El Filósofo y la “Vengadora”

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento



I

Amigo mío: aunque vivo lejos del mundanal ruido, no dejo de enterarme por los periódicos de los sucesos públicos más interesantes, en particular de los que atañen á la vida literaria contemporánea, que sabes cuánto me llama la atención, por el gran valor social que atribuyo á sus manifestaciones. Pues bien: he leído el monólogo de Teresa, la vengadora de Sellés, y he visto que al público no le ha parecido inverosímil que una mujer de esa clase, de esa vida, sepa hablar tan bien y pensar tan profundamente. El buen éxito de la Teresa de Sellés me anima á publicar, por tu conducto, si aceptas el encargo, esta especie de Heroídas en prosa que adjuntas te remito y que son, como verás, una correspondencia entre una verdadera vengadora y este humilde filósofo, según tú y otros amigos me llamáis, tal vez por burlaros de mis aficiones. Mi vengadora es más sabia que Teresa, hasta es pedante y muy aficionada á psicologías, según consta en esos papeles. He tenido guardadas estas cartas porque, si bien me parece que tienen cierto sabor literario (y perdona la inmodestia, por lo que toca á las mías) no creí hasta ahora que el público pudiera encontrar verosímil esta clase de damas de las Camelias casi idealistas, retorcidas y alambicadas de espíritu, pero no arrepentidas ni tal vez enamoradas. Y que existe la mujer así es evidente: yo he conocido, he visto ésa, de carne y hueso, y para que tú la conozcas también, en espíritu, le dejo la palabra. Lee, y si te parece, publica.

Tuyo,

El filósofo.

II

Señor... filósofo: perdone usted, ante todo, que no le llame por su nombre. Fernando no ha querido decírmelo ni en presencia de usted ni á solas: usted tampoco ha querido ser menos misterioso; de modo que respeto... á la fuerza, el incógnito, y le llamo por el mote que le han puesto sus amigos. Pero conste que es á la fuerza, no porque yo quiera usar con usted una familiaridad á que no tengo derecho y á la cual usted no ha dado, por cierto, pretexto en el corto lapso de tiempo (como dice Mambrú) que he tenido el honor de tratarle. Además, por mi gusto, aunque pudiera legítimamente hablarle á usted, en broma, en estilo festivo (Mambrú), no lo haría hoy, y le confieso que con mucho gusto le llamaría mi estimado don... Pepe, por ejemplo, ó Pepe ó Juan ó lo que sea, á secas. No estoy para bromas. Además (y van dos), me tiembla el pulso al escribir. Para mí la situación, ó el momento, ó como se diga, es solemne. Escribo, acaso por primera vez, á un hombre honrado; pues me inclino á creer que usted lo es, en efecto, no por las apariencias sólo, no porque le llamen filósofo, y Fernando diga que usted tiene mucho talento, pero no vive en la realidad; estos serían, en todo caso, indicios de su honradez de usted, pero no bastan: le creo hombre honrado por otras señas que observé en el citado lapso de Mambrú.—Y ¿qué es un hombre honrado?—dirá usted.—¿Cómo cree ésta que por primera vez escribe á un hombre honrado, cuando tantas cartas... habrá escrito á Fernando... y al barón de X y á Paquito H y... ¡etc., etc., etc., etc.!!!—Pues sepa usted, señor filósofo (por mi gusto se llamaba usted mi querido don Andrés, como mi padre) que ni Fernando ni los demás perdidos son para mí hombres honrados. ¿Qué es entonces un hombre honrado? Lo mismo que una mujer honrada. Son hombres deshonrados los que tienen tratos con las mujeres... que tienen tratos con esos hombres: ni más ni menos. Do ut des, como dice Mambrú, aunque no sé si viene á pelo. Esto no quiere decir que yo tenga por malo á Fernando, eso no; pero no es lo mismo. Tampoco yo soy una mujer honrada y me tengo por buena. Ya ve usted que soy bien franca y que no juego á la demi mondaine. ¡Ah! No. ¡Viva España! Si yo fuera literata no hablaría como esas señoras sospechosas que he visto representar á la Duse y á la Tubau: hablaría como la Celestina, que es una comedia, ó novela en conversación, que me leyó Fernando y me gustó mucho... Pero vamos al grano. Usted es un hombre honrado, ó me lo parece, y esta novedad me infunde un respeto extraño (á ratos, cuando estoy de broma, loca, si me acuerdo de usted... se me escapa por dentro la risa) y... si he de ser franca del todo... me entraron, al fijarme en el modo que usted tenía de no mirarme, vivos deseos de hacer que me mirara y admirara... y deseara. Todo esto pasó, me pesa, y por eso se lo digo (y perdone tanto seseo). Á los ojos no me miró usted más que un momentín muy pequeño que no debe de merecer el nombre de lapso. Usted también debe de acordarse. Es usted el único hombre que entró en esta casa, desde que vivo con Fernando, á quien no le conocí ni asomos de intención de burlar al amigo y quitarle, más ó menos completamente, la fidelidad cuasi conyugal de su Nila. Pero hizo usted otra cosa: se llevó usted el retrato que había sobre la cónsola, como dice Trini. Fernando, que miente cuando es necesario, y eso que es casi tan pensador como usted, jura y perjura que él no le regaló el cuadrito, y como yo estoy segura de que usted fué quien se lo llevó, de que el cuadro desapareció cuando usted salió de casa; como es imposible que fuera el ladrón alma nacida no siendo usted (no admito discusión sobre esto) resulta... eso... que ha robado usted el retrato de la señorita Elena, la hermana que se le murió á Fernando. No es probable que usted se atreviera á llevarse el cuadro sin pedirlo; pero sí creo que de Fernando no salió el ofrecérselo. Fué usted quien, ya que no me ofendió deseando mi infidelidad, me maltrató sin decírmelo, advirtiendo á Fernando que el retrato de su hermana parecía mal en la casa en que vivimos juntos. (De que se lo llevó usted estoy segura; porque Fernando no se lo tragó. Yo le registré en cuanto usted salió, y á la calle no pudo tirarlo, y en casa doy fe de que no está. Usted lo tiene). Él dice que estuvo usted algo enamorado platónicamente de su hermana Elena, y que por eso...

