Peribáñez y el Comendador de Ocaña

Lope de Vega Carpio


Teatro



Acto primero

Figuras del primer acto

UN CURA, a lo gracioso
[SANCHO, labrador]
INÉS, madrina
LABRADORES
COSTANZA, labradora
LEONARDO, criado
CASILDA, desposada
EL REY ENRIQUE
PERIBÁÑEZ, novio
EL CONDESTABLE
LOS MÚSICOS, de villanos
ACOMPAÑAMIENTO
BARTOLO, labrador
UN PAJE
EL COMENDADOR
DOS REGIDORES DE TOLEDO
MARÍN Y LUJÁN, lacayos
[UN PINTOR]

Boda de villanos. El CURA; INÉS, madrina; COSTANZA, labradora; CASILDA, novia; PERIBÁÑEZ; MÚSICOS, de labradores.

INÉS:
Largos años os gocéis.

COSTANZA:
Si son como yo deseo,
casi inmortales seréis.

CASILDA:
Por el de serviros, creo
que merezco que me honréis

CURA:
Aunque no parecen mal,
son excusadas razones
para cumplimiento igual,
ni puede haber bendiciones
que igualen con el misal.
Hartas os dije; no queda
cosa que deciros pueda
el más deudo, el más amigo.

INÉS:
Señor doctor, yo no digo
más de que bien les suceda.

CURA:
Espérelo en Dios, que ayuda
a la gente virtüosa.
Mi sobrina es muy sesuda.

PERIBÁÑEZ:
Sólo con no ser celosa
saca este pleito de duda.

CASILDA:
No me deis vos ocasión,
que en mi vida tendré celos.

PERIBÁÑEZ:
Por mí no sabréis qué son.

INÉS:
Dicen que al amor los Cielos
le dieron esta pensión.

CURA:
Sentaos y alegrad el día
en que sois uno los dos.

PERIBÁÑEZ:
Yo tengo harta alegría
en ver que me ha dado Dios
tan hermosa compañía

CURA:
Bien es que a Dios se atrebuya,
que en el reino de Toledo
no hay cara como la suya.

CASILDA:
Si con amor pagar puedo,
esposo, la afición tuya,
de lo que debiendo quedas
me estás en obligación.

PERIBÁÑEZ:
Casilda, mientras no puedas
excederme en afición,
no con palabras me excedas.
Toda esta villa de Ocaña
poner quisiera a tus pies,
y aun todo aquello que baña
Tajo hasta ser portugués,
entrando en el mar de España.
El olivar más cargado
de aceitunas me parece
menos hermoso, y el prado
que por el mayo florece,
sólo del alba pisado
No hay camuesa que se afeite
que no te rinda ventaja,
ni rubio y dorado aceite
conservado en la tinaja,
que me cause más deleite
Ni el vino blanco imagino
de cuarenta años tan fino
como tu boca olorosa:
que como al señor la rosa
le güele al villano el vino
Cepas que en diciembre arranco,
y en o[c]tubre dulce mosto,
[ni] mayo de lluvias franco,
ni por los fines de agosto
la parva de trigo blanco
igualan a ver presente
en mi casa un bien que ha sido
prevención más excelente
para el ivierno aterido
y para el verano ardiente
Contigo, Casilda, tengo
cuanto puedo desear,
y sólo el pecho prevengo;
en él te he dado lugar,
ya que a merecerte vengo.
Vive en él; que si un villano
por la paz del alma es rey,
que tú eres reina está llano,
ya porque es divina ley,
y ya por derecho humano.
Reina, pues que tan dichosa
te hará el Cielo, dulce esposa,
que te diga quien te vea:
«La ventura de la fea
pasóse a Casilda hermosa».

CASILDA:
Pues yo ¿cómo te diré
lo menos que miro en ti,
que lo más del alma fue?
Jamás en el baile oí
son que me bullese el pie,
que tal placer me causase
cuando el tamboril sonase,
por más que el tamborilero
chiflase con el guarguero
y con el palo tocase.
En mañana de San Juan
nunca más placer me hicieron
la verbena y arrayán,
ni los relinchos me dieron
el que tus voces me dan.
¿Cuál adufe bien templado,
cuál salterio te ha igualado?
¿Cuál pendón de procesión,
con sus borlas y cordón,
a tu sombrero chapado?
No hay pies con zapatos nuevos
como agradan tus amores;
eres entre mil mancebos
hornazo en Pascua de Flores
con sus picos y sus huevos.
Pareces en verde prado
toro bravo y rojo echado;
pareces camisa nueva
que entre jazmines se lleva
en azafate dorado.
Pareces cirio pascual
y mazapán de bautismo
con capillo de cendal,
y paréceste a ti mismo,
porque no tienes igual.

CURA:
¡Ea!, bastan los amores;
que quieren estos mancebos
bailar y ofrecer.

PERIBÁÑEZ:
Señores,
pues no sois en amor nuevos,
perdón.

MÚSICOS:
Ama hasta que adores.

Canten, y dancen.

Dente parabienes
el mayo garrido,
los alegres campos,
las fuentes y ríos.
Alcen las cabezas
los verdes alisos,
y con frutos nuevos
almendros floridos.
Echen mañanas,
después del rocío,
en espadas verdes
guarnición de lirios.
Suban los ganados,
por el monte mismo
que cubrió la nieve,
a pacer tomillos.

Folía

Y a los nuevos desposados
eche Dios su bendición;
parabién les den los prados,
pues hoy para en uno son.
Vuelva[n] a danzar

Montañas heladas
y soberbios riscos, antiguas encinas
y robustos pinos,
dad paso a las aguas
en arroyos limpios,
que a los valles bajan
de los yelos fríos.
Canten ruiseñores,
y con dulces silbos
sus amores cuenten
a estos verdes mirtos.
Fabriquen las aves
con nuevo artificio
para sus hijuelos
amorosos nidos.

Folía

Y a los nuevos desposados
eche Dios su bendición;
parabién les den los prados,
pues hoy para en uno son.

Hagan gran ruido y entre BARTOLO, labrador.

CURA:
¿Qué es aquello?

BARTOLO:
¿No lo veis
en la grita y el rüido?

CURA:
¿Mas que el novillo han traído?

BARTOLO:
¿Cómo un novillo? Y aun tres.
Pero al tiznado, que agora
traen del campo —¡voto al sol
que tiene brío español!—
no se ha encintado en una hora.
Dos vueltas ha dado a Bras,
que ningún italïano
se ha vido andar tan liviano
por la maroma jamás.
A la yegua de Antón Gil,
del verde recién sacada,
por la panza desgarrada
se le mira el perejil.
No es de burlas; que a Tomás
quitándole los calzones,
no ha quedado en opiniones,
aunque no barbe jamás.
El nueso Comendador,
señor de Ocaña y su tierra,
bizarro a picarle cierra,
más gallardo que un azor.
¡Juro a mí, si no tuviera
cintero el novillo!…

CURA:
Aquí
¿no podrá entrar?

BARTOLO:
Antes sí.

CURA:
Pues, Pedro, desa manera,
allá me subo al terrado.

COSTANZA:
Dígale alguna oración,
que ya ve que no es razón
irse; señor licenciado.

CURA:
Pues oración ¿a qué fin?

COSTANZA:
¿A qué fin? De resistillo.

CURA:
Engáñaste; que hay novillo
que no entiende bien latín.

Éntrese

COSTANZA:
Al terrado va, sin duda.
La grita creciendo va.

Voces

INÉS:
Todas iremos allá;
que atado, al fin, no se muda.

BARTOLO:
Es verdad que no es posible
que más que la soga alcance.

[Vánse]

PERIBÁÑEZ:
¿Tú quieres que intente un lance?

CASILDA:
¡Ay no, mi bien, que es terrible!

PERIBÁÑEZ:
Aunque más terrible sea,
de los cuernos le asiré
y en tierra con él daré,
porque mi valor se vea.

