...? Me da rabia...;
cuidado que... ¿quién ofrece
con repetidas instancias
hospedaje, cama y mesa
a un hombre, que...?

DON ROQUE:
No sin causa
hice el convite, Muñoz;
porque él en Madrid estaba
con don Álvaro de Silva,
su tío, con quien trataba
yo, por tener a mi cargo
aquello de la aduana...
Ya te acuerdas: murió el tío;
fuerza fue, pues le dejaba
por su heredero, tratar
con el sobrino; y en varias
cartas que escribí, formando
unas cuentas que quedaban
sin concluir, por algunas
cantidades devengadas,
le dije que si quería
venir a hospedarse a casa
cuando pensara en volver
a Cádiz... Mas ¿quién juzgara
que lo había de admitir?
Un hombre de circunstancias
como es él, que en la ciudad
conocidos no le faltan
de su genio y de su edad,
¿a qué fin...? Ni fue mi instancia
nacida de buen afecto;
porque mal pudiera usarla
con un hombre que, en mi vida,
pienso, no le vi la cara;
sino, como me escribió
que de Madrid se marchaba,
y en Cádiz me entregaría
los dineros que restaban
a mi favor, meramente
por atención cortesana,
hice la oferta, creyendo
que nunca fuese aceptada.

MUÑOZ:
Pues ya estáis desengañado.

(Hace que se va.)

DON ROQUE:
Sí lo estoy, pero me falta
que decir; porque esta noche,
al pasar yo por la sala,
noté que en el gabinete,
él y mi mujer estaban.

MUÑOZ:
¡Bueno!

DON ROQUE:
Acércome, mas no
pude entenderles palabra.
Sólo vi, que tal don Juan,
como que la regañaba,
iba a levantarse, y ella
con acciones y palabras
le detenía. Yo, viendo
aquello de mala data
di algunos pasos atrás,
hice ruido con las chanclas,
entro, y la encuentro cosiendo
unas cintas a mi bata,
y a él entretenido en ver
las pinturas y los mapas.

MUÑOZ:
¡Qué prontitud de demonios!

DON ROQUE:
¿Qué he de hacer en tan extraña
situación, Muñoz amigo?
Tu sagacidad me valga;
sácame de tanto afán.
¿Qué debo hacer? De mi hermana
no me he querido fiar,
porque en secreticos anda
con Isabel, y sospecho
que las dos...

MUÑOZ:
Son buenas maulas.
En fin, lo que yo predije,
al pie de la letra pasa;
viejo el amo y achacoso
con mujer niña se casa;
lo dije: no puede ser.
Si es preciso...

DON ROQUE:
Tú me matas,
Muñoz, con eso; pues cuando
buscan alivio mis ansias
en tu consejo, te pones
a reñirme cara a cara,
sin decirme...

MUÑOZ:
Como a mí
no se me dijo palabra
de la boda, ni juzgué
que, saliendo calabaza
dicha boda, fuese yo
de provecho para nada.

DON ROQUE:
Aquello ya se pasó.

MUÑOZ:
Un mes ha no se acordaba
nadie de Muñoz, y ahora...
Bien dicen: toda es mudanzas
esta vida; ¡qué consultas
tan graciosas y tan largas
se celebraron aquí!,
¡qué prodigios, qué alabanzas
de la novia! Y entre tanto
vejete que se juntaba,
ninguno hubo que dijese:
don Roque, ved que no es sana
determinación casaros.
Si ya tenéis enterradas
tres mujeres, no llaméis
a que os entierre la cuarta.
Dejadlo, por Dios, amigo,
que en la edad tan avanzada
que tenéis, parece mal
lo que en otra no se extraña.
Ya no es bien visto.

DON ROQUE:
Muñoz,
olvida cosas pasadas;
dime lo que debo hacer.

MUÑOZ:
Parece cosa de chanza,
un setentón enfermizo
casarse. Y ¿con quién se casa?
Con una niña que apenas
en los diecinueve raya.
Y después, sin conocer
el riesgo que le amenaza,
admite en su casa a un hombre
que la conoció tamaña,
y ella y él, desde chiquitos,
se han tratado y aún se tratan
con harta satisfacción.

DON ROQUE:
¿Conque esa amistad es larga?

MUÑOZ:
¡Toma! ¿Conque no sabéis
quién es ella?

DON ROQUE:
Sé que estaba
en poder de su tutor,
don Juan Antonio de Lara,
que la educó.

MUÑOZ:
Bien está.
También sabréis que pasaba
muchas veces la tal niña,
por vivir tan inmediata,
a casa de vuestro amigo
don Álvaro; allí trataba
con el sobrino dichoso.
Él no es mucho que pagara
las visitas; ¡ya se ve,
es atento! Se formaba
la tertulia, y entre tanto
que los abuelos jugaban,
ellos jugaban también,
y todo era bulla y zambra.
En fin, la amistad nació
en la niñez. Si ella es mala,
si se debe sospechar
que del juguete pasara
a otra cosa (que en la edad
que tienen no será extraña),
eso discurridlo vos,
que yo no entiendo palabra.

DON ROQUE:
¡Ay Muñoz! ¡Válgame Dios!
Ya se ve, fueron tan raras
las veces que fui allá,
que no es mucho lo ignorara.
Trataba de mis asuntos
con don Álvaro... ¡Pues vaya,
que la afición es de ayer!
Como quien no dice nada,
sus diez años, por lo menos,
llevan de amor.

MUÑOZ:
Cosa es clara.

(Hace que se va.)

DON ROQUE:
¿Te vas?

MUÑOZ:
Me voy.

DON ROQUE:
No, Muñoz;
dime lo que se te alcanza
en este asunto, y qué puedo
hacer.

MUÑOZ:
¡Dale! Ya me cansa
tanto pedir parecer.
¿Qué dudáis? Que sin tardanza
el huésped y su criado
salten de aquí; que la hermana
pegota vaya también
a mantenerse a su casa.
Guardad a vuestra mujer,
señor don Roque, guardadla,
que no sois nada galán,
y ella es bonita y muchacha.
Jamás la consentiréis
festines, ni serenatas,
ni amiguillas, ni paseos,
ni cosa que la distraiga
de la aguja y del fogón.
Y no penséis que esto alcanza.
Por el pronto... Pero al cabo,
siempre... En fin, no digo nada.
Ello... Haced lo que os parezca;
basta de consulta.

DON ROQUE:
Aguarda.
Muñoz. ¡Qué ha de ser preciso
tal cuidado y vigilancia
para conservar mi honor!

MUÑOZ:
Y si mientras que se trata
aquí su conservación,
está el huésped en la sala
requebrando a mi señora,
no adelantaremos nada.

DON ROQUE:
No temas, que le dejé
encerrado en esa estancia
de mi despacho. Fingiendo
que iba a escaparse la gata,
torcí la llave, y no puede
salir hasta que yo vaya.

MUÑOZ:
¡Raro arbitrio! Conque ¿haréis
esa expulsión?

DON ROQUE:
Sin tardanza;
y tanto, que determino
que ninguno duerma en casa
esta noche.

MUÑOZ:
¿No es mejor,
que antes de comer se vayan?

DON ROQUE:
Ello ha de ser, es preciso.

MUÑOZ:
Allí viene vuestra hermana,
la viudita, consejera
y compinche de mi ama.
Eh, ya podéis empezar;
la ocasión la pintan calva.

DON ROQUE:
Veremos; pero yo dudo
conseguir lo que se trata
entre nosotros.

MUÑOZ:
¿Por qué?

DON ROQUE:
Qué sé yo si...

MUÑOZ:
Vaya, vaya,
señor. ¡Cuidado que el hombre
en un pelillo se atasca!

Escena II

DON ROQUE y DOÑA BEATRIZ.

DOÑA BEATRIZ:
Roque, saca chocolate,
que las pastillas del arca
se acabaron.

DON ROQUE:
¿Se acabaron?

DOÑA BEATRIZ:
Sí. ¡Como quedaron tantas!

DON ROQUE:
Pues, Señor, ¿quién se ha sorbido
tanto chocolate? Vaya
que esto va malo, Beatriz.
Jamás he visto en mi casa
tal desorden. Ya se ve:
¡si parece una posada!
Más he gastado en un mes,
que en un año cuando estaba
solo con Muñoz. Yo quiero
poner remedio. Tú, hermana,
es menester que recojas
tus trastitos y te vayas.
Déjame con mi mujer,
que no quiero tantas faldas
junto a mí. Cuando la boda,
viniste con tu criada
a recibir a la novia,
asistirla, agasajarla...
En fin, a mangonear
únicamente. ¡Excusada
venida! Pero aun supuesto
que ella te necesitara,
para que tú la instruyeras
sobre algunas circunstancias
de mi genio, o cosa tal,
las cuatro o cinco semanas,
que ha que nos casamos, juzgo,
Beatriz, que son muy sobradas
para la tal instrucción.
Tu marido, que Dios haya,
te dejó por heredera;
y entre créditos, alhajas
y hacienda, quedó bastante
para que no le lloraras.
A mí no me necesitas
para nada, para nada.
Si fuera decir...

DOÑA BEATRIZ:
Y dime,
toda esa arenga, en sustancia,
¿es porque me vaya?

DON ROQUE:
Sí.

DOÑA BEATRIZ:
¿Sí? Pues no me da la gana.

DON ROQUE:
¿Por qué no?

DOÑA BEATRIZ:
Porque conozco
mejor que tú las marañas
que estás urdiendo. Tú quieres
echar a todos de casa;
lo primero, porque sientes
cada ochavo que se gasta
a par del alma; y, después,
para empezar con extrañas
ridiculeces a dar
que sentir a esa muchacha.
¡Y no lo merece, a fe!
Duélete de su desgracia,
no la aumentes. Una niña
sin padres, abandonada
a su tutor, a un bribón
que en lugar de procurarla
un casamiento feliz,
con un cadáver la casa,
sólo porque, viendo en ti
el cariño que mostrabas
a Isabel, no le pediste
cuentas, ni él pudiera darlas.
¡Ay, hermano, esa infeliz
no merece que la añadan
disgustos, no! Pero tú
en nada de esto reparas.
Piensas que te lo mereces
todo, que es afortunada
siendo tu mujer, y en vez
de servirla y agradarla,
vas a hacerte su tirano.
Querrás, sin duda, quitarla
el alivio que halla en mí,
como en su amiga y su hermana;
querrás, en fin, que no sea
compañera, sino esclava;
y cerrando a piedra y lodo
la fortaleza encantada,
no permitirla visitas,
ni consentirla que salga
jamás a aquellas honestas
diversiones necesarias
a una niña. Esto no es bueno,
hermano; debes tratarla
con amor, y reprimirte
muchas veces en tus raras
aprensiones, y hazte cargo
de la infinita distancia
que hay de tu edad a la suya.

DON ROQUE:
Pero ¿yo te he dicho nada
de eso, mujer? ¿Yo la oprimo?
¿Yo acaso quiero matarla?
¿No la mimo? ¿No procuro...?

DOÑA BEATRIZ:
Sí, procuras apurarla
el sufrimiento, y no sé,
de veras, cómo te aguanta.

DON ROQUE:
¡Hola! ¿Quieres que las cosas
que debe hacer no las haga?
¿Quieres que vaya a buscar,
teniendo mujer en casa,
quien me ponga el peluquín
y me limpie la casaca?
Bueno fuera, sí por cierto,
que sólo por alegrarla,
si la quebradura, el flato,
o la gota se me agrava
(que ayer me puse a morir),
todo lo disimulara,
ocultando mis dolores
con brincos y risotadas.
¿Quisieras...

DOÑA BEATRIZ:
No quiero tal.

DON ROQUE:
... que ya cubierto de canas,
fuera un petimetre lindo,
dijecito de las damas,
director de contradanzas
vivarachito, monuelo,
entre duende y arlequín?

DOÑA BEATRIZ:
¿Quién te dice que tal hagas?

DON ROQUE:
Vosotras, que gustáis siempre
de semejantes monadas.
¡Que no te conozco yo!
¿Te parece que me engañas?

DOÑA BEATRIZ:
Vaya que eres fastidioso,
si los hay.

DON ROQUE:
Y tú preciada
de sabidilla y doctora.

DOÑA BEATRIZ:
Sí, porque todas tus maulas
te las entiendo.

DON ROQUE:
Beatriz...

DOÑA BEATRIZ:
¡Eh, déjate de eso! Saca
chocolate, corre.

DON ROQUE:
Al fin,

(Yéndose.)

todo es quimeras, y en nada
hemos quedado. ¡Ay, Señor!
¡Si no he de poder echarla!
Ocho y ocho dieciséis,
y la semana pasada
azúcar rosado, bollos...
¡No es cosa lo que se gasta!

(Abre con la llave la puerta del foro, y se va por la de la izquierda.)

Escena III

DOÑA BEATRIZ y GINÉS.

DOÑA BEATRIZ:
¿A quién buscas?

GINÉS:
A mi amo.

DOÑA BEATRIZ:
Ahí en el despacho estaba.
Ya sale.

Escena IV

DON JUAN y GINÉS.

DON JUAN:
Corre, Ginés;
ve al puerto, lleva esta carta,

(Le da una carta.)

y allí pregunta a cualquiera
por don Pedro de Arizábal,
que es capitán de navío,
alto, moreno, que hablaba
conmigo ayer por la noche.
¿Estás?; y dile que, a causa
de tener que prevenir
ciertas cosas que me faltan,
no puedo pasar a verle.
Dale este papel, y aguarda
la respuesta, que es precisa,
por escrito o de palabra,
y vuelve al instante.

GINÉS:
Voy.
Pero, señor, deseara
saber si en estos recados
de la partida se trata
que queréis hacer de Cádiz.

DON JUAN:
Sí, Ginés, ya está pensada,
y hoy mismo quiero salir,
o cuando mucho mañana.

GINÉS:
Y ¿adónde vamos?

DON JUAN:
Adonde
lejos esté de mi patria.
Mi primo don Agustín
es oidor en Guatemala;
deudo y amistad nos une;
allí nada me hará falta.

GINÉS:
¿Y aquí, señor?

DON JUAN:
Aquí sólo
tengo sustos y desgracias.
Déjame, Ginés, que estoy,
fuera de mí.

GINÉS:
Más extraña
casualidad no se ha visto;
y a mí, que no sé la causa,
me da mayor confusión.

DON JUAN:
¡Ah!, que una mujer ingrata
me quita la vida, ¡ay Dios!
Tú, Ginés, no ignoras nada;
sabes, que desde chiquitos
nos quisimos; que ella estaba
a tutela, y yo en poder
de mi tío. Éste pensaba
casarme en Madrid con una
señora muy hacendada...
Ya lo sabes; ocultando
el amor que profesaba
a Isabel, ni repliqué,
ni le quise dar palabra.
En este tiempo mi tío,
viendo que se retardaban
sus asuntos, resolvió
ir a Madrid. Yo que estaba
sujeto a su voluntad,
fui con él... ¿Ni quién juzgara
que esta ausencia causaría
a mi amor fatigas tantas?
Despedime de ella, y nunca
la vi más enamorada;
lloró, suspiró, rogó
que no la dejase... ¡Ah, falsa,
engañadora! Llegamos
a Madrid y, en tan amarga
ausencia, sólo con ver
su letra me consolaba.
Escribiome mil finezas,
yo la repetí otras tantas;
y al cabo de cuatro meses
cesó del todo en sus cartas.
Yo, ¡triste de mí!, ignorando
qué motivos pude darla,
mil causas imaginé;
pero un amigo, que estaba
en Cádiz a la sazón,
me escribió que se casaba
Isabel, mas sin decirme
con quién, ni cómo la ingrata
pudo olvidar en un día
tantos años de esperanzas.
En este tiempo, Ginés,
sucede la inopinada
muerte de mi tío, siendo
la mayor de mis desgracias,
pues no conocí otro padre,
y como tal me estimaba.
Nombrome por su heredero;
yo, después de despachadas
las cosas que disponía,
dejé a don Luis de Miranda
con poderes, para que
en nombre mío cobrara
algunas deudas; dispongo
a toda prisa la marcha,
creyendo ocultarme en Cádiz
hasta saber si era falsa
o cierta la ingratitud
de esa mujer. Di mil trazas
para poderlo lograr;
y eligiendo la más mala,
dispongo parar aquí,
porque sabiendo la rara
condición de este don Roque,
el cual con nadie se trata
y es su casa una prisión
eternamente cerrada,
juzgué ser fácil estar
en ella, sin que notara
nadie mi venida. Llego
en fin, y encuentro casada
a la pérfida Isabel.
¡Qué lance, cuando acababa
ayer de llegar, y dice
don Roque, que está de gala
porque es novio! Llama luego,
para que yo celebrara
la elección, a su mujer.
Viene al fin, acompañada
de doña Beatriz. ¡Si vieras!
No es posible ponderarla
la turbación, el horror...
Yo no la dije palabra.
Ella, la cruel quería
disimular; fueron vanas
diligencias. Yo la vi
llorosa y acongojada
mirar a una y otra parte
fuera de sí; no acertaba
a hablar siquiera. ¡Ay de mí!
Él es un necio, y en nada
reparó. ¡Válgame Dios!
¡Válgame Dios! ¡Esto alcanza
quien la tuvo tanto amor...!
Yo no sé lo que me pasa...
Yo no sé...