No es eso. Es que usted cree que yo no debo tener en mi casa el retrato de esa señorita. Yo pensaba que no había pecado ni ofensa en ello; que bastaba con no haber creído prudente, por el qué dirán, sólo por eso, que entrase en casa ni una hilacha, ningún recuerdo de la pobre difunta... de la otra difunta. Sea como quiera (Mambrú), digo, no, séase de esto lo que quiera, yo acato el superior criterio de usted; pero se me figura que si en vez de encontrarse con Cristo se encuentra con usted la Magdalena, se quedan sin santa de su devoción las Arrepentidas. En resumidas cuentas, si usted quiere... devuélvanos el retrato (á no ser que jure haber amado á esa señorita). Como usted, aunque filósofo, no lo sabe todo, ni lo entiende todo, no sabe, no comprende el papel que ese cuadrito desempeñaba en la casa. Era objeto de una especie de culto doméstico, nuestros dioses lares, nuestros penates, ó como se diga: algo así como un pebetero de buen olor de honradez, de intimidad digna, noble. Fernando y yo, que somos á ratos unos locos, nos hemos empeñado en que el amor todo lo vence (ó la pata de cabra), y llegamos á figurarnos que somos... no marido y mujer, que eso no hace falta, y dice Fernando que mujer se tiene una sola, sino algo que, sin ser matrimonio, ni querer imitarlo, y sin dejar de ser amor, es otra cosa también digna á su modo, no honrada, pero otra cosa, tal vez mejor, allá, en alta metafísica. En fin, esto se lo explicará á usted Fernando, si hablan de ello, mejor que yo. Y eso que, no crea usted, puesta á ello, yo también podría analizar con el escalpelo de la crítica (Mambrú puro) estas quisicosas del alma en sus relaciones con el medio ambiente. (Repito que dispense usted las bromas: no domino el estilo: él me lleva á mí y por la costumbre de hablar siempre en guasa escribo de esta manera... cuando quisiera escribirle á usted como el devocionario).

