El Poeta-Buho

Historia natural

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento



—Señorito, un caballero quiere hablar á usted.

—¿Qué trazas tiene?

—Parece un empleado de La Funeraria.

—¡Ah! Ya sé quién es: es don Tristán de las Catacumbas. Que pase.

Y entró don Tristán de las Catacumbas, á quien conozco de haberle pagado varios cafés sin leche. Es alto, escuálido, cejijunto, lleva la barba partida como Nuestro Señor Jesucristo, tiene el pelo negro, los ojos negros, el traje negro y las uñas negras. Lo único que no tiene negro son las botas, que tiran á rojas.

Me dió un apretón de manos, fúnebre como él solo; el apretón de manos del Convidado de Piedra. Hay hombres que aprietan la mano como una puerta que se cierra de golpe y nos coge los dedos. Es su manera de probar cariño.

Don Tristán habla poco, pero lee mucho. Es un poeta inédito, de viva voz; si se le pregunta cuántas ediciones ha hecho de sus poesías, contesta con una sonrisa de muerto desengañado: “¡Ninguna! Yo no imprimo mis versos: no hago más que leerlos á las almas escogidas”. Para él son almas escogidas todas las que le quieren oir. Calculando el número de veces que ha leído sus versos, dice don Tristán, usando de un tropo especial, que consiste en tomar el oyente por el lector que compra el libro, que sus Ecos de la tumba han alcanzado una tirada de nueve mil ejemplares. Quiere decir que los ha leído nueve mil veces á nueve mil mártires de la condescendencia.

—Pues señor Clarín, sabrá usted cómo he escrito otro libro de poesías y vengo á leérselo á usted.

—¿Entero?

—Y verdadero; sí, señor. Pero tiene cuatro partes; leeremos una cada día, y en cuatro sesiones despachamos. Quiero saber su opinión de usted, porque aunque á mí la crítica epitelúrica me importa un bledo, porque yo tengo el pensamiento puesto en lo alto (y señalaba al techo), como esta vez acaso me anime á dar mi obra á la estampa, si se muere un tío mío, á quien ya he dedicado un canto fúnebre...

—¡Ah! pues cuente usted con ello.

—¿Con qué?

—Conque se morirá su tío de usted.

—Eso creo; pues decía que si el tío me deja, agradecido, unos cuartos, imprimo el libro; y en tal caso espero que usted me tratará como merezco. Yo no pido más que justicia. Lo que quiero es que usted se penetre de esta poesía y no hable sin enterarse. Lo mejor para esto es que yo mismo lea mis versos y le haga fijarse en sus transcendentales pensamientos.

—¿Sabe usted?... Me espera el barbero... Tengo una barba de tres días.

—¡Ah! ¿Usted se afeita?—exclamó el de las Catacumbas con acento de compasión... Que espere el barbero... Oiga usted la primera parte siquiera. El libro se titula El Requiem eterno. Primera parte: “Idilio del subsuelo”.

—Le advierto á usted que el subsuelo es del dominio del Estado...

—El subsuelo es aquí el del cementerio. La segunda parte, que leeremos otro día, se titula “Fuegos fatuos”; la tercera, “Responsos de mi lira”, y la cuarta, “Rimas de luto”. Le advierto á usted que yo prescindo de la forma.

—Hace usted bien; yo que usted, prescindiría de todo, hasta de la madre que me parió...

—Prescindo de la forma y me voy al fondo.

—Sí, ya sé; al fondo de la tumba. Es usted el topo de la poesía...

—¡Bonita frase! Ahora oiga usted... Primera parte: “Idilio del subsuelo”.

I


Llegaron los gusanos
á devorar su corazón de cieno;
en su sangre cebáronse inhumanos,
y los mató el veneno.


—¿Qué tal?

—Que les está bien empleado. ¿Quién les manda ser inhumanos á esos gusanillos?

—Esto de llamar inhumanos á los seres irracionales, no es cosa mía; lo he visto en un poeta que lee en el Ateneo.

—No; si yo no me quejo. Ya ve usted: á mí, ¿qué me importa? Yo no soy gusano.

—Continuemos.

II

La llevaban á enterrar...

—Como á la Constitución.


—La llevaban á enterrar
en un ataúd muy ancho,
en el que llevan á todos
los difuntos de aquel barrio.
El cadáver se movía
con los tumbos que iba dando.

Yo les hallé en el camino.
—Detened, les dije, el paso.
No va completo el vehículo,
aún hay sitio para ambos;
llevadme también á mí
que yo la carrera pago;
poco hay desde aquí á la muerte,
el viaje no será caro...


—¿Y le enterraron á usted?

—No, señor; todo eso es un decir.

III


Exhumaron su cadáver,
lleváronlo al panteón...


—¿Ésos habrán sido los progresistas?...

—¡Silencio!


En el campo santo humilde
sólo la tumba quedó,
y en el hueco de la tumba
enterré mi corazón.


Oiga usted ahora el IV. Y me leyó todos los números romanos posibles; cuando terminó la primera parte, olía á difunto.

—¿Qué opina usted? Así, en conjunto...

—Opino que debe usted esperar, para publicar su Requiem eterno, alguna ocasión solemne... por ejemplo, sería de mucha actualidad en el día del juicio...

—Eso es muy tarde...

—Bueno, pues cuando se inaugure la Necrópolis...

—Señorito, el barbero espera en la antesala.

—Dígale usted que se vaya, que hoy ya me ha hecho la barba este caballero...


Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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