CASILDA:
No conviene a tu decoro
el día que te has casado,
ni que un recién desposado
se ponga en cuernos de un toro.

PERIBÁÑEZ:
Si refranes considero,
dos me dan gran pesadumbre:
que «a la cárcel, ni aun por lumbre»,
y «de cuernos, ni aun tintero».
Quiero obedecer.

CASILDA:
¡Ay, Dios!
¿Qué es esto?

¡Qué gran desdicha!

CASILDA:
Algún mal hizo, por dicha.

PERIBÁÑEZ:
¿Cómo, estando aquí los dos?

BARTOLOMÉ vuelve

BARTOLO:
¡Oh, que nunca le trujeran,
pluguiera al Cielo, del soto!
A la fe, que no se alaben
de aquesta fiesta los mozos.
¡Oh, mal hayas, el novillo!
Nunca en el abril llovioso
halles yerba en verde prado,
más que si fuera en agosto.
Siempre te venza el contrario
cuando estuvieres celoso,
y por los bosques bramando,
halles secos los arroyos.
Mueras en manos del vulgo,
a pura garrocha, en coso;
no te mate caballero
con lanza o cuchillo de oro;
mal lacayo por detrás,
con el acero mohoso,
te haga sentar por fuerza
y manchar en sangre el polvo

PERIBÁÑEZ:
Repórtate ya, si quieres,
y dinos lo que es, Bartolo;
que no maldijera más
Zamora a Bellido Dolfos.

BARTOLO:
El Comendador de Ocaña,
mueso señor generoso,
en un bayo que cubrían
moscas negras pecho y lomo,
mostrando por un bozal
de plata el rostro fogoso,
y lavando en blanca espuma
un tafetán verde y rojo,
pasaba la calle acaso;
y viendo correr el toro,
caló la gorra y sacó
de la capa el brazo airoso,
vibró la vara, y las piernas
puso al bayo, que era un corzo;
y al batir los acicates,
revolviendo el vulgo loco,
trabó la soga al caballo
y cayó en medio de todos.
Tan grande fue la caída,
que es el peligro forzoso.
Pero ¿qué os cuento, si aquí
le trae la gente en hombros?

El COMENDADOR, entre algunos labradores; dos lacayos de librea, MARÍN y LUJÁN, borceguís, capa y gorra.

[SANCHO]:
Aquí estaba el licenciado,
y lo podrán absolver.

INÉS:
Pienso que se fue a esconder.

PERIBÁÑEZ:
Sube, Bartolo, al terrado

BARTOLO:
Voy a buscarle.

PERIBÁÑEZ:
Camina.

LUJÁN:
Por silla vamos los dos
en que llevarle, si Dios
llevársele determina.

MARÍN:
Vamos, Luján, que sospecho
que es muerto el Comendador.

LUJÁN:
El corazón de temor
me va saltando en el pecho.

CASILDA:
Id vos, porque me parece,
Pedro, que algo vuelve en sí,
y traed agua.

PERIBÁÑEZ:
Si aquí
el Comendador muriese,
no vivo más en Ocaña.
¡Maldita la fiesta sea!

Vánse todos.

Queden CASILDA y el COMENDADOR, en una silla, y ella tomándole las manos.

CASILDA:
¡Oh, qué mal [el mal] se emplea
en quien es la flor de España!
¡Ah, gallardo caballero!
¡Ah, valiente lidiador!
¿Sois vos quien daba temor
con ese desnudo acero
a los moros de Granada?
¿Sois vos quien tantos mató?
¡Una soga derribó
a quien no pudo su espada!
Con soga os hiere la muerte;
mas será por ser ladrón
de la gloria y opinión
de tanto capitán fuerte.
¡Ah, señor Comendador!

COMENDADOR:
¿Quién llama? ¿Quién está aquí?

CASILDA:
¡Albricias, que habló!

COMENDADOR:
¡Ay de mí!
¿Quién eres?

CASILDA:
Yo soy, señor.
No os aflijáis, que no estáis
donde no os desean más bien
que vos mismo, aunque también
quejas, mi señor, tengáis
de haber corrido aquel toro.
Haced cuenta que esta casa,
aunque [humilde] es vuestra.

COMENDADOR:
Hoy pasa
todo el humano tesoro.
Estuve muerto en el suelo,
y como ya lo creí,
cuando los ojos abrí,
pensé que estaba en el Cielo.
Desengañádme, por Dios;
que es justo pensar que sea
Cielo donde un hombre vea
que hay ángeles como vos.

CASILDA:
Antes, por vuestras razones
podría yo presumir
que estáis cerca de morir.

COMENDADOR:
¿Cómo?

CASILDA:
Porque veis visiones.
Y advierta vueseñoría
que si es agradecimiento
de hallarse en el aposento
desta humilde casa mía,
de hoy solamente lo es.

COMENDADOR:
¿Sois la novia, por ventura?

CASILDA:
No por ventura, si dura
y crece este mal después,
venido por mi ocasión.

COMENDADOR:
¿Que vos estáis ya casada?

CASILDA:
Casada y bien empleada.

COMENDADOR:
Pocas hermosas lo son.

CASILDA:
Pues por eso he yo tenido
la ventura de la fea.

COMENDADOR:
(¡Que un tosco villano sea
desta hermosura marido!)
¿Vuestro nombre?

CASILDA:
Con perdón,
Casilda, señor, me nombro.

COMENDADOR:
(De ver su traje me asombro,
y su rara perfección:
diamante en plomo engastado.)
¡Dichoso el hombre mil veces
a quien tu hermosura ofreces!

CASILDA:
No es él el bien empleado;
yo lo soy, Comendador:
créalo su señoría.

COMENDADOR:
Aun para ser mujer mía
tenéis, Casilda, valor.
Dame licencia que pueda
regalarte.

PERIBÁÑEZ entre.

PERIBÁÑEZ:
No parece
el licenciado: si crece
el accidente…

CASILDA:
Ahí te queda,
porque ya tiene salud
Don Fadrique, mi señor.

PERIBÁÑEZ:
Albricias te da mi amor.

COMENDADOR:
Tal ha sido la virtud
desta piedra celestial.

MARÍN y LUJÁN, lacayos.

MARÍN:
Ya dicen que ha vuelto en sí.

LUJÁN:
Señor, la silla está aquí.

COMENDADOR:
Pues no pase del portal;
que no he menester ponerme
en ella.

LUJÁN:
¡Gracias a Dios!

COMENDADOR:
Esto que os debo a los dos,
si con salud vengo a verme,
satisfaré, de manera
que conozcáis lo que siento
vuestro buen acogimiento.

PERIBÁÑEZ:
Si a vuestra salud pudiera,
señor, ofrecer la mía,
no lo dudéis.

COMENDADOR:
Yo lo creo.

LUJÁN:
¿Qué sientes?

COMENDADOR:
Un gran deseo,
que cuando entré no tenía.

LUJÁN:
No lo entiendo.

COMENDADOR:
Importa poco

LUJÁN:
Yo hablo de tu caída.

COMENDADOR:
En peligro está mi vida
por un pensamiento loco

Vayánse. Queden CASILDA y PERIBÁÑEZ.

PERIBÁÑEZ:
Parece que va mejor.

CASILDA:
Lástima, Pedro, me ha dado

PERIBÁÑEZ:
Por mal agüero he tomado
que caiga el Comendador.
¡Mal haya la fiesta, amén,
el novillo y quien le ató!

CASILDA:
No es nada, luego me habló.
Antes lo tengo por bien,
porque nos haga favor,
si ocasión se nos [o]frece.

PERIBÁÑEZ:
Casilda, mi amor merece
satisfacción de mi amor.
Ya estámos en nuestra casa,
su dueño y mío has de ser:
ya sabes que la mujer
para obedecer se casa;
que así se lo dijo Dios
en el principio del mundo;
que en eso estriba, me fundo,
la paz y el bien de los dos.
Espero, amores, de ti
que has de hacer gloria mi pena.

CASILDA:
¿Qué ha de tener para buena
una mujer?