Conque ¿nos devuelve usted el retrato? Por si se niega, ahí le mando á usted por Petra ese paquete: es un escapulario de mi madre que yo he traído casi siempre conmigo. Ahora caigo en la cuenta de que, si el retrato de la señorita Elena se mancha estando sobre una consola de la sala, este recuerdo de mi madre, bendito por añadidura, porque está tocado al Santísimo Cristo de las Cadenas, se mancha exponiéndose al roce de Fernando, que es tan... tan corrompido como esta servidora. Ó vuelve el retrato y admita usted los tiquis miquis sentimentales y suprasensibles de nuestro arreglo, ó quédense en poder del hombre honrado las dos cosas. Y, más diré (Mambrú), si usted nos devuelve el retrato... por el favor... y por un no sé qué, porque eso otro es más serio, más... religioso, más... del alma, quédese usted, si quiere, de todos modos, con el recuerdo de mi madre que le envío por Petra. Su affma. s. s. y a. q. b. m., Nila.—Va sin señas el sobre porque no sé cómo se llama usted ni dónde vive... (Petra lo sabe... pero ésa no lo dice; fué ama de cría de Fernando; está juramentada... Pequeñeces de la vida semiconyugal. Fernando es así. Él dice que es una broma el no dejarme saber quién es usted... Me deja escribirle... con esta condición: que no he de volver á verle ni he de saber dónde está, ni cómo se llama). Petra también dice que es broma y se ríe á carcajadas. En el fondo me halaga estar un poco presa... y con espías. Fernando no lee mis cartas: dice que le basta con leer lo que usted me conteste... si se lo permito. Petra no sabe leer. Yo puedo decirle á usted lo que quiera, siguiendo la broma; pero usted á mí es seguro que sólo me dirá lo que deba. Es una diversión como otra cualquiera y que Fernando me otorga, á cambio del teatro. Lo malo es que usted se cansará pronto de esta comedia. Pero... no deje de contestarme, por lo menos á esta primera de retratos, como diría Sancho. (¿Eh? ¡Qué erudita!)—Vale.

III

Mi estimada amiga: es de mi obligación, aunque me pese, romper á las primeras de cambio el encanto de la novela misteriosa, y á su modo picaresca, que usted tenía tramada y cuyo primer capítulo viene á ser la carta habilidosa á que contesto. Si en las comedias todo lo comprenden á lo último, yo, para que no haya comedia, le declaro que lo he comprendido todo desde el principio. Casi todo. Ni Fernando le ha callado á usted mi nombre, ni le ha prohibido saber dónde vivo, ni Petra ha sido nodriza, ni él desconfía de nosotros, de mí particularmente, ni, mucho menos de usted, en el sentido de creer que mi prosa puede ser pólvora en salvas para seducir á usted, y que, en cambio, mi presencia corporal pudiera vencerla. Esto es lo que usted quería dar á entender... Comprendido; pero no hay tal cosa: es una estratagema de usted: la trama de su novela. Queda deshecha. Le advierto que Fernando no sabe lo que usted me ha escrito; ignora que usted quería componer una novela en colaboración con el filósofo. Yo le he preguntado lo que necesitaba saber para cerciorarme de que usted fantaseaba, pero de suerte que él nada pudiera sospechar del secreto fin de mis preguntas.

