El Remedio en la Desdicha

Lope de Vega Carpio


Teatro, Comedia



COMEDIA FAMOSA DE LOPE DE VEGA CARPIO

dirigida

A DOÑA MARCELA DEL CARPIO, SU HIJA

Escribió la historia de Jarifa y Abindarráez, Montemayor, autor de la Diana, aficionado a nuestra lengua, con ser tan tierna la suya, y no inferior a los ingenios de aquel siglo; de su prosa, tan celebrada entonces, saqué yo esta comedia en mis tiernos años. Allí pudiérades saber este suceso, que nos calificaron por verdadero las Corónicas de Castilla en las conquistas del reino de Granada; pero si es más obligación acudir a la sangre que al ingenio, favoreced el mío con leerla, supliendo con el vuestro los defectos de aquella edad, pues en la tierna vuestra me parece tan fértil, si no me engaña amor, que pienso que le pidió la naturaleza al cielo para honrar alguna fea, y os le dió por yerro; a lo menos a mis ojos les parece así, que en los que no os han visto pasará por requiebro. Dios os guarde y os haga dichosa, aunque tenéis partes para no serlo, y más si heredáis mi fortuna, hasta que tengáis consuelo, como vos lo sois mío.

Vuestro padre.

PERSONAS

Abindarráez.
Jarifa.
Zoraide.
Alborán.
Narváez.
Nuño.
Alara.
Darín.
Páez.
Bajamed.
Arráez.
Espinosa.
Alvarado.
Cabrera.
Ortuño.
Peralta.
Zara.
Maniloro.
Celindo.
Mendoza.
Ardino.
.Zaro

Representóla Ríos, único representante.

ACTO PRIMERO

Salen a un tiempo por dos puertas Abindarráez y Jarifa. Sin verse.


Abind. Verdes y hermosas plantas,
Que el sol con rayos de oro y ojos tristes
Ha visto veces tantas
Cuantas ha que de un alma el cuerpo fuistes;
Laureles, que tuvistes
Hermosura y dureza:
Si no es el alma agora
Como fué la corteza,
Enternézcaos de un hombre la tristeza,
Que un imposible adora.

Jarifa. Corona vencedora
De ingenios y armas, Dafne, eternamente
Por quien desde el aurora
Hasta la noche llora tiernamente
El sol resplandeciente:
Si no habéis de ablandaros
Al són del llanto mío,
¿De qué sirve cansaros,
Y mi imposible pretensión contaros,
Que al viento sólo envío?

Abind. Claro, apacible río,
Que con el de mis lágrimas te aumentas,
Oye mi desvarío
Pues que con él tus aguas acrecientas.
Razón será que sientas
Mis lágrimas y daños,
Pues sabes que me debes
Las que por mis engaños
Llorar me has visto tan prolijos años,
Y por bienes tan breves.

Jarifa. Porque tu curso lleves,
Famoso río, con mayor creciente,
Y la margen renueves
Que en tus orillas hizo la corriente
De aquella inmortal fuente
Que a mis ojos envía
El corazón más triste
Que ha visto en su tardía
Carrera el sol en el más largo día,
Hoy a mi llanto asiste.

Abind. Jardín que adorna y viste
De tantas flores bellas Amaltea:
Aquí, donde tuviste
Aquella primavera que hermosea,
Cuando por ti pasea;
Aguas, yerbas y flores,
Aquí vengo a quejarme,
Y no de sus rigores,
Sino de un imposible mal de amores,
Que ya quiere acabarme.

Jarifa. Si para lamentarme,
Aquí, donde perdí mi libre vida,
Lugar no quieren darme
El blando río y planta endurecida,
Al cielo es bien que pida
Piadoso oído atento.
Oídme cielo hermoso;
Óyeme, amor, contento
De haber triunfado de mi libre intento
Con arco poderoso.

Abind. Si hay algún dios piadoso
Para con los amantes, y si alguno
Deste mal amoroso
Probó el rigor, tan fiero y importuno,
Pues no hay amor ninguno
Que pueda ser tan fiero,
O me remedie o mate;
Que por mi hermana muero
Y en tan dulce imposible desespero:
Tal es quien me combate.

Jarifa. Al último remate
De mi cansada vida, al postrer dejo,
Cuando no es bien que trate
De buscar medicina ni consejo,
Como cisne me quejo.
Fiero amor inhumano,
Mi hermano adoro y quiero,
Por imposibles muero.

Abind. ¡Jarifa!

Jarifa. ¡Abindarráez!

Abind. ¡Hermana!

Jarifa. ¡Hermano!

Abind. Dame esos brazos dichosos.

Jarifa. Dadme vos los vuestros caros.

Abind. ¡Ay, ojos bellos y claros!

Jarifa. ¡Ay, ojos claros y hermosos!

Abind. ¡Ay, divina hermana mía!

Jarifa. ¡Ay, hermano mío gallardo!

Abind. ¡Qué nieve cuando más ardo!

Jarifa. ¡Qué fuego entre nieve fría!

Abind. ¿Qué esperas, tiempo inhumano?

Jarifa. Tiempo inhumano, ¿qué esperas?

Abind. ¡Ah, si mi hermana no fueras!

Jarifa. ¡Ah, si no fueras mi hermano!

Abind.Señora, ¿de qué sabéis
Que hermanos somos los dos?

Jarifa. De lo que yo os quiero a vos,
Y vos a mí me queréis.
Todos nos llaman ansí,
Y nuestros padres también;
Que, a no serlo, no era bien
Dejarnos juntos aquí.

Abind. Si ese bien, señora mía,
Por no serlo he de perder,
Vuestro hermano quiero ser,
Y gozaros noche y día.

Jarifa. Pues tú, ¿qué bien pierdes, di,
Por ser hermanos los dos?

Abind. A mí me pierdo y a vos:
Ved si es poco a vos y a mí.

Jarifa. Pues a mí me parecía
Que a nuestros amores llanos
Obligaba el ser hermanos,
Y que otra causa no había.

Abind. Sola esa rara hermosura
A mí me pudo obligar,
Ese ingenio singular
Y esa celestial blandura,
Esos ojos, luz del día,
Esa boca y esas manos;
Porque esto de ser hermanos,
Antes me ofende y resfría.

Jarifa. No es justo que en el amor,
Abindarráez, tan justo
De hermanos, halles disgusto,
Siendo el más limpio y mejor.
Amor que celos no sabe,
Amor que pena no tiene,
A mayor perfeción viene,
Y a ser más dulce y suave.
Quiéreme bien como hermano:
No te aflijas ni desueles,
Sigue el camino que sueles,
Verdadero, cierto y llano;
Que amor que no tiene al fin
Otro fin en que parar,
Es el más perfeto amar;
Que al fin es amar sin fin.

Abind. ¡Ah, hermana! Pluguiera a Alá
Que vuestro hermano no fuera,
Y que este amor fin tuviera,
Que el de mi vida será,
Y que celos y querellas
Tuviera más que llorar
Que arenas tiene la mar
Y que tiene el cielo estrellas.
Por bienes que son tan raros
Era poco un mal eterno;
Que penas, las del infierno
Eran pocas por gozaros.
Mas, pues vuestro hermano fuí,
No despreciéis mi deseo.

Jarifa. Antes le estimo, y te creo.

Abind. ¿Pediréte algo?

Jarifa. Sí.

Abind. ¿Sí?

Jarifa. Sí, pues.

Abind. ¿Qué te pediré?

Jarifa. Lo que te diere más gusto:
Todo entre hermanos es justo.

Abind. No fué justo, pues que fué.
Ahora bien: dame una mano,
Y pondréla entré estas dos,
Por ver si así quiere Dios
Que sepa que soy tu hermano.

Jarifa. ¿Aprietas?

Abind. Doyla tormento
Por que diga la verdad;
Que es juez mi voluntad
Y potro mi pensamiento.
Con los diez dedos te aprieto,
Cordeles de mi rigor,
Siendo verdugo el amor,
Que es riguroso en efeto,
Pues agua no ha de faltar,
Que bien la darán mis ojos;
Di verdad a mis enojos.

Jarifa. Paso, que es mucho apretar;
Que no lo sé, por tu vida.

Abind. Yo no lo pregunto a ti.

Jarifa. ¿Ha de hablar la mano?

Abind. Sí.
Bien podéis, mano querida.
Pero mi pregunta es vana
Y ella calla en el tormento.
A lo menos, en el tiento
No sabe a mano de hermana.
¿Que al fin lengua te faltó?
Dime, blanca, hermosa mano:
¿Soy su hermano? Digo hermano,
Y responde el eco, no.
Testigos quiero tomar.

Jarifa. ¿Qué testigos?

Abind. Esos ojos,
A quien por justos despojos
Mil almas quisiera dar.
¿No respondéis? Culpa os doy,
Lengua de fuego inhumano.
No me miran como a hermano;
No es posible que lo soy.
Pues ¿preguntaré a la boca?
Esta no dirá verdad,
Cuando pura voluntad
El instrumento no toca.
Pues ¿a los tiernos oídos?
Pero ya con escucharme,
O pretenden consolarme
O quitarme los sentidos.
El gusto, si está olvidado,
¿Qué pregunta le he de hacer?
Que el gusto de la mujer
No quiere ser preguntado.
Mas ¿qué importa, ojos, oídos,
Boca, manos, gusto, haceros
Testigos, si he de perderos
Sólo porque sois queridos?
Dése, pues, ya la sentencia
En que sea el cuerpo hermano
Y el alma no; que es en vano
Querer que tenga paciencia;
Pero, aunque vencido estoy
Y a la muerte condenado,
Quiero morir coronado
Pues como víctima voy.
Dadme, hermosas flores bellas,
Rubí, zafir y esmeralda
Para hacer una guirnalda.

Haga que compone una guirnalda.

Jarifa. Bien es que te adornes dellas.
Triunfa de mi loco amor
Y de mi seso perdido;
Que, aunque piensas por vencido,
Yo sé que es por vencedor.
Pon la rosa carmesí
De mi prestada alegría,
Y mi celosa porfía
En el lirio azul turquí;
En el alhelí pajizo
Mi desesperado ardor,
Y en la violeta el amor
Que mi voluntad deshizo;
Mi imposible en el jazmín
Blanco, sin dar en el blanco.

Abind. ¡Cuánto se te muestra franco
El cielo, hermoso jardín!
Bella guirnalda he tejido,
Ciña mis dichosas sienes.

Póngase la guirnalda.

Jarifa. Galán por estremo vienes.

Abind. Y coronado y vencido.

Jarifa. Muestra, pondrémela yo,
¿Qué te parece de mí?
¿No estoy buena?

Abind. Mi bien, sí.

Jarifa. ¿Soy tu hermana?

Abind. Mi bien, no;
Y en lo que os quiero me fundo.

Jarifa. Dime ya tu parecer.

Abind. Hoy acabáis de vencer,
Como otro Alejandro, el mundo.
Parece que agora en él
No cabe vuestra persona,
Y que os laurea y corona
Por reina y señora dél.

Jarifa. Si así fuera, dulce hermano,
Vuestra fuera la mitad.

Abind. ¿Tanto bien a mi humildad?
Dadme vuestra hermosa mano.

Zoraide, alcaide de Cartama, Alborán, moro.

Zor. ¿Eso dicen en Granada
Del buen Fernando?

Albor. Esta nueva
Agora la fama lleva.

Zor. Tu buen suceso me agrada:
No hay a quien amor no deba.

Albor. Es muy propio del valor
Obligar al tierno amor
Desde el propio hasta el estraño.
No habrá más guerras este año,
Que ansí lo dice Almanzor.

Zor. ¿Traes cartas?

Albor. Señor, sí.

Abind. ¡Nuestro padre!

Zor. ¡Oh hijos caros!
Huélgome mucho de hallaros
En esta ocasión aquí:
Llegad, que quiero abrazaros.

Abind. Sin duda trae Alborán
Buenas nuevas.

Zor. No me dan
Poco gusto, si este invierno
Descansare del gobierno
De militar capitán.

Abind. ¿Dejó Fernando la guerra?

Albor. Por este año está olvidada.

Zor. Colguemos todos la espada,
Y esté segura la tierra
Y la frontera guardada;
Que harto el cuidado me aprieta
En defender a Cartama,
Porque jamás en la cama
Me halló el sol ni la trompeta
Que la gente al campo llama.
Fernando es ido a Toledo:
Seguro pienso que quedo
De dejar mi casa. Ven,
Responderé al Rey y a Hazén
Cuanto agradecerles puedo.
O quédate, si por dicha
Abindarráez quisiere
Saber nuevas.

Abind. No hay que espere
Después de la nueva, dicha.
Aquí mi esperanza muere.

Zor. Ven tú, Jarifa, que tengo

Vase Zoraide.

Que hablarte.

Jarifa. Adiós; luego vengo.

Vase Jarifa.

Abind. ¿Que aquí mi padre se queda?
¿Posible es que vivir pueda
La esperanza que entretengo?—
Alborán, ¿que no hay jornada?

Albor. Ya el cristiano ha recogido
Sobre la pica ferrada
El tafetán descogido
De la bandera cruzada.
Ya Mendozas y Guzmanes,
Leivas, Toledos, Bazanes,
Enríquez, Rojas, Girones,
Pachecos, Lasos, Quiñones,
Pimenteles y Lujanes,
Truecan las armas por galas,
Por música el atambor,
Y por las plazas las salas;
A Belona por Amor,
A quien nacen nuevas alas.
Ya Bencerrajes, Zegríes,
Zaros, Muzas, Alfaquíes,
Abenabos, Aibenzaides,
Mazas, Gomeles y Zaides,
Hacenes y Almoradíes,
Dejan lanzas, toman varas,
Juegan cañas, corren yeguas;
Que se escuchan a dos leguas
Los relinchos y algazaras
Con que celebran las treguas.

Abin. ¿Abencerrajes dijiste?
Pues ¿han quedado en Granada
Después del suceso triste?

Albor. Fuése la lengua engañada
Al nombre ilustre que oíste;
Que ya no hay en todo el mundo
Sino tú.

Abind. ¿Cómo?

Albor. No digo
Sino que eres tú segundo
Al valor de que es testigo
Cielo, tierra y mar profundo.

Abind. No, Alborán, eso me di.
Dame esa mano.

Albor. Mancebo
¡Qué deudos perder te vi!
Reviente con llanto nuevo
El alma de nuevo aquí.
No te miro vez alguna
Que de su triste fortuna
Y próspera no me acuerde:
A nadie de vista pierde
La envidia, aunque esté en la luna,
Aún veo en viles espadas
Las cabezas separadas
De aquellos ilustres cuellos,
Y asidas de los cabellos,
En el Alhambra clavadas.
Aún corre la sangre aquí,
Y aún aquí la envidia aleve
Me parece que la bebe.
¡Oh vil Gomel, vil Zegrí!
¿Lloras?