PERIBÁÑEZ:
Oye.

CASILDA:
Di.

PERIBÁÑEZ:
Amar y honrar su marido
es letra deste abecé,
siendo buena por la B,
que es todo el bien que te pido.
Haráte cuerda la C,
la D dulce, y entendida
la E, y la F en la vida
firme, fuerte y de gran fe.
La G grave, y para honrada
la H, que con la I
te hará ilustre, si de ti
queda mi casa ilustrada.
Limpia serás por la L,
y por la M maestra
de tus hijos, cual lo muestra
quien de sus vicios se duele.
La N te enseña un no
a solicitudes locas;
que este no que aprenden pocas,
está en la N y la O.
La P te hará pensativa,
la Q bienquista, la R
con tal razón, que destierre
tod[a] locura excesiva.
Solícita te ha de hacer
de mi regalo la S,
la T, tal que no pudiese
hallarse mejor mujer
La V te hará verdadera,
la X buena cristiana,
letra que en la vida humana
has de aprender la primera.
Por la Z has de guardarte
de ser zelosa; que es cosa
que nuestra paz amorosa
puede, Casilda, quitarte.
Aprende este canto llano;
que con aquesta cartilla
tú serás flor de la villa,
y yo el más noble villano.

CASILDA:
Estudiaré, por servirte,
las letras de ese abecé;
pero dime si podré
otro, mi Pedro, decirte,
si no es acaso licencia.

PERIBÁÑEZ:
Antes, yo me huelgo. Di;
que quiero aprender de ti.

CASILDA:
Pues escucha, y ten paciencia.
La primera letra es A,
que altanero no has de ser;
por la B no me has de hacer
burla para siempre ya.
La C te hará compañero
en mis trabajos; la D
dadivoso, por la fe
con que regalarte espero.
La F de fácil trato,
la G galán para mí,
la H honesto, y la I
sin pensamiento de ingrato.
Por la L liberal,
y por la M el mejor
marido que tuvo amor,
porque es el mayor caudal.
Por la N no serás
necio, que es fuerte castigo;
por la O sólo conmigo
todas las horas tendrás.
Por la P me has de hacer obras
de padre; porque quererme
por la Q, será ponerme
en la obligación que cobras.
Por la R regalarme,
y por la S servirme,
por la T tenerte firme,
por la V verdad tratarme;
por la X con abiertos
brazos imitarla ansí. (Abrázale.)
Y como estamos aquí,
estemos después de muertos.

PERIBÁÑEZ:
Yo me ofrezco, prenda mía,
a saber este abecé.
¿Quieres más?

CASILDA:
Mi bien, no sé
si me atreva el primer día
a pedirte un gran favor.

PERIBÁÑEZ:
Mi amor se agravia de ti.

CASILDA:
¿Cierto?

PERIBÁÑEZ:
Sí.

CASILDA:
Pues oye.

PERIBÁÑEZ:
Di
cuantas se obliga mi amor.

CASILDA:
El día de la Asunción
se acerca; tengo deseo
de ir a Toledo, y creo
que no es gusto, es devoción
de ver la imagen también
del Sagrario, que aquel día
sale en procesión.

PERIBÁÑEZ:
La mía
es tu voluntad, mi bien.
Tratemos de la partida.

CASILDA:
Ya por la G me pareces
galán. Tus manos mil veces
beso.

PERIBÁÑEZ:
A tus primas convida,
y vaya un famoso carro.

CASILDA:
¿Tanto me quieres honrar?

PERIBÁÑEZ:
Allá te pienso comprar…

CASILDA:
Dilo.

PERIBÁÑEZ:
Un vestido bizarro.

Éntre[n]se.

Salga el COMENDADOR, y LEONARDO, criado.

COMENDADOR:
Llámame, Leonardo, presto
a Luján.

LEONARDO:
Ya le avisé;
pero estaba descompuesto.

COMENDADOR:
Vuelve a llamarle.

LEONARDO:
Yo iré.

COMENDADOR:
Parte.

LEONARDO:
(¿En qué ha de parar esto?
Cuando se siente mejor,
tiene más melancolía
y se queja sin dolor;
sospiros al aire envía:
mátenme si no es amor.)

Váyase.

COMENDADOR:
Hermosa labradora,
más bella, más lucida,
que ya del sol vestida
la colorada Aurora;
sierra de blanca nieve,
que los rayos de amor vencer se atreve:
parece que cogiste
con esas blancas manos
en los campos lozanos,
que el mayo adorna y viste,
cuantas flores agora
Céfiro engendra en el regazo a Flora.
Yo vi los verdes prados
llamar tus plantas bellas,
por florecer con ellas,
de su nieve pisados,
y vi de tu labranza
nacer al corazón verde esperanza.
¡Venturoso el villano
que tal agosto ha hecho
del trigo de tu pecho
con atrevida mano,
y [que] con blanca barba
verá en sus eras de tus hijos parva!
Para tan gran tesoro
de fruto sazonado,
el mismo sol dorado
te preste el carro de oro,
o el que forman estrellas,
pues las del norte no serán tan bellas.
Por su azadón trocara
mi dorada cuchilla,
a Ocaña tu casilla,
casa en que el sol repara.
¡Dichoso tú, que tienes
en la troj de tu lecho tantos bienes!

Entre LUJÁN.

LUJÁN:
Perdona, que estaba el bayo
necesitado de mí.

COMENDADOR:
Muerto estoy, matóme un rayo;
aún dura, Luján, en mí
la fuerza de aquel desmayo.

LUJÁN:
¿Todavía persevera,
y aquella pasión te dura?

COMENDADOR:
Como va el fuego a su esfera,
el alma a tanta hermosura
sube cobarde y ligera.
Si quiero, Luján, hacerme
amigo deste villano,
donde el honor menos duerme
que en el sutil cortesano,
¿qué medio puede valerme?
¿Será bien decir que trato
de no parecer ingrato
al deseo que mostró?
¿Hacerle algún bien?

LUJÁN:
Si yo
quisiera bien, con recato,
quiero decir, advertido
de un peligro conocido,
primero que a la mujer,
solicitara tener
la gracia de su marido.
Éste, aunque es hombre de bien,
y honrado entre sus iguales,
se descuidará también
si le haces obras tales,
como por otros se ven.
Que hay marido que, obligado,
procede más descuidado
en la guarda de su honor;
que la obligación, señor;
descuida el mayor cuidado.

COMENDADOR:
¿Qué le daré por primeras
señales?

LUJÁN:
Si consideras
lo que un labrador adulas,
será darle un par de mulas
más que si a Ocaña le dieras:
éste es el mayor tesoro
de un labrador; y a su esposa
unas arracadas de oro;
que con Angélica hermosa
esto escriben de Medoro:
Reinaldo fuerte en roja sangre baña
por Angélica el campo de Agramante;
Roldán, valiente, gran señor de Anglante
cubre de cuerpos la marcial campaña;
la furia Malgesí del cetro engaña;
sangriento corre el fiero Sacripante;
cuanto le pone la ocasión delante
derriba al suelo Ferragut de España.
Mas, mientras los gallardos paladines
armados tiran tajos y reveses,
presentóle Medoro unos chapines;
y entre unos verdes olmos y cipreses
gozó de amor los regalados fines,
y la tuvo por suya trece meses.

COMENDADOR:
No pintó mal el poeta
lo que puede el interés.

LUJÁN:
Ten por opinión discreta
la del dar, porque al fin es
la más breve y más secreta.
Los servicios personales
son vistos públicamente,
y dan del amor señales.
El interés diligente,
que negocia por metales,
dicen que [lleva] los pies
todos envueltos en lana.

COMENDADOR:
Pues alto, venza interés.

LUJÁN:
Mares y montes allana,
y tú lo verás después.