GINÉS:
¿Y habéis hablado
con ella a solas?

DON JUAN:
Estaba
anoche en un cuarto de esos,
¡con qué halago en sus palabras,
qué hermosa, qué fementida,
quiso moderar mi saña,
quiso de nuevo engañarme!
Pero apenas comenzaba,
vino su marido. Ahora
ni puedo ni quiero hablarla.
¿Qué ha de decir? ¿Cómo puede
decir que tuvo constancia,
ni que amó de veras, cómo?

GINÉS:
Quizá, señor, obligada
de su tutor... Ella es niña
todavía, y como estaba
tan oprimida...

DON JUAN:
¡Ay, Ginés!
No hay disculpa, no has de hallarla;
soy infeliz... Pero yo,
con fuga precipitada,
mi patria abandono; y ella
libre se queda y ufana
de su triunfo. Y ¿no podré
decirla, que es una ingrata
fementida mujer? Mira,
Ginés, vuélveme esa carta.

GINÉS:
¿Qué pensáis hacer?

(Dándole la carta.)

DON JUAN:
No sé.
Porque tengo tan turbada
la imaginación, que dudo,
resuelvo, temo; contrarias
ideas a un tiempo mismo
me martirizan el alma.
Ve adentro, recoge todos
mis papeles en la caja,
que en la posada quedó
arreglado lo que falta.
¿Me seguirás?

GINÉS:
Yo, señor,
gustoso os acompañaría
al cabo del mundo; sólo
me aflige vuestra desgracia.
¡Ojalá pudiese yo
en algún modo aliviarla!

DON JUAN:
Sí, Ginés, no me abandones.

GINÉS:
En mí no hallaréis mudanza;
siempre os he querido bien.
Pues haz lo que he dicho. ¡Cuántas
penas me cercan! La muerte
puede sólo remediarlas.

Escena V

DON JUAN y DON ROQUE.

DON JUAN:
Señor don Roque, supuesto
que están ya finalizadas
nuestras cuentas, entraréis
a enteraros de la paga.

DON ROQUE:
Qué, ¿es todo
en papel?

DON JUAN:
¡Si no se halla
dinero! Además que ¿cómo
queréis que yo me arriesgara
a venir por un camino
con él?

DON ROQUE:
(Aparte.
Como tú te vayas
todo va bueno.) Decía
que os daré sobre la marcha
el recibito.

DON JUAN:
Por eso
no os molestéis.

DON ROQUE:
¡Buena paga
era el tío! Le traté
muchos años, y estimaba
a sus amigos. Buen hombre,
y alegre, siempre de chanza.
¡Pobre don Álvaro! ¿Y cuánto,
limpio ya de polvo y paja,
os ha venido a quedar?

DON JUAN:
Las haciendas de Chiclana
y el vínculo.

DON ROQUE:
¿Sí? No es mal
bocado, amigo; hoy se gasta
mucho, y en no habiendo mucho,
lo poco presto se acaba.
Vos habéis quedado bien;
ahora tomaréis casa,
la pondréis a lo moderno,
buenos trastos, y mañana
os casáis, y la mujer
que tampoco irá descalza,
viviréis como un señor.
Y ¿cuándo, cuándo se trata
de buscar casa?

DON JUAN:
(Aparte.
¡Qué tonto
es el hombre!) No pensaba
en eso; porque, si acaso
no se me proporcionara
lo que intento, en Cádiz nunca
faltan muy buenas posadas
para quien tiene dinero.
Allí viene.

(Aparte, mirando adentro.
No he de hablarla.
)

DON ROQUE:
¿Conque, al fin determináis...?

DON JUAN:
Si queréis dejar firmadas
aquellas cuentas, entrad.

(Éntrase en el cuarto de DON ROQUE.)

Escena VI

DON ROQUE y DOÑA ISABEL.

DON ROQUE:
Me dejó con la palabra
en la boca; el hombre tiene
cosas bien estrafalarias.
Isabel.

DOÑA ISABEL:
Señor.

DON ROQUE:
Conque
¿nos quiere dejar mi hermana?
¿Te lo ha dicho?

DOÑA ISABEL:
No, señor.

DON ROQUE:
Pues sí, parece que trata
de irse a su casa. Está ya
la pobrecilla cascada;
y aunque es moza, los trabajos
y pesadumbres acaban
bastante. Tú ¿qué me dices?
¿Sentirás que se nos vaya?

DOÑA ISABEL:
Sí señor; decidla vos
que se quede.

DON ROQUE:
¿Sí?

(Aparte.
Aquí hay maula.
)

Es verdad que como vive
tan cerca, que sus ventanas
dan enfrente de las nuestras,
desde aquí puedes hablarla
todos los días.

DOÑA ISABEL:
Su genio
es muy amable; me agrada
tanto, que nunca quisiera
que se fuese.

DON JUAN:
¿Sí?

(Aparte.
Aquí hay maula.
)

Escena VII

DON ROQUE, DOÑA ISABEL y MUÑOZ.

MUÑOZ:
Señor, ahí vino el cajero
de monsieur Guillermo.

DON ROQUE:
¿Cuántas
veces ha venido ya?
¿No le he dicho que esperaban
los géneros del Ferrol?
Y que hasta que en la aduana
se registren...

MUÑOZ:
Bien, ¿y qué?
Si no es esa la embajada
que ha traído. (La paciencia
de un santo no me bastara.)
Dice que a las nueve en punto
en su despacho os aguarda,
y os entregará el dinero
del importe de las lanas
el inglés Anson... Manson...,
¡qué sé yo como se llama
el inglés!

DON ROQUE:
Sí, ya lo sé.
¿Y precisamente aguardan
hoy a pagarlo?

MUÑOZ:
Parece
que al primer viento se marcha.

DON ROQUE:
Pues, y es preciso acudir.
¡Que por una patarata
le han de incomodar a un hombre,
y hacerle salir de casa
cuando quieren! Tú, Muñoz,
tampoco sirves de nada
para estas cosas. Se ofrece
escribir en una llana
cuatro renglones: no sabes.
Vas a buscar una carta:
no entiendes el sobrescrito;
y yo...

MUÑOZ:
Pues, pese a mi alma,
¿no lo sabéis años ha?
¡Cuidado que tenéis gana
de quimera! Si no sé,
¿qué le hemos de hacer? ¡No es mala
la aprensión, salir ahora,
sin haber sobre qué caiga,
con esa pata de gallo!

DON ROQUE:
Muñoz, ¿por eso te enfadas?
Lo dije porque si fuera
posible que me aliviaras
en ciertas cosas...

MUÑOZ:
¡El diantre
de la invención! Vaya, vaya.

DON ROQUE:
Vamos, Muñoz, no te enojes;
toma un polvo.

MUÑOZ:
¡La zanguanga
del polvito! Tengo aquí.

DON ROQUE:
Arrójalo, que eso es granzas.

MUÑOZ:
Así me gusta.

DON ROQUE:
Este es
de aquello bueno de marras
del padre de la Merced,
¿te acuerdas?

(Le da la caja; MUÑOZ la abre, y se la vuelve, hallándola vacía.)

MUÑOZ:
Aquí no hay nada.

DON ROQUE:
Es verdad; se me olvidó
echar tabaco en la caja.
Ya la llenaré después.
MUÑOZ

(Aparte.)

Mala centella te parta.

Escena VIII

DON ROQUE y DOÑA ISABEL.

DON ROQUE:
Este Muñoz es fatal.

DOÑA ISABEL:
Pero lo que más me pasma
es las respuestas que tiene.

DON ROQUE:
Es su genio.
(Aparte.
No la agrada
porque es viejo.) Dame, dame
el peluquín; esta bata
y el gorro ponlos allí

(Harán lo que denotan los versos.)

que sepa, volviendo a casa,
dónde lo he de hallar. Ayer
casi toda la mañana
anduve buscando el gorro,
porque mi señora hermana
me le guardó tan guardado,
que ni aun ella se acordaba
dónde le puso. Las cosas,
siempre en su lugar.

DOÑA ISABEL:
La caja
del peluquín no la encuentro.

DON ROQUE:
¡Válgate Dios! Ahí estaba
debajo de ese bufete.
¡Con cuidado, no se caiga!
Toma el gorro... Donde he dicho.
Así está bien. En el arca
verás una chupa musga,
que tiene botón de plata,
y una casaca blanquizca;
tráelo todo.

(Entra DOÑA ISABEL; DON ROQUE se queda en el teatro en justillo.)

¡Esta muchacha!
¡Ay, Señor! Y lo peor
es que mi don Juan no salga.
Pues yo me voy, y se quedan
solos, ¡buena va la danza!
Únicamente Muñoz...
¡Y Muñoz está que salta
conmigo, no sé por qué!
Isabelilla, ¿despachas?

(Sale DOÑA ISABEL con el vestido.)

DOÑA ISABEL:
Estaba todo revuelto.

DON ROQUE:
Como aún no estás enterada
de las cosas, ni el paraje
donde se ponen y guardan
mis vestidos... ¡Ah, si vieras,

(Dirá estos versos mientras se viste, ayudándole DOÑA ISABEL.)

(otro gallo me cantaba
entonces) cuando vivía
mi difunta Nicolasa!
¡Qué puntualidad, qué aseo!
¡Era una mujer muy guapa!
Y siendo moza, que apenas
a los cuarenta llegaba
cuando murió, nunca, nunca
aquella mujer pensaba...

DOÑA ISABEL:
¿Vais en cuerpo?

DON ROQUE:
No por cierto,
que hace un ambiente que pasma.
Ella gustar de cortejos,
ni como otras atronadas...
¡Qué, jamás!

DOÑA ISABEL:
¿Traigo el capote?

DON ROQUE:
¿Cómo?

DOÑA ISABEL:
¿Si queréis que traiga
el capote?

DON ROQUE:
El redingot.

DOÑA ISABEL:
Pues bien, eso preguntaba.

DON ROQUE:
Sí señor, muy hacendosa,
continuamente aplicada
a la labor, eso sí.

(Dirá estos versos mientras DOÑA ISABEL le limpia.)

Y las otras dos, la Paca
y la Manolita, todas
fueron a cual más honradas;
a su marido y no más;
ya se ve, ¡buenas cristianas!

DOÑA ISABEL:
Dios me dé paciencia, ¡ay triste!

(Vase DOÑA ISABEL.)

DON ROQUE:
Si esta mujer no es negada,
ha de conocer, preciso,
a qué van encaminadas
mis indirectas; Dios quiera
que surtan efecto.

(Sale DOÑA ISABEL con el capote, y se le pone a DON ROQUE.)

DOÑA ISABEL:
¿Falta
alguna cosa?

DON ROQUE:
No más.
Haz que limpien esta sala,
que pongan bien esos trastos.
Yo no sé cómo mi hermana,
pues ella bien alcanzó
a Manolita... Extremada
era en la limpieza. Cuando
quieras, puedes preguntarla,
si todo no lo tenía
como una taza de plata.
¡Era muy mujer, oh, aquella!

(Éntrase en su cuarto.)

Escena IX

DOÑA ISABEL y BLASA.

DOÑA ISABEL:
¿Qué es esto que por mí pasa?
¡Pobre Isabel!

BLASA:
¿No sabéis
señora, como se marcha
don Juan?

DOÑA ISABEL:
Yo no sé; pues ¿cómo?

BLASA:
He visto a Ginés que anda
recogiendo sus trebejos,
y a toda prisa los guarda;
pero él es tan martagón,
que maldita la palabra
me ha querido responder.
Pero se van.

DOÑA ISABEL:
Que se vayan,
¿qué cuidado te da a ti?

BLASA:
Ninguno; sólo extrañaba
que habiendo llegado ayer
a las diez de la mañana,
hoy a las nueve se vuelvan
a marchar.

DOÑA ISABEL:
Tendrán posada
más a su gusto, ¿quién sabe?
Beatriz parece que llama.

Escena X

DOÑA ISABEL y DON ROQUE.

(DON ROQUE dirá los dos primeros versos al salir de la puerta. DOÑA ISABEL estará bastante apartada.)

DON ROQUE:
No hay remedio, erre que erre.

(Aquí hay alguna entruchada.)

Pues, burla burlando, ya
las nueve no hay que esperarlas.
Vamos allá. Presto vuelvo;
allí pronto se despacha.
Y el remusguillo que corre,
para tener delicada
la cabeza, no es muy bueno.
Presto vuelvo.

Escena XI

DOÑA ISABEL.

En sus palabras,
en sus acciones, encuentro
un misterio... Siempre habla
con ambigüedad. Me observa.
Ni aun con Beatriz se declara.
¿En qué vendrá a parar esto?
Ya se fue. Soy desgraciada...
¿En qué le pude ofender?

Escena XII

DOÑA ISABEL y DON JUAN.

(DON JUAN al salir del cuarto de DON ROQUE ve a DOÑA ISABEL, y hace ademán de volverse a entrar. DOÑA ISABEL hará lo que denotan los versos.)

DON JUAN:
¿Aún está aquí?

DOÑA ISABEL:
No te vayas;
solos estamos, ¡ay Dios!
¿Tú me vuelves las espaldas?
¿A tu Isabel?

DON JUAN:
Déjame.

DOÑA ISABEL:
No, no te dejo, declara
a quien te quiere tu enojo.
Don Juan, no ignoro la causa;
pero escúchame, sabrás...

DON JUAN:
¿Qué he de saber? Que eres falsa,
que me has olvidado, que...
¡Ya lo sé!

DOÑA ISABEL:
¡Don Juan!

DON JUAN:
¡Ingrata!

DOÑA ISABEL:
¡Óyeme! ¿Tan poco puedo
contigo?

DON JUAN:
No, no te valgas
de artificios, que algún día...
Pero ya es tarde; se acaba
el sufrimiento también
en los amantes.

DOÑA ISABEL:
¿No bastan
estas lágrimas...?

DON JUAN:
Fingidas.

DOÑA ISABEL:
No lo son.

DON JUAN:
Déjame, aparta,
Isabel.

DOÑA ISABEL:
Cruel, ¿qué quieres
de una mujer humillada?

(DOÑA ISABEL le deja y se va con precipitación a un extremo del teatro; él siguiéndola, dice estos versos.)