Abind. Su historia me mueve.
Pero dime, Alborán, así los cielos
Te dejen ver el fin de tu esperanza,
Y lo que quieres bien gozar sin celos;
Ansí en el campo la gallarda lanza
Y en la plaza tu caña sea famosa,
Y el Rey te dé su Alhambra en confianza;
Ansí de amiga cara o dulce esposa,
Si dellos tienes esperanzas vanas,
Alcances hijos, sucesión dichosa;
Y dellos, en moriscas africanas,
Los nietos, que colgados de tu cuello,
Con tiernas manos jueguen con tus canas
Ansí primero veas su cabello
Nevado que tu muerte, y lleno acabes
De fama y años, que Alá puede hacello,
Que me digas, pues sé yo que lo sabes,
Si soy yo Bencerraje, y si deciendo
De los que alabas y es razón que alabes,
O, como por ventura estoy temiendo,
Soy hijo del alcaide de Cartama,
Puesto que la verdad del alma ofendo;
Que por la fe que el noble estima y ama,
De guardarte secreto eternamente.
Dime tú lo que dicen alma y fama.

Albor. ¡Oh ilustre y generoso decendiente
De aquellos malogrados Bencerrajes
Por su valor y envidia juntamente!
¡Oh reliquia de aquellos dos linajes!
¡Oh fénix de su muerte, sangre y fuego,
Porque mejor de los aromas bajes!
En este punto de Granada llego,
Y el traer sangre tuya en la memoria
(Que casi te la doy en llanto ciego),
Ha hecho que te obligue con su historia,
Que ya la sabes por ajena fama,
A restaurar su antiguo nombre y gloria.
No es tu padre el alcaide de Cartama,
Que, puesto que es tan noble, fué Selimo,
Pero el Alcaide, como ves, me llama.
No puedo detenerme.

Abind. Tanto estimo...

Albor. Venme después a hablar.

Abind. ¿Qué así me dejas?

Albor. Perdona un poco.

[Vase.]

Abind. Mi esperanza animo:
Cierre la puerta el alma a tantas quejas.
Hermosas, claras, cristalinas fuentes,
Jardines frescos, celebrados árboles,
Que aquí me vistes de Jarifa hermano,
Ya no soy el hermano de Jarifa;
Ya puedo ser su amante y ser su esposo:
Dad todos parabién a Abindarráez.
Ya no soy aquel triste Abindarráez
Que os daba tanto llanto, puras fuentes;
Ya no escribiré hermano sino esposo,
Por las cortezas de los verdes árboles.
Pero, si no me quiere mi Jarifa
¡Cuánto mejor me fuera ser su hermano!
Mas aunque no me quiera, el ser su hermano
Ya quita la esperanza a Abindarráez
De la gloria que el alma ve en Jarifa.
Dirán que esto es verdad las sordas fuentes,
Y sus hojas harán lenguas los árboles:
Tanto es el bien de poder ser su esposo.
Si sólo el ser posible ser su esposo
Estorbaba del todo el ser su hermano,
Jardines, yedras, flores, plantas, árboles,
Aquí, donde lloraba Abindarráez
Hechos sus ojos caudalosas fuentes,
Aquí se llama esposo de Jarifa.
¡Cielos! ¿Que gozar puedo de Jarifa?
¿Que ya es posible que yo sea su esposo?
Riendo lo murmuran estas fuentes,
Que me llamaron tristemente hermano.
Decid que soy su esposo Abindarráez
Que el viento os dará voz, amigos árboles.
¡Qué de veces al pie de aquestos árboles
Miré los bellos ojos de Jarifa,
Y ella me dijo: "¡Hermano Abindarráez!"
Pues ya su esposo soy, no soy su hermano,
O, a lo menos, ya puedo ser su esposo:
Decídselo, si vuelve, claras fuentes.
Fuentes, ya cesa el llanto; verdes árboles,
Ya parto a ser esposo de Jarifa,
Que ya no soy su hermano Abindarráez.

[Vase.]

Sale Narváez y Nuño, soldado.

Narv. Bañaba el sol la crespa y rubia cresta
Del fogoso león, por alta parte,
Cuando Venus lasciva y tierno Marte
En Chipre estaban una ardiente siesta.
La diosa, por hacerle gusto y fiesta,
La túnica y el velo deja aparte,
Sus armas toma, y de la selva parte,
Del yelmo y plumas y el arnés compuesta.
Pasó por Grecia, y Palas vióla en Tebas,
Y díjole: "Esta vez tendrá mi espada
Vitoria igual de tu cobarde acero."
Venus le respondió: "Cuando te atrevas,
Verás cuánto mejor te vence armada
La que desnuda te venció primero."

Nuño. Oyendo he estado hasta el fin,
Si en historias tengo parte,
Esa de Venus y Marte,
Desarmado en el jardín;
Y que Palas la vió en Tebas
Y vencerla quiso armada,
Porque cortase su espada
Desde la gola a las grebas;
Y que Venus respondió
(Que es todo filatería)
Que armada la vencería
Quien desnuda la venció.
Pero, señor, ¿a qué intento
Tanto estos días te inclinas
A Venus, cuanto afeminas
A nuestro Marte sangriento?
Dime la causa, señor.

Narv. Todo es, Nuño, declararte
Que puesto que armado Marte,
Le vence desnudo amor.

Nuño. Pues qué, ¿un fuerte capitán
Puede a nadie estar sujeto?

Narv. ¿A un dios no?

Nuño. ¿Dios?

Narv. En efeto,
A amor ese nombre dan.

Nuño. Que le dió...

Narv. La antigüedad.

Nuño. ¡Gentil dios! ¡Buena razón!
¡Donde hay tanta imperfección,
Inconstancia y variedad!
Entre otras mil cosas, dos
Le quitan ese gobierno.

Narv. ¿Cuáles son?

Nuño. No ser eterno
Forzoso atributo en Dios,
Y carecer de razón.

Narv. Luego amor ¿no es inmortal?

Nuño. No; que al primer vendaval
Suele mudar de opinión;
Y tarde se ve en mujer
Amor firme, amor durable.

Narv. Antes no hay mujer mudable
Cuando comienza a querer,
Y no hay para qué te afirmes
En el engaño que cobras:
Hacémoslas malas obras,
Y querémoslas muy firmes.
Antes amor en el hombre
Suele ser más imperfecto.

Nuño. Antes, por ser más perfecto,
Le dieron como hombre el nombre,
Porque a ser, antes o agora,
Más en mujer su valor,
No le llamaran amor.

Narv. ¿Qué le llamaran?

Nuño. Amora.

Narv. ¡Amora!

Nuño. Sí. ¿No pintamos
Como mujer la piedad,
La castidad, la verdad,
Porque en ellas tanta hallamos?
Pues si en mujer el querer
Es de perfección capaz,
¿Por qué le pintan rapaz,
Sino en forma de mujer?
Mas, dejando a las escuelas
Tan vanas sofisterías,
Dime, señor, ¿de qué días
Es este dolor de muelas?

Narv. De un mes.

Nuño. Y ¿quién te enamora?

Narv. Bien dices; que mora fué.

Nuño. ¡Mora!

Narv. Mora.

Nuño. Bien podré
Cantarte a la perra mora.
¿Dónde la viste?

Narv. En Coín.

Nuño. ¿Cuándo?

Narv. En las treguas pasadas,
Dando a unas rejas doradas
Por remate un serafín.

Nuño. ¿Y el zancarrón de Mahoma,
Y date desasosiego?

Narv. ¡Oh Nuño! Todo soy fuego,
Que hable o calle, duerma o coma.

Nuño. No se te dé dos cuatrines;
Consuelo y regalo toma,
Que en el cielo de Mahoma
Son bajos los serafines.
Estas moras son lascivas;
Tú eres hombre famoso;
No será dificultoso
Gozarla como la escribas.
Toda esta tierra te adora
Por galán, noble, discreto,
Valiente, rico: en efeto,
Ya te conoce esa mora.
Dame una carta, y yo haré
Que venga esa galga aquí.

Narv. ¿Llevarássela tú?

Nuño. Sí;
Que bien su arábigo sé.
Pondréme unos almaizales,
Y hecho moro, iré a Coín
A traerte el serafín,
Que aquesta noche regales;
Que basta por testimonio
Que te firmes don Rodrigo
De Narváez.

Narv. ¡Oh, Nuño amigo!
¡Vive Dios, que eres demonio!
Pero la letra cristiana,
¿Cómo la podrá entender?

Nuño. Que para todo ha de haber
Remedio y industria humana.
Aquel moro, tu cautivo,
La escribirá.

Narv. Dices bien.

Nuño. Pues voy por él.

Narv. Trae también
Recado.

Nuño. Ya le apercibo.

[Vase.]

Narv. Amor, si fuerais igual
A la edad y al cuerpo mío,
Yo os retara en desafío;
Pero así parece mal.
Aquel fronterizo fuerte,
Aquel andaluz temido,
Aquel Narváez, que ha sido
Entre moros rayo y muerte,
Hoy vencéis, hoy sujetáis
Con una mora. ¿Qué es esto?

Salen Nuño y Arráez, moro, y recado de escribir.

Nuño. Toma esa pluma y di presto.

Arr. ¿Qué es, señor, lo que mandáis?

Narv. Hinca la rodilla en tierra,
Y escribe.

Arr. Decid, señor.

Narv. ¿Eres hombre de valor?

Arr. Fuilo en la paz y la guerra.

Narv. ¿Dónde tan a solas ibas
Cuando ayer te cautivé?

Arr. Después te lo contaré,
Señor, que esta carta escribas.

Narv. ¿Cómo te llamas?

Arr. Arráez.

Narv. ¿De dónde eres?

Arr. De Coín.

Nuño. ¿Conoces al serafín
De Rodrigo de Narváez?

Narv. Calla, loco, que ya escribo.

Nuño. No creo que lo estás poco.—
¡Cuántos locos hace un loco!
¡Cuerdo yo, que libre vivo!
¡Vive Dios, que es gran flaqueza
Tropezar la voluntad!
Que amor es enfermedad
Y sale por la cabeza.
Yo no quiero más amor
Que mis armas y caballo;
En esto mis gustos hallo
Y me porto a mi sabor.
Sólo mi arnés es mi dama;
Este adoro, déste fío,
Tanto, que, a no ser tan frío,
Aun le acostara en la cama.
Yo le limpio, yo le visto,
Porque en la necesidad
Me muestra la voluntad
Con que una espada resisto.
Mi amor es lanza y caballo;
Soldado que a amor se inclina,
Tan cerca está de gallina
Cuanto pretende ser gallo.
Bien que, amor, ya os tengo a vos
Alguna vez por juez;
Pero esto sola una vez,
Que no ha de ser más, ¡por Dios!
La mujer, fácil estopa,
Es mancha de aceite, fuego,
Que, si no se ataja luego,
Cunde por toda la ropa.

Narv. No tengo que decir más.

Arr. Mucho debe a tu valor
Esta a quien tienes amor.

Narv. Bien la quiero.

Arr. Tierno estás,
Pues te confiesas vencido,
Siendo Narváez, señor,
El hombre más vencedor
Que el mundo ha visto y tenido.

Narv. (Esto aparte.)
Toma, Nuño, y a un balcón
De cuatro rejas azules,
Después que te disimules
Con la trazada invención,
Dirige tus pasos ciertos;
Que en la plaza le verás.
Llama a su puerta.

Nuño. Y ¿qué más?

Narv. La respuesta y los conciertos.

Nuño. La mora ¿se llama?

Narv. (No lo oiga el moro.) Alara,
Y que es casada he sabido.

Nuño. Creo que con su marido
Más presto se negociara;
Que te tienen tanto amor
Los moros destas fronteras,
Que es lo menos que pudieras
Alcanzar de su favor.

Arr. Dice Nuño la verdad:
Adoran tu nombre y fama.

Nuño. Voyme.

Arr. ¡Dichosa la dama
A quien tienes voluntad!

Narv. Guíete amor.

Vase Nuño.

Narv. Dime, Arráez:
¿Dónde ayer ibas?

Arr. Señor,
Sólo a saber que el amor
Era mayor que Narváez.
Mi cautiverio he tenido,
Señor, por bien empleado,
Sólo por ver humillado
Hombre a quien nadie ha vencido.
Yo iba a ver mi labor
Y alejéme, sin pensallo,
Donde me llevó el caballo
Y a él le llevó el furor.

Narv. Pues ¿en qué ibas divertido?

Arr. En un largo pensamiento
Con que a veces mar y viento,
Cielo, fuego y tierra mido.

Narv. Moro, pues sabes el mío,
Dime el tuyo; que, si puedo,
Obligado a tu bien quedo.

Arr. De tu grandeza lo fío.

Narv. Esta mi pasión me obliga
A pensar que quieres.

Arr. Quiero...
Pero mi tormento fiero
No permitáis que os le diga;
Mayor es que amor airado.

Narv. ¿Mayor que amor puede ser?

Arr. Es celos de mi mujer,
Rodrigo, que soy casado.

Narv. ¡Con celos, y estás aquí!
No lo quiera Dios, Arráez;
Ya eres libre.

Arr. ¡Oh gran Narváez!
Hoy vive mi honor por ti.
Dame esos pies.

Narv. Vete luego.—
Páez.

Sale Páez, soldado.

Páez. Señor.

Narv. Dale a este moro
Su caballo y armas.

Arr. Lloro.
De alegría.

Páez. Ya lo entrego.

[Vase.]

Arr. Yo te enviaré mi rescate,
A fe de hidalgo.

Narv. Con celos
No quieran, moro, los cielos
Que yo en la prisión te mate.
Vete libre, que es razón,
Aunque poco lo has quedado,
Que con celos y casado,
No quieras mayor prisión.
¿Tienes hermosa mujer?

Arr. No la hay más bella en Coín.

Narv. 'Aunque soy cristiano, en fin,
Te he de dar mi parecer:
Mira no entienda de ti
Que de su amor no te fías,
Que, en viendo que desconfías,
Todo lo ha de hacer ansí.
Amala, sirve y regala,
Con celos no la des pena,
Que no hay mujer que sea buena
Si ve que piensan que es mala.

Arr. No sólo das libertad,
Mas saludables consejos.

Narv. Pues estoy de darlos lejos,
¡Y tengo necesidad!
Parte a Coín, por que veas
Mi mora, que no conoces.

Arr. ¡Plega al cielo que la goces
Con el gusto que deseas!

[Vanse.]

Salen Abindarráez y Jarifa.

Abind. Ya que no me amáis, señora,
Como antes, de amor tan llano,
Cual era el de vuestro hermano,
Habladme más tierno agora;
Decidme lo que sentís,
Jarifa hermosa, y creed
Que me hacéis mayor merced
Cuanto más de mí os servís:
Ya pasó el temor cobarde
Que la hermandad nos ponía;
Habladme, Jarifa mía,
Más tierno, así el Cielo os guarde.

