La Perfecta Casada

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Don Autónomo, que celebraba sus días en Septiembre, pues en ese mes “cae” San Autónomo, y que lo diga la Leyenda de Oro; don Autónomo Parcerisa acaba de comer opíparamente rodeado de su esposa é hijos, muy satisfecho, alegres todos, felices. No había familia más dichosa en el mundo. Vivían en una mediocritas si no áurea, por lo menos de plata sobredorada, la cual les permitía en los días que repicaban en gordo tirar la casa por la ventana, en forma de símbolo, por supuesto; es decir, sin pagar una onza en el gasto extraordinario, que lo demás quedaba muy guardado en la caja de caudales, en el Banco y en las arcas de la Equitativa, donde don Autónomo se había asegurado.

Serafina era un serafín; mujer más angelical no la había: era la perfecta casada de Fray Luis, pero á la moderna, con costumbres algo menos devotas, pues si no, hoy ya no hubiera sido la perfecta casada. Nada de gazmoñería, virtud expansiva, alegre; sacrificio constante de su egoísmo al interés de su marido é hijos, pero sin que se conociera esfuerzo alguno, con divina gracia. Parecía una mujer como todas y era la mejor de todas.

No hacía valer su fidelidad (y era guapísima y muy codiciada) como un mérito: esta pretensión le hubiera parecido ya una especie de adulterio. Así como á nadie se le ocurre en una sociedad de personas distinguidas, nobles, ricas, finísimas, que uno de aquellos duques, ó generales, ó ministros, se va á llevar un candelabro de plata, por ejemplo, y nadie piensa en el robo posible, pero una posibilidad infinitesimal, por decirlo así, tampoco se le pasó jamás por las mientes á Serafina ser infiel á su Autónomo por pensamiento, de palabra ú obra.

Y como no había manera de reprenderle por nada, de reñirle, jamás le había reprendido; nunca habían reñido. Estaba íntegra la vajilla é íntegra la paz conyugal.

De todo lo cual llegó, á fuerza de años, á sacar en consecuencia Autónomo que así no se podía seguir, que había que acabar de cualquier manera.

En esto pensaba precisamente aquel día de su santo, después de los postres, cuando ya los niños se iban despidiendo del padre porque los reclamaba el lecho.

Todos se acostaban sin protestar, y eso que estaban seguros de que su madre no les hubiera negado permiso para velar un ratito. Ellos lo deseaban... pero no, ¿para qué? La mamá les tenía demostrado que era cosa nociva, y además, la hubieran disgustado, aunque ella no lo dejara ver: nada, nada, á la cama.

—Buenas noches, papá.

—Santas y buenas, hijos míos, santas y buenas.

Y seguía pensando don Autónomo: “Vea usted. Ahora me iría yo de muy buena gana á jugar un tresillito al casino. Siempre pierdo, es verdad, pero ¿y qué? No es mucho y me divierto. Pero no voy, imposible. Si anuncio que salgo ésta se reirá lo mismo absolutamente que si le digo ‘Me voy á la cama’, que es lo que á ella le gusta, porque sabe que me conviene madrugar, para el estómago y para los negocios... ¿Quién le da un disgusto callado sin grandes remordimientos? Pero... la verdad es que hoy... día de mi santo...”

Sin embargo, decidió tener un rasgo de energía que no hacía falta, y poniéndose en pie exclamó:

—Ea, chica, dame... la palmatoria, que me voy á la cama.

Y se acostó, se acostó como los niños.

Y en cuanto se vió entre las sábanas se sintió como en presidio, como en el cepo, y echaba pestes contra sí mismo, pues contra su mujer no había por qué.

—¡Voy á saltar de la cama! ¡Salto! ¿Quién me lo impide?

Y no saltaba por eso mismo, porque era su derecho, porque nadie lo impedía; y su mujercita le hubiera acercado la ropa muy contenta, y le hubiera alumbrado hasta la calle, sonriente.

Se quedó dormido protestando contra la excesiva virtud de su esposa, que por ser una santa le obligaba á él, para no tener terribles remordimientos, á ser, por lo menos, el beato Autónomo.

Y pasaban días y días, y siempre así.

En fin, llegó á encontrarse con todos sus vicios extirpados, incapaz de la menor calaverada, que hubiera sido terrible ingratitud para con aquella santa familia en que él mismo se veía con su aureola resplandeciente.

—Pero, señor, si yo no iba para santo; si esto es á la fuerza. ¡Esto no es la perfecta casada, esto es la pluscuamperfecta!

Y poco á poco le creció la manía hasta el punto de aborrecer, á su manera, á aquella mujer, á quien adoraría de rodillas, y por no disgustar á la cual estaba él ganando el cielo.

Y de una en otra, vino á parar en comprar una maquinilla manual de imprimir, y se encerraba en su casa, imprimiendo en tarjetas, volantes, besalamanos, etc., las mismas palabras, pocas. Y después, de noche, los llevaba al correo y estaba cinco minutos echando papel por la boca abierta del león, pasmado de tanta correspondencia.

Había comprado el libro de las cien mil señas y había dirigido á todos los periódicos del mundo, ó á muchos por lo menos, á las agencias, á los abogados, obispos, diputados, cónsules, jueces, alcaldes, banqueros, etc., etc., la misma noticia, que los importaba igualmente á todos: nada.

El juez de guardia, que la recibió también, fué el único que hizo caso de ella. Decía así el volante que recibió: “Me mato por no aguantar á mi mujer.”

Y en efecto, Autónomo se suicidó de veras.

Por más que se hizo, no se pudo ocultar la terrible catástrofe á Serafina; y lo peor fué que, por la inmensa publicidad que el suicida había dado á la noticia, tardó muy poco en llegar á conocimiento de la santa esposa la causa del suicidio. ¡Su marido se mataba por no aguantarla á ella!

El buen sentido hizo que el público en masa, conocidas las cualidades de la virtuosa señora, declarase que aquel hombre se había vuelto loco de pura felicidad doméstica. Sólo así se explicaba el absurdo de matarse por no aguantar á la perfecta casada.

Sin embargo, cierto solterón empedernido amigo del difunto, decía:

—Á la muerte de Autónomo no se le ha sacado toda la filosofía que tiene. No estaba loco. Lo que ha hecho es dejarnos ejemplo con su muerte. La filosofía de ese suicidio es ésta: “Me mato por no aguantar á mi mujer.” Pero su mujer es la mejor del mundo. Luego... la mejor de las mujeres es inaguantable. ¡Lo que serán las otras! ¡Y lo que será el matrimonio!

Este Autónomo es el redentor de los célibes.


Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
Leído 61 veces.