DON JUAN:
¿Qué he de querer? Ni ¿qué puedes
tú decir, que satisfaga
a mi indignación? Que fuiste
por el tutor violentada
hasta el pie de los altares;
que allí diste una palabra
que repugnó el corazón;
que niña, desamparada
y oprimida, al fin cediste;
y que cuando suspirabas
por mí, sin poder huirlo,
en un nuevo amor te enlazas,
que sólo debe la muerte
desatarse. Mira cuántas
razones me puedes dar;
pues todas ellas no alcanzan
a disculparte. No es cierto
que me quisiste ¡inhumana!
¿Tú sabes qué golpe es este
para mí?

DOÑA ISABEL:
Señor, yo amaba
de veras. ¡Ay!, mis finezas
ciertas fueron y no falsas.
Y sé que el poder del mundo
que entonces se declarara
contra mí... Pero tú ignoras,
que habiendo sufrido tantas
sinrazones y cautelas
en mi daño conjuradas,
los celos pudieron solos
conseguir que me olvidara
de tu amor... No me olvidé,
sino que desesperada,
frenética, consentí
en lo que más repugnaba;
mi resolución no fue
ingratitud, fue venganza.

DON JUAN:
¡Isabel! Celos ¿de quién?
¿Con qué motivo? ¡Me engañas!

DOÑA ISABEL:
No te engaño.

DON JUAN:
Pues, ¿qué fue,
Isabel? ¿Quién envidiaba
mi fortuna? ¿Quién te pudo
seducir? Dímelo.

DOÑA ISABEL:
Estaba
mi tutor harto instruido
de todo. Juzgó lograda
su victoria, cuando vio
que a los dos nos separaba
la suerte. Entonces me dijo
que era fuerza me casara
con don Roque. Repugné.
Él instó, (¡memoria amarga!);
buscó mil medios, y supo
que don Álvaro pensaba
casarte en Madrid; al punto
vio su cautela lograda.
Fingió dos cartas...

DON JUAN:
¡Qué dices!

DOÑA ISABEL:
Sí, don Juan, donde le daban
cuenta dos amigos suyos
de que ya casado estabas,
obedeciendo a tu tío.
Él dispuso que llegaran...

DON JUAN:
¡Ah, indigno, que me has quitado
lo que yo más estimaba!

DOÑA ISABEL:
Hizo que las viera yo;
logró su astucia villana.
¡Ay, una mujer amante
cuán fácilmente se engaña!
Instó de nuevo, y al fin...

DON JUAN:
Deja, déjame que vaya
a pasar a ese traidor
el pecho de una estocada.
DOÑA ISABEL

(Deteniéndole.)

Señor, ¡ay de mí!, ya es tarde.
¿Qué piensas hacer? No añadas
nuevos males a mi mal.
Yo me moriré mañana
entre angustias y dolor;
nuestra fortuna contraria
no quiso que amor tan firme
a dichoso fin llegara.
No hay remedio, vive tú,
quizá te está preparada
mejor ventura que a mí;
no quieras, no, despreciarla
por esta infeliz mujer,
que ya no es tuya. Mis ansias,
mis fatigas yo sabré
con paciencia tolerarlas.
Como tú vivas feliz,
a Isabel eso la basta.

DON JUAN:
¡Ay Dios, ay Dios! ¿Dónde estoy?
Con cada razón me matas.
Por compasión, no te muestres
de mí tan enamorada.
Mas ¿yo me detengo aquí?
¿Qué hay que esperar? Nada falta
que saber; harto comprendo
tu pasión y mi desgracia.

DOÑA ISABEL:
No, don Juan; si así te ausentas,
del todo me desamparas.
Aunque te quedes en Cádiz,
siempre viviré apartada
de tus ojos. ¿Quién te obliga
a que dejes esta casa
con tanta celeridad?
Mi corazón se dilata
sólo con verte. No niegues
este consuelo a tu amada
Isabel.

DON JUAN:
¡Qué ceguedad!
¿Eso intentas? Calla, calla,
infeliz, no solicites
lo que a ti y mí nos daña.
¿Cómo quieres que se oculte
el amor que nos inflama?
¿Cómo quieres que yo pueda
tolerar, viendo logradas
por otro felicidades
que sólo a mí destinabas,
que sólo yo merecí?
¿Quieres que llegue mi infamia
a tal exceso? ¡Ah, cruel!
¿No basta, dime, no basta
que para siempre te pierda,
sin que a mis penas se añadan
celos, que han de producir
desesperación y rabia?
¡Ay, Dios! Déjame.

DOÑA ISABEL:
¿Te vas?
¿Así te vas? ¡Qué villana
acción! ¿Me dejas? ¿No vuelves
a verme? ¡Ay desventurada!
¿Volverás?

DON JUAN:
No sé, no sé.
Pero es fuerza que me vaya.
No podrá borrar la ausencia
el amor de nuestras almas;
pero evitará una culpa,
que miro ya muy cercana
si no me voy: a los dos
nos está bien evitarla.

DOÑA ISABEL:
¡Señor, dadme resistencia,
que a tanto dolor ya falta!

(DON JUAN se va por la puerta de la mano derecha, y DOÑA ISABEL por la opuesta.)

Acto II

Escena I

DON ROQUE y después MUÑOZ.

(DON ROQUE observa si alguno le escucha, y luego llama a MUÑOZ.)

DON ROQUE:
Solos parece que estamos;
entra, Muñoz.

MUÑOZ:
¿Y qué es ello?

DON ROQUE:
Nada más que preguntarte
del encargo que te he hecho,
y qué has podido observar.

MUÑOZ:
¿Qué encargo, lo del ungüento?

DON ROQUE:
¿Hombre, al salir no te dije
que los dos quedaban dentro?

MUÑOZ:
¿Qué dos?

DON ROQUE:
Don Juan e Isabel;
y que vieras...

MUÑOZ:
Me acuerdo;
yo no he visto nada.

DON ROQUE:
¿No?
Conque ¿don Juan se fue presto?

MUÑOZ:
Un buen ratillo tardó.

DON ROQUE:
Ya, pero en ese intermedio
¿no se hablaron?

MUÑOZ:
¡Qué sé yo!

DON ROQUE:
Pues ¿no te encargué que, luego
que yo me fuese, estuvieras
escuchando muy atento,
si los dos...?

MUÑOZ:
En el portal
me he estado casi durmiendo.

DON ROQUE:
Conque ¿nada has hecho?

MUÑOZ:
Nada.

DON ROQUE:
¡Hombre, nada! Pues es cierto
que se puede descuidar...
¡Válgame Dios!

MUÑOZ:
Yo me entiendo.

DON ROQUE:
¿Qué entendiduras, Muñoz,
son esas, ni qué misterio
puede haber?

MUÑOZ:
Yo lo diré;
yo lo diré claro y presto.
Que no quiero andar fisgando,
que no quiero llevar cuentos
entre marido y mujer;
yo sé muy bien lo que es eso.
Está un marido rabiando,
hecho un diablo del infierno
contra su mujer; encarga
para apurar sus recelos,
a un criado que la observe
palabras y pensamientos.
Bien: observa, escucha, cuenta
lo que vio, y arma un enredo
de mil demonios. Hay riñas,
voces, lloros, juramentos,
palos... La mujer conoce,
(y es fácil de conocerlo),
que toda aquella tronada
vino por el soplonzuelo.
Trama un embuste, de suerte
que el marido hecho un veneno
se irrita con el fisgón,
le atesta de vituperios,
y le echa de casa. Agur:
perdió de una vez su empleo.
Pues ¡cierto que las mujeres
no tienen modo de hacerlo
con primor! Está el marido
rechinando y ¿qué tenemos?
Nada. Viene la señora;
él se irrita, bien, y luego
anda el mimito, el desmayo,
la lagrimilla, el requiebro,
y ¿qué sé yo? De manera
que destruye en un momento
cuanto el amo y el criado
proyectaron. Y yo creo
que, cuando un marido tiene
medio trabucado el seso
con las caricias malditas,
irá en mal estado el pleito
del chismoso del criado;
porque ellas no pierden tiempo.
Entonces entra el decir
que es un bribón embustero
el pobre correveidile,
respondón, pelmazo, puerco,
con un poco de borracho
y otro poco de ratero.
El maridazo es entonces
voto de amén, no hay remedio;
ella logra cuanto quiere
de este modo, y... ¡Yo me entiendo!

DON ROQUE:
¡Hombre, por amor de Dios!

MUÑOZ:
Si digo que yo no puedo,
no puedo, no hay que cansarse,
ya está dicho. A perro viejo
no hay tus tus.

DON ROQUE:
Mira, Muñoz,
coge un cordel...

MUÑOZ:
¿A qué efecto?

DON ROQUE:
... y ahórcame.

MUÑOZ:
No necesita
de cordeles ni venenos
quien se casa a los setenta
con muchacha de ojos negros.

DON ROQUE:
¡Dale bola con la edad!

MUÑOZ:
¡Dale con pedir consejo!

DON ROQUE:
Tú mismo me aconsejaste,
no ha mucho, sobre el suceso
de ayer noche, y me dijiste...

MUÑOZ:
De lo dicho me arrepiento.

DON ROQUE:
Mira, Muñoz, como soy
cristiano, que ya no puedo
aguantarte. ¡Qué maldita
condición!

MUÑOZ:
Pues yo ¿qué he hecho
de malo? ¿Hice yo la boda?
¿Di mi consentimiento
para que viniera el huésped,
la hermana, ni el tacañuelo
de Ginés, ni la criada
que me sisa los almuerzos?
¿Yo he de pagarlo, sin ser
arte ni parte? ¿Qué es esto?

DON ROQUE:
Hombre, ven acá, ¿quién dice
que tengas la culpa de ello?
Sólo digo que he sentido,
que hayas andado tan lerdo
en hacer lo que te dije.
Esto es regular, sabiendo
que se quedan en casa,
y, juzgando... ¿Ladró el perro?

MUÑOZ:
No ha ladrado, ni se acuerda
de ladrar.

DON ROQUE:
Juzgué que el medio
más prudente, era observar...

MUÑOZ:
Muy en la memoria tengo
que no ha diez meses, decíais:
«Muñoz, ya este es otro tiempo,
ya enviudé; ¡qué bien estoy
sin desazones ni enredos!»
Diez meses ha, no hará más;
no se me olvidan tan presto
las cosas. Ya estáis casado,
lleno de desasosiegos.
Lo pasado se olvidó;
y atarugado y suspenso
con lo presente, «Muñoz,
¿qué dices?, dame un consejo,
un arbitrio...» ¿Para qué?
¿Para deshacer lo hecho?
No hay escape; ¿no os casasteis?
¡El que os ha metido en ello
que os saque!

DON ROQUE:
Yo no te digo,
Muñoz, que busquemos medios
de descasarme, no tal.

MUÑOZ:
Conque no tal, ¿eh? Me alegro.
Conque el arbitrio mejor
de lograr algún sosiego
que era separarse de ella...

DON ROQUE:
¡Ay Muñoz, déjate de eso!
¿Separarnos? No, señor.
Vaya, por ningún pretexto;
el mal era para mí
entonces... Lo que pretendo
es echar de casa a todos
esos huéspedes molestos.
Para conseguirlo, es fuerza
que me ayudes; esto quiero.
Pues, aunque he dicho a mi hermana
que se vaya, y siempre observo
las palabras de don Juan,
para ver qué pensamiento
es el suyo, ella me aturde,
me saca mil argumentos,
y tengo a bien de callar.
Él, afectando misterios
nunca responde a derechas,
de suerte...

MUÑOZ:
¡Para mi genio!

DON ROQUE:
De suerte que yo no sé
cómo salir de este enredo.
Ellos al cabo se irán;
pero entre tanto no es bueno
que don Juan con Isabel,
dándole nosotros tiempo,
tenga muchas conferencias.
Y hoy, para darme tormento,
ese diablo de ese inglés
quiere entregarme el dinero
de las granas. Fui allá;
ya no estaba; conque tengo
que volver precisamente
tres mil duros, nada menos
importa; es fuerza volver.

MUÑOZ:
¿Y qué quiere decir eso?

DON ROQUE:
Que es menester que me ayudes;
Muñoz, por Dios te lo ruego.
Una especie... (por la calle
lo he venido discurriendo),
una especie me ha ocurrido
muy bella para el intento.

MUÑOZ:
¿Qué es la especie?

DON ROQUE:
Una bicoca,
que ha de surtir buen efecto.

MUÑOZ:
Y bien, decid la bicoca.

DON ROQUE:
¿Cómo?

MUÑOZ:
Que lo digáis presto.

DON ROQUE:
No es más sino aparentar
que los dos nos vamos luego.
Tú recogerás la capa,
y dentro de tu aposento
te has de esconder. Yo me voy,
y observando si hay silencio
en esta pieza, te subes
pasito a pasito, y viendo
que no hay nadie en ella, entonces
te ocultas con mucho tiento,
que nadie te llegue a ver.
Satisfechas allá dentro
de que tú también te has ido,
vendrán aquí sin recelo
a patullar. Isabel
descubrirá sus secretos;
Beatriz hablará con ella,
y de este modo sabremos
cuanto hay que saber... ¿Te ríes?

MUÑOZ:
¡Y qué mala gana tengo
de risitas! Pero a veces
no está en un hombre ser serio.

DON ROQUE:
Pero ¿y a qué viene...? ¡Dale
con la risa!

MUÑOZ:
Viene a cuento,
sí señor.

DON ROQUE:
¿Por qué?

MUÑOZ:
¿Por qué?
Está muy lindo el proyecto
del escondite; una cosa
solamente echo de menos;
ya se vé, ¡no es esencial!

DON ROQUE:
¿Y qué cosa?

MUÑOZ:
El agujero,
el rincón, la gazapera
donde ha de estar encubierto
el centinela.

DON ROQUE:
Es verdad.
Se me fue del pensamiento...
¡Debajo del canapé,
que es muy fácil!

MUÑOZ:
Ya lo veo.

(Al decir esto, se va MUÑOZ, y vuelve después.)

DON ROQUE:
¡Muñoz, Muñoz! ¡Hombre, mira!
¡Muñoz! ¡Pues estamos buenos!
Si no me cuesta la vida
este embrollo, soy eterno.
Muñoz, amigo Muñoz,
por Dios, mira.

MUÑOZ:
¿Qué hay de nuevo?
¿Otro proyecto mejor?

DON ROQUE:
Que es preciso...

MUÑOZ:
Ya lo entiendo;
es preciso, bien está.

DON ROQUE:
Mira...

MUÑOZ:
Si todo el infierno
viniera a casa, no juzgo
que hubiera más embelecos
¡Caramba! Es cosa de chanza.
¿Yo agazaparme? Primero...
¡Digo! ¡A la vejez viruelas!
Yo debo de ser un leño,
un zarandillo, un...

DON ROQUE:
Muñoz,
mira, Muñoz: ya no quiero
nada de ti. Ya conozco
lo bien que pagas mi afecto.
¡Qué ley, qué ley! Yo creí
que tu aspereza y tu gesto
de vinagre era apariencia
nada más. Y yo, ¡camueso
de mí!, sin quererle echar
por más que me lo dijeron
sus amas... Pero, señor,
¡que haya de olvidar tan presto...!
¡Qué ingratitud! Cuantas veces
se le ha ofrecido dinero,
sabe que se le he prestado;
sabe que yo he sido empeño
para todos sus parientes;
sabe que en mi testamento
le dejo cuanto en conciencia
puedo darle.

MUÑOZ:
¿Y yo sé eso?

DON ROQUE:
Pues qué, ¿no sabes las mandas
que dejo allí?

MUÑOZ:
No por cierto.

DON ROQUE:
¡Toma! Un año de salario
contado desde el momento
en que yo fallezca; mando
que si alguna cuenta tengo
contra ti, se dé por nula;
mando también...

MUÑOZ:
Yo no debo
nada a nadie.

DON ROQUE:
Hombre, pudiera
suceder que en aquel tiempo
me lo debieras.

MUÑOZ:
Ya estoy.