Jarifa. ¿Qué te tengo de decir?

Abind. ¿Tu ingenio puede ignorar
Qué es hablar, sabiendo amar?
¿Sabiendo amar, qué es sentir?

Jarifa. Si digo lo que te quiero,
¿Qué te puedo decir más?

Abind. Es libro o carta que das
Sin el título primero;
Cuando al Rey quieren hablar,
O negociar por escrito,
¿No le llaman grande, invito?

Jarifa. Ansí le suelen llamar.

Abind. Pues títulos tiene amor.

Jarifa. ¿Cómo?

Abind. Mi bien, alma y vida;
La esperanza entretenida,
Ansí negocia el favor.

Jarifa. Luego ¿diréte mi bien?

Abind. ¿Soy tu bien?

Jarifa. Sí.

Abind. Pues bien dices,
Y por que ansí le autorices
Al amor contra el desdén.

Jarifa. Luego, si mi alma eres,
¿Ansí tengo de llamarte?

Abind. ¿Eso tengo de enseñarte,
O es que decirlo no quieres?
Nadie las ciencias podría
Sin la experiencia saber;
Mas no es posible aprender
El amor y la poesía:
El hacer versos y amar,
Naturalmente ha de ser.

Jarifa. Si no es siendo tu mujer,
Yo no me puedo esforzar.

Abind. Pues, mi bien, si soy cautivo
De tu padre, y como preso,
Por aquel triste suceso,
En fe de su guarda vivo;
Si él piensa que yo no sé
Que soy preso Bencerraje,
Del envidiado linaje
Que un tiempo el más noble fué,
¿Cómo te podré pedir?
Casémonos de secreto,
Cuanto el ser preso y sujeto
Puedan, mi bien, permitir.

Jarifa. Como palabra me des
Que libre la cumplirás.

Abind. Y eso ¿a quién le importa más?
Dame tus hermosos pies.

Jarifa. La mano te quiero dar,
Tuya soy desde este día.

Abind. Yo tuyo, Jarifa mía:
Ya bien te puedo abrazar.

Jarifa. Como hermano y como esposo,
De que ya te doy la mano.

Abind. No hables de eso de hermano
Que vuelvo a estar temeroso.
¡Oh famoso y claro día,
Que tanta gloria me apresta!
Cada año os haré una fiesta
Por señal de mi alegría.
¡Oh bien sufrido tormento!
¡Oh bien lograda esperanza,
Bien fundada confianza,
Bien nacido pensamiento!
Alegres pesares míos,
Discreta y justa porfía,
Cuerda y famosa osadía,
Venturosos desvaríos.
Dulce amar, dulce penar,
Dulce temer, dulce ver,
Dulcísimo padecer,
Felicísimo esperar.
¡Favoreced hasta el fin
Empresa tan justa, cielos,
Sin mudanza, olvido y celos!

Jarifa. Mi padre viene al jardín.

Abind. Huyamos.

Jarifa. Dame la mano;
Deja de estar temeroso.

Abind. Ya temo, secreto esposo,
Lo que no público hermano.
Vamos donde no nos vea
Tratar de nuestro contento,
Que aún temo que el pensamiento
Visto de sus ojos sea.
Mira que me has de querer.

Jarifa. Hasta morir te he de amar.

Abind. Pues yo no te he de olvidar.

Jarifa. Eres hombre.

Abind. Y tú mujer.

Jarifa. Para ti soy piedra.

Abind. Y yo.

Jarifa. Pues no temas.

Abind. Probaré.

Jarifa. Quiéreme mucho.

Abind. Sí haré.

Jarifa. ¿Ya no soy tu hermana?

Abind. No.

Jarifa. ¿No en público?

Abind. Aún no quisiera.

Jarifa. Ya eres mi bien.

Abind. Tú mi vida.

Jarifa. ¿Soy tu hermana?

Abind. Sí, fingida.

Jarifa. ¿Y tu esposa?

Abind. Verdadera.

[Vanse.]

Sale Alara, mora; Darín, paje.

Alara. ¿Moro a mí de Alora?

Darín. A ti
Busca un morisco de Alora.

Alara. ¿Dice a Alara?

Darín. Sí, señora.

Alara. Di que entre.

Darín. Ya viene aquí.

Sale Nuño, en hábito de moro.

Nuño. Dame, señora, los pies,
Después que te guarde Alá.

Alara. ¿Si mi Arráez preso está?—
Moro, di presto lo que es.

Nuño. Solos habemos de hablar.

Alara. Salte allá fuera, Darín.

Nuño. Para venir a Coín
Quise este traje tomar;
Que sabed que soy cristiano
Y soldado de Narváez.

Alara. No son nuevas de mi Arráez:
Salió el pensamiento vano.
Pues, cristiano, el capitán,
¿Qué puede quererme a mí?

Nuño. No os quiere poco, si aquí
Correspondencia le dan.
Está perdido por vos,
Que os vió en las treguas pasadas
Sobre estas rejas doradas.

Alara. ¡Qué necios que sois los dos!
¡El alcaide en enviarte,
Y tú en venir!

Nuño. No entra bien;
Pero es el primer desdén.

Alara. A ti no debo culparte,
Que eres, en fin, mensajero;
Aunque a buen tiempo has venido,
Que no está aquí mi marido
Y ha tres días que le espero;
Pero a él, que es tan discreto
Como nos dice la fama,
Mucho le culpo.

Nuño. Si os ama,
No tiene culpa, os prometo.
Esta carta leed agora;
Veréis en lo que se funda.

Alara. Ya la necedad segunda. Lea.
"Narváez, alcaide de Alora."
¡Ay de mí! La firma es suya
Y la letra de mi Arráez.
¿Quién escribe esto a Narváez,
Cristiano, por vida tuya?

Nuño. Un moro, para que fuese
Más claro.

Alara. ¿Qué suerte de hombre?

Nuño. Ni sus señas ni su nombre
Podré darte aunque quisiese.
Dos días ha que está cautivo,
Que en una celada dió.

Alara. ¿Sabe a quién escribe?

Nuño. No.

Alara. Algún consuelo recibo;
Que es en estremo celoso.
Esta letra he conocido.

Nuño. ¿Cómo?

Alara. Que es de mi marido.

Nuño. Aún será el cuento gracioso.
Luego el cautivo de allá,
¿Es vuestro marido?

Alara. Sí.

Nuño. Yo negocio por aquí:
Segura la prenda está.—
Pues alto: venid conmigo,
Trataréis de su rescate.

Alara. Justo será que dél trate,
Aunque injusto el ir contigo.
Pero donde está mi Arráez,
Más sus celos aseguro,
Y más si su bien procuro.
Pero ¿qué dirá Narváez?
Que voy a lo que me llama,
Sin duda, creerá de mí.

Nuño. Basta, que llevo de aquí
A uno mujer, y a otro dama.

Alara. Mas diga lo que quisiere,
Pues se ha de desengañar:
Mis joyas quiero llevar
Y el dinero que pudiere.
Vamos, que es de amor indicio.
Haré ensillar en qué vamos.

Nuño. Una para dos llevamos;
No anda muy malo el oficio.

[Vanse.]

Salen Zoraide, Abindarráez y Jarifa.

Zor. No me puede pesar con más estremo.
Forzosa es mi partida, Abindarráez,
Y el dejarte en Cartama es más forzoso,
En poder del alcaide que aquí viene;
Que así lo escribe el Rey y así lo manda.

Abind. ¿Que así lo manda el Rey y así lo escribe?

Zor. Que me parta a Coín con mi familia
Me manda el Rey y que te deje solo
Aquí en Cartama, mientras Zaro viene,
Que ha de ser el alcaide de Cartama.
Yo me he de partir hoy, porque me manda
Que acuda de Coín a la flaqueza,
De los fieros cristianos oprimida,
Ejercitados en continuos robos,
Celadas, quemas, correrías, talas
Y otras malas y ruines vecindades
Que suelen siempre hacer los fronterizos,
Y más donde Rodrigo de Narváez
Está con tal valor, consejo y fuerza,
Que es uno de los nueve que publica
Del Sur al Norte la española fama.

Abind. ¿Que así lo manda el Rey y así lo escribe?

Zor. Hijo, Dios sabe lo que a mí me pesa;
Si basta solamente decir hijo.
¿Cómo puedo exceder de lo que él manda?

Abind. ¿De qué me tiene el Rey a mí tal odio,
Si os hace el Rey a vos mercedes tantas?
¿Por ventura soy yo del Rey esclavo?
¿He cometido algún delito inorme
Contra sus leyes o real cabeza,
Que me manda dejar solo en Cartama
Y sujeto al alcaide que aquí viene;
Y a vos, que sois mi padre, y a Jarifa,
Mi amada hermana, que a Coín se partan?

Zor. Hijo, el Rey me lo escribe, el Rey lo manda:
Yo voy a responder y obedecelle.
Tú entre tanto, Jarifa, haz que aperciban
Tus mujeres tu ropa, que esté a punto,
En tanto que Alborán parte a Granada.

Jarifa. Ansí lo haré, señor, que a la partida
Ya estoy desde esta tarde apercebida.

Váyase el Alcaide.

Abind. Sola esta vez quisiera,
Dulce Señora mía,
Hacerme lenguas para hablaros tanto,
Que del alma se viera
La pena y la porfía;
Mas salga por los ojos, vuelta en llanto.
De que viva me espanto
Tan desdichada vida,
Si ha de quedar en calma
Apartándose el alma
De aquellos brazos donde estaba asida.
Fuí esposo ayer presente;
Hoy, ¿qué seré, si estoy de vos ausente?
¿Que os vais, hermosos ojos,
Soles del mismo cielo?
¿Que dejáis vuestra tierra y vuestro amigo?
¿Qué de ausencia y enojos,
Nubes del bajo suelo,
Eclipsan vuestra luz, que adoro y sigo?
¿Que no hablaréis conmigo,
Ni me diréis amores?
¿Que no podré tocaros?
¿Que ya no podré hallaros
Entre estas aguas y olorosas flores?
¿Qué es esto, vida mía?

Jarifa. De la de entrambos el postrero día,
Si no me consolara,
Gallardo dueño mío,
Señor del alma, que la tuya adora,
Que la fortuna avara
No es peña, monte o río,
Sino mudable viento de hora en hora;
La ausencia, que ya llora
El corazón presente,
Me acabara la vida,
Que vive entretenida
De que has de estar tan poco tiempo ausente
Cuanto pueda llamarte
Para poder secretamente hablarte.
No habrá ocasión tan presto
Cuando te llame a verme,
Que presto la ha de haber, aunque ya es tarde.
Y en pago, esposo, desto,
Tan tuya quiero hacerme,
Que entre mis brazos tu venida aguarde.

Abind. Huya el temor cobarde,
Señora, de mi pecho,
Si ese bien me prometes.

Jarifa. Paso: no te inquietes,
Que por ventura por mi bien se ha hecho;
Que, viniendo secreto,
Tendrán nuestros deseos dulce efeto.
Yo entiendo que mi padre
Irá presto a Granada
O que tendrá otro justo impedimento
Que a nuestra vida cuadre,
Y yo estaré ocupada
En sólo este cuidado y pensamiento.

Abind. Y en este apartamiento,
¿Qué me dejas por vida,
Si la vida me llevas?

Jarifa. La esperanza y las nuevas
De que será tan presto tu partida.

Abind. ¡Al fin te vas, señora!
¡Triste de mí, si yo me muero agora!

Jarifa. No morirás, mi vida,
Que la mía te queda.

Abind. Pues viviré mil siglos inmortales.
Dame, esposa querida,
Tus brazos, en que pueda
El alma descansar de tantos males.

Jarifa. Véngante tan iguales
Como yo lo deseo.

Abind. ¿Llamarásme?

Jarifa. ¿Eso dudas?

Abind. No haré, si no te mudas.
¡Ay, cuantos siglos ha que no te veo!

Jarifa. ¿Cómo, si no has partido?

Abind. Pensé que era pasado, y no es venido.

ACTO SEGUNDO

Salen Narváez y cuatro soldados, Páez y Alvarado, Espinosa y Cabrera.

Narv. Dadle la mano, Alvarado,
Y no haya más.

Alvar. No permitas,
Pues siempre honor solicitas,
Que pierda el que me han quitado.

Narv. Volvedme a contar lo que es,
Que en lo que hasta agora entiendo,
Poco vuestro honor ofendo.

Alvar. El mío pongo a tus pies,
Pero no has de permitir
Que quede en mala opinión.

Narv. ¿Sobre qué fué la cuistión?

Espin. No se la mandes decir,
Que es parte y dirá a su gusto.

Alvar. Yo diré mucha verdad;
Y el que más.

Narv. Paso: acabad,
Que ya recibo disgusto.

Espin. Oyeme, señor, a mí.

Narv. Ni Alvarado ni Espinosa
Me han de hablar ni decir cosa;
Páez lo cuente.

Páez. Pasa ansí...
Y remítome a Cabrera,
Que estaba delante.

Narv. Acaba.

Páez. Jugando Alvarado estaba,
Y Espinosa desde afuera;
Y en una suerte dudosa,
Sin pedirla o ser tercero
A pagar de su dinero,
Juzgó la suerte Espinosa.
Alvarado respondió:
—¿Quién le mete en esto?—Y luego
Replicó Espinosa:—El juego;
Que veo juego y tercio yo.
—Mejor fuera que callara—
Dijo Alvarado más recio.
Dijo Espinosa:—Algún necio
La suerte le barajara;
Que yo sé de tropelías.—
Alvarado replicó:
—Miente el que dice que yo
Puedo hacer bellaquerías.—
Espinosa en este punto
El sombrero le tiró,
Metieron mano, y llegó
El presidio todo junto
Y pusiéronlos en paz,
Hasta que con la alabarda
Llegaste al cuerpo de guarda.

Narv. Y ¿en eso estás pertinaz?
¡Gentil engaño porfías!
Si estotro dice que sabe
Tropelías, ¿en qué cabe
Que entiendas bellaquerías
Y que lo entiendas por ti?
Y el haberle desmentido,
A Espinosa no ha ofendido,
Pues él lo dijo por sí;
Y si ofensa no se ve
Ni Alvarado desmintió,
El sombrero que tiró
De ningún efecto fué;
Y cualquier soldado sabio,
Que en agravio, si le hubiera,
Las espadas juntas viera,
Dirá que cesó el agravio.
No hay cosa que con haber
Metido mano a la espada
No quede desagraviada,
Porque es lo posible hacer.
Quede esto a mi cuenta, y yo
Vuestro honor tomo a mi cargo
Y satisfacer me encargo
Lo que otro diga.

Alvar. Eso no;
Que nadie hablará en aquello
Que hablare tal capitán.

Narv. Y esas manos ¿no se dan?

Alvar. Sí daré, pues gustas dello.

Espin. Su amigo soy.

