Novela Realista

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Apuntes de la cartera de un suicida: “—He venido á Z... á bañarme y á resucitar la muerta poesía del corazón. He dado trece baños, número fatal, y hoy me decido á quedarme en el agua. He cogido la sábana como si fuera un sudario; el calzoncillo de punto me lo he puesto como quien se viste la mortaja. Al pasar bajo el balcón del célebre doctor Sarcófago le he visto apoyado sobre el antepecho. Fumaba tranquilo, de bata, calzando babuchas tan holgadas y tan poco cristianas como su conciencia. Eran babuchas berberiscas. El doctor me ha saludado sonriente.—¡Corto, corto! gritaba, ya se lo tengo á usted dicho.—Quería decir que el baño durase poco.—¿Baño de impresión, no es eso?—Sí, de impresión.—Así será en efecto. ¡Un baño de impresión!—Escribo en la casa de baños. Es decir, en la capilla. ¡Acabo de fumar un cigarro del estanco y de leer un número atrasado de La Correspondencia! El cielo está nublado, llueve, hace frío, el agua está como dormida, en la sucia playa se abaten las olas sobre montones de inmundicia. Parece esto un lavadero público. Todo es triste, insignificante, sucio. Allí está don Restituto, con el agua al cuello, aunque sólo le llega á las rodillas; pero su esposa doña Paz está á su lado, mejor sobre sus costillas, y don Restituto, mísero Atlante con 8.000 reales de sueldo, sufre en los hombros la inmensa pesadumbre de su cara mitad. Una mitad leonina. ¿Y qué me importa á mí esto? Nada. Y sin embargo, la presencia de doña Paz me turba, y mi deseo de morir es más vehemente contemplando esta cópula canónica y civil que se llama ante el mundo matrimonio, y en el hogar es la explotación del hombre por el histérico. Doña Paz tiene histérico, última ratio de la machorra. ¡Machorra! Palabra grosera, sarcástica, que el Diccionario autoriza. En Madrid don Restituto es mi subalterno. Yo cobro algo más que él, soy su jefe. Y yo soy soltero, ni fumo, ni bebo. Don Restituto bebería, fumaría, si tuviese dinero y no tuviese á doña Paz. Mi subalterno y su esposa han venido á baños conmigo por una de esas casualidades terribles de que está la vida llena. Aburrido de Madrid, muerto de calor, soñando con la poesía de mi juventud, me introduje en un coche de primera, olvidado de todas las cosas prosaicas de la vida, con el anhelo del ideal. De pronto abren la portezuela.—¡Está lleno!—estuve por gritar. Y era verdad; estaba lleno el mundo, cuanto más el coche, de los fantasmas de mis ilusiones. ¿Qué falta me hacía á mí un compañero de viaje que probablemente tendría ese reloj del ferrocarril que se llama la Guía, y que en España sólo sirve para convencerse de que ningún tren llega á debido tiempo á ningún sitio? Un compañero de viaje que me daría las buenas tardes y después me miraría sonriente como anuncio de una amistad que allí mismo iba á empezar (porque la gente que viaja poco cree en las amistades del viaje y las procura). Lo primero que apareció fué una maleta de las que usaban nuestros abuelos para viajar á lomos de un mal rocín. Después entró en el coche una escusa-baraja; luego un serón, después dos cestas, después un jamón con camisa, esto es, enfundado en lona blanca, á guisa de violín; después una manta de tal longitud, que aún no había entrado toda cuando ya amenazaba romper los cristales de la ventanilla de enfrente. Protesté enérgicamente, librándome como pude de aquella agresión anónima. Aún ignoraba yo qué clase de bárbaro hacía aquella invasión. Entonces oí una voz débil que decía:—Dispensen ustedes, caballeros...—¡Vaya usted al diablo! Á ver, un empleado de la estación, el jefe, un civil, cualquier cosa, ¡socorro!—El jefe acude.—Esto no puede ir con ustedes; no es de uso personal ni necesario en el viaje.—Sí, señor, que es; es decir, yo no necesito nada de eso, pero mi señora sí; ¡como padece del histérico!—¡Histérico! exclamé, ¿entonces es usted don Restituto?—¡Oh, mi querido jefe! gritó el subalterno al conocerme; y me dió un abrazo, y sobrevino doña Paz; y como yo pasé por todo, el jefe de la estación no se opuso, pues no había más viajeros, á que entrasen en el coche los voluminosos artículos de primera necesidad de la señora del histérico.—Si hubiese podido mandar á doña Paz á un furgón yo hubiera sostenido mi derecho, pero admitida ella, lo de menos era consentir los bultos, que al fin no tenían histérico.—¡Y válgame Dios qué viaje! Entre marido y mujer me pusieron la bilis en revolución. ¡Cuánta pusilanimidad en el esposo y en ella! ¡cuántas abominaciones! Don Restituto tuvo que quitarle las botas, calzarle las zapatillas, y porque no procuraba ocultar á mis ojos profanos los tobillos de su cara mitad, doña Paz le riñó por lo bajo, con intención de que yo lo oyera, y le dijo que aquella falta de pudor conyugal le daba mala espina; porque indicaba poco amor ó excesiva confianza; ¡y si no fuera que una es como es! Don Restituto aseguraba que yo era corto de vista, pero doña Paz insistía en que yo había visto algo.—Juro á Dios que no había visto nada. Llegó la noche; don Restituto dormía. Doña Paz suspiraba. Con pretexto de que se mareaba yendo de espalda á la máquina, se sentó junto á mí. Y el Señor me dejó caer en la tentación. Doña Paz es fea, no es joven; pero quise probar aquella virtud. La primer tentativa fué rechazada con un melindre. La segunda, que iba á ser la última y acreditar para siempre la castidad de aquella histérica dama ¡ay, la segunda tentativa fué un crimen frustrado! Doña Paz, indignada quizás con el escaso pudor conyugal, como ella decía, de aquel esposo, tomó cruel venganza. Hizo á su manera lo que aquella reina de Frigia que compartió el trono con el sabio Gijes. Pero yo, ni maté á don Restituto ni consumé lo que aún ignoro si se podría consumar. Pero doña Paz no fué por eso menos infiel. ¡Ridícula y terrible aventura!”