COMENDADOR:
Desde que fuiste conmigo,
Luján, al Andalucía,
y fui en la guerra testigo
de tu honra y valentía,
huelgo de tratar contigo
todas las cosas que son
de gusto y secreto, a efeto
de saber tu condición;
que un hombre de bien, discreto,
es digno de estimación
en cualquier parte o lugar
que le ponga su fortuna;
y yo te pienso mudar
deste oficio.

LUJÁN:
Si en alguna
cosa te puedo agradar,
mándame, y verás mi amor;
que yo no puedo señor,
ofrecerte otras grandezas.

COMENDADOR:
Sácame destas tristezas.

LUJÁN:
Éste es el medio mejor.

COMENDADOR:
Pues vamos, y buscarás
el par de mulas más bello
que él haya visto jamás.

LUJÁN:
Ponles ese yugo al cuello;
que antes de un hora verás
arar en su pecho fiero
surcos de afición, tributo
de que tu cosecha espero;
que en trigo de amor no hay fruto
si no se siembra dinero.

Váya[n]se.

Salen INÉS, COSTANZA y CASILDA.

CASILDA:
¿No es tarde para partir?

INÉS:
El tiempo es bueno, y es llano
todo el camino.

COSTANZA:
En verano
suelen muchas veces ir
en diez horas, y aun en menos.
¿Qué galas llevas, Inés?

INÉS:
Pobres, y el talle que ves.

COSTANZA:
Yo llevo unos cuerpos llenos
de pasamanos de plata.

INÉS:
Desabrochado el sayuelo,
salen bien.

CASILDA:
De terciopelo
sobre encarnada escarlata
los pienso llevar, que son
galas de mujer casada.

COSTANZA:
Una basquiña prestada
me daba Inés, la de Antón.
Era palmilla gentil
de Cuenca, si allá se teje,
y oblígame a que la deje
Menga, la de Blasco Gil,
porque dice que el color
no dice bien con mi cara.

INÉS:
Bien sé yo quien te prestara
una faldilla mejor.

COSTANZA:
¿Quién?

INÉS:
Casilda.

CASILDA:
Si tú quieres,
la de grana blanca es buena,
o la verde, que está llena
de vivos.

COSTANZA:
Liberal eres
y bien acondicionada;
mas si Pedro ha de reñir,
no te la quiero pedir,
y guárdete Dios, casada.

CASILDA:
No es Peribáñez, Costanza,
tan mal acondicionado.

INÉS:
¿Quiérete bien tu velado?

CASILDA:
¿Tan presto temes mudanza?
No hay en esta villa toda
novios de placer tan ricos;
pero aún comemos los picos
de las roscas de la boda.

INÉS:
¿Dícete muchos amores?

CASILDA:
No sé yo cuáles son pocos;
sé que mis sentidos locos
lo están de tantos favores.
Cuando se muestra el lucero,
viene del campo mi esposo,
de su cena deseoso;
siéntele el alma primero,
y salgo a abrille la puerta,
arrojando la almohadilla,
que siempre tengo en la villa
quien mis labores concierta.
Él de las mulas se arroja,
y yo me arrojo en sus brazos;
tal vez de nuestros abrazos
la bestia hambrienta se enoja,
y sintiéndola gruñir,
dice: «En dándole la cena
al ganado, cara buena,
volverá Pedro a salir».
Mientras él paja les echa,
ir por cebada me manda;
yo la traigo, él la zaranda,
y deja la que aprovecha.
Revuélvela en el pesebre,
y allí me vuelve a abrazar;
que no hay tan bajo lugar
que el amor no le celebre.
Salimos donde ya está
dándonos voces la olla,
porque el ajo y la cebolla,
fuera del olor que da
por toda nuestra cocina,
tocan a la cobertera
el villano, de manera,
que a bailalle nos inclina.
Sácola en limpios manteles,
no en plata, aunque yo quisiera;
platos son de Talavera,
que están vertiendo claveles.
Aváhole su escodilla
de sopas con tal primor,
que no la come mejor
el señor de muesa villa;
y él lo paga, porque a fe
que apenas bocado toma,
de que, como a su paloma,
lo que es mejor no me dé.
Bebe y deja la mitad,
bébole las fuerzas yo;
traigo olivas, y si no,
es postre la voluntad.
Acabada la comida,
puestas las manos los dos,
dámosle gracias a Dios
por la merced recebida;
y vámonos a acostar,
donde le pesa al Aurora
cuando se llega la hora
de venirnos a llamar.

INÉS:
¡Dichosa tú, casadilla,
que en tan buen estado estás!
¡Ea!, ya no falta más,
sino salir de la villa

[Entre PERIBÁÑEZ.]

CASILDA:
¿Está el carro aderezado?

PERIBÁÑEZ:
Lo mejor que puede está.

CASILDA:
Luego pueden subir ya.

PERIBÁÑEZ:
Pena, Casilda, me ha dado
el ver el carro de Bras
lleva alhombra y repostero

CASILDA:
Pídele a algún caballero.

INÉS:
Al Comendador podrás.

PERIBÁÑEZ:
Él nos mostraba afición,
y pienso que nos le diera

CASILDA:
¿Qué se pierde en ir?

PERIBÁÑEZ:
Espera;
que a la fe que no es razón
que vaya sin repostero.

INÉS:
Pues vámonos a vestir.

CASILDA:
También le puedes pedir…

PERIBÁÑEZ:
¿Qué, mi Casilda?

CASILDA:
Un sombrero.

PERIBÁÑEZ:
Eso no.

CASILDA:
¿Por qué? ¿Es exceso?

PERIBÁÑEZ:
Porque plumas de señor
podrán darnos por favor
a ti viento y a mí peso.

Vánse todos.

Entre el COMENDADOR, y LUJÁN.

COMENDADOR:
Ellas son con extremo.

LUJÁN:
Yo no he visto
mejores bestias, por tu vida y mía,
en cuantas he tratado, y no son pocas.

COMENDADOR:
Las arracadas faltan.

LUJÁN:
Dijo el dueño
que cumplen a estas yerbas [los] tres años
y costaron lo mismo que le diste,
habrá un mes, en la feria de Mansilla,
y que saben muy bien de albarda y silla.

COMENDADOR:
¿De qué manera, di, Luján, podremos
darlas a Peribáñez, su marido,
que no tenga malicia en mi propósito?

LUJÁN:
Llamándole a tu casa, y previniéndole
de que estás a su amor agradecido.
Pero cáusame risa en ver que hagas
tu secretario en cosas de tu gusto
un hombre de mis prendas.

COMENDADOR:
No te espantes;
que sirviendo mujer de humildes prendas,
es fuerza que lo trate con las tuyas.
Si sirviera una dama, hubiera dado
parte a mi secretario o mayordomo,
o a algunos gentilhombres de mi casa.
Éstos hicieran joyas, y buscaran
cadenas de diamantes, brincos, perlas,
telas, rasos, damascos, terciopelos,
y otras cosas extrañas y exquisitas;
hasta en Arabia procurar la fénix;
pero la calidad de lo que quiero
me obliga a darte parte de mis cosas.
Luján, aunque eres mi lacayo, mira
que para comprar mulas eres propio;
de suerte que yo trato el amor mío
de la manera misma que él me trata.

LUJÁN:
Ya que no fue tu amor, señor, discreto,
el modo de tratarle lo parece.

Entre LEONARDO.

LEONARDO:
Aquí está Peribáñez.

COMENDADOR:
¿Quién, Leonardo?

LEONARDO:
Peribáñez, señor.

COMENDADOR:
¿Qué es lo que dices?

LEONARDO:
Digo que me pregunta Peribáñez
[por ti], y yo pienso bien que le conoces.
Es Peribáñez labrador de Ocaña,
cristiano viejo y rico, hombre tenido
en gran veneración de sus iguales,
y que, si se quisiese alzar agora
en esta villa, seguirán su nombre
cuantos salen al campo con su arado,
porque es, aunque villano, muy honrado

LUJÁN:
¿De qué has perdido [la] color?

COMENDADOR:
¡Ay Cielos!
¿Que de sólo venir el que es esposo
de una mujer que quiero bien, me sienta
descolorir, helar y temblar todo?