Alvar. Yo su amigo.

Salen Ortuño, soldado, y Zara, morisca.

Ortuñ. ¿Con quejas al capitán?

Zara. Por dicha en él hallarán
Más piedad que en ti, enemigo.

Ortuñ. Oyete, galga.

Zara. Señor.

Narv. ¿Qué es eso?

Zara. Una pobre esclava
Que en la nobleza que alaba
El mundo, espera favor.

Narv. ¿Qué es esto, Ortuño?

Ortuñ. Esa perra
Me levanta no sé qué.

Narv. ¿Cúya es?

Ortuñ. Tuya y mía fué,
Y cautiva en buena guerra.

Zara. Señor, de noche y de día
Me hace fuerza y maltrata.

Narv. ¿Ansí la esclava se trata?

Ortuñ. Miente, por tu vida y mía;
Sino que no entiende bien
Y cualquier cortés favor
Luego piensa que es amor,
Y fuerza dirá también:
Haciendo estaba mi cama,
Y porque a ayudarla fuí,
Se vino huyendo de mí.

Narv. ¡Sí, sí; deso tienes fama!
Ahora bien: ¿qué te he de dar
Por ella?

Ortuñ. Tuya es.

Narv. Di; acaba.

Ortuñ. Ya ves que es buena la esclava,
Y mejor de rescatar.

Narv. Doite por ella una copa
De plata: ve al repostero.

Ortuñ. Doile yo, pobre escudero,
Diez mil y cama de ropa,
Y ¡una copilla me das!

Narv. Sin dinero estoy, ¡por Dios!
Pero di que te den dos
Si con tanta sed estás.

Ortuñ. Beso tus manos.

Narv. Ya, mora.
Eres mi esclava.

Zara. Sí soy.

Narv. Pues yo libertad te doy.
Vete a tu tierra en buen hora.

Zara. Déte el cielo mil vitorias,
Caudillo de los cristianos.

Vase Zara.

Cabr. ¡Qué rotas tiene las manos!

Páez. Y ¡qué llenas de honra y glorias!

Sale Peralta, soldado.

Per. Aquí, señor, está el moro
Que viene por el rescate
Del sargento.

Narv. ¡Buen quilate
Descubre esta vez el oro!
No tengo un real, ¡por Dios!
Llama ese morillo aquí,
Y por él me lleve a mí,
O estemos juntos los dos.
Pero escucha: al repostero
Di que mi plata le dé,
Que yo la rescataré
Cuando tuviere el dinero.
Venga el sargento al momento,
Donde es también menester,
Porque más vale comer
Sin plata que sin sargento.

Per. ¡Oh, Alejandro! ¡Oh gran Narváez!

Narv. Id vos, Peralta, con él.

Per. Voy, señor.

Vase Peralta.

Páez. ¿Qué das por él?

Narv. Quinientos escudos, Páez.

Páez. Aunque de esclavo le sacas,
Por esclavo le has comprado.

Sale Nuño, en hábito de moro, con un rebozo.

Nuño. ¿Hay acaso algún soldado
Que no tenga fuerzas flacas,
Que quiera luchar conmigo?

Narv. ¿Por dónde este moro entró?
¿Quién puerta y licencia dió
En mi casa a mi enemigo?

Nuño. Yo me entré solo a probar
Mis fuerzas o en paz o en guerra.

Alvar. ¡Bravo moro! En esta tierra
Suelen desafíos usar.
Yo quiero luchar contigo.

Páez. Y yo con adarga y lanza.

Espin. Yo con la espada, si alcanza
La suya a igualar conmigo.

Nuño. A todos juntos os reto
Fuera del alcaide.

Páez. Bien;
Mas conmigo solo ven.

Nuño. Eres valiente en efeto;
Mas no vengo a pelear,
Sino a avisar a Narváez.

Narv. Salíos todos, y tú, Páez,
Haz esas puertas guardar.

Páez. Bien dices; que éste podría
Intentar tu muerte.

Alvar. Vamos.

Vanse los soldados.

Narv. Ya, moro, solos estamos.

Nuño. ¿No me conoces?

Narv. Querría.

Nuño. Soy el moro Marfuz.

Narv. Creo
Que eres famoso y gran hombre,
Aunque nunca oí tal nombre;
Mas verte el rostro deseo.

Nuño. Soy sobrino de Mahoma;
Vengo a matarte.

Narv. ¿A mí?

Nuño. Si;
A ti, pues.

Narv. ¿Adónde?

Nuño. Aquí.

Narv. Pues alto; la espada toma.

Nuño. Pues ya, como ves, la empuño.

Narv. ¡Ea, moro, a mí te ven!

Nuño. Nuño soy.

Narv. ¿Nuño?

Nuño. Pues ¿quién?

Narv. ¡Válate el diablo por Nuño!

Nuño. ¿No sabes lo que ha pasado?

Narv. ¿Cómo?

Nuño. El moro que escribió
Era el dueño de quien yo
La misma carta he llevado.

Narv. ¿Qué dices?

Nuño. Que es su marido,
Y que, viendo su prisión,
Viene a verle.

Narv. Y a ocasión
Que ya libremente es ido.

Nuño. ¿Ido?

Narv. Enviéle a su casa.

Nuño. ¿Por qué?

Narv. Porque era celoso.

Nuño. ¡Por Dios, que es cuento donoso!
Todo a propósito pasa;
Que la mora traigo aquí,
Y ansí la podrás gozar,
Pues da el marido lugar.

Narv. ¡Qué buen remedio le di!

Nuño. La vida, ¡por Dios! le has dado,
Pues a su casa le envías
Cuando a la tuya traías
La prenda que le has quitado.
¡Buen recado hallará en ella!
¡Oh celosos! Siempre vi
Que les sucediese ansí;
El guardalla es no tenella.

Narv. Bien dices.

Nuño. Ya viene; escucha.

Sale Alara.

Narv. Pésame ¡por Dios! señora,
De que hayáis venido agora.—
¡Qué grande hermosura!

Nuño. Mucha.

Narv. En aqueste punto envío
Vuestro marido de aquí,
Aunque no le conocí.

Alara. Bésoos los pies, señor mío,
Por la merced recebida;
Pero soy tan desdichada,
Que a sus celos y a su espada
Ofrezco mi cuello y vida;
Que, como allá no me halle,
No ha de creer mi intención,
Sino que ha sido invención
Por gozarme y engañalle;
Pero ya, después que os veo
Tan gallardo, ilustre y fuerte,
Tendré por justa mi muerte
Y por vida mi deseo:
Cuanto publica la fama
Es poco en vuestra presencia.

Narv. Yo os quise mucho en ausencia,
Y presente, el alma os ama;
Pero en ella me ha pesado
Que de la carta haya sido
Tercero vuestro marido,
A quien libertad he dado.

Alara. No os cause, señor, pesar,
Sino servíos de mí;
Que ya que he venido aquí,
Vuestro amor quiero pagar.
Y ¡dichosa yo, si acaso
Amor firme hallase en vos!

Narv. ¿Qué te parece?

Nuño. ¡Por Dios,
Que habla desenvuelto y raso!—
¿Vos erais la desdeñosa?
Malo estaba de entender;
No he visto fácil mujer
Que no sea vergonzosa.

Narv. Yo os agradezco en estremo
La voluntad, mi señora;
Pero aunque el alma os adora,
La ofensa de mi honor temo;
Que parece que deshonra
Mi opinión y calidad,
Que a quien di la libertad
Le venga a quitar la honra.
¿Qué dirá vuestro marido,
Sino que yo le engañé?
Y sabe el cielo que fué
No habiéndole conocido.
Sabed que soy caballero,
Y que quitalle el honor
Contradice a mi valor.

Nuño. Mejor dirás majadero.—
Gózala, ¡pesia mi vida!
O si no, dámela a mí.

Alara. Señor, ya he venido aquí,
Y os quiero si soy querida;
Y aunque ese término sea
Del valor que en vos se ve,
Advertid que pensaré
Que os he parecido fea.

Nuño. Dale ese contento, acaba;
Que en amor no hay cortesía.

Narv. Basta, Nuño. Alara mía,
Más os amo que os amaba;
Más hermosa estáis aquí
Que entre las rejas azules.

Nuño. Ya entiendo; no disimules:
Señora, queredme a mí.
¡Vive Dios, que es impotente!

Narv. Nuño, parte y ve con ella
A Coín. Vos, mora bella,
Tenedme por vuestro.

Nuño. Tente;
No pierdas esta ocasión.

Narv. A quien libre quise hacer,
¿He de quitar su mujer?

Nuño. ¡Oh nuevo andaluz Cipión!
Hazañas son de tu mano.
Vamos, Alara, de aquí.

Alara. ¡Que me desprecies ansí!
¡Oh riguroso cristiano!

Vase Alara y Nuño.

Narv. Si fué mayor la gloria y noble el pago
Que dió en España a Cipión la fama
En no querer gozar la presa dama,
Que el vencimiento ilustre de Cartago;
Y si después de aquel lloroso estrago
De Dario, más heroico el mundo llama
Al macedón, que no violó su cama,
Mi deuda con lo mismo satisfago.
No quiero que me estimen ni me alaben
Las propias ni las bárbaras naciones,
Porque en mi pecho sus grandezas caben.
No son los capitanes Cipiones
Ni Alejandros los reyes, si no saben
Vencer sus apetitos y pasiones.

Salen los soldados Peralta, Ortuño, Alvarado, Espinosa y Cabrera.

Per. ¡Albricias!

Narv. Yo te las mando.

Ortuñ. ¡Ea, fiestas y alegría!

Per. Dos mil ducados te envía
De socorro el rey Fernando.

Narv. Dios guarde al Rey mi señor.
Esta tarde hay paga.

Alvar. Vivas
Mil años, y dél recibas
Premio igual a tu valor.

Narv. Ea, poned mesas luego;
Todo os lo he de dar, ¡por Dios!,
Y a ser diez mil, como dos.

Espin. Peralta, mis pagas juego.

Páez. ¿Quién habrá que eso no haga?

Narv. Llama aquesas cajas, Páez.

Cabr. ¡Vivan Fernando y Narváez!

Alvar. ¡Paga!

Cabr. ¡Paga!

Ortuñ. ¡Paga!

Espin. ¡Paga!

[Vanse.]

Abindarráez, solo.

Abind. Esperanza entretenida,
Mal nos llevamos los dos:
No hay quien lleve como vos
Hasta la muerte la vida.
Sois una vela encendida
Que va ardiendo hasta acabarse;
Pues también, si ha de matarse,
Quedaráse el alma a escuras,
Y entre tantas desventuras,
Bueno es vivir y quemarse.
Por ti, esperanza, el cuidado
Entretiene de una suerte
Al soldado entre la muerte,
Y en el palo al sentenciado;
En el mar al que va a nado,
Al peregrino en el yermo,
En el peligro al enfermo:
Y ansí yo por ti en la guerra,
Cordel, peligro, mar, tierra,
Hablo, vivo, como y duermo.
Todo se finge por ti,
Dudosa y tarda esperanza;
Por ti lo imposible alcanza
Quien tiene esperanza en ti.
Si se pasa el mar ansí,
La enfermedad, el cordel,
En esta ausencia cruel
De mi Jarifa querida
Pasa hasta el fin de mi vida,
Pues está el remedio en él.
Y vos, hermosa señora,
Acordaos que aquí los dos
Vivimos, queriendo Dios,
Con más regalo que agora.
Desde la noche a la aurora,
En este jardín hermoso
Pasábamos el gozoso
Tiempo que agora nos falta,
Porque la gloria más alta
Tiene su fin más dudoso.
Mas ya estaréis, por ventura,
Destos tiempos olvidada,
Porque la gloria pasada
Poco en la memoria dura
De quien olvidar procura
Para vivir sin tormento.
Bien lloré mi apartamiento,
Que bien echaba de ver
Que palabras de mujer
Tienen la firma de viento.
Bellas flores y jazmines,
Que hurtábades por favor
A su aliento vuestro olor
En estos frescos jardines,
¡Mirad a qué tristes fines
Han venido mis vitorias!
¡Mirad cuáles son las glorias,
Y los tormentos qué tales!
Pues no me mataron males,
Y me han de matar memorias.

Sale Maniloro, criado.

Manil. Ya, señor, las tres han dado:
Hora será de comer,
Si por dicha, como ayer,
No te quedas olvidado.
Deja la melancolía,
Come y desecha la pena;
Que aunque comas, será cena,
Pasado lo más del día.
Aunque a Jarifa aguardaras
Con la mesa puesta ansí,
Era ya tarde.

Abind. ¡Ay de mí!
Que en sólo el cuerpo reparas;
Déjale al alma comer
Suspiros, lágrimas, quejas.

Manil. ¡Por Dios, que si al cuerpo dejas,
Que ella le venga a perder!
No te digo que no penes,
Mas que para poder dar
Fuerzas a tan buen penar,
Tendrás más si a comer vienes;
Porque el que bien ha comido,
Más peso llevará a cuestas.

Abind. Tu inocencia manifiestas,
Tu libertad y tu olvido.
Vete con Dios, Maniloro,
Y déjame aquí morir.

Manil. Mucho ese tierno sentir
Hace ofensa a tu decoro;
Y aun a tu Jarifa ofende,
Que tanto tu vida estima.

Abind. ¿La estima?

Manil. Sí, pues la anima,
Y que se aumente pretende.
Y pues tu pecho recibe
Su alma, y casa le has hecho,
¿Por qué maltratas el pecho
Adonde Jarifa vive?

Abind. ¡Ay, Maniloro! ¿Qué intento?
Mal hago en querer morir
Si el huésped ha de salir
Del pecho en que le aposento.
Viva yo; sustento venga;
Viva Jarifa.

Manil. Eso sí.

Abind. Mas ¿no es engaño, no, sí,
Que vida en ausencia tenga?
Si muero, mi alma irá
A ver a Jarifa luego.
Vete con Dios.

Sale Celindo, moro, con una carta.

Celind. Creo que llego
A buen tiempo.

Manil. ¿Quién va allá?

Celind. Celindo, soy, Maniloro.
¿Y Abindarráez?

Manil. ¡Oh Celindo!
Aguarda.

Abind. A morir me rindo:
Tanto, ausente, peno y lloro.

Manil. ¿Qué me darás, y tendrás
Nuevas de Jarifa y cartas?

Abind. La vida, el alma que partas.

Manil. Celindo.

Abind. ¡Amigo! ¿Aquí estás?

Celind. Dame tus pies, y ésta toma.

Abind. ¡Que tal bien se me conceda!
¿Cómo mi Jarifa queda?

Celind. Buena, gracias a Mahoma.

