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Así pasó mucho tiempo, esperando la edad de la armonía, como él llamaba al primer pronunciamiento que le trajese á los suyos, y fumando pitillos prestados. Sí, prestados, porque Trascendencia, con el hambre sentía una ansia de chupar que estaba muy por encima de su presupuesto, y tuvo que arrojarse á naufragar en una inmensa deuda flotante de tabaco rizado. Era un préstamo de consumo que le hacían gustosos sus admiradores, á los que prometía pagar con creces cuando él fuera á Filipinas á arrancar la enseñanza pública de las garras de los frailes y á arreglar la cuestión del tabaco. Don Ermeguncio asistía al café de París después de comer (los demás), y asistía allí porque economizaba medio real... á sus amigos. En cambio, en papel les gastaba el oro y el moro. Pero ¡qué importaba, si sabía tanto y era amigote de don Pedro y de don Juan, unos personajes que le tuteaban!
Uno de sus estanqueros, como él los llamaba en broma, le ofreció cierta noche una canongía: una correspondencia pagada para un periódico de provincias. El periódico se llamaba El Faro de Alfaro. Á pesar de la cacofonía del título y de lo cursi de la redacción, Trascendencia aceptó los doce duros mensuales y la carta diaria sobre política, ciencias, artes, agricultura, y especialmente todo lo relativo á los intereses del país, tal como insultar á los diputados de la provincia por su morosidad, etc., etc. Además había que hablar mucho del Ateneo, de los estrenos y decir chistes, terminando siempre con le mot de la fin, como los periódicos de París.
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Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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