LUJÁN:
Luego ¿no ternás ánimo de verle?

COMENDADOR:
Di que entre, que del modo que [a] quien ama,
la calle, las ventanas y las rejas
agradables le son, y en las crïadas
parece que ve el rostro de su dueño,
así pienso mirar en su marido
la hermosura por quien estoy perdido.

PERIBÁÑEZ, con capa.

PERIBÁÑEZ:
Dame tus generosos pies.

COMENDADOR:
¡Oh, Pedro!
Seas mil veces bien venido. Dame
otras tantas tus brazos.

PERIBÁÑEZ:
¡Señor mío!
¡Tanta merced a un rústico villano
de los menores que en Ocaña tienes!
¡Tanta merced a un labrador!

COMENDADOR:
No eres
indigno, Peribáñez, de mis brazos;
que fuera de ser hombre bien nacido,
y por tu entendimiento y tus costumbres
honra de los vasallos de mi tierra,
te debo estar agradecido, y tanto
cuanto ha sido por ti tener la vida;
que pienso que sin ti fuera perdida.
¿Qué quieres desta casa?

PERIBÁÑEZ:
Señor mío,
yo soy, ya lo sabrás, recién casado.
Los hombres, y de bien, cual lo profeso,
hacemos, aunque pobres, el oficio
que hicieron los galanes de palacio.
Mi mujer me ha pedido que la lleve
a la fiesta de agosto, que en Toledo
es, como sabes, de su santa iglesia
celebrada de suerte que convoca
a todo el reino. Van también sus primas.
Yo, señor, tengo en casa pobres sargas,
no franceses tapices de oro y seda,
no reposteros con doradas armas,
ni coronados de blasón y plumas
los timbres generosos, y así, vengo
a que se digne vuestra señoría
de prestarme una alhombra y repostero
para adornar el carro; y le suplico
que mi ignorancia su grandeza abone
y como enamorado me perdone.

COMENDADOR:
¿Estás contento, Peribáñez?

PERIBÁÑEZ:
Tanto,
que no trocara a este sayal grosero
la encomienda mayor que el pecho cruza
de vuestra señoría, porque tengo
mujer honrada, y no de mala cara,
buena cristiana, humilde, y que me quiere,
no sé si tanto como yo la quiero,
pero con más amor que mujer tuvo.

COMENDADOR:
Tenéis razón de amar a quien os ama
por ley divina y por humanas leyes;
que a vos eso os agrada como vuestro.
¡Hola! Dalde el alfombra mequinesa,
con ocho reposteros de mis armas;
y pues hay ocasión para pagarle
el buen acogimiento de su casa,
adonde hallé la vida, las dos mulas
que compré para el coche de camino;
y a su esposa llevad las arracadas,
si el platero las tiene ya acabadas.

PERIBÁÑEZ:
Aunque bese la tierra, señor mío,
en tu nombre mil veces, no te pago
una mínima parte de las muchas
que debo a las mercedes que me haces.
Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos,
desde hoy somos esclavos de tu casa.

COMENDADOR:
Ve, Leonardo, con él.

LEONARDO:
Ven[te] conmigo.

Vanse.

COMENDADOR:
Luján, ¿qué te parece?

LUJÁN:
Que se viene
la ventura a tu casa.

COMENDADOR:
Escucha aparte:
el alazán al punto me adereza,
que quiero ir a Toledo rebozado,
porque me lleva el alma esta villana

LUJÁN:
¿Seguirla quieres?

COMENDADOR:
Sí, pues me persigue,
porque este ardor con verla se mitigue.

Váyanse.

Entren con acompañamiento el rey ENRIQUE

y el CONDESTABLE.

CONDESTABLE:
Alegre está la ciudad,
y a servirte apercebida,
con la dichosa venida
de tu sacra majestad.
Auméntales el placer
ser víspera de tal día.

ENRIQUE:
El deseo que tenía
me pueden agradecer.
Soy de su rara hermosura
el mayor apasionado.

CONDESTABLE:
Ella en amor y en cuidado
notablemente procura
mostrar agradecimiento.

ENRIQUE:
Es otava maravilla,
es corona de Castilla,
es su lustre y ornamento;
es cabeza, Condestable,
de quien los miembros reciben
vida, con que alegres viven;
es a la vista admirable.
Como Roma, está sentada
sobre un monte que ha vencido
los siete, por quien ha sido
tantos siglos celebrada.
Salgo de su santa iglesia
con admiración y amor.

CONDESTABLE:
Este milagro, señor,
vence al antiguo de Efesia.
¿Piensas hallarte mañana
en la procesión?

ENRIQUE:
Iré,
para ejemplo de mi fe,
con la imagen soberana;
que la querría obligar
a que rogase por mí
en esta jornada.

Un PAJE entre.

PAJE:
Aquí
tus pies vienen a besar
dos regidores, de parte
de su noble ayuntamiento.

ENRIQUE:
Di que lleguen.

Dos REGIDORES.

REGIDOR:
Esos pies
besa, gran señor, Toledo, y
dice que para darte
respuesta con breve acuerdo
a lo que pides, y es justo,
de la gente y el dinero,
juntó sus nobles, y todos,
de común consentimiento,
para la jornada ofrecen
mil hombres de todo el reino,
y cuarenta mil ducados.

ENRIQUE:
Mucho a Toledo agradezco
el servicio que me hace;
pero [es] Toledo, en efeto.
¿Sois caballeros los dos?

REGIDOR:
Los dos somos caballeros.

ENRIQUE:
Pues hablad al Condestable
mañana, porque Toledo
vea que en vosotros pago
lo que a su nobleza debo

Entren INÉS y COSTANZA y CASILDA, con sombreros de borlas y vestidos de labradoras a uso de La Sagra, y PERIBÁÑEZ y el COMENDADOR, de camino, detrás.

INÉS:
Pardiez, que tengo de verle
pues hemos venido a tiempo
que está el Rey en la ciudad.

COSTANZA:
¡Oh, qué gallardo mancebo!

INÉS:
Éste llaman don Enrique
Tercero.

CASILDA:
¡Qué buen tercero!

PERIBÁÑEZ:
Es hijo del rey don Juan
el Primero, y así es nieto
del segundo don Enrique,
el que mató al rey don Pedro,
que fue Guzmán por la madre
y valiente caballero,
aunque más lo fue el hermano;
pero, cayendo en el suelo,
valióse de la Fortuna,
y de los brazos asiendo
a Enrique, le dio la daga,
que agora se ha vuelto cetro.

INÉS:
¿Quién es aquél tan erguido
que habla con él?

PERIBÁÑEZ:
Cuando menos,
el Condestable.

CASILDA:
¿Que son
los reyes de carne y hueso?

COSTANZA:
Pues ¿de qué pensabas tú?

CASILDA:
De damasco o terciopelo.

COSTANZA:
Sí que eres boba en verdad

COMENDADOR:
Como sombra voy siguiendo
el sol de aquesta villana,
y con tanto atrevimiento,
que de la gente del Rey
el ser conocido temo
Pero ya se va al Alcázar.

Vase el REY y su gente.

INÉS:
¡Hola! El Rey se va.

CONSTANZA:
Tan presto,
que aún no he podido saber
si es barbirrubio o [taheño.]

INÉS:
Los reyes son a la vista,
Costanza, por el respeto,
imágenes de milagros;
porque siempre que los vemos,
de otra color nos parecen.

LUJÁN entre, con un PINTOR.

LUJÁN:
Aquí está.

PINTOR:
¿Cuál dellos?

LUJÁN:
¡Quedo!
Señor, aquí está el pintor.

COMENDADOR:
¡Oh amigo!

PINTOR:
A servirte vengo.

COMENDADOR:
¿Traes el naipe y colores?

PINTOR:
Sabiendo tu pensamiento,
colores y naipe traigo

COMENDADOR:
Pues con notable secreto,
de aquellas tres labradoras
me retrata la de en medio,
luego que en cualquier lugar
tomen con espacio asiento

PINTOR:
Que será dificultoso
temo; pero yo me atrevo
a que se parezca mucho.