Abind. Mil besos doy a su firma,
Que hasta el alma me penetra:
¿Qué hará el sentido? La letra
Sola mi gloria confirma. Lea.
"Esposo: Mi padre es ido
A Granada desde ayer.
Venme aquesta noche a ver."
¡Cielos, yo pierdo el sentido!
En el camino podré
Leer, amigos, lo demás.
Maniloro, ¿no me das
Caballo? ¿Heme de ir a pie?
Mi vida, ¿que podré veros?
Mi alma, ¿que podré hablaros?
Mis ojos, ¿que he de gozaros
Y en estos brazos teneros?
Ea, loco estoy del todo.
Celindo, ésta toma, ten;
Y tú estas joyas también:
Vuestro soy y vuestro es todo.
Dame una marlota rica,
Llena de aljófar y perlas,
Que ha de verme y ha de verlas
Quien al sol su lumbre aplica.
Dame un hermoso alquicel
O bordado capellar,
Y también me puedes dar
Alguna banda con él.
Dame bonete compuesto
De mil tocas y bengalas
Y plumas, porque no hay galas
Que luzgan sin plumas: presto.
Dame una manga bordada
De aljófar y oro, a dos haces.
Los amores son rapaces:
Con rapacejos me agrada.
Dame borceguí de lazo
Y acicate de oro puro,
Y porque vaya seguro,
Ensillarásme el picazo.
Ponle una mochila azul
Y un freno de campanillas,
La más fuerte de mis sillas
Y una adarga de Gazul;
Una lanza de dos hierros,
Que los estremos se igualen,
Por si al camino me salen
¿Esos eran los consejos
De caballero y de noble?
¡Buenas tretas son, Alcaide!
Quien no te entiende, te compre.
Apenas entré en mi casa,
De donde pensaba entonces
Enviarte un rico presente,
Cuando entiendo tus traiciones.
Iba yo por el camino
Cantando tus grandes loores
Y pensando qué rescate
Te diese, aunque rico, pobre.
Imaginaba caballos,
Atados en los arzones
Ricos alfanjes de Túnez,
Con mochilas de colores;
Finas alhombras de seda,
Frenos y estribos de bronce,
Y unos para ti de plata,
Sin otras joyas y dones,
Cuando la mejor que tengo,
Hallo que me falta; y dióme
Más pena en que tú la tengas,
Y me aconsejes y robes:
Que la traición del amigo
Más se siente y duele al doble;
Y engañar, fingiendo amar,
Es gran bajeza en el hombre.
Por eso te desafío
A ti, a tres, a seis, a doce,
Y os reto como a villanos,
Como a infames y traidores,
De que no tenéis palabra
Ni miráis obligaciones;
Que no hay entre todos uno
Que el amigo no deshonre.
Dame mi esposa, Rodrigo,
Si mis palabras te corren;
Que no he de salir del campo
Menos que muera o la cobre.

Narv. Moro, engañado has venido;
Que a quitarte las prisiones
Vino a mi Alora tu Alara,
Como verás cuando tornes.
Porque apenas vino aquí,
Cuando a volver se dispone,
Por asegurar tus celos
Y temer tus sinrazones.
Si con ella te he ofendido,
¡Plega al cielo, moro noble,
Que me atraviese la espada
De un moro villano y torpe!
A fe de hidalgo y cristiano;
Por la vida, que Dios logre,
Del rey, mi señor, Fernando,
Por quien guardo aquellas torres;
So pena de que en castigo
Vuelva sin honra a su corte,
Que no he tomado su mano
Ni en presencia dicho amores.
Y tú eres, moro, el primero
A quien doy satisfaciones;
Y no te las doy por mí,
Que no temo armas ni voces,
Sino por ella, a quien debes
El amor que desconoces
Con esos injustos celos
Y villanas presunciones.

Sale Páez.

Páez. ¡Pesia al moro! Señor mío,
¿Con él en eso te pones,
Tú, que no sueles sufrir
Marsilios ni Rodamontes?
Aguarda, que a puros palos
Le haré que el camino tome
A reñir a su mujer
Los celos que se le antojen.

Narv. Páez, no salga ninguno,
Si no es que el moro responde
Que no está contento desto.

Páez. Suplícote me perdones,
Que le he de quitar la vida.

Ortuñ. Tiene razón. Baja, corre,
O haremos todos lo mismo.

Alvar. Mejor es que alguno nombres
De los que estamos aquí
Sufriendo que nos deshonre...

Cabr. El que llegare más presto,
Basta.

Narv. Ninguno me enoje.

Espin. Perdona, que no hay remedio.

Per. Baja y la boca le rompe.

Narv. ¡Por vida del Rey!

Per. No jures.

Narv. ¡Ah, señores! ¡Ah, señores!

Bájense todos.

Páez. Permíteme, Alcaide ilustre,
Que de una almena le ahorque.

Cabr. Dame licencia, señor,
Que las narices le corte.

Arr. Basta, que vienen todos los cristianos.
Mal hice en presumir de un hombre noble
Una bajeza igual; pero los celos
No dan lugar a la razón, ni miran
Si es justo o no lo que su rabia intenta.
Bien puedo a la defensa prevenirme,
Que dijera mejor para la muerte,
Porque cualquiera dellos es un Héctor,
Y el Alcaide famoso el mismo Aquiles.

Todos bajen, las espadas desnudas, y Narváez
deteniéndolos.

Narv. Ténganse, digo: ténganse, soldados,
O ¡por vida del Rey!...

Per. Señor, ninguno
Quiere ofenderte.

Narv. Envainen, pues.

Arr. ¡Oh ilustre
Rodrigo, a quien el cielo haga dichoso
Sobre todos aquellos que celebra
La antigüedad con palmas y laureles!
Rendido estoy a tu nobleza, y veo
Que mi ignorancia fué mi propio engaño
Aunque si amor a todos da disculpa,
¿Por qué no la tendrán mi amor y celos?
Si tú, si tus soldados, si los hombres,
Si las aves, los peces, si las fieras,
Si todo sabe amor, si todo teme
Perder su bien, y con sus celos propios
Defiende casa, nido, mar y cueva,
Llora, lamenta, gime y brama; advierte
Que celos y sospechas me obligaron
Al desatino que a tus pies me rinde.

Narv. Moro, la libertad que yo te he dado
Me obliga a tu defensa; y sabe el cielo
Que te he dado tres cosas en un día,
Que es dellas cada cual la más preciosa:
La libertad, la honra, y hoy la vida.
Vuelve a Coín; pero primero jura
Que no has de dar a Alara pesadumbre;
Que si lo sé, ¡por vida del Rey! juro
Que he de quemar tu casa, y a ti en ella,
Cuando fuera Coín Granada o Córdoba.

Arr. Yo te doy la palabra, y por Mahoma
Te juro de querella y regalalla.

Narv. Parte con Dios; que buena mujer tienes
En Coín, y en Alora buen amigo.
Cuando alguno tratare de enojártela,
Acude a mí, que yo seré tu espada.

Arr. Los cielos guarden tu famosa vida.

Vase.

Narv. Esto es mi gusto; no replique nadie.

Sale Nuño.

Nuño. Ya queda, ilustre Alcaide, en Coín Alara;
Mas yo no sé qué enredos son aquestos,
Pues parte de aquí agora su marido.

Narv. Vino en su busca no la hallando en casa.

Nuño. Tiene aqueste camino tantas sendas,
Que el miedo y las celadas han causado,
Que le hemos siempre errado en el camino.

Narv. Mohíno estoy del moro, aunque habéis visto
Que le he hablado tan bajo y tan humilde.
La culpa tengo yo de que se atrevan
Por la quietud con que en mi casa vivo.
La buena vecindad lo causa. Basta;
Que yo lo enmendaré de aquí adelante,
Y dése buen principio en esta noche.
Nueve, los más gallardos de vosotros,
Ensillen sus caballos y armen luego;
Que quiero poner miedo a estos villanos,
Y que no tengan de sosiego un hora.
Tú, Nuño, aquí te queda; y si te hallares
Para salir al campo descansado
Y podrásme alcanzar donde ya sabes.

Nuño. En quitándome aquestos galgamentos
Y mahométicos hábitos, te alcanzo.
No te apartes de aquellos olivares.

Narv. Digo que allí te aguardo. ¡Hola! Secreto;
No sepan en Alora que salimos.

Vanse todos y queda Nuño.

Nuño. Estraño fué de Alara el pensamiento,
En viendo la presencia de Narváez,
Pues en todo el camino no ha cesado
De distilar mil perlas de sus ojos,
De enamorada, tierna y despreciada:
Que la mujer con el desprecio quiere.
Díjele mi razón, pero fué en vano;
Que tiene el alma del Alcaide llena.

Sale Mendoza, sargento.

Mend. ¡Gracias al cielo que estos muros veo,
Ya de mi cautiverio el cuello libre!
¡Oh generoso Alcaide!, claro ejemplo
De aquellos capitanes felicísimos
Cuyas cenizas honra Italia y Grecia.
Mas ¿cómo es esto? Salgo de entre moros
Y el primero que encuentro es moro en casa.

Nuño. Señor Mendoza.

Mend. ¿Quién es?

Nuño. Yo soy Nuño.

Mend. ¡Oh, Nuño amigo!

Nuño. Muchos años goces
La libertad.

Mend. ¿Adónde está el Alcaide?

Nuño. Por el portillo entiendo que ha salido
Con algunos soldados, de secreto,
Que quiere hacer aquesta noche un robo.

Mend. No escuso de servirle ni de verle,
Y besarle las manos como a padre,
Por la merced de mi rescate.

Nuño. Vamos;
Que yo sé dónde van.

Mend. Pues, Nuño, ensilla.

Nuño. En quitándome aquestas sopalandas.

Mend. Pues ¿cómo estás ansí? Mas ya imagino
Que habrá por qué.

Nuño. Sabráslo en el camino.

[Vanse.]

Salen Narváez y siete soldados, todos con adargas,
lanzas y acicates, lo mejor que puedan, que ésta es
la salida de importancia
.

Narv. Todo hombre esté atento y surto,
Que apenas nos oiga el viento,
Con tan poco movimiento,
Como el lobo cuando al hurto
Camina solo y atento;
Que si en los montes o llanos
De los ganados cercanos
Hace en las piedras ruído
Con las manos, de corrido
Se muerde las mismas manos.
Creció ya la desvergüenza
Desta bárbara canalla,
Y es lo mejor atajalla
En los pasos que comienza
Que en los fines remedialla.
Todos sois fuertes soldados,
Todos hidalgos y hallados
En famosas ocasiones:
Aquí son, con las razones,
Los consejos escusados.
Deseo hacer una presa
Con que enviar a Fernando,
Que siempre me está obligando,
Algún fruto desta empresa;
Que ha mucho que estoy callando.
Yo soy como el labrador
A quien alquila el señor
La viña por su tributo
Pues si no le rindo el fruto,
Quejarse puede en rigor.

Per. Famoso Alcaide de Alora
Y de la fuerte Antequera,
Que a Sevilla honrar pudiera,
Si la ocasión es agora,
Suceso dichoso espera;
Que cualquiera piensa hacer
Lo que se debe a tener
Tu militar disciplina.

Páez. Gente a caballo camina.
¿Quién será?

Espin. ¿Quién puede ser?

Narv. Oíd, que llegan aquí.

Salen Mendoza y Nuño, con lanzas y adargas.

Nuño. Ellos, sin duda, serán.

Mend. Mas ¡qué encubiertos están!

Narv. ¿Quién va allá?

Mend. Quien somos di.

Nuño. Tus soldados, capitán.

Mend. Nuño y Mendoza.

Narv. ¡Oh Mendoza!
La libertad justa goza
Mil años.

Mend. Dame tus pies.

Narv. Allá hablaremos después.

Nuño. Qué, ¿perdiste aquella moza?

Narv. Calla, Nuño, que me importa.
Y pues aquí hay dos senderos,
Divididos, caballeros,
Será la empresa más corta.

Nuño. Vengan diez mil moros fieros,
Que en diez hay para diez mil.

Narv. Habla con voz más sutil.
Si el contrario nos aprieta,
Acudid a esta corneta.

Alvar. Cualquiera contrario es vil.

Narv. Los cuatro venid conmigo,
Y los cinco id por allí.
Nuño, calla.

Nuño. Harélo ansí,
Aunque en no yendo contigo,
Voy sin fuerzas y sin mí.

Vase Narváez con los cuatro.

Alvar. ¿Por dónde, Nuño, echaremos?

Nuño. Por entre estos olivares.

Espin. ¡Plega al cielo que topemos
O ganados o aduares!

Nuño. Y algún moro que almorcemos.

Alvar. ¿Acordáisos de aquel día
Que sólo Narváez venía?...

Espin. Paso, que he oído cantar.

Alvar. Aquí podéis escuchar,
Que parece algarabía.

Canten dentro.

En Cartama me he criado,
Nací en Granada primero,
Y de Alora soy frontero
Y en Coín enamorado.
Aunque en Granada nací
Y en Cartama me crié,
En Coín tengo mi fe
Con la libertad que di.
Allí vivo adonde muero,
Y estoy do está mi cuidado,
Y de Alora soy frontero
Y en Coín enamorado.

Salga Abindarráez cuan gallardo pueda, con lanza, adarga y acicates.

Abind. Gracias a Alá que ya llego.

Nuño. ¡Bizarro moro!

Alvar. ¡Gallardo!

Abind. Llévame al premio que aguardo,
Dulce Amor, aunque eres ciego.

Espin. ¡Detente y date a prisión!

Abind. ¡Cristianos! ¡Oh suerte avara!
De mi dicha lo jurara.
¡Oh cielo! ¿A tal ocasión?

Nuño. Date, o morirás.

Abind. ¿Ansí
Se dan los hombres cual yo?

Con las lanzas y adargas se ha de hacer esta batalla de cinco a uno, porque es cosa nueva.

Espin. ¿Qué hay, Peralta?

Per. Aquí me hirió.

Alvar. ¡A él, que me ha herido a mí!

Per. ¡Bravo esfuerzo!

Nuño. ¡Estraña cosa!
A cinco ha desbaratado.

Per. Ya está en el suelo Alvarado,
Y medio muerto Espinosa.
Dad un silbo al gran Narváez.

Sale Narváez y los otros cuatro.

Narv. ¿Qué es esto, amigos?

Nuño. Que un moro
Nos mata.

Abind. ¡Oh cielo que adoro,
Ayuda tú a Abindarráez!

Narv. Paso, no le acometáis.—
Caballero fuerte y diestro,
Siendo tanto el valor vuestro
Como entre cinco mostráis,
¡Dichoso aquel que os venciese!
Y aunque yo arriesgue mi vida,
La juzgo por bien perdida
Como en vuestras manos fuese.
Pero al fin he de probar;
Que empresa de tanta gloria
Sólo intentalla es vitoria.

Abind. Pues alto: dadnos lugar.

Aquí batallen el Alcaide y Abindarráez.

Páez. A no estar el moro herido
Y de pelear cansado,
Diera al Alcaide cuidado.

Narv. Moro, date por vencido,
O si no, daréte muerte.