DON ROQUE:
Te mando un vestido nuevo,
como le quieras, y todos
los míos; también te dejo
la caja de plata... En suma,
ya lo he dicho: cuanto puedo
dejarte. ¡Y por una cosa
tan fácil como te ruego,
te enfureces como un tigre...!
En fin, se acabó; yo espero
que te ha de pesar bien pronto.
Vete, que yo no te fuerzo.
¿No quieres hacerlo? ¡Vete!

MUÑOZ:
Yo no he dicho que no quiero.

DON ROQUE:
Pues ¿qué has dicho?

MUÑOZ:
Qué sé yo.

(Suena la campanilla. MUÑOZ quiere irse y DON ROQUE le va deteniendo.)

DON ROQUE:
No entiendo ya de rodeos;
di lo que quieres hacer.

MUÑOZ:
Han llamado. Que... veremos.

DON ROQUE:
No hay veremos; habla claro.

MUÑOZ:
Si voy a abrir...

DON ROQUE:
No; primero
has de resolverte.

MUÑOZ:
Digo,
que sí lo haré.

DON ROQUE:
¿Cierto?

MUÑOZ:
Cierto.

Escena II

DON ROQUE y después DON JUAN.

DON ROQUE:
¡Ay qué Muñoz! ¡Qué carácter
tan temoso y tan soberbio!
En fin dijo que lo hará.
Y bien don Juan ¿qué hay de bueno?

DON JUAN:
Nada ocurre.

DON ROQUE:
Cansadillo
vendréis de correr el pueblo
buscando casa. Es un diantre,
es un diantre. Esta que tengo
ya veis qué estrecha, qué antigua,
llena toda de agujeros,
sin conveniencia ninguna.
Me cuesta un horror, y siento
infinito no hallar otra;
porque, pongo por ejemplo,
viene un huésped: es preciso
todos los trastos ponerlos
hacinados, arrastrar
colchones... Y removiendo
las cosas de su lugar
se destruyen sin consuelo.
Y todo por no tener
siquiera un par de aposentos
donde poner unas camas.
Es trabajo.

DON JUAN:
Ya lo veo.

DON ROQUE:
¿Qué decís?

DON JUAN:
Sólo dije
que tenéis razón en eso.

DON ROQUE:
¡Ah!, ¿pues no la he de tener?
Como que mi hermana, viendo
la mucha incomodidad
que hay en la casa, ha resuelto
irse a la suya. Si aquí...
Vaya, es necesario verlo.
Es mucho engorro. Yo a vos
os trato sin cumplimiento.
Ni puede ser de otra suerte,
ya lo veis; para poneros,
por una noche no más,
esa cama, se ha revuelto
la casa y cierto me pesa
en el alma no poderos
dar posada...

(Aparte.
¡Nada! ¡Como
si se lo dijera a un muerto!
)

Beatriz viene, voyme al cuarto,
que hoy es día de correo,
y aún me falta que cerrar
unas cartas.

Escena III

DON JUAN y DOÑA BEATRIZ.

DON JUAN:
¡Cómo puedo
sufrir a este mentecato!
¿Quién me detiene? ¿Qué es esto?
¿Para qué quiero ver más,
si alivio a mi mal no encuentro?

DOÑA BEATRIZ:
Ginés ha guardado ya
todos los trastos, y creo
según las señas, que os vais.
Yo, Juanito, sólo vengo
a decirte que, en cualquiera
parte y en cualquiera tiempo,
puedes mandarme, que siempre
soy la misma, y te deseo
mucho bien. Te conocí
desde chiquito, y por eso
te quiero tanto.

DON JUAN:
Es verdad;
yo, señora, os lo agradezco.

DOÑA BEATRIZ:
¡Qué triste, qué triste! ¿Tienes
algún pesar?

DON JUAN:
Nada tengo.

DOÑA BEATRIZ:
¡Tanta seriedad! No es esa
tu condición, no por cierto...

(Mientras BEATRIZ dice estos versos DON JUAN se pasea pensativo por el teatro.)

La turbación, el disgusto
que en ella y en él advierto...
Anoche... ¡Válgame Dios!
Cierto es ya lo que sospecho.
Mira, Juanito, es preciso
aclarar este misterio.
Hablemos bajo; ¿qué tienes?,
dímelo, ¿qué tienes?

DON JUAN:
Tengo...
Qué sé yo; dejadme.

DOÑA BEATRIZ:
Mira,
nadie nos oye, podemos
hablar con seguridad;
mi hermano estará allá dentro
con sus cuentas; Isabel...

DON JUAN:
¡Ay!, dejadme.

DOÑA BEATRIZ:
Ya te entiendo.
Ya lo sé todo. Bien haces
en irte; yo te aconsejo
que lo dispongas muy pronto,
apresúralo. Primero
es la estimación que todo
lo demás; eres muy cuerdo,
muy hombre de bien, no sabes
cuánto me agradas con eso.

DON JUAN:
Pero... ¿y a qué?...

DOÑA BEATRIZ:
Lo sé todo,
no me gastes fingimiento.
Ninguno me lo ha contado,
pero desde ayer observo
y... Vaya, sé tus niñeces,
las ocasiones, lo tierno
que has sido siempre, el cariño...
en fin, de todo me acuerdo.
Dios lo quiso de otro modo:
¿qué se ha de hacer? Yo ya veo
qué pesadumbre habrá sido
para ti, ya lo comprendo.
Pero, ¿y qué remedias? Nada.
Juanito, pon tierra en medio,
y esto muy pronto, muy pronto;
lo demás lo cura el tiempo.

DON JUAN:
¡Cuándo, cuándo borrará
esta pasión!

DOÑA BEATRIZ:
Yo no puedo
decirte nada que tú
no alcances; sólo deseo
tu bien; si no tienes casa
donde vayas, yo la tengo;
pero si quieres quedarte
en Cádiz, que no lo apruebo,
en fin, si te quedas, mira
que mudes el pensamiento

(DON JUAN se sienta en una silla.)

a otra parte. No caviles,
ni dentro de un aposento
te consumas. Tus amigos,
que tienes muchos y buenos,
te divertirán; no des
que decir. Es muy mal hecho
turbar la paz de una casa,
y, en vez de amor y sosiego
introducir disensiones.
¿La quisiste? Sí lo creo.
¿Correspondió? Bien está;
ya no es tuya.

DON JUAN:
Si un perverso
no la hubiese violentado,
ni hubiera por viles medios
seducido su inocencia,
no la viera yo en ajeno
poder, ella fuera mía.
Si para amarse nacieron
nuestras almas y debían
unirse con nudo estrecho,
¡ay! ¿quién pudo desatarle?
¿Quién le rompe?... ¡Qué tormento!

DOÑA BEATRIZ:
Está muy reciente el mal,
no extraño que digas eso;
pero después...

DON JUAN:
Sí, después,
cuando ya me hubiere muerto.

DOÑA BEATRIZ:
Por Dios que...

DON JUAN:
¿Y hay en la tierra
justicia, virtud, respeto
a la religión...? ¡Que así
usen del poder paterno
con una niña inocente!
¡Que validos del pretexto
de educación, tiranicen,
un corazoncito tierno,
donde ya reside amor!
¡Qué iniquidad, qué violento
sacrificio! Ella turbada
entre el pudor y el respeto,
tímida, engañada y sola...
Ya se ve, no pudo menos.
¡Tantos contra mi querida
Isabel! Yo, sin saberlo,
ausente de ella cien leguas,
de tristes sospechas lleno.
Ella, celosa de mí
sin motivo, resistiendo
mil astucias. ¡Desgraciada!,
¡qué aflicción, qué desconsuelo
el suyo! Y ¿hay en la tierra
piedad, virtud? No lo creo.

(Se levanta.)

DOÑA BEATRIZ:
¡Válgame Dios, yo estoy muerta!
Juanito, ¡qué descompuesto,
qué perdido estás!

DON JUAN:
¡Ginés!

DOÑA BEATRIZ:
Un hombre de entendimiento
ha de conocer...

DON JUAN:
¡Ginés!

DOÑA BEATRIZ:
¿No me escuchas?

Escena IV

GINÉS, DOÑA BEATRIZ y DON JUAN.

DON JUAN:
Vuelve presto.
Mira...

GINÉS:
¡Señor!

DON JUAN:
Ve a la plaza,
y en casa de don Anselmo
pregunta, porque él me ha dicho
que verá de componerlo
con un capitán su amigo,
en cuyo buque podremos
salir hoy mismo...

GINÉS:
No acabo
de entender...

DON JUAN:
Mira, don Pedro
de Arizábal no nos puede
llevar, pero podrá hacerlo
un amigo suyo en otra
embarcación. A este efecto
quedó en hablarle y llevar
la razón a don Anselmo
de si puede o no su amigo.
Con la respuesta te espero
en su casa... Pero no;
vente por acá primero,
que ya habré vuelto. ¿Don Roque
otra vez? Guárdeos el cielo.

Escena V

DON ROQUE y DOÑA BEATRIZ.

DON ROQUE:
Beatriz, pregunta.

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué quieres?

DON ROQUE:
Sólo preguntarte quiero
cuándo me dejas en paz,
cuándo mudas de aposento;
más claro: cuándo te vas
a tu casa.

DOÑA BEATRIZ:
Estoy en eso;
se dispondrá.

DON ROQUE:
No me empieces
con tranquillas ni rodeos.
Ya te he dicho que te vayas,
que te vayas. ¡Pues es cierto
que están las cosas baratas!
Y, sobre todo, no quiero
más huéspedes. ¡Hay tal tema!
Yo no digo que pretendo
que te vayas y no vuelvas
en toda la vida a vernos,
no señor: una vez u otra
cuando quieras, santo y bueno.
Pero eso de estarte aquí
regalando, ni por pienso.
Mi mujer no necesita
a su lado consejeros;
conque, así, fuera.

DOÑA BEATRIZ:
Está bien,
no te has de enfadar por eso.

DON ROQUE:
Pero vete.

DOÑA BEATRIZ:
Ya me iré,
ya me iré.

DON ROQUE:
Sí, pero quiero
que te vayas al instante.

DOÑA BEATRIZ:
Pues al instante. ¡Qué empeño!
No faltaba más. Cuidado,
hombre, que te vas haciendo
el ente más fastidioso,
más ridículo y más fiero,
que se puede imaginar.
Tú quieres que en el momento
que mandas, te sirvan; quieres
que hasta el mismo pensamiento
te adivinen, porque todo
lo sueles pedir a gestos.
Si encuentras alguna cosa
puesta tres o cuatro dedos
más allá de donde tú
la dejaste, armas un pleito.
Si estás alegre, por fuerza
han de estar todos contentos;
y si te da la morriña,
que dura meses enteros,
ninguno se ha de reír.
Si ves hablar en secreto,
al instante te malicias

(como eres tan majadero)

que te burlan o disponen
asaltarte los talegos.
Si echan en la lamparilla
un poco de aceite menos
son ladrones, porque todo
lo sisan para venderlo.
Si echan aceite de más,
que no tienen miramiento
ni conciencia y se conoce
bien que no lo pagan ellos.
Genio como el tuyo, vaya,
no lo he visto; y lo que siento
es que siempre va a peor.
Por esto, hermano. Por esto
no me voy. Isabelita
antes de su casamiento
apenas te conocía;
yo la digo, yo la advierto
lo que ha de hacer; déjala
que te vaya comprendiendo,
que sepa tus extrañezas,
en fin que te trate, y luego
verás como, sin que nadie
me lo diga, dejo el puesto.
Que por no verte se puede
dar muchísimo dinero.
Adiós.

Escena VI

DON ROQUE y después MUÑOZ.

DON ROQUE:
¡Beatriz! A otra puerta.
Pero no perdamos tiempo;
esta es la ocasión. ¡Muñoz!
Lo primero es lo primero.
¡Muñoz!

MUÑOZ:
Vaya.

DON ROQUE:
Mira, ahora
es ocasión. Mientras veo
si alguno viene, te escondes
como tenemos dispuesto.
Vamos, hombre, ¡qué pesado
eres!

MUÑOZ:
No soy más ligero.

DON ROQUE:
Despacha; por este lado
puedes entrar.

MUÑOZ:
¡El proyecto!

DON ROQUE:
¡Hombre!

MUÑOZ:
¡Dale! Si es inútil
todo. ¿Qué pensáis que haremos
con el escondite? Nada
nada, si lo estoy ya viendo.
¿A qué es cansarse? Y supongo
que hoy se van; lo doy por hecho
que los tres quedamos solos.
Las desazones, los celos
no se acabarán jamás.

DON ROQUE:
¿Por qué?

MUÑOZ:
Qué, ¿no dais en ello?
Porque no puede hacer migas
una niña con un viejo,
no señor. Si ella es alegre,
antojadiza en extremo,
amiga de cortejillos,
de comedias, de paseos,
y aquí de todo carece,
siempre metida en encierro,
condenada de por vida
a vestiros y coseros,
a ver ese gesto, a oír
el continuo cencerreo
de la tos, a calentar
trapajos en el invierno
para el vientre, a cocer aguas,
preparar polvos, ungüentos,
parches, cataplasmas, ¡digo!,
¿cómo la ha de gustar esto?
Vaya, si no puede ser,
todo será fingimiento.

DON ROQUE:
Hombre, vamos.

MUÑOZ:
Quiero hablar,
que no soy ningún podenco.
Sí señor, a cada paso
habrá silbidos, acechos,
billeticos, tercerías.

DON ROQUE:
En parte, Muñoz, comprendo
tu razón; su genio es ese.

MUÑOZ:
¡Dale bola! No es el genio:
la edad, la edad, ahí está,
en la edad está el misterio.
Los hombres y las mujeres
todos, poco más o menos,
son de una misma calaña.
Los chicos gustan de juegos,
de alborotar y correr,
y poner mazas a perros.
Las muchachas, transformando
en mantellina el moquero,
van a misa y a visita,
se dicen mil cumplimientos,
y en cachivaches de plomo
hacen comida y refresco.
Luego que son grandecillas
olvidan tales enredos:
ni piensan en otra cosa
que en uno u otro mozuelo,
que al salir de casa un día
las hizo al descuido un gesto.
Señora madre las guarda,
las refiere mil ejemplos,
y las hace por la noche
repasar un libro viejo
donde dice no sé qué
de pudor y encogimiento.
El padre piensa que tiene
en la chiquilla un portento
de virtud, y ella entre tanto
piensa en su lindo don Diego.
Pues no digo nada el cuyo,
que anda que bebe los vientos,
y pasa noches enteras
hecho un arrimón eterno
aguardando la ocasión
de ver un postigo abierto
por donde doña Mencía
le diga: ce, caballero.
Ella y él a voces piden
matrimonio, presto, presto,
y en eso no piden mal.
Y ¿por qué no lo pidieron
cuando el uno en el corral
con otros chicos traviesos
jugaba a la coscojilla,
y ella en el recibimiento
con las muchachas de enfrente
se estaba haciendo muñecos
de trapajos, y les daba
sopitas de cisco y yeso?
¿Por qué? Porque con los años
es preciso que mudemos
de inclinaciones, señor;
y cuando se acerca el tiempo
de que la sangre nos bulle
y nos pide galanteo,
los mocitos se aficionan
a las mozas, no hay remedio.
Porque cada cual se arrima
a su cada cual, ¿no es esto?
Y pensar que el genio causa
esta inclinación, es cuento;
o es menester confesar
que todos tienen un genio
cuando tienen cierta edad.
Yo, señor, en mí lo veo:
fui muchacho y mozalbete
y tuve por aquel tiempo
las travesurillas propias
de un chiquito y de un mozuelo;
pero después se acabó,
¡ojalá no fuera cierto!,
y no espero... ¡Qué esperar!;
ni por acaso lo pienso,
que ninguna muchachuela
que la rebosa en el cuerpo
la robustez y el calor,
se aficione de mi gesto.
Vamos, eso es disparate,
y aunque es doloroso el verlo,
señor don Roque de Urrutia,
es preciso conocernos.