También es obligación mía advertir á usted que de Fernando á mí hay un género de intimidad espiritual que usted no puede sospechar adónde llega. Usted es muy lista, sabe mucho (la aparente frivolidad y el desaliño contrahecho de su carta tampoco me engañan), ha leído usted mucha psicología... de novela y aun algo de literatura mística. Ya ve usted si estoy enterado. Pero, permítame que se lo diga: una mujer, como no sea una mujer extraordinaria, un monstruo verdadero, no llega en estas materias adonde llegan los hombres... cuando llegan. Sé que usted es capaz de comprender mucho más de lo que pudiera inducirse á juzgar por su carta... en la que imita usted á ciertas damas alegres de novela y comedia... Es más; adivino que si usted vuelve á escribirme, convencida de que he conocido el disfraz, se pondrá otro muy diferente, y acaso le dé por presentárseme hecha una Hipatía moderna. Pues con todo eso, no es probable que usted pueda comprender de qué clase es la intimidad espiritual de Fernando y el que suscribe. Tenga usted cuidado, por consiguiente, con lo que me dice. Lo que usted y Fernando puedan confesarse, comunicarse en los momentos más sublimes de esa metafísica amorosa que todo lo perdona, todo lo santifica, etc., etc., no tiene comparación en profundidad, solemnidad y... bondad, con lo que en otra clase de expansiones nos decimos ese perdido, como usted le llama, y este hombre honrado, que lo es, en efecto, en la acepción que da usted á la palabra. Honrado... hasta cierto punto. Y para que no vuelva usted á reirse de mí, en esos momentos en que no es usted mística... á su manera, le voy á contar un cuento. Hay un escritor en París (amigo y algo así como correligionario de M. M. B. á quien usted tanto conoce), el cual es propagandista y director en cierto modo del movimiento neo-idealista, ó neo-religioso, ó neo... lo que usted quiera, de que tantas veces habrá hablado con usted M. M. B. Pues el tal escritor en un artículo reciente nos cuenta que otro amigo suyo (no M. M. B.), que quería convertirse á la nueva escuela ó tendencia, así como idealista y religiosa, le decía un tanto alarmado:—Pero, vamos á ver, esto de la nueva idealidad, de la futura religiosidad ¿significa... que no va uno á poder mirar á las mujeres bonitas?—El filósofo cuasi-místico le reanimó diciéndole que no se trataba de votos de castidad, ni de abstinencia que, por modestia se seguía dejando á los sacerdotes verdaderos, á los de carrera. Pues bien, amiga mía: yo soy de la escuela del amigo de su amigo de usted. Yo miro á las mujeres bonitas y consagro no pequeña parte de mi vida á estar enamorado á mi manera. El amor no es pecado ni pequeñez cuando se le sabe conservar su mayor encanto, que es la ilusión. Así como Gœthe, en el Fausto, segunda parte, que usted leyó en Granada, en la Alhambra (¿estoy enterado?) hace decir á Manto en la Walpurgis clásica Den lieb ich, der Unmögliches begehrt yo opino que el amor imposible es lícito... al que, por una razón ó por otra, no debe amar en una mujer lo posible.

Yo, por motivos que no son del caso, no puedo amar lícitamente á las mujeres que encuentro por ahí, si se ha de entender por amar pretender poseerlas. (Palabra bárbara, grosera, aunque no tanto, como aquélla que abunda en nuestros poetas clásicos: gozarla).

Por esto consagro mi idealidad amorosa, fuerza inexorable, invencible, que ha de ser respetada si no se ha de mutilar la representación poética, animadora de la vida, á las vírgenes pudorosas, inasequibles, de las que estoy seguro que no serán mías. En cuanto veo en ellas este imposible moral que dignifica mi ilusión, á ésta me arrojo sin miedo, remordimiento ni medida. No digo, amiga mía, que esto sea una perfección moral, ni mucho menos, ni me propongo como dechado; no hago más que declarar cuál es el expediente á que he podido llegar yo para resolver, interinamente á lo menos, esta dificultad que engendra la oposición entre ciertas leyes sociales, consuetudinarias, hoy por hoy indispensables, y algunas tendencias naturales que constituyen elementos insustituíbles para la vida estética armónica. Hablo de esto, principalmente, por que usted vea que yo no bajo la vista en presencia de la mujer, sino que por principios me enamoro, á mi manera, exclusivamente de las mujeres puras, de las que no son capaces moralmente de amar, ó mostrarlo al menos, á un hombre que no puede contraer justas nupcias. La mujer imposible es mi único tópico amoroso. Ya lo sabe usted. De modo que entre nosotros no hay flirtation posible; y, además, no cabe mirarme como un seminarista escapado: soy tan hombre de mundo como cualquiera... que no practique. Ni una tentación para los momentos de mística diabólica, ni una figura ridícula para los momentos de epicurismo reincidente. Tengo un verdadero placer al escribir todo esto, seguro de que usted me entiende. Lo cual no quiere decir que usted lo entiende todo. No, ciertos lazos que nos unen á Fernando y á mí, y de que él tal vez está olvidado por algún tiempo, usted no puede verlos. Su vista espiritual es sutil, pero no tanto. Y ahora á otra cosa. No quiero ser traidor. Sé su historia de usted... hasta el punto que usted ha querido que la supiera Fernando.