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“Y yo había amado á lo Werther; yo había nacido para el ideal; pero ¡ay! como dicen en el Ateneo de Madrid, los ideales han muerto: ya sólo quedan las mujeres histéricas para mí. No hay tormento comparable á mi tormento; yo tengo la conciencia torturada por un crimen que me dió el hastío por todo placer. Recuerdo con asco y con vergüenza una aventura que arrojó el cieno de la deshonra sobre las canas de un buen amigo. ¡Pobre don Restituto!... Ahora me llama el infeliz, me dice que corra á bañarme á su lado. ¡Sugestiones de su mujer!—Voy á vengarme y á vengarle; voy á dar á esa Mesalina de la calle de las Postas un buen susto. Éste es mi plan. Nado junto á ella, la invito á un ensayo de natación bajo mis auspicios; ella acepta de fijo; la llevo por la barba adonde nos cubra, finjo un accidente, me voy al fondo, y ella... Yo no soy responsable. Un muerto no responde de nada. Si perece no es mía la culpa, ó si es mía, es una culpa que me honra. Por desgracia no faltará quien acuda á tiempo para salvarla; ella sin saberlo, debe flotar como el corcho. Á lo menos en todas las disputas domésticas siempre ha quedado encima como el aceite.—Allá voy, don Restituto, corro á salvarte, á librarte si puedo de tu doña Paz de tus pecados. Y además te proporciono un ascenso. ¿Para qué quiero yo el destino? ¡Yo que soñé con la gloria, me veo reducido á ser jefe de un don Restituto! Tú serás el jefe en adelante, hombre probo, tú ascenderás, tú tendrás esos cinco mil reales que faltan para que te llegue el agua al sal. Mañana dirán de mí que tuve la cobardía de matarme, que cometí un crimen. No; hice una obra de caridad, dí el ascenso inmediato á un funcionario que cuenta veinticinco años de servicio y otros tantos años de hambre. La vida se ha hecho para los Restitutos que esperan veinticinco años un ascenso y se ligan con indisoluble vínculo al histérico semoviente. Sí, ¡doña Paz es la mujer probable! Ella también habrá tenido sus quince, aunque parece mentira. Quién sabe si mi Carlota, que era como una sílfide, que andaba de manera que sus pasos parecían aleteos de ángel—frase que se me ocurrió escribir en aquel soneto que no se me ocurrió enviarle—¡quién sabe si ella también... tendrá á estas horas bajo sus uñas un don Restituto, si ella también habrá padecido ó padecerá histérico!—¡Ay, la mujer que no muere con la tisis interesante de la juventud, llega á ser fatalmente doña Paz!—Allá voy, allá voy, don Restituto—Él me llama á la muerte; sí, él puede hacerlo, él es mi víctima, aunque lo ignora; allá voy, sí, laven las ondas del océano la afrenta de tu honor.”