DON ROQUE:
Muñoz, calla, calla, calla,
por Dios, y no hablemos de eso,
que cada palabra tuya
me parte de medio a medio.

MUÑOZ:
¡Así pudiera explicarme
del modo que lo comprendo!

DON ROQUE:
Pues ¿qué más has de decir?
Mal haya, amén...

MUÑOZ:
El camueso
que...

DON ROQUE:
Calla.

MUÑOZ:
Callo, y me escurro.

(Hace que se va.)

DON ROQUE:
Vuelve, mira.

MUÑOZ:
Miro y vuelvo.

DON ROQUE:
Hombre, si te he dicho ya
que tienes razón, que es cierto
cuanto acabas de decir...;
pero, Muñoz, quid faciendum?
¿Quieres que me tire a un pozo?
¿Quieres...?

MUÑOZ:
Yo, señor, no quiero
más que decir mi sentir
sin disfraces ni rodeos.

DON ROQUE:
Ya me lo has dicho mil veces,
y cada vez que te veo
predicar sobre el asunto
me degüellas. Lo que quiero
es que te escondas.

MUÑOZ:
¿En dónde?

DON ROQUE:
Aquí. Vamos, entra presto.
Nadie viene. Vamos, hombre.

MUÑOZ:
Por el alma de mi abuelo
que disparate mayor
no lo pensara un jumento.
No conocéis...

DON ROQUE:
Muñoz, vete,
marcha de mi casa presto,
vete, recoge tu ropa.

MUÑOZ:
Si...

DON ROQUE:
Vete, que no te quiero
volver a ver en mi vida.
Vaya, marcha.

MUÑOZ:
Ya me meto.

DON ROQUE:
Por aquí.

MUÑOZ:
Vamos allá.

(Empieza MUÑOZ a meterse debajo del canapé.)

DON ROQUE:
Luego que te metas dentro,
te tiendes de largo a largo
y descansas.

MUÑOZ:
Ya lo entiendo.

DON ROQUE:
Qué, ¿no cabes?

MUÑOZ:
No lo sé.

DON ROQUE:
¿Cómo?

MUÑOZ:
Que allá lo veremos.

DON ROQUE:
Parece que viene gente.

(Dirá este verso DON ROQUE cuando MUÑOZ está ya medio escondido; hace diligencias para salir, y le ayuda su amo.)

MUÑOZ:
Esta es otra.

DON ROQUE:
¡Vaya, lerdo!

MUÑOZ:
Aquí te quiero escopeta.

DON ROQUE:
¡Que vienen ya!

MUÑOZ:
¡Si no puedo
ir a adelante ni atrás,
mas que venga un regimiento!

DON ROQUE:
Pues haz por salir, a ver.

MUÑOZ:
No hay que tirar tan de recio.

DON ROQUE:
Es porque salgas aprisa.

MUÑOZ:
Ya salí.

DON ROQUE:
¡Jesús, qué aprieto!

MUÑOZ:
¡Más aprieto ha sido el mío,
que por poco no reviento!

Escena VII

DON ROQUE y DOÑA ISABEL.

DON ROQUE:
Si habrá visto... Pero no.

DOÑA ISABEL:
¿Me llamabais?

DON ROQUE:
No por cierto.
(Esta es excusa.) Parece
que los huéspedes se fueron.

DOÑA ISABEL:
Pienso que sí.

DON ROQUE:
¿Qué me dices
de ese don Juan? ¡Ves qué atento,
qué bizarro y entendido!
Quien le conoció chicuelo,
y ahora le ve... Vaya, vaya,
los mozos nos hacen viejos.

(Aparte.
¡Cómo calla la bribona!
)

Y aún me parece que tengo
especie de haberte visto
alguna vez, allá en tiempo
de don Álvaro, en su casa.

DOÑA ISABEL:
Es verdad.

DON ROQUE:
Sí, bien me acuerdo.
¡Qué traviesos erais todos!
Qué chillidos y qué estruendo
andaba en la sala oscura
por las noches del invierno,
cuando íbamos a jugar
al revesino, don Pedro,
don Andrés y don Martín
de Urquijo. ¡Qué hombres aquellos!
Aquellos sí que eran hombres...
¿Lloras?

DOÑA ISABEL:
No, señor.

DON ROQUE:
Yo veo
que lloras. Di la verdad,
¿qué tienes? Algún misterio
hay aquí. Di, ¿por qué lloras?

DOÑA ISABEL:
No lo extrañéis, pues me acuerdo
con eso que me decís
de aquel venturoso tiempo...

DON ROQUE:
De aquel tiempo cuando os ibais
a retozar...

DOÑA ISABEL:
No por cierto.

DON ROQUE:
... tú, don Juan, y otras muchachas,
y el hijo de don...

DOÑA ISABEL:
No es eso.

DON ROQUE:
... de don Blas, y en la cocina
no dejabais en su puesto
ni vasija ni cacharro.
¡Isabel, aquellos juegos,
aquellos juegos...!

DOÑA ISABEL:
¡Ay triste!

Escena VIII

GINÉS con un papel en la mano, y dichos.

DON ROQUE:
(Aparte.
Hola, recado tenemos,
y billetico también;
yo he de verle.) ¿Adónde bueno,
señor Ginés?

GINÉS:
A buscar
a mi amo.
DON ROQUE

(Ya te entiendo.)

¿Conque al amo?

GINÉS:
Sí, señor.

DON ROQUE:
¿Y ese papelillo abierto
es para el amo también?
Dádmele acá.

GINÉS:
¡Bueno es eso!
Si no es para vos.

DON ROQUE:
No importa.

GINÉS:
Advertid...

DON ROQUE:
Yo nada advierto:
es empeño el verle ya.

GINÉS:
Ahí le tenéis, si es empeño.

(Le da el papel y DON ROQUE lee.)

DOÑA ISABEL

(¿Qué dirá el papel?)

GINÉS

(El hombre
gasta mucho cumplimiento.
)

DOÑA ISABEL

(Aparte.)

Llena de temor estoy.

DON ROQUE:
Pues toma, llévale presto.

GINÉS:
Pero ¿está en casa mi amo?

DON ROQUE:
No está en casa, según creo.

DOÑA ISABEL:
No está, no está.

GINÉS:
Agur, señores.

DON ROQUE:
Adiós, amigo.

Escena IX

DON ROQUE y DOÑA ISABEL.

DON ROQUE:
En efecto,
se va don Juan.

DOÑA ISABEL:
¿Cómo? ¿Adónde?
DON ROQUE

(Aparte.
¡Si será el lloro por esto!
)

Hoy mismo se ha de embarcar.
¿Qué dices?

DOÑA ISABEL:
Yo nada.

DON ROQUE:
El viento
es propio para salir.
Y me parece muy bueno
que vaya a América. Allí
si se da por el comercio
hay muy buena proporción;
es verdad que no le veo
inclinado a comerciar;
pero, en fin, cuando lo ha hecho
él sabrá por qué se va,
y adónde va, que no es lerdo...
¿Qué dices?

DOÑA ISABEL:
Nada, señor.

DON ROQUE:
Es un mozo muy atento,
y de bella inclinación.
Yo he celebrado en extremo
haberle tenido en casa;
y aunque ha estado poco tiempo,
he comprendido que tiene
prendas de muy caballero.
¿Qué te parece? ¿Es verdad?

DOÑA ISABEL:
No hay duda, señor; es cierto.

DON ROQUE:
¿Estás triste?

DOÑA ISABEL:
No, señor.

DON ROQUE:
Qué, ¿no te gusta que hablemos
de nuestro huésped?

DOÑA ISABEL:
A mí,
¿qué se me puede dar de eso?

DON ROQUE:
Dices bien. ¡Hola, ya es tarde!

(Saca el reloj.)

DOÑA ISABEL:
¿Salís otra vez?

DON ROQUE:
Sí, tengo
que hacer mil cosas. Muñoz
también ha de salir luego.
Cuando se vaya, tened
cuidado, y estad atentos
por si alguno llama. Adiós.

(Aparte.
Tú caerás en el anzuelo.
)

Escena X

DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ.

DOÑA BEATRIZ:
¿Vienes adentro, Isabel,
o te agrada que saquemos
a esta pieza la labor?

DOÑA ISABEL:
¡Ay, Beatriz!

DOÑA BEATRIZ:
Dejemos eso,
Isabelita.

DOÑA ISABEL:
¡Ay de mí!

DOÑA BEATRIZ:
Vamos, hermana, ¿qué es esto?
¿No ha de haber prudencia en ti?
¿Es ese el ofrecimiento
que me has hecho de olvidarle
y, siguiendo mi consejo,
despedirle para siempre
antes que llegue el extremo
de que lo sepa mi hermano?

DOÑA ISABEL:
Ya lo sabe, ya no es tiempo
de disimular con él;
mis ojos se lo dijeron,
mis suspiros...

DOÑA BEATRIZ:
Pues ¿qué ha dicho?

DOÑA ISABEL:
Nada; pero yo, que advierto
en sus palabras y acciones
mucho artificio y misterio,
he llegado a conocer
que está celoso e inquieto,
porque no se va don Juan.

DOÑA BEATRIZ:
¡Ay, hermana, qué mal hecho,
qué mal hecho! Pero yo
no lo supe, que a saberlo...

DOÑA ISABEL:
¿El qué, Beatriz?

DOÑA BEATRIZ:
Que venía
a Cádiz; yo te prometo
que si hubiéramos sabido
su venida, conociendo
al uno y al otro, yo
hubiera sabido hacerlo
de modo que él no viniese
a renovar sentimientos,
a turbar nuestra quietud,
a dar a mi hermano celos.
Pero, Isabel, todavía
si eres honrada hay remedio.

DOÑA ISABEL:
¿Dudas de mí?

DOÑA BEATRIZ:
No; confío
en tu virtud y, por eso,
con franqueza he de decirte
lo que has de hacer.

DOÑA ISABEL:
Dilo presto.

DOÑA BEATRIZ:
No verle más; los combates
de amor se vencen huyendo.
No le escuches, no le veas,
y entre tanto dispondremos
que se vaya.

DOÑA ISABEL:
En vano es ya,
pues su partida ha resuelto
él mismo y ha de embarcarse
muy pronto, según entiendo.

DOÑA BEATRIZ:
Eso es lo que debe hacer;
pero ¿lo sabes de cierto?
¡Ay, Isabel, esas son
palabras que lleva el viento!
En fin, tú debes hacer
lo que he dicho. Yo te ofrezco
que hoy mismo estaré con él;
sabré cuál es su deseo,
y de una manera u otra
saldrá de casa muy presto,
muy presto.

DOÑA ISABEL:
¡Válgame Dios!

DOÑA BEATRIZ:
Si es noble, si es caballero,
ha de conocer la fuerza
de la razón, y no creo
que permita que mi hermano
viva de ti descontento.
Si te estima, no querrá
verte notada del pueblo,
sin honor, aborrecida
de tu marido. Si es cuerdo,
si teme a Dios, con dejarte
dará a tanto mal remedio.

DOÑA ISABEL:
¡Qué bien dices! Tú me das
volver a ver en mi vida
Sí, primero es la virtud...
Pero, ¡ay de mí!, ya resuelvo
lo mejor. Yo, yo sabré,
dando fin a tantos yerros,
decirle que me abandone,
que se vaya, que no quiero
volver a ver en mi vida
a un hombre que ya aborrezco.

DOÑA BEATRIZ:
¿Le aborreces? ¿Y tendrás
valor para decir eso?
¡Ay, Isabel, lo que importa,
es que, por ningún pretexto,
le vuelvas a ver jamás!
Yo le diré todo eso
que tú le piensas decir;
vente conmigo allá dentro
y, fingiendo que estás mala,
a nuestro engaño daremos
principio; ven.

DOÑA ISABEL:
Ya te sigo.

Escena XI

DOÑA ISABEL y luego DON JUAN.

DOÑA ISABEL:
Gente viene; pero ¡cielos!
Él es; me voy. ¿Qué he de hacer?
¡Triste de mí! No, no quiero
verle.

DON JUAN:
Isabel.

DOÑA ISABEL:
Si venís
o enamorado o atento
a despediros de mí,
guarde vuestra vida el cielo,
y os lleve con bien. ¡Ay triste!

DON JUAN:
A sólo decirte vengo...

DOÑA ISABEL:
Sí, que te vas, ya lo sé.
Vete, yo te lo aconsejo.
Vete, ¡cruel!, si tú tienes
valor, ¡ay Dios!, para hacerlo.
Para rogártelo yo,
si no le tuve, hoy le tengo.

DON JUAN:
¡Ah, que no sabes la pena...!

DOÑA ISABEL:
Sí, ya sé lo que te debo;
vete, y déjame morir.
Pero en fin, ¿te vas? ¿Es cierto,
es cierto, don Juan? ¿Después
de un amor tan verdadero,
pude esperar este fin?
¿Esto mereció mi afecto?

DON JUAN:
¿Y esto he merecido yo?
¡Ah, ingrata mujer!, ¿qué has hecho?
¡Qué facilidad la tuya!
¿Cuál violencia, qué respeto
así te pudo obligar,
para deshacer tan presto
la unión más apetecida
que formó el trato y el tiempo?
¡Ay, qué tiempo aquél! ¿Te acuerdas?
¿Te acuerdas?

DOÑA ISABEL:
¡Yo desfallezco!

DON JUAN:
Cuando de nuestra fortuna
tú contenta y yo contento
esperábamos de amor
galardones lisonjeros.
El trato, la inclinación,
la edad, los alegres juegos,
los mal fingidos desvíos...

DOÑA ISABEL:
Don Juan, ¡ay de mí!, yo muero.

DON JUAN:
Un suspiro, una palabra
de tu boca, un halagüeño
mirar, toda mi ambición
era, todos mis deseos.
Ya se acabó. Si te quise,
si es verdad que en otro tiempo
nos amábamos los dos,
pasó como sombra y sueño.
Tú cediste a las instancias
de un hombre vil y perverso;
cediste, y una ilusión,
unos aparentes celos
te pudieron obligar
a olvidar mi amor primero...
¡Debilidad femenil!

DOÑA ISABEL:
Tarde lo lloro y lo siento.

DON JUAN:
¡Tarde, es verdad! En la muerte
toda mi esperanza tengo,
ella acabará mi mal.

DOÑA ISABEL:
¡Oh! ¡No lo permita el cielo!
Yo sí moriré de angustia,
que no hay valor en mi pecho
para tanto, ¡ah, infeliz!

DON JUAN:
Adiós, ya no nos veremos
otra vez. De ti apartado
buscaré climas diversos.
Isabel, querida mía,
no te olvides del afecto
que nos tuvimos los dos.
Ya nada de ti pretendo,
sino que mi fe, mi amor
viva en tu memoria eterno.
Quiéreme bien, piensa en mí.
Quizá hallará mi tormento
alivio, cuando imagine
que de la hermosa que pierdo
alguna lágrima, algún
tierno suspiro merezco.
Pero, ¡ay de mí!, no, Isabel,
olvida el cariño nuestro.
No te acuerdes más de mí;
borra de tu pensamiento
la memoria de un amor
tan malogrado y funesto.
Ama a tu esposo y no más,
ámale, yo te lo ruego,
y déjame ya partir.

DOÑA ISABEL:
¡Señor!

DON JUAN:
¡Isabel!

DOÑA ISABEL:
Ni puedo
hablar, ni sé qué decirte.
¡Ah, si vieras cómo tengo
mi corazón!

DON JUAN:
¡Ah, si vieras...!
Pero adiós, y este postrero
abrazo confirme...

(Quiere abrazarla, y ella le detiene retirándose.)

DOÑA ISABEL:
¡Aparte!