Y un poco más allá, por ciertos cálculos de trigonometría psicológica que hicimos entre Fernando y yo, y después yo solo, Fernando no le ha jugado á usted ninguna partida serrana, al contarme sus confidencias. No puede usted figurarse adónde llega la intimidad de dos amigos verdaderos; qué secretos se cuentan cuando casi emborrachados materialmente por las mutuas confesiones de idealidades, aventuras poéticas, vaporosas, discurren horas y horas, verbigracia, paseando á media noche, en primavera, recogiendo al paso las emanaciones perfumadas de los jardines de los ricos (de los ricos que no gozan de esta riqueza suya, porque ó duermen ó velan por miserables cuidados lejos de sus propias flores), gozando de esos aromas volanderos que se burlan del derecho de propiedad y van á halagar los sentidos y el espíritu de sus verdaderos propietarios, los soñadores que pasean á media noche contándose purísimos ideales, escudriñando á dúo arcanos santos de la vida... Y el uno dice: —Voy á llevarte á tu casa.—Y cuando llegan dice el otro:—No tengo sueño, necesito andar más: voy á llevarte yo á ti.—Y llegan á la casa del que acompañó primero, el cual tampoco quiere acostarse todavía. Y así van y vienen, y les sorprende el canto de la alondra, aunque no haya alondras, pero les sorprende el alba y el recuerdo de la alondra de Shakespeare y el de Romeo que vela, y que, ausente Julieta, pero presente el amigo, con él se compara en deliquio que, si no es comparable al amoroso, tiene una austera poesía inefable... que no comprenden bien ustedes las mujeres, por exquisitas que sean en sus psicologías, y aunque hayan acompañado á un poeta decadente en un viaje, cuasi-peregrinación por el país de los místicos.

Sí, Nila, lo sé todo: sé su historia de usted... hasta donde la sabe Fernando. ¿Para qué contársela á usted? Fuera impertinencia. Para hablarle de otras cosas, del retrato que me llevé y del escapulario que por Petra usted me envió, necesito, si he de ser sincero, conocerla á usted más, para estar seguro de no profanar, hablando con usted de ellas, cosas tan serias y respetables como son el retrato de la hermana de Fernando y el escapulario de su señora madre de usted. Su affmo. amigo, q. b. s. p.,

El Filósofo.

IV

Amigo... filósofo (repito que no sé su nombre de usted; Fernando le ha engañado): observo con cierta vanidad que es usted mucho más difuso y desordenado que yo al escribir: empieza usted un asunto... se pierde en pormenores, y ¡adiós hilo del discurso! Además, también es usted menos... delicado... ¡Qué pocas galanterías me dice usted!... Hablar así á una dama es enseñar las uñas... antes de limpiarlas. No importa. Los filósofos me gustan así. Los amantes, no. Observe usted que yo no hablaba directamente nada apenas de nuestra impossible flirtation, y usted... apenas habla de otra cosa, aunque sea para negar su posibilidad. Pero vamos á otro asunto. Á lo que hoy me importa. Digo hoy porque otro día, que esté yo más desocupada, hablaremos de otra cosa. Dejo para más adelante lo de su amor de usted en alemán, lo de las ingenuas, su afición á los pimpollitos (señal de vejez). (Ahora la grosera soy yo, ¿verdad?) No haga usted caso. Le comprendo á usted... un poco (hasta donde puede comprender una mujer no extraordinaria) porque..., auch ich war in Arcadien geboren: (yo también nací en Arcadia) (Schiller), y yo también sé alemán y supe querer en alemán. Yo también fuí, si no filósofo ni amigo íntimo, mujer pura, virgen imposible (y con todo, hubo quien pudo). Pero á eso íbamos, antes del paréntesis. Íbamos á mi historia. ¿Conque la sabe usted? ¿Está usted seguro? Usted sabrá la que Fernando le contó; pero, ¿es ésa mi historia? Ésta es la cuestión. Lo primero que exijo es que me la cuente usted... Porque... puede muy bien suceder que yo no la sepa. Ó porque Fernando no le haya contado á usted la misma que yo le conté á él... ó porque yo me haya olvidado de la historia que le conté á Fernando. Veamos. Venga ésa, la que usted sabe, y después yo desembucharé la historia auténtica... si me conviene. Diga usted lo que sabe, criatura. Su amiga y colega en pedantería, Nila. Hoy no hay postdata: no la merece usted.


Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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