COMENDADOR:
Pues advierte lo que quiero:
si se parece en el naipe,
deste retrato pequeño
quiero que hagas uno grande
con más espacio en un lienzo.

PINTOR:
¿Quiéresle entero?

COMENDADOR:
No tanto;
basta que de medio cuerpo,
mas con las mismas patenas,
sartas, camisa y sayuelo.

LUJÁN:
Allí se sientan a ver
la gente.

PINTOR:
Ocasión tenemos.
Yo haré el retrato.

PERIBÁÑEZ:
Casilda,
tomemos aqueste asiento
para ver las luminarias.

INÉS:
Dicen que al Ayuntamiento
traerán bueyes esta noche.

CASILDA:
Vamos: que aquí lo veremos
sin peligro y sin estorbo.

COMENDADOR:
Retrata, pintor, al cielo
todo bordado de nubes,
y retrata un prado ameno
todo cubierto de flores

PINTOR:
Cierto que es bella en extremo.

LUJÁN:
Tan bella, que está mi amo
todo cubierto de vello,
de convertido en salvaje.

PINTOR:
La luz faltará muy presto.

COMENDADOR:
No lo temas; que otro sol
tiene en sus ojos serenos,
siendo estrellas para ti,
para mí rayos de fuego.

FIN DEL PRIMER ACTO

Acto segundo

Figuras del segundo acto

BLAS
CASILDA
GIL
UN PINTOR
ANTÓN
MENDO
BENITO
LLORENTE, segador
PERIBÁÑEZ
CHAPARRO, segador
LUJÁN
HELIPE, segador
EL COMENDADOR
BARTOL[O]
INÉS
LEONARDO

Cuatro labradores: BLAS, GIL, ANTÓN, BENITO.

BENITO:
Yo soy deste parecer.

GIL:
Pues asentaos y escribildo.

ANTÓN:
Mal hacemos en hacer
entre tan pocos cabildo.

[BENITO]:
Ya se llamó desde ayer.

BLAS:
Mil faltas se han conocido
en esta fiesta pasada.

GIL:
Puesto, señores, que ha sido
la procesión tan honrada
y el Santo tan bien servido,
debemos considerar
que parece mal faltar
en tan noble cofradía
lo que ahora se podría
fácilmente remediar.
Y cierto que, pues que toca
a todos un mal que daña
generalmente, que es poca
devoción de toda Ocaña,
y a toda España provoca.
De nuestro santo patrón,
Roque, vemos cada día
aumentar la devoción
una y otra cofradía,
una y otra procesión
en el reino de Toledo;
pues ¿por qué tenemos miedo
a ningún gasto?

BENITO:
No ha sido,
sino descuido y olvido.

Entre PERIBÁÑEZ.

PERIBÁÑEZ:
Si en algo serviros puedo,
veisme aquí, si ya no es tarde.

BLAS:
Peribáñez, Dios os guarde;
gran falta nos habéis hecho.

PERIBÁÑEZ:
El no seros de provecho
me tiene siempre cobarde.

BENITO:
Toma asiento junto a mí.

GIL:
¿Dónde has estado?

PERIBÁÑEZ:
En Toledo,
que a ver con mi esposa fui
la fiesta.

ANTÓN:
¡Gran cosa!

ANTÓN:
Puedo
decir, señores, que vi
un Cielo en ver en el suelo
su santa iglesia y la imagen
que ser más bella recelo,
si no es que a pintarla bajen
los escultores del Cielo;
porque quien la verdadera
no haya visto en [la] alta esfera
del trono en que está sentada,
no podrá igualar en nada
lo que Toledo venera.
Hízose la procesión
con aquella majestad
que suelen y que es razón,
añadiendo autoridad
el Rey en esta ocasión.
Pasaba al Andalucía
para proseguir la guerra.

GIL:
Mucho nuestra cofradía
sin vos en mil cosas yerra.

PERIBÁÑEZ:
Pensé venir otro día
y hallarme a la procesión
de nuestro Roque divino;
pero fue vana intención,
porque mi Casilda vino
con tan devota intención,
que hasta que pasó la octava
no pude hacella venir.

GIL:
¿Que allá el señor Rey estaba?

PERIBÁÑEZ:
Y el Maestre, oí decir,
de Alcántara y Calatrava.
¡Brava jornada aperciben!
No ha de quedar moro en pie
de cuantos beben y viven
el Betis, aunque bien sé
del modo que los reciben.
Pero, esto aparte dejando,
¿de qué estábades tratando?

BENITO:
De la nuestra cofradía
de San Roque, y a fe mía,
que el ver que has llegado cuando
mayordomo están haciendo,
me ha dado, Pedro, a pensar
que vienes a serlo.

ANTÓN:
En viendo
a Peribáñez entrar,
lo mismo estaba diciendo.

BLAS:
¿Quién lo ha de contradecir?

GIL:
Por mí digo que lo sea,
y en la fiesta por venir
se ponga cuidado, y vea
lo que es menester pedir.

PERIBÁÑEZ:
Aunque por recién casado
replicar fuera razón,
puesto que me habéis honrado,
agravio mi devoción
huyendo el rostro al cuidado.
Y por servir a San Roque,
la mayordomía aceto
para que más me provoque
a su servicio.

ANTÓN:
En efeto,
haréis mejor lo que toque.

PERIBÁÑEZ:
¿Qué es lo que falta de hacer?

BENITO:
Yo quisiera proponer
que otro San Roque se hiciese,
más grande, porque tuviese
más vista.

PERIBÁÑEZ:
Buen parecer.
¿Qué dice Gil?

GIL:
Que es razón;
que es viejo y chico el que tiene
la cofradía.

PERIBÁÑEZ:
¿Y Antón?

ANTÓN:
Que hacerle grande conviene,
y que ponga devoción.
Está todo desollado
el perro, y el panecillo
más de la mitad quitado,
y el ángel, quiero decillo,
todo abierto por un lado,
y [a] los dos dedos, que son
con que da la bendición,
falta más de la mitad.

PERIBÁÑEZ:
Blas ¿qué diz?

BLAS:
Que a la ciudad
vayan hoy Pedro y Antón,
y hagan aderezar
el viejo a algún buen pintor,
porque no es justo gastar,
ni hacerle agora mayor,
pudiéndole renovar.

PERIBÁÑEZ:
Blas dice bien, pues está
tan pobre la cofradía;
mas ¿cómo se llevará?

ANTÓN:
En vuesa pollina o mía
sin daños y golpes irá,
de una sábana cubierto.

PERIBÁÑEZ:
Pues esto baste por hoy,
si he de ir a Toledo.

BLAS:
Advierto
que este parecer que doy
no lleva engaño encubierto;
que si se ofrece gastar,
cuando Roque se volviera
San Cristóbal, sabré dar
mi parte.

GIL:
Cuando eso fuera,
¿quién se pudiera excusar?

PERIBÁÑEZ:
Pues vamos, Antón; que quiero
despedirme de mi esposa.

ANTÓN:
Yo con la imagen te espero.

PERIBÁÑEZ:
Llamará Casilda hermosa
este mi amor lisonjero,
que aunque desculpado quedo
con que el cabildo me ruega,
pienso que enojarla puedo,
pues en tiempo de la siega
me voy de Ocaña a Toledo.
Éntrese.
Salen el COMENDADOR y LEONARDO.

COMENDADOR:
Cuéntame el suceso todo.