DON JUAN:
¿Huyes?

DOÑA ISABEL:
Sí, de ti me alejo,
que me ofreces mil peligros
en cada vez que te veo.

DON JUAN:
¡Cruel!

DOÑA ISABEL:
Ah, don Juan, ¿qué quieres,
que quieres de mí? Si el cielo
lo ordena así, ya lo ves.
Cedamos a su precepto.
Vete, ya que de este modo
mi desgracia lo ha dispuesto;
vete, sí, nunca me veas.
Nuestro honor lo está pidiendo.
Mas no te vayas de Cádiz,
ni me des mayor tormento;
no porque te llore ausente,
quieras que te llore muerto.
Que a un infeliz más le sirve
de aflicción que de consuelo,
buscar provincias remotas
con tantos mares en medio.
Una ciudad populosa
ofrece muchos objetos,
y tus penas cederán
a la reflexión y al tiempo.
Baste a infundirte valor
ver que yo te doy ejemplo,
que me separo de ti
entregada al más acerbo
dolor. Sí, que si no fuese
este amor tan verdadero,
no fuera virtud en mí
dejarse como te dejo.
Pero es preciso, don Juan;
casada estoy, honor tengo.
¿Qué disculpa hallar sabré
a mi ceguedad? ¿Qué premio
puedo esperar de un delito,
y delito tan horrendo?
¿A dónde iremos entonces?
¿Qué harás?... Ah, si no hay remedio,
separémonos entrambos.
Muera yo de sentimiento,
ausente, desamparada
de mi bien, que alegre muero
si, a costa de tales penas,
pura mi opinión conservo.

DON JUAN:
¡Ay, querida de mis ojos!
¡Quién te ha dado tal esfuerzo!

DOÑA ISABEL:
¡Oh virtud! ¡Oh dolorosa
virtud!

(DOÑA ISABEL se va por la puerta de la izquierda, y DON JUAN, después de una breve suspensión, por la parte opuesta.)

DON JUAN:
Dios me dé consuelo.

Escena XII

MUÑOZ solo.

Llegó el caso: no hay que darle
vueltas, es preciso hacerlo.
Válgate el diablo por hombre,
¡qué perdido tiene el seso!
¡Ay qué boda! ¡Ay qué don Juan!
Muñoz, ánimo y a ello.

(Estando ya medio escondido debajo del canapé, suena la campanilla. Entonces dirá los dos últimos versos, y acaba de esconderse.)

No, pues ya no he de salir
aunque echen la puerta al suelo.

Escena XIII

BLASA atraviesa el teatro, y sale después con GINÉS.

BLASA:
¡Ya van, ya van! ¡Hay tal prisa!

GINÉS:
Juzgué que estaba durmiendo.

BLASA:
No, sino que se ha marchado
sin decir nada allá dentro.
¡Vaya, que es muy fastidioso
el tal Muñoz!

GINÉS:
Yo no entiendo
cómo don Roque le aguanta.

BLASA:
¿Cómo? Bien fácil es eso;
porque hace doscientos años
que está en la casa sirviendo;
porque es viejo, que los dos
no se llevan mes y medio;
porque es ruin como su amo;
porque le ha cogido miedo;
porque para cualquier cosa
se vale de su consejo,
y si Muñoz no lo dice,
no puede haber nada bueno;
porque le sirve de espía,
le va con todos los cuentos,
y cuando sale su amo
se está en el portal, fingiendo
que duerme o reza, y no hay cosa
que él no sepa; viene luego
don Roque, y el estantigua
maldito de su escudero,
ce por be, todo lo sopla.

GINÉS:
¡Haya viejarrón perverso!
¡Miren el cara de angustia
qué modos tiene tan bellos
de hacerse querer! ¡Bribón!

BLASA:
Yo siempre la estoy diciendo
a mi ama que volvamos
a nuestra casa, y dejemos
a esos hombres, que parecen
dos espantajos de un huerto.
Vaya, que los dos...

GINÉS:
Pues yo,
Blasilla, pronto los dejo.

BLASA:
¿Sí? ¿Cómo?

GINÉS:
Como nos vamos
allá, ¿qué sé yo?, muy lejos...

BLASA:
¿Y cuándo?

GINÉS:
Hoy mismo, si el aire
no nos pone impedimento.

BLASA:
Dichoso tú, que de hoy más
no verás a ese estafermo
de Muñoz, ni a mi don Roque
tan fastidioso, y tan puerco.

Escena XIV

DOÑA ISABEL, GINÉS y BLASA.

DOÑA ISABEL:
Blasa.

BLASA:
Señora.

DOÑA ISABEL:
Beatriz
te llama.

BLASA:
Allá voy corriendo.

(Vase.)

DOÑA ISABEL:
¿En dónde estará tu amo?

GINÉS:
En la playa, mientras vengo
por el cajón que quedó
sobre la mesa allá dentro.

DOÑA ISABEL:
Ve por él.

Escena XV

DOÑA ISABEL sola.

¡Ay infeliz!
No hay que hacer, se va en efecto.
¿Y adónde, adónde? ¡Oh dolor!
A buscar peligros nuevos.
¿Qué precisión puede haber
de cruzar un golfo inmenso
que nos ha de separar
no sólo para no vernos,
sino para no saber
si mi bien es vivo o muerto?
¡Ah, no! Sepa yo que él vive,
y que logra algún consuelo
en su patria, acompañado
de sus amigos y deudos.
Esto importa.

Escena XVI

DOÑA ISABEL y GINÉS con una caja.

DOÑA ISABEL:
Ginés, dile
a tu amo que le espero
sin falta, al instante, ahora;
pues no ha nada que salieron
don Roque y Muñoz. En fin,
dirásle que a todo riesgo
venga, que le quiero hablar.

GINÉS:
Voy, señora, pero temo...

DOÑA ISABEL:
¿Qué?

GINÉS:
Que es ya mala ocasión,
pues está todo dispuesto,
y al primer tiro de leva
saldrán las naves del puerto.

DOÑA ISABEL:
¡Mísera! Corre, ¡ay de mí!

Escena XVII

MUÑOZ solo, que sale del canapé.

Gracias a Dios que se fueron.
¡Canallas! Si tardo un poco
en salir, pierdo el pellejo.
¡La Blasita! ¡Pues el otro
bribón...! Y cómo me he puesto
de basura... ¿Si será
verdad lo del testamento?
¡Qué buena gente hay en casa!
Los demonios del infierno
no son de raza peor.
Don Roque, ¡malo va esto!

Acto III

Escena I

DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ.

DOÑA BEATRIZ:
En fin, parece que Dios
todas las cosas ordena
a favor nuestro. Don Juan,
conociendo lo que arriesga
en quedarse, va a marchar;
la escuadra se hará a la vela
en esta mañana misma.
Ya, Isabel, estoy contenta,
ya se acabó mi temor;
tus inquietudes serena,
pues ya él se fue. No presumas
que tu marido sospecha
nada; no, yo le conozco,
sé su genio y sus ideas;
demás que, en tan breve tiempo,
no es posible que pudiera
haber llegado a saber
estas cosas. Tu prudencia
emendará lo demás;
él te quiere, y si te esmeras
en darle gusto, verás
como todo se remedia.

DOÑA ISABEL:
Sí, Beatriz, así lo haré,
tú mi timidez ahuyentas;
conozco mi error, conozco
los peligros que me cercan
por una ciega pasión,
que ya desechar es fuerza.
¡Ay, hermana, estas paredes
me acusan, adonde quiera
que vuelva la vista...! ¡Oh cuánto
poder la verdad encierra!

DOÑA BEATRIZ:
No es mucho, Isabel, que ahora
turbada y débil te sientas;
eres niña, y este golpe
te ha de causar mucha pena.

DOÑA ISABEL:
Dígalo quien como yo
hubiese amado de veras.

DOÑA BEATRIZ:
Después, Isabel, que borres
esas memorias funestas,
al cuidado de tu casa,
y de tu marido atenta,
libre de este sobresalto,
vida afortunada y quieta
lograrás, por más que ahora
imposible te parezca.
Sí, querida, no lo dudes:
el trato cariño engendra.
¡Qué feliz serás entonces!
Hoy lloras y te lamentas
de tu suerte; vendrá el día
que a ti te cause vergüenza,
y al acordarte dirás:
¡Señor!, ¿qué pasión fue aquella?
No estuve en mí, no es posible;
porque si pensado hubiera
el peligro, ni un instante
mi pundonor permitiera
tal exceso. ¿Y yo, engañada,
lloré de don Juan la ausencia?
¿Yo pude sentirlo, cuando
mi quietud logré por ella,
el amor de mi marido...?
¡Qué ceguedad! ¡Qué flaqueza!

DOÑA ISABEL:
¡Ay Beatriz!

DOÑA BEATRIZ:
Hermana mía,
¿qué temes? Nada hay que temas.
DOÑA ISABEL

(Aparte.)

¡Oh! ¡Qué mal hice en llamarle!

DOÑA BEATRIZ:
¿Por qué, di, no te consuelas?
Si conoces la verdad,
no des lugar a que venza
la inclinación; siempre has sido
muy cristiana, muy honesta,
y muy prudente también;
y si lograrlo deseas...
DOÑA ISABEL

(Aparte, haciendo que se va.
¿Llamaron? Él es sin duda.
)

¿Adónde iré?

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué te altera?
¿Por qué te vas, si es mi hermano?

Escena II

DON ROQUE y las dichas.

DON ROQUE

(Aparte.)

¿Qué entruchadas serán estas
de volver y de tornar?
¿Dónde está la bata vieja?
¿Cuánto va que no se han puesto
los pedazos de bayeta
en la espalda?

DOÑA BEATRIZ:
¡Si dijiste
ayer que te los pusieran!
No ha habido tiempo de hacerlo.

DON ROQUE:
Idos las dos allá fuera.

DOÑA BEATRIZ:
¿Te quedas sin desnudar?

DON ROQUE:
¿Qué don Juan?

DOÑA BEATRIZ:
¡Que si te quedas
con ese vestido, o quieres
la bata!

DON ROQUE:
Cuando la quiera,
yo sabré llamar.

DOÑA ISABEL:
Beatriz,
de sobresalto estoy llena.

DOÑA BEATRIZ:
¿Quieres algo?

DON ROQUE:
No señora.

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué tienes?, ¿qué te molesta?

DON ROQUE:
Nada. ¿Qué la importará,
que yo tenga lo que tenga?
¿No he dicho que me dejéis?

DOÑA BEATRIZ:
Ven, Isabel.

Escena III

DON ROQUE y MUÑOZ.

DON ROQUE:
Muñoz, entra.
Conque el recado no es más...

MUÑOZ:
¿Ahora salimos con esa?
Sí, señor, no es nada más,
que lo que dije allá fuera.

DON ROQUE:
¿Que vaya y diga a su amo
que venga al punto?

MUÑOZ:
Que venga.

DON ROQUE:
¿Que los dos hemos salido?

MUÑOZ:
Eso mismo.

DON ROQUE:
¿Que le espera
sin falta, sin falta?

MUÑOZ:
Cierto.

DON ROQUE:
¿Y dices que estaba inquieta,
y lloraba?

MUÑOZ:
¡No, que no!

DON ROQUE:
¿Y qué otra cosa era aquella
que me empezaste a decir?

MUÑOZ:
Eran alabanzas vuestras.

DON ROQUE:
Conque, en efecto, ¿estantigua
me llamaron?

MUÑOZ:
Y postema.

DON ROQUE:
¿Y cenacho?

MUÑOZ:
Y viejarrón.

DON ROQUE:
¡Habrá mayor desvergüenza!
Conque, ¿todas esas flores
dijo de mí?

MUÑOZ:
Y otras treinta.

DON ROQUE:
¿Y luego le dio el recado?

MUÑOZ:
La del recado no es esa.

DON ROQUE:
Pues Isabel...

MUÑOZ:
Isabel
no trató de esa materia.
Blasilla fue la que dijo,
que don Roque es un babieca,
que parece un espantajo,
que es sordo como una piedra,
que le corrompe el aliento,
que tiene hinchadas las piernas,
que no puede ser casado,
que...

DON ROQUE:
Calla, por Dios, no quieras
que vaya allá, y de un porrazo
la mate. ¡Haya picaruela,
habladora, embusterona...!

MUÑOZ:
Yo no sé si es embustera,
pero que lo dijo es cierto.

DON ROQUE:
De suerte, que ya no queda
en esta casa ninguno
que mi tormento no sea,
mi repudrición... ¡Infame!
Si estoy por ir a cogerla
de los cabellos, y darla
a la pícara tal felpa...

MUÑOZ:
Mal remedio.

DON ROQUE:
¿Qué he de hacer?
¿Qué he de hacer? Si no me deja
la cólera discurrir...
Mira, Muñoz, la cabeza
la tengo como un tambor.
Señor, si este mozo intenta
salir hoy mismo de Cádiz,
para separarse de ella;
si le he dejado en la playa
aguardando a que viniera
el bote; si se despide
de mí; si el tiempo se acerca
de salir, que de un instante
a otro la señal esperan...,
¡San Antonio!, ¿para qué
le habrá mandado que venga?

MUÑOZ:
Con el hijo de mi madre
pudieran venirse a fiestas.

DON ROQUE:
Pues en tal caso, ¿qué harías?

MUÑOZ:
Yo sé muy bien lo que hiciera.

DON ROQUE:
Hombre, por San Juan bendito
te suplico...

MUÑOZ:
Ya comienza
otra vez el pordioseo.

DON ROQUE:
... que me digas lo que hicieras,
si fueras don Roque ahora.

MUÑOZ:
Si fuera don Roque en esta
ocasión, no dejaría

(Mientras MUÑOZ dice estos versos, DON ROQUE se pasea pensativo por el teatro.)

vivir a Muñoz: le diera
mil quejas a cada instante,
porque no huele y acecha;
le pidiera parecer
una, cuatro, veinte, treinta
veces, y sin hacer nada,
ni resolver a derechas,
a mi escudero infeliz
le hiciera pagar la pena
de lo que otro cometió;
le acosara, le embistiera,
le matara... ¿No me oís?

DON ROQUE:
Yo he de perder la cabeza
con estas cosas, Muñoz;
vaya no hay que darle vueltas,
lo que te he dicho has de hacer.

MUÑOZ:
¿Qué he de hacer?

DON ROQUE:
¿Ya no te acuerdas?

MUÑOZ:
¿De qué, señor?

DON ROQUE:
Es verdad.
¡Si estoy loco...!

MUÑOZ:
¿Quién lo niega?

DON ROQUE:
¡Ya se vé, si no lo he dicho...!
Mira, Muñoz, si ella espera
al don Juan, quizá no viene,
porque sabe o se recela
que estoy en casa; Ginés,
vaya, como si lo viera,
me habrá atisbado al entrar,
que si no...; pero mis tretas
me han de valer: corre, amigo,
corre, que en tu diligencia
consiste. Mira, ya sabes
dónde las llaves se cuelgan.
¿Conoces la del portón?

MUÑOZ:
¿Cuál, señor?

DON ROQUE:
Aquella vieja,
¿estás?

MUÑOZ:
Ah, la del postigo
que cae a la callejuela.

DON ROQUE:
Esa misma.

MUÑOZ:
Si ha mil años
que por allí nadie entra
ni sale.

DON ROQUE:
No importa nada;
tráeme la llave.

MUÑOZ:
¿Y qué nueva
invención?

DON ROQUE:
Ya la sabrás;
ten cuidado no te sientan.

Escena IV

DON ROQUE solo pasándose por el teatro.