Abind. En tu mano está matarme,
Mas vencerme y sujetarme,
En otra mano más fuerte.
Tu esclavo soy.—¡Ay de mí!
¡Ay de mí! ¡Mil veces ay!
Pues ya para mí no hay
Sino llorar que nací.
¿A tal tiempo, vil fortuna?
Desespero, ¡por Alá!
Mataréme.

Narv. Triste está.

Abind. Ya no hay esperanza alguna.

Narv. ¿Hombre de tanto valor
Siente tanto el verse preso,
O es las heridas?

Abind. No es eso.

Narv. Pues ¿qué?

Abind. Desdicha es mayor.

Narv. Ataos este lienzo en ellas,
O aguardad, y os le pondré.

Abind. Aquí en el brazo saqué
La que más me duele dellas.—
¡Oh, mal trazada alegría!
¡Triste! ¿Qué haré?

Narv. ¿Qué cuidado
Os tiene tan lastimado?

Abind. ¡Ya os perdí, señora mía!
¡Gloria mía, ya os perdí!
Dulce Jarifa, mi bien,
¡Ya os perdí!

Narv. A mi casa ven;
Serás preso y dueño allí.
Pero holgárame en estremo
Saber tu pena importuna;
Que esto de guerra es fortuna,
Que mañana por mí temo.
Alza ese rostro noble caballero,
Porque a la libertad pierde el derecho,
Perdiendo en la prisión el prisionero
El ánimo que debe al noble pecho.
Esos suspiros tiernos, ese fiero
Dolor, no corresponde a lo que has hecho;
Ni menos es tan grande aquesta herida
Que cause indicios de perder la vida.
Ni tú la has estimado de manera
Que dejes por tu honor de aventuralla:
Si es de otra causa tu tristeza fiera,
Dímela, que por Dios de remedialla.

Abind. Ya el alma en tu nobleza aliento espera;
En vano mi temor sus penas calla.
¿Quién eres, generoso caballero?

Narv. Satisfacerte de quién soy espero:
Rodrigo de Narváez soy llamado,
Soy Alcaide de Alora y de Antequera
Por el Rey de Castilla.

Abind. ¡Que he llegado
A tus manos, Alcaide!

Narv. Tente espera.

Abind. Ya no me quejo del rigor del hado,
Puesto que ha sido en ocasión tan fiera.
Huelgo de ver, Alcaide, tu presencia,
Aunque me cuesta cara la experiencia.
No me ha agraviado mi fortuna en nada,
Y pues debo estimarme por tu hacienda,
No es bien que esta flaqueza afeminada
De cosa tuya sin razón se entienda.
Retírese tu gente y confiada
Mi alma en tu palabra, ilustre prenda,
Sabrás mi historia, y muerte de dos vidas:
Que no lloro prisión ni siento heridas.

Narv. Soldados, vayan todos adelante.

Nuño. ¿Quedaré yo?

Narv. Camina tú el primero.

Abind. ¡Que la fortuna en tiempo semejante
Me trajo a verte, ilustre caballero!
Pero, porque te dé dolor y espante,
Mi historia triste referirte quiero;
Que por ventura, porque más te obligue,
Sabrás qué es amor.

Narv. Di.

Abind. Escucha.

Narv. Prosigue.

Abind. Famoso Alcaide de Alora,
Invicto y fuerte Narváez,
A quien por tantas hazañas
Pudieran llamar el grande:
Sabrás, capitán, que a mí
Me llaman Abindarráez,
A diferencia del viejo,
Que era hermano de mi padre.
Nací desdichado al mundo
De la casta abencerraje,
Y por que sepas la suya,
Escucha, ansí Dios te guarde:
Hubo en Granada otro tiempo
Este famoso linaje,
En la paz gallardo y sabio,
Y en las armas arrogante.
Del Consejo eran del Rey
Los ya viejos venerables,
Los mozos seguían la Corte,
O en la guerra, capitanes.
Amábalos todo el pueblo
Y aun los moros principales,
Y más el Rey sobre todos,
Con honras y oficios graves.
No hicieron cosa jamás
Que su valor no mostrase,
Siendo en todo tan gentiles,
Valientes y liberales,
Que en Granada se decía
Que no había abencerraje
De mala disposición,
Necio, escaso ni cobarde.
Eran maestros de todo,
Inventores de los trajes,
De las galas, de los motes,
Y de otras ilustres partes.
No sirvió dama ninguno
Que su favor no alcanzase,
Ni dama llamarse pudo
Sin galán abencerraje.
Pero la envidia y fortuna,
Una vil y otra mudable,
Los derribaron al suelo:
Que siempre los altos caen.
Que al Rey quisieron matar
Y con sus reinos alzarse,
Les levantaron zegríes;
Si fué cierto, Dios lo sabe.
Cortáronles las cabezas
Un triste y aciago martes,
Quedando de todos ellos
Sólo mi tío y mi padre.
Derribáronles las casas,
Mandando la misma tarde
Pregonarlos por traidores
Y su hacienda confiscalles.
No quedó en Granada alguno
Que este nombre se llamase,
Si no son los dos que digo,
Que no pudieron culparles.
No quiso que en la ciudad
Los varones se criasen,
Y mandó sacar las hijas
En Africa o otras partes.
Y así, a mí, triste, en naciendo,
Me llevaron al Alcaide
De Cartama, hombre muy rico,
Ilustre en armas y sangre.
Este tenía una hija,
Rodrigo, en belleza un ángel,
Que es el mayor bien que tengo;
Si otro tengo, Alá me falte.
Crióse conmigo niña,
Engañados y ignorantes,
Que ser hermanos creimos;
Mas no engaña el tiempo a nadie.
Crióse amor con nosotros,
Niños, niño; grandes, grande;
Lo que pasó en este tiempo
No es tiempo que aquí lo trate.
Desengañónos un moro,
Y vimos en un instante
El imposible posible,
Y lo posible alejarse.
Casámonos de secreto;
Pero, en gloria semejante,
Que se partiese a Coín
Mandó Almanzor a Zoraide,
Y que a mí, mientras viviese,
Otro Alcaide me dejase
En Cartama, donde he estado
Ausente del bien que sabes.
Lloramos nuestra partida,
Y partiendo, si se parte,
Concertamos que en ausencia
De su padre me llamase.
Fuése su padre a Granada;
Escribióme, y yo esta tarde
Aderecéme cual viste,
Por ir de gallardo talle.
Aguardándome está agora:
¡Mira si lloro de balde,
Pues voy herido, en prisiones,
Sin bien y entre tantos males!
De Cartama iba a Coín,
Breve jornada, aunque alargue
Siempre la tierra el deseo
Poniendo montes y mares;
Iba, el más alegre moro
Que vió Granada, a casarme
Con mi señora Jarifa,
Que ya en su vida me aguarde.
Véome preso y herido,
Y lo que siento es que pase
De mi bien la coyuntura.
Déjame agora matarme.

Narv. Notable es tu suceso, fuerte moro;
Pero, pues tanto tus desinios daña
La dilación, no es justo que los pierdas;
Que has sido por estremo desdichado,
Pero hallaste el remedio en la desdicha.
Y por que veas que mi virtud puede
Vencer a tu fortuna, si me juras
Volver a mi prisión dentro en tres días,
Libertad te daré para que vayas
A gozar de Jarifa, tu señora.

Abind. Beso tus pies mil veces, gran Narváez;
Que harás en eso, aunque es hazaña tuya,
La mayor gentileza que en el mundo
Ha hecho caballero generoso.

Narv. ¡Ah, hidalgos!

Páez. ¿Qué nos mandas?

Narv. Este preso.
Señores, si gustáis de darme, quiero
Salir por fiador de su rescate.

Per. Haced, señor, de todo a vuestro gusto.

Narv. Dadme esa mano diestra, Abindarráez.

Abind. Tomad, señor.

Narv. ¿Juráis y prometéisme,
Como hidalgo, venir a mi castillo
De Alora y ser mi preso, al tercer día?

Abind. Sí juro.

Narv. Pues partid enhorabuena;
Y si queréis mis armas o persona,
Iré con vos.

Abind. Vuestro caballo quiero,
Porque entiendo que está cansado el mío.

Narv. Tomadle, y vamos.

Nuño. Tuvo estraña dicha.

Abind. Basta, que hallé el remedio en la desdicha.

ACTO TERCERO

Sale Abindarráez.

Abind. Agora que a mi bien no pone obstáculo
La fortuna cruel, y mis pies débiles
Los rayos de mi sol llevan por báculo,
Que el llanto enjugan de mis ojos flébiles,
Haciendo al alma verdadero oráculo,
Mis esperanzas, hasta agora estériles,
Tendrán, ya libres de otra fuerza bélica,
Fin en los brazos de mi esposa angélica.
Venció Narváez mi fortuna trágica
Y dióme libertad como magnánimo;
Que no hay en toda el Asia, Europa y Africa,
Caballero de tanta virtud y ánimo:
Y así, aunque herido, aquella dulce mágica
Que adoro como al sol, mi pusilánimo
Aliento, desmayado y melancólico,
Ha vuelto un Hétor o Alejandro argólico.
En mis desdichas, hasta agora infélices,
Si esto no es sueño, fábula y apólogo,
Remedio hallaron mis intentos félices
Y el corazón, de su ventura astrólogo.
Teneos un poco, luna y claras élices,
Que ya llego a Jarifa, que ya el prólogo
Le digo de mi historia y los capítulos
Con dulces besos y con tiernos títulos.
¡Que fuera Adonis bello o de Liríope
El hijo que murió en el agua, viéndola,
O la lengua de Apolo y de Calíope
Tuviera para hablalla, respondiéndola!
Mas fuera a un alemán y a un negro etíope,
A un dulce ruiseñor y a una oropéndola,
Darles comparaciones verisímiles:
Mas basta ser en el amor tan símiles.
Aquí llega, Jarifa, vuestra víctima;
Abrid, que pasa ya la luna errática.
Seréis de mis heridas dulce píctima,
Sólo en oyendo vuestra dulce plática;
Seréis, señora, mi mujer legítima,
Que así en la orilla fresca y aromática
De aquella fuente fué nuestro propósito,
Y amor de nuestras almas el depósito.
Pena traigo, señora; mas repórtola
Con ver que llego a puerto salutífero.
Mi esperanza se alarga, pero acórtola
Con la grandeza de Narváez belífero.
Ya os casaréis, y ya, cual dulce tórtola
Que mató el lazo o cazador mortífero
Que el alto nido derribó del álamo,
Lleno de sangre dejaréis el tálamo.

Salen Jarifa y Celindo.

Jarifa. ¿La voz, dices, de mi bien?

Celind. Digo que le oí llamar.

Abind. A Jarifa siento hablar
Y a Celindo oigo también.
Tiemblo, la sangre me acude
Al corazón. Buen testigo
Que no puede el enemigo
Hacer que el color me mude.
Desmayo dulce me acaba,
Siento aflojarse las fuerzas.

Jarifa. ¡Esposo!

Abind. Si no me esfuerzas,
Para espirar casi estaba.
Cobre aliento el alma mía
En tus brazos, dulce esposa.

Jarifa. Ya estaba de ti quejosa,
Y más del temor del día;
Que como la noche fuera
De un siglo, un siglo esperara,
Sin que esperar me cansara,
Si esperara que te viera.

Abind. ¡Ay, brazos hermosos míos!
¡Ay, puerto de mis tormentos!
Vida de mis pensamientos
Y de mis temores fríos;
Descanso de mi esperanza,
Fin de mis deseos cumplidos,
Centro de aquestos sentidos
Y cielo que el alma alcanza;
Gloria que esperé y temí,
Regalo que imaginé,
Premio de mi pena y fe,
Para quien sólo nací.
Hálleme agora la muerte,
Que esta noche me ha buscado.

Jarifa. ¡Ay, dueño de mi cuidado!
¿Posible es que vengo a verte?
¡Ay, mi bien!, mi dulce esposo,
Mi Abindarráez, mi señor,
Parte sola en quien mi amor
Ha dado al alma reposo;
Luz de mi alma y sentido,
Vida de mi entendimiento,
Consuelo en mi sufrimiento,
De mil celos oprimido;
Rey desta alma y desta casa,
Destos brazos gusto, y vida
Desta tu esclava rendida,
A quien justo amor abrasa,
¿Cómo vienes? ¿Vienes bueno?

Abind. A tu servicio, y que fuera
Muerto, aquí vida tuviera,
Mi cielo hermoso y sereno.

Jarifa. ¿Cómo has pasado mi ausencia?

Abind. Como sin ti, mi Jarifa;
Que es donde batalla y rifa
El seso con la paciencia.
No me han faltado recelos,
Miedos y desconfianzas.

Jarifa. ¿Miedos de qué?

Abind. De mudanzas,
Hijas de olvidos y celos.
Pero volviéndome a ti
Todo quedaba seguro.
Tú, ¿estás buena?

Jarifa. Por ti juro,
Que es mucho jurar por ti,
Y por esos ojos míos
(Juramento que no sale
Sino a fiestas) que no iguale
El tuyo a mis desvaríos,
Porque he pensado que allá
Ya tenías otro gusto;
Que de tu tardanza el susto
Aun aquí durando está.
¿Cómo has tardado?

Abind. No sé;
Que buena priesa he traido.

Jarifa. ¡Ay, que esposo tan querido,
En hora buena él lo fué!
Llegada es ya la ocasión
Que de aquestos brazos goces.

Abind. ¿Es posible que conoces
Mi enamorada afición?
Sí conoces, pues la pagas.

Jarifa. Ya en efeto soy tu esposa.

Abind. Quiere Alá, Jarifa hermosa,
Que así mi amor satisfagas.

Celind. No estéis agora en razones;
Entra a dormir, bencerraje.

Jarifa. Mira si hay doncella o paje,
Celindo, en esos balcones.

Celind. Todo está seguro. Ven,
No os amanezca en hablar.

Abind. ¿Puedo entrar?

Jarifa. Puedes entrar.

Abind. Voy, mi alma.

Jarifa. Entra, mi bien.
Echa, amigo, esa alcatifa.

Abind. ¡Cuánto te debo, Narváez!
Por ti goza Abindarráez
De su querida Jarifa.

[Vanse.]

Sale Narváez, Nuño, Páez y Alvarado.

Narv. Descansen todos, que hoy a mediodía
Concertaremos si salir podremos;
Que este descuido llaman cobardía
Los viles fronterizos que tenemos.
Y aunque la presa desta noche es mía,
Ya sé que su rescate partiremos;
Y cuando me engañara Abindarráez,
Yo hice lo que debo a ser Narváez.
Ponga todo hombre la acerada silla
Entre los mismos palos del pesebre,
Porque en diciendo la trompeta "ensilla",
Hasta el caballo la cadena quiebre.
Esté la lanza donde pueda asilla,
Con que en el campo su valor celebre,
Y el arnés que no falte hebilla o perno,
Que se vista mejor que algodón tierno.
Veamos si con esta pena o miedo
Su desvergüenza se sosiega un poco,
Que en no mostrando lo que valgo y puedo,
Luego el morisco vil me tiene en poco.
Presumirá llegar hasta Toledo,
Según se precia de arrogante y loco,
Cuanto más hasta Alora y Antequera,
Si duerme aquí como en Argel pudiera.