LEONARDO:
Si de algún provecho es
haber conquistado a Inés,
pasa, señor, deste modo:
vino de Toledo a Ocaña
Inés con tu labradora,
como de su sol aurora,
más blanda y menos extraña.
Pasé sus calles las veces
que pude, aunque con recato,
porque en gente de aquel trato
hay maliciosos jüeces.
Al baile salió una fiesta;
ocasión de hablarla hallé;
habléla de amor, y fue
la vergüenza la respuesta.
Pero saliendo otro día
a las eras, pude hablalla,
y en el camino contalla
la fingida pena mía.
Ya entonces más libremente
mis palabras escuchó,
y pagarme prometió
mi afición honestamente;
porque yo le di a entender
que ser mi esposa podría,
aunque ella mucho temía
lo que era razón temer.
Pero aseguréla yo
que tú, si era su contento,
harías el casamiento,
y de otra manera no.
Con esto está de manera,
que si a Casilda ha de haber
puerta, por aquí ha de ser;
que es prima y es bachillera.

COMENDADOR:
¡Ay, Leonardo! ¡Si mi suerte
al imposible inhumano
de aqueste desdén villano,
roca del mar siempre fuerte,
hallase fácil camino!

LEONARDO:
¿Tan ingrata te responde?

COMENDADOR:
Seguíla, ya sabes dónde,
sombra de su sol divino;
y en viendo que me quitaba
el rebozo, era de suerte
que, como de ver la muerte,
de mi rostro se espantaba.
Ya le salían colores
al rostro, ya se teñía
de blanca nieve, y hacía
su furia y desdén mayores,
con efetos desiguales.
Yo con los humildes ojos
mostraba que sus enojos
me daban golpes mortales.
En todo me parecía
que aumentaba su hermosura,
y atrevióse mi locura,
Leonardo, a llamar un día
un pintor, que retrató
en un naipe su desdén.

LEONARDO:
¿Y parecióse?

COMENDADOR:
Tan bien,
que después me le pasó
a un lienzo grande, que quiero
tener donde siempre esté
a mis ojos, y me dé
más favor que el verdadero.
Pienso que estará acabado:
tú irás por él a Toledo;
pues con el vivo no puedo,
viviré con el pintado.

LEONARDO:
Iré a servirte, aunque siento
que te aflijas por mujer
que la tardas en vencer
lo que ella en saber tu intento.
Déjame hablar con Inés,
que verás lo que sucede.

COMENDADOR:
Si ella lo que dices puede,
no tiene el mundo interés…

LUJÁN entre, como segador.

LUJÁN:
¿Estás solo?

COMENDADOR:
¡Oh buen Luján!
Sólo está Leonardo aquí.

LUJÁN:
¡Albricias, señor!

COMENDADOR:
Si a ti
deseos no te las dan,
¿qué hacienda tengo en Ocaña?

LUJÁN:
En forma de segador,
a Peribáñez, señor
tanto el apariencia engaña,
pedí jornal en su trigo,
y, desconocido, estoy
en su casa desde hoy.

COMENDADOR:
¡Quién fuera, Luján, contigo!

LUJÁN:
Mañana al salir la aurora
hemos de ir los segadores
al campo; mas tus amores
tienen gran remedio agora,
que Peribáñez es ido
a Toledo, y te ha dejado
esta noche a mi cuidado;
porque en estando dormido
el escuadrón de la siega
alrededor del portal,
en sintiendo que al umbral
tu seña o tu planta llega,
abra la puerta y te adiestre
por donde vayas a ver
esta invencible mujer.

COMENDADOR:
¿Cómo quieres que te muestre
debido agradecimiento,
Luján, de tanto favor?

LUJÁN:
Es el tesoro mayor
del alma el entendimiento.

COMENDADOR:
¡Por qué camino tan llano
has dado a mi mal remedio!
Pues no estando de por medio
aquel celoso villano,
y abriéndome tú la puerta
al dormir los segadores,
queda en mis locos amores
la de mi esperanza abierta.
¡Brava ventura he tenido,
no sólo en que se partiese,
pero de que no te hubiese
por el disfraz conocido!
¿Has mirado bien la casa?

LUJÁN:
Y ¡cómo si la miré!
Hasta el aposento entré
del sol que tu pecho abrasa.

COMENDADOR:
¿Que has entrado a su aposento?
¿Que de tan divino sol
fuiste Faetón español?
¡Espantoso atrevimiento!
¿Qué hacía aquel ángel bello?

LUJÁN:
Labor en un limpio estrado,
no de seda ni brocado,
aunque pudiera tenello,
mas de azul guadamecí,
con unos vivos dorados,
que en vez de borlas, cortados
por las cuatro esquinas vi.
Y como en toda Castilla
dicen del agosto ya
que el frío en el rostro da,
y ha llovido en nuestra villa,
o por verse caballeros
antes del invierno frío,
sus paredes, señor mío,
sustentan tus reposteros.
Tanto, que dije entre mí,
viendo tus armas honradas:
«Rendidas, que no colgadas,
pues Amor lo quiere ansí».

COMENDADOR:
Antes ellas te advirtieron
de que en aquella ocasión
tomaban la posesión
de la conquista que hicieron;
porque donde están colgadas,
lejos están de rendidas.
Pero cuando fueran vidas,
las doy por bien empleadas.
Vuelve, no te vean aquí;
que mientras me voy a armar,
querrá la noche llegar
para dolerse de mí.

LUJÁN:
¿Ha de ir Leonardo contigo?

COMENDADOR:
Paréceme discreción;
porque en cualquiera ocasión
es bueno al lado un amigo.
Vánse.
Entran CASILDA y INÉS.

CASILDA:
Conmigo te has de quedar
esta noche, por tu vida.

INÉS:
Licencia es razón que pida.
Desto no te has de agraviar;
que son padres en efeto.

CASILDA:
Enviaréles un recaudo,
porque no estén con cuidado.
Que ya es tarde te prometo.

INÉS:
Trázalo como te dé
más gusto, prima querida.

CASILDA:
No me habrás hecho en tu vida
mayor placer, a la fe.
Esto debes a mi amor.

INÉS:
Estás, Casilda, enseñada
a dormir acompañada:
no hay duda, tendrás temor.
Y yo mal podré suplir
la falta de tu velado;
que es mozo, a la fe, chapado,
y para hacer y decir.
Yo, si viese algún rüido,
cuéntame por desmayada.
Tiemblo una espada envainada;
desnuda, pierdo el sentido.

CASILDA:
No hay en casa qué temer;
que duermen en el portal
los segadores.

INÉS:
Tu mal
soledad debe de ser,
y temes que estos desvelos
te quiten el sueño.

CASILDA:
Aciertas;
que los desvelos son puertas
para que pasen los celos
desde el amor al temor;
y en comenzando a temer,
no hay más dormir que poner
con celos remedio a amor.

INÉS:
Pues ¿qué ocasión puede darte
en Toledo?

CASILDA:
¿Tú no ves
que celos es aire, Inés,
que vienen de cualquier parte?

INÉS:
Que de Medina venía
oí yo siempre cantar.

CASILDA:
Y Toledo, ¿no es lugar
de adonde venir podría?

INÉS:
Grandes hermosuras tiene.

CASILDA:
Ahora bien, vente a cenar.

LLORENTE y MENDO, segadores.

LLORENTE:
A quien ha de madrugar,
dormir luego le conviene.

MENDO:
Digo que muy justo es.
Los ranchos pueden hacerse.

CASILDA:
Ya vienen a recogerse
los segadores, Inés.

INÉS:
Pues vamos, y a Sancho avisa
el cuidado de la huerta.

[Vánse.]

LLORENTE:
Muesama acude a la puerta.
Andará dándonos prisa,
por no estar aquí su dueño.

Entren BARTOLO y CHAPARRO, segadores.

BARTOLO:
Al alba he de haber segado
todo el repecho del prado.

CHAPARRO:
Si diere licencia el sueño…
Buenas noches os dé Dios,
Mendo y Llorente.

MENDO:
El sosiego
no será mucho, si luego
habemos de andar los dos
con las hoces a destajo,
aquí manada, aquí corte.

CHAPARRO:
Pardiez, Mendo, cuando importe,
bien luce el justo trabajo.
Sentaos, y antes de dormir,
o cantemos o contemos
algo de nuevo, y podremos
en esto nos divertir.

BARTOLO:
¿Tan dormido estáis, Llorente?