¡Ay, señor, esto va malo,
malo, malo...! ¡Picaruela!
¿Si parecerá la llave?
Muñoz dice bien, no es ella
quien tiene la culpa; yo
yo la he tenido... Si fuera
decir... Pero sí, ¡enmendarse!:
cuando cumpla los ochenta.
¡Bien dice Muñoz! ¡Mal año
si dice bien! Él me inquieta
con sus cosas, pero encaja
unas verdades tan secas...
Si yo se lo hubiera dicho
antes, no me sucediera
este chasco, sí por cierto.
¡Pobre don Roque, qué buena
la hiciste! ¡Pobre don Roque!
Pero quizá si nos deja
este don Juan, puede ser
que lograra... Dios lo quiera.

Escena V

DON ROQUE y MUÑOZ.

DON ROQUE:
¿Pareció?

MUÑOZ:
Pareció.

DON ROQUE:
¿Sabes
si alguna te vio cogerla?

MUÑOZ:
Nadie ha visto nada.

(MUÑOZ da una llave a DON ROQUE.)

DON ROQUE:
¿No?
Pues anda, y dila que venga.

MUÑOZ:
¿A quién?

DON ROQUE:
A Blasa.

MUÑOZ:
¿A la niña
deslenguada y bachillera,
que os trató de podrigorio?
Pues ¿qué pretendéis con ella?

DON ROQUE:
Entablar este proyecto,
con el cual, si no se yerra,
a los dos he de pillar;
confirmaré mis sospechas,
y entonces me han de pagar,
juro a tal, la desvergüenza.
Llama a Blasilla.

MUÑOZ:
Ahí parece
que viene.

DON ROQUE:
Pues salte afuera.

MUÑOZ:
Con tanto preparativo,
tanto vaya, torne y vuelva,
se pasa el tiempo. Y ¿qué hará?
Lo que hizo cascaciruelas.

Escena VI

DON ROQUE y BLASA.

DON ROQUE:
Oye Blasilla.

BLASA:
Señor.
DON ROQUE

(Aparte.
Vamos a hacer la deshecha.
)

Mira, yo voy a salir;
si a eso de las doce y media
no he vuelto, podéis comer,
que es señal que como fuera.

BLASA:
¿Fuera, señor?

DON ROQUE:
Sí, porque
un conocido me espera
para un asunto, y quizá
no querrá que a casa vuelva,
y me quedaré con él.

BLASA:
Vaya, señor, que no os dejan
parar en casa.

DON ROQUE:
Es preciso
hacer yo mis diligencias.

BLASA:
Y nosotras encerradas
en esta cárcel estrecha;
si no es a misa, jamás
damos por ahí una vuelta.

DON ROQUE:
Las mujeres recogidas
que tienen juicio y vergüenza,
se están en casa, y no son
busconas ni callejeras;
¡en casa, en casa! (Me voy,
que ya el enojo me ciega.)

(DON ROQUE se va muy enojado sin tomar el sombrero; a las voces de BLASA, vuelve, se le pone, y se va por la puerta del lado derecho.)

BLASA:
Digo, señor, ¿y el sombrero?
¡Señor! Sí... ¡Qué paso lleva!
¡Señor! ¿Cuánto va que pierde
este viejo la chaveta?
Ya vuelve, gracias a Dios.
Tomad el sombrero.

DON ROQUE:
Venga.

Escena VII

BLASA y después MUÑOZ.

BLASA:
¡Qué singular es el hombre!
¡Y que haya mujer que quiera,
en lo mejor de su edad,
con una cara de perla,
dos ojos como dos soles,
y un chiste que a todos prenda,
enlodazarse en un viejo
tan carcamal y tan bestia!
¡Ay, Señor!, no; mejor es
morir de puro soltera,
que sufrir a un mamarracho
de un maridazo, alma en pena,
con más tachas y alifafes,
que el caballo de Gonela.

(Sale MUÑOZ y, al ver a BLASA, se detiene a la puerta.)

Qué es eso, señor Muñoz,
¿os asustan las doncellas?
Si os estorbo...

MUÑOZ:
Sí me estorbas.

BLASA:
¡Conque os estorbo! ¿De veras?

MUÑOZ:
No tengo ganas de hablar.

BLASA:
¡Conque me iré!

MUÑOZ:
Cuando quieras.

BLASA:
¡Qué ceño! Desde que estoy
en esta casa perversa,
nunca os he visto reír;
siempre con mal gesto.

MUÑOZ:
Y ella
siempre hablar que te hablarás.

BLASA:
Hago bien, que tengo lengua.

MUÑOZ:
Hace mal.

BLASA:
No, sino bien.

MUÑOZ:
Vaya, no tengamos fiesta.

BLASA:
Quiero hablar.

MUÑOZ:
Calla.

BLASA:
Sí quiero
hablar. ¡Dale! ¡Hay tal cansera!
¡Fastidiosazo de viejo...!

MUÑOZ:
Mira...

BLASA:
Cara de materia.

MUÑOZ:
Si...

BLASA:
Rodrigón, pitarroso,
Judas: ¡rabia, rabia!

MUÑOZ:
Espera...

Escena VIII

MUÑOZ y después DON ROQUE.

MUÑOZ:
¡Picarona! Bien se ve
que no hay en casa quien tenga
calzones. ¡Picaronaza,
atrevida, desenvuelta!
¡A mí...! Vaya, yo no entiendo
cómo he tenido paciencia...
El diablo sabe por qué.

(Sale DON ROQUE por la puerta del lado izquierdo.)

DON ROQUE:
Muñoz, ya estamos de vuelta.
Buena prevención ha sido
que pasaras a esta pieza
para espantarlas; ninguna
me ha visto entrar: mi cautela
se logró completamente.
Al salir yo por la puerta,
vi al canalla de Ginés,
que estaba de centinela
en esa casa de al lado;
yo tuerzo la callejuela
fingiendo no haberle visto;
y él, que me observaba, apenas
me aparté un poco, marchó
sin duda a llevar las nuevas
a don Juan o don demonio.

MUÑOZ:
Pero bien, ¿qué se granjea
con ese embrollo maldito
de vueltas y de revueltas,
y entrarse por el portón,
para que las niñas crean
que habéis salido de casa?
Que Ginés vaya ni venga,
¿qué importará?; ¿ni que juzgue,
que estáis dentro, o estáis fuera?
¡Cuidado, que más parecen
cosas de chicos que juegan,
que no de señor mayor!

DON ROQUE:
Mira, Muñoz, esta treta
es para que si don Juan,
como le han dicho que vuelva,
por temor de hallarme aquí
se ha detenido, y espera,
para asegurar el lance,
billete, recado, o seña,
saliendo yo, desde luego
su duda se desvanezca;
porque si Ginés le avisa,
o están encargadas ellas
de hacerlo (que son el diablo),
vendrá sin remedio a verla,
y entonces...

MUÑOZ:
Y entonces ¿qué?
Habrá una gran pelotera,
chillidos, voces, y adiós.
Se irá don Juan y ¿qué piensa
lograr, mi señor don Roque?

DON ROQUE:
La cosa está ya dispuesta;
pero no nos detengamos
en balde, que el tiempo aprieta;
vete, por Dios, a tu cuarto...

MUÑOZ:
Mucha diversión me espera.

DON ROQUE:
... en tanto que yo la traigo
hacia acá. Pero ¿no es ella?

MUÑOZ:
Ella misma, que al reclamo
de don Juan viene que vuela.
Voyme.

Escena IX

DON ROQUE y DOÑA ISABEL.

DON ROQUE:
¿De qué te suspendes?

DOÑA ISABEL:
Presumí que estabais fuera,
porque Blasa...

DON ROQUE:
Sí, he salido
a dar por ahí una vuelta,
y... ¿Qué dices?

DOÑA ISABEL:
Nada.

DON ROQUE:
¿Qué?

DOÑA ISABEL:
Nada, señor.

DON ROQUE:
No se pierda
el tiempo.

(DON ROQUE cierra con llave la puerta del lado izquierdo.)

DOÑA ISABEL:
Señor, ¿qué hacéis?
¡Ay de mí! La llave...

DON ROQUE:
Deja
la llave, nada te importa la llave.

DOÑA ISABEL:
Pero ¿a qué es esta
prevención?

DON ROQUE:
Mira, Isabel,
yo sé que a don Juan esperas;
él va a venir.

DOÑA ISABEL:
¡Señor!

DON ROQUE:
Calla,
no me grites, que lo echas
a perder. Él va a venir;
yo me escondo en esa pieza;
tú, sentada en esta silla
de modo que yo te vea,
le has de recibir. Dirásle
que ni un punto se detenga
en mi casa; que a qué vienen
todas esas morisquetas
de hacer que se va, y quedarse;
que en su vida a verte vuelva;
y que aunque yo no sé nada,
es muy fácil que lo sepa...
Pero a la puerta han llamado;
siéntate, la silla vuelta
hacia este lado.

(DON ROQUE pone una silla enfrente de la puerta de su cuarto.)

DOÑA ISABEL:
¡Ay de mí!
¡Dónde estoy! ¡Oh, suerte adversa!
Mirad, señor, lo que hacéis.

DON ROQUE:
Isabelita, ten cuenta
con lo que te he dicho. Mira
que si noto alguna seña
o palabra, no podré
reportarme, aunque más quiera,
y tendremos que sentir.

DOÑA ISABEL:
¡Ay infeliz! ¡Qué funesta
situación! Pero, es posible...
Advertid...

DON ROQUE:
Vamos, que llega.

DOÑA ISABEL:
Escuchadme.

DON ROQUE:
Lo que he dicho
harás. Cuidado con ella.

(DON ROQUE se entra en su cuarto, cerrando la puerta. DOÑA ISABEL se sienta.)

Escena X

DOÑA ISABEL y DON JUAN.

DOÑA ISABEL:
¡Ay, desgraciada de mí!
¡Ay qué angustia! ¡Quién pudiera
avisarle! No hay remedio.

DON JUAN:
¡En fin, Isabel, ordenas
que volviendo a verte ahora,
nuevo tormento padezca!
¿A qué fin, Isabel mía,
me detienes, si no espera
alivio nuestro dolor?
Pero, ¿qué pesar te aqueja?
¿Qué tienes? Enjuga, hermosa,
esas lágrimas; en ellas
harto me dices; no ignoro
de tus ojos la elocuencia.
Ya sé, mi bien, ya sé cuánto
esta partida te cuesta;
pero...

DOÑA ISABEL:
Don Juan, ¿qué decís?,
¿qué decís? Idos, no sea
que mi esposo...

DON JUAN:
No receles,
que no está en casa, no temas;
y Ginés quedó advertido
de avisarme cuando venga.

DOÑA ISABEL:
En cualquiera ocasión debo
serle fiel. Ved que si llega
a saber vuestra porfía...

DON JUAN:
Cielos, ¿qué mudanza es esta?
¿Qué lenguaje que no entiendo?
Isabel, haz que yo sepa
estos enigmas, que el alma
tengo de tu voz suspensa.
Tú me llamaste, y ahora...

DOÑA ISABEL:
¿Yo os llamé?

DON JUAN:
¿Qué? ¿Me lo niegas?
¿Me lo niegas? ¡Ah, cruel!
Pues...

DOÑA ISABEL:
Callad.

DON JUAN:
Tú harás que pierda
el sentido, ingrata. ¿Cómo
cupo en ti tanta fiereza?

DOÑA ISABEL:
Ignoro lo que decís.

DON JUAN:
¿Lo ignoras...? Pero no quieras
apurar mi sufrimiento,
Isabel, de esa manera.

DOÑA ISABEL:
Ya he dicho os vayáis; hacedlo;
no por vos, señor, padezca
mi decoro.

DON JUAN:
¡Ah fementida
mujer, que así mi firmeza
pagas! ¿Para esto quisiste
que viniese? ¿Para esa
nueva traición que tenías
contra mi vida dispuesta?
Si ya me aparté de ti,
si ya mi fuga resuelta,
propuse no verte más,
¿a qué me dices que venga,
a qué? Yo viví engañado;
rindiéronme tus finezas...
¡Ah, qué pronto se persuade
un hombre lo que desea!
Yo, enamorado de ti,
juzgué tus palabras ciertas,
tanto, que pudo igualar
mi cariño a tu belleza;
¡y así me pagas!

DOÑA ISABEL:
Mirad
lo que decís, pues si llega
vuestra ceguedad a tanto
que alguno de casa os sienta,
mi esposo...

DON JUAN:
Sí, ya lo sé.
Le has dicho ya que no tema,
que el amor que me mostraste
fue mentirosa apariencia;
y que para convencerme
vas a hacer la mayor prueba
de iniquidad; le ofreciste
ultrajarme, y a mis penas
añadir el más acerbo
dolor que añadir pudieras.
¿Se lo has prometido así?
Cumple, cumple tu promesa...
Pero, aleve, ¿qué disculpa
me das? ¿Ninguna te queda?
¡Callas, infiel, porque sabes
que callando me atormentas!
Adiós, sí, me voy; con eso
quedas, Isabel, contenta.
Sí, me voy; no volveré
a verte más, no lo temas.
Y acaso llegará el día,
que de horror y susto llena,
te acuerdes de mí, oprimida
con la memoria funesta
del pérfido triunfo... ¡Adiós!
Voy a morir; nada anhela
tu amante, sino acabar
la vida, que ya detesta.
Ni seré tan infeliz
que, cuando aspiro a perderla,
no lo consiga al impulso
de tempestades deshechas.
Así pudiera olvidar
mi error pasado y mi pena,
tus alevosos cariños...

(Saca unos papeles y los hace pedazos.)

¡Ah! ¿qué digo? No... Perezcan,
perezcan; yo las creí
alivio de mis tristezas.
Tuyas son... ¡Traidoras cartas!
Míralas: tuya es la letra.
No quede memoria alguna.

DOÑA ISABEL:
¿Qué hacéis? ¡Ay de mí!

DON JUAN:
No, deja,
déjame.

DOÑA ISABEL:
¡Cielos! Señor...

DON JUAN:
No las quiero, no. Me acuerdan
tus engaños.

DOÑA ISABEL:
¡Infelice,
qué nueva desdicha es esta!
Idos, señor.

DON JUAN:
Sí, cruel.
Ya es tiempo: libre te quedas.

DOÑA ISABEL:
Don Juan... Si... ¡Pobre de mí!
¡Pobre de mí!, yo voy muerta.

(Vase DON JUAN por la puerta del lado derecho; DOÑA ISABEL abre la de la parte opuesta, y se va haciendo extremos de dolor.)

Escena XI

DON ROQUE solo.

Mejor será... Sí, es mejor.
Hasta que embarcar le vea...
Vamos allá, no se escurra
y tengamos otra fiesta.
¡La Isabelica y su alma!
Esta es echadiza.

(Viendo a DOÑA BEATRIZ que sale.)

Escena XII

DON ROQUE, DOÑA BEATRIZ y después DOÑA ISABEL.

DOÑA BEATRIZ:
Espera.

DON ROQUE:
Voy de prisa.

DOÑA BEATRIZ:
¿Y Isabel?
¿La has visto?

DON ROQUE:
¿No sabes de ella?
¡En los infiernos!

(Vase.)

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué puede
haber sucedido? En esta
pieza no está; presuroso
va mi hermano: alguna nueva
desgracia ocurrió. ¡Si acaso
ha venido, y se la lleva!

DOÑA ISABEL:
Beatriz, hermana, ¡ay de mí!

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué es esto, Isabel, que llena
de dudas me tienes?

DOÑA ISABEL:
Esto
es sufrir penas acerbas,
esto es nacer infeliz...
¿Qué haremos? Llama... No, deja;
es mejor que... Yo no sé.
No estoy en mí.

(DOÑA ISABEL va hacia la puerta del lado derecho, por donde salieron DON JUAN y DON ROQUE, DOÑA BEATRIZ la detiene.)

DOÑA BEATRIZ:
Escucha, espera...
¿Adónde vas?

DOÑA ISABEL:
A evitar
que le mate.

DOÑA BEATRIZ:
¿A quién? Sosiega
el temor.