Páez. Un moro pide para hablar licencia.

Narv. ¿Es hombre principal?

Páez. Es un criado
De Alara, según dice.

Narv. ¡Ah, dura ausencia,
Con qué fiero rigor que me has tratado!
¡Oh leyes del honor, cuya inclemencia
Quita el gusto del alma procurado!
Gozar de Alara pude... mas no pude,
Que pierde el bien quien al honor acude.

Sale Ardino, moro.

Ardin. Con un pequeño presente
Alara salud te envía
Y esta carta.

Narv. Gallardía,
Moro amigo, conveniente
A su extremada hidalguía.
¿Cómo queda?

Ardin. Algo indispuesta,
Aunque para que compuesta
Viniese esta caja, ayer
Se levantó.

Narv. Quiero leer
Para darte la respuesta. Lee la carta.
"Ya que no me quieres bien,
No es de pecho principal
Sufrir que me traten mal;
Pues siendo tu amor desdén,
Me han dado castigo igual.
De ti maltratada he sido
Con el desdén recebido;
De mi marido, de celos,
Porque me han dado los cielos
Mal galán y peor marido.
Y pues que por ti me dan,
No admitiendo tu consejo,
Vida que de vivir dejo;
Ya que no como a galán,
Como a mi padre me quejo.
Esas camisas labradas
Te envio, mal acabadas
Por hacellas con secreto;
Que llevan, yo te prometo,
Más lágrimas que puntadas.
La sangre que lleva una,
No la laves, que por ti
Me la sacaron a mí;
Porque no hay hora ninguna
Que no me traten ansí.
Yo no pido que tu olvido
Deje de ser el que ha sido;
Pero, pues por ti me dan,
Sé enemigo o sé galán,
O dame mejor marido."
¿Cómo? ¿Que Abenabo Arráez
Así cumplió el juramento?
Que me haya engañado siento,
Mas por vida de Narváez
Que no se la lleve el viento.
Moro infame, ¿no sabías
Que mi propia vida herías,
Que está en aquel pecho honesto?

Nuño. Tú tienes la culpa desto,
Por hacer alejandrías.
Deja esas francas divisas;
Que si gozaras de Alara,
El moro no la llevara
Donde te enviara camisas
Con la sangre de su cara.—
¿Que en aquel rostro has sufrido
Hacer un corto rasguño
Con el palo o con el puño?

Ardin. ¿Qué he de hacer, si es su marido?

Nuño. Perro, aguarda.

Narv. Escucha, Nuño.

Nuño. No hay escuchar. ¡Vive Dios,
Que hemos de reñir los dos
Y que le he de dar mil palos!

Narv. Aguárdate.

Nuño. ¡Qué regalos!

Ardin. Señor, remediadlo vos
Con poner miedo a mi amo,
Que os tiene miedo y respeto.

Narv. Remediarlo te prometo
Por lo que la quiero y amo,
Y por quien soy, en efeto.

Ardin. Vos, ¿tenéisla algún amor?

Narv. Grande; pero por su honor
Y hacer a Arráez amistad
Enfreno la voluntad
Y doy la rienda al valor.

Ardin. Pues, señor, sabed que tiene
Concertado de matalla.

Narv. ¡Matalla! Ni osar miralla.

Ardin. Creedme que lo previene.

Narv. Y ¿podré yo remedialla?

Ardin. Podrás, viniendo conmigo
Esta noche de secreto.

Narv. Pues ármate, Nuño amigo,
Que esta noche te prometo
Al moro infame castigo.
¡Camisa, y ensangrentada!
¡Vive Dios que, ésta vestida,
No se mude ni otra pida
Hasta que con esta espada
Quite al perjuro la vida!

Nuño. Yo, aunque poco las refresco
Por el trato soldadesco,
Esta es bien que le consagre,
Aunque la cueza en vinagre
Como herreruelo tudesco.
Vamos donde está ese galgo.
Pero escucha aparte.

Narv. Di.

Nuño. ¿Habemos de ir cierto?

Narv. Sí.

Nuño. Pues disfrázate con algo,
O vamos como yo fuí;
Que aunque eres tan animoso,
Podrá el perro malicioso
Venderte a los de Coín.

Narv. Para mí no hay, Nuño, en fin,
Peligro dificultoso.
Yo he de ir a Coín. Vos, Páez,
Tened a punto la gente
Por si fuere conveniente.

Ardin. Seguro estás, gran Narváez.

Nuño. No lo está mucho, pariente.
Y ansí, vuelvo a aconsejarte.
Oye, por tu vida, aparte.

Alvar. Que mal hace el capitán.

Páez. Tales combates le dan
Ira, gusto, amor y Marte.

Narv. A cuanto venga me obligo.

Nuño. Pues, señor, seguirte quiero.

Narv. Darte mi ventura espero.
Nuño, César va contigo,
Como él lo dijo al barquero.
Entra, moro, a descansar.
Tú, Nuño, empiézate a armar.

Nuño. Lo que llevé.

Narv. ¿Cómo ansí?

Nuño. Un jaco.

Narv. Dame otro a mí
Y hazme el overo ensillar.

[Vanse.]

Salen Jarifa y Abindarráez; Celindo, Bajamed, Zaro, músicos.

Jarifa. Toda la casa se huelga
De mi bien y tu contento
Porque de sólo tu aliento
Saben que mi vida cuelga.
No te escondas de ninguno.
Llegad, besadle los pies.

Bajam. Quien señor de todo es,
¿Por qué se teme de alguno?
Con nosotros te has criado,
Bencerraje; ¿qué has temido?
¿O acaso estás encogido,
Como recién desposado?

Zaro. Aunque el Alcaide tenemos
Por legítimo señor,
De tu crianza el amor
Y obligación conocemos.
Quien te tuvo por su hermano,
No será dificultoso
Que te tenga por su esposo.

Jarifa. Da, esposo, a todos la mano.

Abind. Los brazos les daré. Aquí
Podréis estar a placer,
Viendo esta fuente correr.

Jarifa. En otra te di yo un sí,
En otra dueño te hice
Deste bien que hoy se confirma;
Aquí se rompió la firma
Y la deuda satisfice.
Viendo estas rosas y flores,
Estos árboles y fuentes,
Tengo, Abindarráez, presentes
Nuestros pasados amores.
Parece que aquí te veo
Enamorado y turbado,
En mis respetos helado
Y abrasado en tu deseo;
Y salir llenas de amor,
Del alma tierna encendida,
Cada palabra vestida
De diferente color.
¿Es posible que te ven
Mis brazos cerca de sí?
¿Que puedo llegarte a mí
Y regalarte también?
Amor mío, no me olvides,
Que harás la cosa más fiera
Que en hombre humano cupiera,
Si tu ser al suyo mides;
Que no debe de ser hombre:
En quien tantas gracias hay...

Abind. ¡Ay!

Jarifa. ¿Qué dices, mi bien?

Abind. ¡Ay!

Jarifa. Bien merece de ángel nombre.
Celindo, Bajamed, Zaro,
¿No he sido yo muy dichosa
En ser de tal hombre esposa?

Celind. Que es muy noble está muy claro,
Y que fué elección discreta;
Pero él también es dichoso
En ser dueño y ser esposo
De una mujer tan perfeta.
Y puesto que humilde estás,
Acá os juzgamos tan buenos,
Que si él no merece menos,
No hallara en la tierra más.
Sentaos, y canten los dos
Mientras el almuerzo llega.

Jarifa. O esto es verdad, o estoy ciega.
Más, mi bien, merecéis vos.
¿No es esto verdad?

Abind. ¡Ay, triste!

Jarifa. Canta, amiga.

Zaro. ¿Qué diré?

Jarifa. ¿Qué extremo es ése? ¿Qué fué?

Celind. Di aquella que ayer dijiste.

Jarifa. Cualquiera podréis decir.
Mandadlos, señor, sentar.

Abind. Sentaos.

Jarifa. ¡Tanto suspirar!

Abind. ¡Ay que estoy para morir!

Canten.

Crióse el Abindarráez
En Cartama con Jarifa,
Mozo ilustre, abencerraje
En méritos y desdichas.

Jarifa. ¡Dichosa el alma mía
Que dió tan dulce fin a su porfía!

Canten.

Pensaba que eran hermanos,
En este engaño vivían,
Y ansí, dentro de las almas
El fuego encubierto ardía.

Jarifa. ¡Dichosa el alma mía
Que dió tan dulce fin a su porfía!

Canten.

Pero llegó el desengaño
Con el curso de los días,
Y ansí, el amor halló luego
Las almas apercebidas.

Abind. ¡Triste del alma mía
Que dió tan triste fin a su porfía!

Canten.

Quisiéronse tiernamente,
Hasta que, llegado el día
En que pudieron gozarse,
Dieron sus penas envidia.

Abind. ¡Triste del alma mía
Que dió tan triste fin a su porfía!

Jarifa. No cantéis más. Bien está.
Bien os podéis todos ir.

Celind. Algo le quiere decir.

Jarifa. Salíos todos allá.

Bajam. Todo se lo quiere a solas.

Zaro. No toma el ser novia mal.

Vanse los tres, Zaro, Bajamed y Celindo.

Abind. Del mar en que voy mortal
Hasta morir llegan olas.

Jarifa. Ingrato, esquivo, cruel,
Y el más villano del suelo,
¿Cuál hombre ha criado el cielo
Que puedan fiarse dél?
¿Piensas que no entiendo más
Que declaran tus suspiros?
Pues bien veo que son tiros
Que al alma asestando estás.
Con ellos y con los ojos
Dices más que con la lengua,
Para que trague mi mengua
Poco a poco tus enojos.
¿Quieres matar con sangría
O dasme el veneno a tragos?
Los hombres dais tales pagos.
¡Ay de la que en hombres fía!
¿Qué suspiras, di, traidor?
O ¿de qué estás triste, injusto,
Después que ofrecí a tu gusto,
Tras la vergüenza, el honor?
¿Qué es lo que en tal coyuntura
Te da pena y soledad?
¿Mi mucha facilidad
O mi poca hermosura?
¿No has hallado ahora en mí
Lo que ausente imaginabas?
O ¿en las penas que pasabas
Fué poco el bien que te di?
Mas los maridos sois ríos
Que, en allegando a la mar
De la noche del gozar,
Perdéis del curso los bríos.
¿Tan fea soy, engañador?
¿Tan poco te he regalado?
Debes de estar enseñado
A otra experiencia mayor.
Si amartelado venías,
¿No era remedio bastante
Una mujer ignorante
Que para mujer querías?
Yo no supe más amores
Que los que a tu boca oí:
Si sabes más, más me di;
Y si mayores, mayores;
Que esa en quien es bien que quepa
Tu alma, y que ansí la nombres,
Aprendidos de otros hombres,
No es mucho que muchos sepa. Levántese.
Vete, pues, tirano injusto,
Con tu gusto y mi deshonra,
Que es mejor quedar sin honra
Que casada con disgusto.
Y yo me sabré matar.

Abind. Detente, Jarifa mía,
Que si escucharte podía,
Fué querer tu amor probar.
Escucha, espera.

Jarifa. ¿Qué quieres?

Abind. Que menos traidor me nombres,
Que jamás los nobles hombres
Se burlan de las mujeres.
Oye, espera, por tu vida;
No me hagas correr tras ti,
Que apenas me tengo en mí
De dolor de cierta herida.
No soy yo ingrato a tus obras,
Pues vengo a ser tu marido;
Ni el suspirar causa ha sido
De la sospecha que cobras.
No fué tu poca hermosura
O mucha facilidad,
Que eres ángel en beldad
Y reina en la compostura.
Ni te imaginó mi amor
Más perfeta en mí pintada;
Que antes, después de gozada,
Me has parecido mayor.
Ni soy río en la corriente
Que en la mar he de parar;
Que es mi amor el mayor mar,
Y ansí es bien que el tuyo aumente.
Ni he venido amartelado,
Que Dios sabe que tú has sido
Quien de aquesta boca ha oído
Amores que te he enseñado.
Alegra el rostro y escucha,
Volviendo a tu gracia el alma,
Que está ya la vida en calma.

Jarifa. Y dime, ¿la herida es mucha?
¿Dónde la tienes? A ver.
¿Quién te hirió? ¿Cómo?

Abind. Mi esposa,
No es herida peligrosa.

Jarifa. Todo lo quiero saber.
¡Ay de mí, que no era en vano
El quejarte y suspirar
Toda la noche!

Abind. Has de estar
Atenta.

Jarifa. Di, esposo, hermano.

Abind. ¿Tu hermano soy todavía?

Jarifa. Fuése la lengua, perdona.

Abind. El trato antiguo la abona.
Escucha, Jarifa mía:
Llegó a Cartama Celindo
Con tu carta, cuando estaba
El sol inclinado al Sur,
Pardo y triste, y no sin causa.
Leíla, beséla, y dile
Albricias de mi esperanza,
Que se perdió en el ausencia
Después de llena de canas.
Vestíme, hermosa señora,
Colores, plumas y galas;
Que un alegre pensamiento
Con todas tres se declara.
Bajé a nuestra huerta antigua
Y despedíme en voz alta
De los árboles y flores,
De las fuentes y las aguas;
Diles mil abrazos tiernos,
Y ellos también se inclinaban
A darme para ti muchos,
Que aun tienen alma las plantas.
Puse al estribo las mías
Sin el arzón, y a la casa
Le dije volviendo el rostro:
Piedras, Jarifa me aguarda.
No sé si me respondieron;
Pero sentí que sonaban
Por largo trecho las fuentes:
O era envidia, o tu alabanza.
Esta, por todo el camino,
Jornada, aunque breve, larga,
Iban alternando a veces
Entre la lengua y el alma,
Cuando de unos robles verdes,
Entre pálidas retamas,
Oigo relinchos y voces,
Y alzo la lanza y la adarga;
Pero al punto estoy en medio
De cinco lanzas cristianas;
Mas sin soberbia te digo
Que eran pocas otras tantas;
Y quizá porque eran pocas,
Trajo luego mi desgracia
Otras tantas de refresco,
Y una, la mejor de España.
Este fué el Alcaide fuerte,
Si sabes su nombre y fama,
Que es de Alora y Antequera,
Y estaba puesto en celada.
Apartó sus caballeros,
Desafióme a batalla,
Como caballero fuerte,
Cuerpo a cuerpo en la campaña.
Como era fuerza, acetéle,
Y ansí, con la luna clara,
Comenzamos nuestra guerra,
Jugando las fuertes lanzas;
Y pues al fin me venció,
No me alabo; decir basta
Que tenía tres heridas,
En brazo, muslo y espaldas.
No me las dieron huyendo;
Pero quien con diez batalla,
También sospecho que tiene
En las espaldas la cara.
Don Rodrigo de Narváez,
Que así el Alcaide se llama,
Me prendió y llevaba a Alora,
De sus diez hombres en guarda,
Cuando, viendo mi tristeza,
Si le contaba la causa,
Me prometió dar remedio;
Y ansí, fué justo contarla.
Hizo el cristiano conmigo
Esta gentileza estraña
Con sólo mi juramento,
Porque le di la palabra
Que dentro el día tercero
Volvería a Alora sin falta
A ser su preso y cautivo.
Mira si es justo quebrarla,
Y mira, mi bien, si debo
Llorar mi suerte contraria,
Pues le he de llevar el cuerpo
De quien tú tienes el alma.