Así terminan estos apuntes, que con notoria imprudencia dejó en el bolsillo de la levita el incauto criminal.


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En el libro de cuentas “para huso de Doña Paz Cordero de Cabra” se lee al folio 20 lo que sigue: Manteca 12 uebos 20 Haceyte 6, y más abajo:

“Yo lamaba, si le hamaba, perro el no lo savia, una muger como yo no puede dar á entender su hamor sin desonrrarse y desonrrar á su manido. Yo á los quinze años le havia bisto y hamado, el no se havia figado en mi, porque hestaba enamorrado de Carrlota y de sus Ilusiones sovre todo: erra Pueta, soñador, anvicionava bolar muy alto, y yo no podia yamar su Hatenzion. Uió de nuestro puevlo, perro mi hamor se quedó conmijo, cada dia herra mayor, mas triste, perro grande como nunca. No bolbi a hoir ablar del, perro aqui en el corracon su Recuerrdo bibia, bibia heterrno. Mi madre se morria desesperrada por degarme sola y pobre, restituto era goben, vueno y mamava y le dy mi mano sin hamor, como pude hir al ospizio. En este matrimonio no ice mas que Enjorrdar y Enjorrdar y hazquirir un genio muy malo, caprichoso, antogadizo, por culpa de mi tristeza hintima y de la pubreza de Elespiritu de mi hesposo; otro hesposo que no fuerra mi hesposo, uvierra echo de Mi una muger, él, restituto izo una sultana, una fierra, disimulada, cruel, mala, mala si. Muchos años pasarron y bolbi a Ver a mi Hamor, herra el Gefe de restituto en la oficina. ¡No se acordava de mi! ¡Como si nunca me uvierra bisto y yo que le Beia todos los dias ha todas orras en mi Halma! Perro no le dige nada, como si tampozo le conociera. Me beia pocas beces, restituto le querria mucho y procurraba traherle a casa cuanto podia; yo uia del, Perro en el tren, de noche, cuando yo sentia cerca del todo el Fuego de la Gubentuz, enloquezida por su presenzia y por no sé que haromas que benian del campo que atrabesaba el Trren y asta creo que por suspiros que vajaban de las estrrellas que briyaban Tanto, no pude menos de hacercarme a El y suspirar y El me cogio la mano y me ablo de Hamor y de Su Hamor y Aquella Noche de Gran Pecado, fue la única Feliz de Mi Bida. Que Lo Sepa el Mundo Entero. Despues no bolbio a ablarme; uia de mi en los vaños, se conoze que fuí parra El un pasatiempo nada más. Por eso Me Mato. Que Lo Sepa el Mundo Entero y mi marrido, adios restituto.”


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El corresponsal del Hipódromo escribió á su perfumada revista lo siguiente:

“Hemos tenido también nosotros en Z... nuestro drama, tragedia mejor dicho. Gracias á esto, hay algo de qué hablar. El señor X... conocido en Madrid por su afable trato en los círculos más distinguidos, ha sido el héroe. En traje de baño, si traje se puede llamar á unos sencillísimos calzoncillos de punto, salió á la playa y entró mar adentro con rumbo á la eternidad. La señora de V..., esposa de un modesto empleado se bañaba con su marido, y al pasar cerca de ella el señor X... indicado, le dió un sonoro beso en la frente, así como suena, y lanzando una carcajada histérica cayó en las olas sin sentido. El señor V... acudió en vano á salvar á la no muy casta esposa; con la fuerza del paroxismo la robusta dama sujetaba al nada atlético esposo, y en tanto las amargas olas, con esa fría impasibilidad de la naturaleza, arrastraban á la infortunada pareja. Ambos hubieran perecido á no estar cerca el señor X... que pudo sacar á la arena al señor V... donde le dejó antes que volviera en sí. El señor X... se echó otra vez al agua; los circunstantes, gente toda de Madrid, le dejaron hacer: creyeron que esta vez iba á salvar á la dama... pero se le vió desaparecer entre las amargas olas, y ni la señora de V... ni el señor X... volvieron á la arenosa playa, hasta que la marea trajo horas después dos cadáveres.”


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Cuando leyó don Restituto la confesión de su esposa en el libro de cuentas, exclamó: ¡Yo te perdono! Después meditó y dijo:

—Y á él también le perdono. ¡Al fin le debo la vida! Si no es por él me ahogo en el mar ó... en mi cara esposa.


Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.
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