DOÑA ISABEL:
Pues ¿no ha salido
detrás de él? No me detengas,
déjame que vaya, ¡ay triste!

DOÑA BEATRIZ:
¿Adónde?

DOÑA ISABEL:
A morir; no queda
otro remedio, Beatriz;
ni hay mujer a quien suceda
mayor desgracia... Don Juan
vino.

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué dices?

DOÑA ISABEL:
Sí. En esa
pieza se ocultó tu hermano;
todo lo ha visto. Él se aleja
culpando mi ingratitud...
¡Ay, Beatriz!, no se me acuerda
lo que le dije; ni supe,
ni era fácil que advirtiera...
¡Mísera!, ¿qué pude hacer?

DOÑA BEATRIZ:
¿En fin, Isabel, te deja?
Pues si en él se va el peligro,
no así desmayes, ni cedas
tan pronto a la desventura,
que acaso tú propia aumentas.

DOÑA ISABEL:
Es verdad, ya lo conozco.
Pero, ¡ay de mí!, cuando venga,
¿qué le diré?¿Quién podrá
persuadirle a que me crea?
Si está airado contra mí,
y confirmó su sospecha
este acaso, no es posible
que a mis razones atienda.
¡Infeliz! ¿Y vivo? ¿Y vivo?
¿Cómo hay en mí resistencia?

DOÑA BEATRIZ:
No a la desesperación
te entregues de esa manera;
y piérdase todo, como
la esperanza no se pierda.
¿Se fue don Juan? Lo demás
nada importa; cuando vuelva
tu marido, yo sabré
aplacarle.

DOÑA ISABEL:
En vano intentas
templar mi dolor, en vano,
que está celoso, y es fuerza
que ni escuche mi disculpa...

DOÑA BEATRIZ:
Basta, Isabel. ¿No te acuerdas
de que ha de volver mi hermano?
¿Qué es esto? Ven allá fuera;
vamos.

DOÑA ISABEL:
¿Para qué, Beatriz?

DOÑA BEATRIZ:
Para evitar que te vea;
yo estaré con él primero.

DOÑA ISABEL:
Vamos... ¡El tiro de leva...!

(Suena un cañonazo; DOÑA ISABEL cae desmayada sobre una silla.)

Ya se va... Beatriz... ¡Dios mío!

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué te da, hermana...? No alienta.
Isabel... ¡Válgame Dios!
No vuelve... Si llamo, es fuerza
que esto se publique... ¡Blasa!
Estas resultas esperan
tales casamientos. ¡Blasa!
Será preciso que venga.
Pero ya vuelve... ¡Isabel!

DOÑA ISABEL:
¡Ay de mí!

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué sientes? Prueba
si te puedes sostener;
iré por agua.

DOÑA ISABEL:
No, espera;
no te vayas.

DOÑA BEATRIZ:
No me iré;
apóyate en mí.

DOÑA ISABEL:
¡Qué pena!

DOÑA BEATRIZ:
Llora, suspira; que ahora
nadie nos ve.

DOÑA ISABEL:
Si pudiera
suspirar... pero no puedo.

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué sientes?

DOÑA ISABEL:
No sé... quisiera...

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué?

DOÑA ISABEL:
Nada, déjalo ya...
Mejor estoy... ¡Qué funesta
venida!

DOÑA BEATRIZ:
Vaya, mujer,
¿otra vez de eso te acuerdas?

DOÑA ISABEL:
Ya se fue; ya se acabó
el afán.

DOÑA BEATRIZ:
Isabel, deja
eso, por Dios.

DOÑA ISABEL:
Ya se fue...
¡Triste de la que se queda!
No volveremos a vernos
jamás... ¡Quién me lo dijera!
Mucho le quise, Beatriz,
mucho le quise.

DOÑA BEATRIZ:
Si empiezas
de nuevo con estas cosas,
te abandono.

DOÑA ISABEL:
¡Ay!, ¿tú me dejas?

DOÑA BEATRIZ:
Pues ¿qué quieres, Isabel,
si tú propia te atormentas,
ni atiendes a mi razón,
ni esos extremos moderas?
Si viene mi hermano ahora,
y de este modo te encuentra,
¿qué le dirás, infeliz?

DOÑA ISABEL:
Que estoy a todo dispuesta;
que acabo de separarme
de aquel que quise de veras...
Me engañaron; se valieron
de astucias, para que diera
un sí... ¡Perverso, cruel
hombre! ¿Qué hiciste? ¿Así entregas
mi mano a quien no he de amar?
¡Ay, Dios!

DOÑA BEATRIZ:
¡Isabel!

DOÑA ISABEL:
Me ciega
el furor... yo lo conozco...
¡Ay, Beatriz! Tengo vergüenza
de mí misma... En fin, se va
creyendo que le desprecia
su amada, que le aborrece...
¡Ah!, no es verdad, no lo creas;
te quiero, mi bien, te adoro.
No dudes de mi firmeza;
primero y último amor
es el que en mi pecho alberga.
Soy infeliz, no mudable.
Digna fue de tus finezas
Isabel, ¡ay!, y la vida
la ha de costar esta ausencia.

DOÑA BEATRIZ:
Hermana, ven... Me parece
que ha entrado; no te detengas.

DOÑA ISABEL:
¡Desgraciada! ¿Adónde, adónde
iremos que no me vea?
¡Cómo evitaré su enojo!
Helado temor me cerca;
si viene, ¡mísera yo!

DOÑA BEATRIZ:
Vamos, Isabel.

DOÑA ISABEL:
Si fuera
posible... Pero ¿qué digo?

(Después de una larga suspensión.)

Ésta es ya mucha bajeza,
mucho abatimiento es éste;
aquí le espero resuelta.
A quien todo lo ha perdido,
¿qué peligro le amedrenta?
Quita; ya no voy contigo;
aquí le aguardo.

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué intentas?

DOÑA ISABEL:
No sé, no sé. Pero estoy
prevenida a cuanto venga.
No soy culpada, pues ¿cuándo
ha temido la inocencia?
Ánimo, corazón mío,
que en esta terrible prueba
está tu bien o tu mal.
Él es.

DOÑA BEATRIZ:
¡Isabel!

DOÑA ISABEL:
Ya llega.

Escena XIII

DON ROQUE, MUÑOZ y dichas.

MUÑOZ:
Pero yo ¿qué le he de hacer?

DON ROQUE:
Es que quiero que las veas;
a ver por dónde la toman.

MUÑOZ:
Si la cosa está ya hecha,
¿qué diablos han de decir?
¿Ni qué importa...?

DON ROQUE:
Buena pieza,
ya se fue don Juan; cumplió
por último su promesa:
vaya bendito de Dios.
Ello es regular que tengas,
ayudada de mi hermana,
tu amiga y tu consejera,
buena porción de mentiras
y de embolismos dispuesta
para el caso; pero ya
conozco todas sus tretas
y las tuyas. Sí, por cierto;
me ha enseñado la experiencia.

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué quieres decir con eso?

DON ROQUE:
¡Eh!, ¿no lo dije? Ya empieza.
Pero hablemos de una vez.
Ya has visto que no te queda
disculpa alguna, ya has visto
que lo sé todo; y que es fuerza,
no siendo yo ningún tonto,
que esto me enfade y me duela.
¿Es regular...?

DOÑA ISABEL:
Sí, señor.
Bien decís: vuestra sospecha
es justa, no he de negarlo;
pero sabed...

DON ROQUE:
¡Bueno fuera
que lo negaras!

MUÑOZ:
¡Pues digo,
que se morderá la lengua!

DOÑA ISABEL:
Sabed que yo, desgraciada,
oprimida, con violencia
os di la mano de esposa;
no hay remedio, ya soy vuestra.
Pero don Juan... Sí, señor,
le quise, fue verdadera
nuestra pasión.

DOÑA BEATRIZ:
Isabel,
¿qué es lo que dices?

DOÑA ISABEL:
No fuera
justo engañaros; le amé.
Así lo quiso mi estrella.
Él igualmente... Dejad,
dejadme, señor, que vierta
estas lágrimas, que todo
lo que callo dicen ellas.
En fin, engañado vos,
yo sin tener quién volviera
por mí, fui víctima triste
de la avaricia perversa
de mi tutor.

DON ROQUE:
Digo, ¿y cómo
entonces, que conviniera
hablarnos a todos claro,
callaste como una muerta?

DOÑA ISABEL:
¡Ah, señor!, con tantos años
¿aún no tenéis experiencia
de lo que es una muchacha?
¿No sabéis que nos enseñan
a obedecer ciegamente,
y a que el semblante desmienta
lo que sufre el corazón?
Cuidadosamente observan
nuestros pasos; y llamando
al disimulo modestia,
padece el alma, y... No importa,
con tal que calle, padezca.
El respeto, la amenaza,
la edad inocente y tierna,
la timidez natural,
las siempre falsas o inciertas
noticias del mundo... ¡Ay, triste!
No soy yo sola; no es ésta
la primera vez que pudo
la autoridad indiscreta
oprimir la voluntad.

DON ROQUE:
Muy bien. Y toda esa arenga
¿qué quiere decir?

DOÑA BEATRIZ:
¿Tan necio
serás que no lo comprendas?
Quiere decir que si acaso
estás airado con ella
por lo que viste, ya han hecho
cuanto apetecer pudieras
separándose los dos.
¿Qué más disculpa deseas?
Ya no hay motivos de enojo.

DON ROQUE:
Cierto, es una friolera;
no ha habido nada; no importa
nada; no vale la pena.
¿Es verdad? Lo que yo he visto
no ha sido nada ¿eh? ¡Parlera
de Satanás!

DOÑA ISABEL:
Ya os he dicho
que le he querido, y que fuera
mentir negároslo yo;
pero si alguno sospecha
que a mi decoro falté,
es ilusión que le ciega.
No, señor; el cielo sabe
que de iniquidad tan fea
estoy inocente; yo
supe con débiles fuerzas,
si no vencer mi pasión,
evitar efectos de ella.
Le llamé para decirle
que en su patria se estuviera,
donde parientes y amigos
aliviaran sus tristezas,
recelando que si ahora
apresurado se ausenta,
su mismo pesar le mate.
¡Cuántos peligros le cercan!
Despreciado va de mí:
¡infelice!, ¿quién dijera,
que yo le quise tanto...?
¡Ah, mi afecto me enajena!
Pero no, no se malogren
los instantes. Ya deshecha
esta amistad, acabada
la causa de vuestra queja,
vos satisfecho quedáis,
yo triste, asombrada, llena
de dolor... ¡Ah!, ya se fue,
ya se logró vuestra idea;
se logró, pero, ¡qué golpe
tan terrible! ¡Qué violenta
separación! Mucho vale
la virtud, pues tanto cuesta.
En fin, señor, por vos sólo,
por una pasión tan necia,
y una aborrecida unión,
de vuestra edad tan ajena,
yo perdí mi libertad,
y él a la muerte se acerca.
Pero este esfuerzo cruel
algún galardón espera.
Sí, que tanto sacrificio
bien merece recompensa.
Ya está resuelto; apartada
de vos, en la más estrecha
clausura vivir intento,
si es vida la que me resta.
Allí...

DOÑA BEATRIZ:
¿Qué has dicho, Isabel?

DON ROQUE:
Mujer, ¿qué clausura es esa?
¿Qué?... Vaya, sosiégate.
¡Jesús! ¡Creo que era buena
la invención!

DOÑA BEATRIZ:
Hermana...

DOÑA ISABEL:
No,
ya lo he pensado y no queda
otro arbitrio. ¿Cómo quieres
que mi trato no le ofenda?
Lleno de desconfianzas
vivirá; por más que quiera
tranquilizarse, jamás
podrá borrar sus sospechas.
Cada acción será un delito,
cada palabra una prueba
contra mí: su edad, su genio...
No es posible que convengan
para vivir en quietud
circunstancias tan opuestas.
Es preciso separarnos.
En tu casa, mientras llega
el lance, estaré contigo.
Vos, señor, haced que sea,
si fuere posible, hoy mismo.
Yo os lo suplico, si queda
alguna reliquia en vos
de aquella afición funesta
que me habéis tenido.

DON ROQUE:
Vamos,
no hablemos de esa materia;
yo me olvidaré de todo,
y...

DOÑA ISABEL:
No, no señor; es fuerza
que esta merced me otorguéis.

DON ROQUE:
Tú, Beatriz, tendrás con ella
más autoridad; por Dios,
persuádela.

DOÑA BEATRIZ:
Ya no es ésta
ocasión, ni hallarse pueden
razones que la contengan.
Basta que no te ofendió;
basta que elegir pretenda
el medio de no ofenderte
jamás; y pues limpio queda
tu honor, déjala vivir
en donde no te aborrezca.

DON ROQUE:
¿Conque yo me he de quedar
sin mujer por una tema?
¿Conque yo tengo la culpa?
Isabel...

DOÑA ISABEL:
Estoy resuelta;
hacedlo, y a vuestro honor
importa que no se extienda
el caso por la ciudad:
el sigilo y la presteza
convienen.

DON ROQUE:
Tenéis razón...
Matadme; ya nada resta
sino morirme de rabia.

DOÑA ISABEL:
No. Vivid, señor, y sea
con mucha felicidad,
que yo habitaré contenta
en la soledad que abrazo
porque, retirada en ella,
tengamos quietud los dos.
Vamos, Beatriz.

DOÑA BEATRIZ:
No difieras
un instante lo que pide.

DON ROQUE:
¡Muñoz!

MUÑOZ:
¡Otra moledera!

DON ROQUE:
Pero tú, Muñoz, ¿qué dices,
hombre, por Dios?

MUÑOZ:
Si entendiera
que pudiese haber quietud
sin encierro, torno y verjas,
no os aconsejara tal;
pero ¡si es tan manifiesta
la dificultad, que nadie
habrá que no la comprenda,
si es preciso! ¡Aunque ella fuese
una Santa Dorotea...!
Vamos, eso es tan palpable,
que no merece la pena
de gastar tiempo. ¿Se va?
Muy bien pensado. ¿Se encierra?
Lindamente; a vos os quita
quebraderos de cabeza,
y ella en no viendo jamás
esa cara, está contenta.
Conque abreviarlo, y agur.

DON ROQUE:
¿Conque ello ha de ser por fuerza?

MUÑOZ:
No, sino de bien a bien.

DON ROQUE:
¡Beatriz!

DOÑA BEATRIZ:
En vano me ruegas.

DON ROQUE:
¡Isabel!

DOÑA ISABEL:
No, no os escucho.

DON ROQUE:
Pero ¿es posible que quieras...?

DOÑA ISABEL:
No me sigáis; apartad,
que en vos se me representa
un tirano aborrecido.
Lejos de vuestra presencia
podré vivir; pero ved,
que si un error os empeña
en obligarme a ceder,
no bastará la prudencia,
y es temible una mujer
desesperada y resuelta.

(Vase.)

DOÑA BEATRIZ:
Ya lo has visto; no la apures.

DON ROQUE:
Haré todo lo que quiera;
dejadme vivir en paz,
dejadme... y Dios la haga buena.

DOÑA BEATRIZ:
Pero...

DON ROQUE:
Sí, mañana mismo
haremos la diligencia,
mañana... Y que me perdone,
que yo la perdono a ella.

Escena XIV

DON ROQUE y MUÑOZ.

DON ROQUE:
¡Válgame Dios, qué muchacha,
válgame Dios!

MUÑOZ:
No creyera...

DON ROQUE:
Calla, que en cuanto me digas
tendrás razón; pero deja
que reniegue de mí mismo,
pues yo, por mi ligereza
he sido causa de todo.
Ya lo pago, y aunque
tarde, reconozco ahora
que no son edades estas
para pensar en casorios.

MUÑOZ:
¡Si muchos lo conocieran...!
Pero sí: ¡cuanto más viejos,
más niños y más troneras!


Publicado el 20 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.
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