Jarifa. No es justo que a hombre tan noble
La palabra le rompáis,
Sino que antes la cumpláis
Con satisfación al doble.
Cuando os quisierais quedar,
No os lo consintiera yo;
Que a quien tan bien procedió
No se le puede engañar.
Gran valor mostró el cristiano,
Obligó vuestro valor:
No han hecho hazaña mayor
César ni Alejandro Mano.
De la herida vuestra y mía
Paciencia habré menester,
Pues es forzoso volver
Dentro del tercero día.
Pero perdonadme vos
Si con esto os importuno;
Que si prometistes uno,
Es fuerza que le deis dos.
Yo, que soy vuestra cautiva,
Tengo de ir con su cautivo;
Porque si en vos, mi bien, vivo,
No es justo que sin vos viva.
Tracemos partir a Alora
Antes que mi padre venga.

Abind. ¿Quién hay, Jarifa, que tenga
Tal esposa y tal señora?
No muestras menos valor
En ir con tu Abindarráez
Que entonces mostró Narváez,
Y aun creo que éste es mayor.
Dame esas manos hermosas
Por la merced que me haces,
Que ansí por mí satisfaces
Obligaciones forzosas.
Conozco tu heroico nombre
Y entendimiento en querer
Enseñarme, aunque mujer,
Lo más que debo a ser hombre.
Pues es forzoso ir a Alora
Y quieres acompañarme,
Hasta allá no he de curarme
Si no lo mandas, señora.
Prevengamos la partida
Para que el día tercero
Cumpla a tan buen caballero
La palabra prometida;
Que yo fío dél que allí
De nuestro remedio trate.

Jarifa. Y cuando no haya rescate
Yo daré el alma por ti.

[Vanse.]

Salen Arráez y Alara con un cordel y una daga.

Arr. Vuelve esas manos atrás,
Y confiésame de plano
Si te ha gozado el cristiano.

Alara. Digo que hablado no más.

Arr. ¿De qué suerte?

Alara. No me aprietes.
Y el traerme a tu heredad
Si fué para tal crueldad,
Bien cumples lo que prometes.

Arr. Con este engaño he querido
Quitarte la vida aquí.
Todo lo que pasa di,
Pues sabes que lo he sabido.

Alara. Digo que siempre Narváez
Me ha tratado con desdén,
Aunque me ha querido bien,
Y ésta es la verdad, Arráez.
La razón deste despecho
No ha sido haberme olvidado,
Sino sentirse obligado
A la merced que te ha hecho;
Porque es de tanto valor...

Arr. No le alabes.

Alara. Bien le alabo;
Que no quiere que a su esclavo
Falte por su causa honor.

Arr. ¿Qué te ha enviado?

Alara. El papel
Que tú escribiste.

Arr. Y ¿no más?

Salen en hábito de moros Narváez y Nuño con Ardino.

Ardin. Dentro en su heredad estás,
Y aun pienso que cerca dél.

Narv. Entre aquellos olivares
Desta huerta hablando están.

Nuño. Nuestros caballos se oirán;
Bien es que aquí poco pares,
Porque los ate en la cerca.
Si hay yeguas en los establos
Relincharán como diablos
Si les da el viento de cerca.
Vuélvete, señor, a Alora,
Que hay grande peligro aquí.

Narv. Nuño, en mi vida te vi
Con miedo, si no es agora.

Nuño. Señor, cuando solo vengo,
Jamás temo al enemigo;
Mas cuando vengo contigo
Miedo de perderte tengo.

Narv. Pues calla, que es desvarío;
Y pues el cielo te ha hecho
Sin poner miedo en tu pecho,
No le pongas en el mío.
Cuanto más, que no habrá aquí,
Siendo en el campo heredad,
Tanta gente.

Ardin. Así es verdad.

Narv. Y algo valdré yo por mí.
Escuchemos lo que pasa.

Arr. No se escusa tu castigo,
O me dirás si Rodrigo
Ha entrado en mi propia casa.

Narv. De mí le pregunta. Escucha.

Alara. Jamás le he visto en Coín.

Nuño. El la da tormento, en fin.
Debe de ser de garrucha.

Ardin. El la debe de matar.

Arr. Y tú, cuando a verme fuiste,
¿Qué hiciste con él, qué hiciste?

Alara. No más de hablar.

Arr. ¿Sólo hablar?
¿Qué te dijo?

Alara. Que si hubiera
Sabido que era mujer
Tuya, se dejara arder
Primero que me escribiera.

Arr. Mas, paso, di la verdad,
Perra, que te mataré.

Alara. ¡Ay, que me matan!

Narv. ¿Podré,
Nuño, sufrir tal crueldad?

Nuño. Aguarda.

Arr. Y ese villano,
Ese cobarde Rodrigo,
¿Podrá a tan justo castigo
Agora impedir mi mano?
Que si la ponía en ti,
Dijo que a Coín vendría
Y mi casa quemaría,
Y aun dijo que dentro a mí.
Por Alá que habló el villano
Tal, que me obliga a reír
De ver que entrar y salir
Le parezca que es tan llano.
¡Oh Rey, que por esto pasas!
¿Que digan cristianos quieres
Que forzarán las mujeres
Y pondrán fuego a las casas?
¿Quién dió a Narváez cuidados
De los casamientos? Di.
¿Por dicha es nuestro alfaquí,
Que compone los casados?
El habla entre su canalla;
Que aquí no sé si conmigo
Osara el perro enemigo
Cuerpo a cuerpo hacer batalla:
Que no hay una hormiga en él,
Ni en otros diez, para Arráez.

Narv. Aquí tienes a Narváez,
Moro villano y cruel.
Desnuda presto la espada.

Arr. ¡Ay de mí! Vendido soy.—
Señor, a tus pies estoy,
Y te la rindo envainada.

Narv. ¿Por qué tan humilde quieres
Ofender tus altos nombres?

Arr. Porque todos somos hombres
Hablando con las mujeres.
Mal mi palabra cumplí.
Pues has visto lo que pasa,
Ves aquí, señor, mi casa:
Abrásame en ella a mí.

Nuño. (Fisgando.) "¿Quién dió a Narváez cuidados
De los casamientos? Di.
¿Por dicha es nuestro alfaquí,
Que compone los casados?
¿Osara el perro enemigo
Cuerpo a cuerpo hacer batalla?"

Narv. ¿Por qué Alara, Ardino, calla,
Y no viene a hablar conmigo?

Alara. Porque sé que has de dejarme
Otra vez en el poder
Deste moro, y ha de ser
Ocasión para matarme.

Narv. No será; fiad de mí.
Tomemos nuestros caballos,
Que a Alora quiero llevallos.

Nuño. Bien haces. Vamos de aquí.

Arr. ¡A qué punto, triste moro,
Te han traído injustos celos!

Alara. ¡Ay, mi Alcaide de los cielos!

Narv. ¡Ay, Alara, que te adoro!

[Vanse.]

Salen Zoraide, Celindo, Bajamed y Zaro.

Zoraid. ¿Qué es lo que dices, bárbaro enemigo?

Celind. Córtame, gran Alcaide, la cabeza,
Si te parece que la culpa es mía.

Zoraid. ¿Adónde está Jarifa?

Celind. No presumas
Que alguno de tu casa parte ha sido
Para tanta desdicha.

Zoraid. Dime luego
Quién la llevó y adónde está, Celindo,
O pasaréte aquese infame pecho.

Celind. Señor, cuando a Granada te partiste,
Vino aquí de secreto Abindarráez,
Y se casó con ella.

Zoraid. ¡Ah santo cielo!
Cumplióse lo que yo siempre temía.
¿Que en fin el mal nacido abencerraje
Se casó con Jarifa? Pues di, perro,
¿Quién le dijo que no era hermano suyo?

Celind. Dicen que ha mucho que ellos lo sabían,
Y que casados de secreto estaban.

Zoraid. ¿Dónde la tiene agora?

Bajam. El miedo tuyo
Por ventura le esconde de tus ojos.

Celind. No es miedo, Bajamed, que ha sido fuerza
Ir a Alora los dos, porque era preso
De su alcaide Narváez, y al tercer día
Juró volver si libertad le diese;
Y ella, como mujer, con él ha ido,
Ansí por no esperar tu justo enojo
Como por no dejar a su marido.

Zoraid. Ensíllame un caballo, ponle a punto;
Dame una lanza y una adarga fuerte;
Podrá ser que le alcance en el camino.

Celind. Bien puede ser.

Zoraid. ¡Ah fiero bencerraje,
Deshonra de mi honor y mi linaje.

[Vanse.]

Salen Nuño, Arráez, Alara y Narváez.

Narv. Ya que en Alora estáis, mi dulce Alara,
Pruebe vuestro cruel fiero marido
El gusto de escuchar estos requiebros
Pues no quiso sufrir celos injustos.

Alara. Ya no es aquese nombre el propio suyo,
Que yo, señor, me he de volver cristiana.

Arr. Ni yo quiero tener el que he tenido;
Que quien tiene mujer que le da celos,
Mejor dirá que tiene sobre el pecho
Un águila que come sus entrañas,
Un monte grave y una eterna pena.

Narv. Si vos cristiana habéis de ser, señora,
Daréle libertad, y a Coín se vuelva.
Y vos podréis quedaros en Alora,
Donde no os faltará lo que perdistes.

Arr. Pues eso quiero; y si sufrir no pude
Mujer hermosa, viviré sin ella,
Y haré cuenta que es muerta; que bien puedo,
Pues si es cristiana, no es la que solía.

Narv. Primero que a Coín vuelvas, Arráez,
Le has de dar la mitad de tu hacienda
Para que viva aquí; si no, no creas
Que deste cautiverio libre escapes.

Arr. Y es poco lo que pides; yo me ofrezco
De darla con que viva, y es partido
A trueco de escapar de sus rigores.

Narv. Pues alto: en esto queden concertados.

Sale Páez.

Páez. Dame, señor, albricias.

Narv. Buenas sean.

Páez. Su palabra ha cumplido Abindarráez.

Narv. No menos esperé de su nobleza,
Que al fin acude a lo que debe en todo.

Páez. Y trae su persona acompañada
De una bella morisca rebozada.

Salen Abindarráez y Jarifa, de camino.

Abind. Danos, ilustre Narváez,
Los pies a mí y a mi esposa.

Narv. Bien vengáis, Jarifa hermosa,
Y vos, noble Abindarráez.

Abind. Bien merezco lauro y palma
De la merced que recibo,
Pues siendo el cuerpo el cautivo,
Te vengo a traer el alma.

Jarifa. Yo, famoso don Rodrigo,
Como a quien de tu valor
Cupo la parte mayor,
Tu nombre alabo y bendigo;
Y así, vengo a ser tu esclava.

Narv. Mi señora seréis vos.
Cuán justamente a los dos
El cielo a amar inclinaba,
Que sois en estremo iguales.
Y estad vos, Jarifa hermosa,
De Abindarráez quejosa,
Que dice de vos mil males.
Que aunque mucho me decía,
Hallo agora más en vos,
Y es grande engaño, por Dios.

Jarifa. ¡Qué estremada cortesía!
Antes, si él os engañó
Con deciros bien de mí,
Vengo a estar corrida aquí.

Narv. El que lo ha de ser soy yo;
Que si tal huésped creyera
Que mi pobre casa honrara,
De otra suerte la ensanchara
Para que mejor cupiera.
Pero si en la voluntad,
Como en la casa, se vive,
Esta el alma os apercibe
Y os da a vos su libertad.
Ya sois, señor bencerraje,
De Jarifa: andad con Dios.

Abind. Ella y yo somos de vos
Con justo pleito homenaje.

Jarifa. Señor, no me desechéis,
Que quiero yo ser muy vuestra.

Narv. Sujeta el alma se os muestra
Para que vos la mandéis.
Y perdonad si no había
Preguntado cómo estáis.

Jarifa. Con la salud que me dais,
Dando vida a la que es mía.

Narv. ¿Cómo va de las heridas?

Abind. Un poco las tengo hinchadas.

Narv. Aquí os serán bien curadas
De quien os diera mil vidas.

Sale Zoraide y su gente.

Zoraid. Digo que tengo de entrar.

Narv. ¿Qué alboroto es ése?

Zoraid. ¡Afuera!
Si en tu casa no estuviera...

Narv. Vuelve la espada a envainar,
Y di quién eres.

Zoraid. Yo soy
El Alcaide de Coín.

Narv. Ya sé tu enojo, y en fin,
De por medio agora estoy.
Deja, famoso Zoraide,
Las armas, que esto ya es hecho.

Zoraid. Por ti las dejo, a despecho
De mi honor, famoso Alcaide.
No pudieran venir ellos
A otro sagrado mayor.

Narv. Si éstos son yerros de amor,
Ya viene el perdón con ellos.
Noble es el abencerraje,
Por tu hijo le has tenido;
Que le perdones te pido,
Pues es de honrado linaje.

Zoraid. ¿Cómo te puedo negar
Cosa que tan justa es?

Narv. Besa, Abindarráez, sus pies.

Abind. Temblando habré de llegar.
Llegad, Jarifa, también.

Zoraid. Por mis hijos los recibo.
Mas quedaos con el cautivo.

Narv. Es de Jarifa.

Zoraid. ¿De quién?

Narv. A Jarifa se le di.

Jarifa. Yo, señor, le doy a vos.

Narv. Pues yo os entrego a los dos.

Zoraid. Yo a vos tres, dándome a mí;
Y os daré seis mil ducados
Por los tres.

Narv. Esos le doy
A Jarifa.

Jarifa. Vuestra soy.

Narv. Queden al dote obligados.

Jarifa. Dos arcas de ropa blanca
De mi mano os enviaré.

Narv. Esas solas tomaré,
Por ser de mano tan franca.

Zoraid. Su yerro juzgo por dicha.

Narv. Y yo haberos obligado.
Aquí acaba, gran senado,
El remedio en la desdicha.


FIN


Publicado el 2 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
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