LLORENTE:
Pardiez, Bartol, que quisiera
que en un año amaneciera
cuatro veces solamente.

HELIPE y LUJÁN, segadores.

HELIPE:
¿Hay para todos lugar?

MENDO:
¡Oh, Helipe! Bien venido.

LUJÁN:
Y yo, si lugar os pido,
¿podréle por dicha hallar?

CHAPARRO:
No faltará para vos.
Aconchaos junto a la puerta.

BARTOLO:
Cantar algo se concierta.

CHAPARRO:
Y aun contar algo, por Dios.

LUJÁN:
Quien supiere un lindo cuento,
póngale luego en el corro.

CHAPARRO:
De mi capote me ahorro,
y para escuchar me asiento.

LUJÁN:
Va primero de canción,
y luego diré una historia
que me viene a la memoria.

MENDO:
Cantad.

LLORENTE:
Ya comienzo el son.

Canten con las guitarras.

Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole ¡ay Jesús, qué olor!

Trébole de la casada,
que a su esposo quiere bien;
de la doncella también,
entre paredes guardada,
que fácilmente engañada,
sigue su primero amor.

Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole ¡ay Jesús, qué olor!

Trébole de la soltera,
que tantos amores muda;
trébole de la vïuda,
que otra vez casarse espera,
tocas blancaspor defuera
y faldellínde color.

Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele!
Trébole ¡ay Jesús, qué olor!

LUJÁN:
Parece que se han dormido.
No tenéis ya que cantar.

LLORENTE:
Yo me quiero recostar,
aunque no en trébol florido.

LUJÁN:
(¿Qué me detengo? Ya están
los segadores durmiendo.
Noche, este amor te encomiendo.
Prisa los silbos me dan.
La puerta le quiero abrir.)
¿Eres tú señor?

Entren el COMENDADOR y LEONARDO.

COMENDADOR:
Yo soy.

LUJÁN:
Entra presto.

COMENDADOR:
Dentro estoy.

LUJÁN:
Ya comienzan a dormir.
Seguro por ellos pasa;
que un carro puede pasar
sin que puedan despertar.

COMENDADOR:
Luján, yo no sé la casa.
Al aposento me guía.

LUJÁN:
Quédese Leonardo aquí.

LEONARDO:
Que me place.

LUJÁN:
Ven tras mí.

COMENDADOR:
¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía!
Dáme próspero suceso.

LLORENTE:
¡Hola, Mendo!

MENDO:
¿Qué hay, Llorente?

LLORENTE:
En casa anda gente.

MENDO:
¿Gente?
Que lo temí te confieso.
¡Así se guarda el decoro
a Peribáñez!

LLORENTE:
No sé.
Sé que no es gente de a pie.

MENDO:
¿Cómo?

LLORENTE:
Trae capa con oro.

MENDO:
¿Con oro? Mátenme aquí
si no es el Comendador.

LLORENTE:
Demos voces.

MENDO:
¿No es mejor
callar?

LLORENTE:
Sospecho que sí.
Pero ¿de qué sabes que es
el Comendador?

MENDO:
No hubiera
en Ocaña quien pusiera
tan atrevido los pies,
ni aun en pensamiento, aquí.

LLORENTE:
Esto es casar con mujer
hermosa.

MENDO:
¿No puede ser
que ella esté sin culpa?

LLORENTE:
Sí.
Ya vuelven. Hazte dormido.

COMENDADOR:
¡Ce! ¡Leonardo!

LEONARDO:
¿Qué hay, señor?

COMENDADOR:
Perdí la ocasión mejor
que pudiera haber tenido.

LEONARDO:
¿Cómo?

COMENDADOR:
Ha cerrado, y muy bien,
el aposento esta fiera.

LEONARDO:
Llama.

COMENDADOR:
¡Si gente no hubiera!
Más despertarán también.

LEONARDO:
No harán, que son segadores,
y el vino y cansancio son
candados de la razón
y sentidos exteriores.
Pero escucha: que han abierto
la ventana del portal.

COMENDADOR:
Todo me sucede mal.

LEONARDO:
¿Si es ella?

COMENDADOR:
Tenlo por cierto.

A la ventana, con un rebozo,CASILDA.

CASILDA:
¿Es hora de madrugar,
amigos?

COMENDADOR:
Señora mía,
ya se va acercando el día,
y es tiempo de ir a segar.
Demás, que saliendo vos,
sale el sol, y es tarde ya.
Lástima a todos nos da
de veros sola, por Dios.
No os quiere bien vuestro esposo,
pues a Toledo se fue
y os deja una noche. A fe
que si fuera tan dichoso
el Comendador de Ocaña
—que sé yo que os quiere bien,
aunque le mostráis desdén
y sois con él tan extraña—,
que no os dejara, aunque el Rey
por sus cartas le llamara;
que dejar sola esa cara
nunca fue de amantes ley.

CASILDA:
Labrador de lejas tierras
que has venido a nuesa villa
convidado del agosto,
¿quien te dio tanta malicia?
Ponte tu tosca antipara,
del hombro el gabán derriba,
la hoz menuda en el cuello,
los dediles en la cinta.
Madruga al salir del alba,
mira que te llama el día,
ata las manadas secas
sin maltratar las espigas.
Cuando salgan las estrellas,
a tu descanso camina,
y no te metas en cosas
de que algún mal se te siga.
El Comendador de Ocaña
servirá dama de estima,
no con sayuelo de grana
ni con saya de palmilla.
Copete traerá rizado,
gorguera de holanda fina,
no cofia de pinos tosca,
y toca de argentería.
En coche o silla de seda
los disantos irá a misa;
no vendrá en carro de estacas
de los campos a las viñas.
Dirále en cartas discretas
requiebros a maravilla,
no labradores desdenes,
envueltos en señorías.
Olerále a guantes de ámbar,
a perfumes y pastillas;
no a tomillo ni cantueso,
poleo y zarzas floridas.
Y cuando el Comendador
me amase como a su vida
y se diesen virtud y honra
por amorosas mentiras,
más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla
que al Comendador de Ocaña
con la suya guarnecida.
Más precio verle venir
en su yegua la tordilla,
la barba llena de escarcha
y de nieve la camisa,
la ballesta atravesada,
y del arzón de la silla
dos perdices o conejos,
y el podenco de traílla,
que ver al Comendador
con gorra de seda rica,
y cubiertos de diamantes
los brahones y capilla;
que más devoción me causa
la cruz de piedra en la ermita
que la roja de Santiago
en su bordada ropilla.
Vete, pues, el segador,
mala fuese la tu dicha;
que si Peribáñez viene,
no verás la luz del día.

COMENDADOR:
Quedo, señora. … ¡Señora! …
Casilda, amores, Casilda.
Yo soy el Comendador;
abridme, por vuestra vida.
Mirad que tengo que daros
dos sartas de perlas finas
y una cadena esmaltada
de más peso que la mía.

CASILDA:
Segadores de mi casa,
no durmáis, que con su risa
os está llamando el alba.
¡Ea!, relinchos y grita;
que al que a la tarde viniere
con más manadas cogidas,
le mando el sombrero grande
con que va Pedro a las viñas.

Quítase de la ventana.

MENDO:
Llorente, muesa ama llama.

LUJÁN:
(Huye, señor, huye aprisa;

COMENDADOR:
que te ha de ver esta gente.)
(¡Ah crüel sierpe de Libia!
Pues aunque gaste mi hacienda,
mi honor, mi sangre y mi vida,
he de rendir tus desdenes,
tengo de vencer tus iras.)

Vase el COMENDADOR.

B[A]RTOLO:
Yérguete cedo, Chaparro,
que viene a gran prisa el día.

CHAPARRO:
¡Ea!, Helipe; que es muy tarde.

HELIPE:
Pardiez, Bartol, que se miran
todos los montes bañados
de blanca luz por encima.

LLORENTE:
Seguidme todos, amigos,
porque muesama no diga
que porque muesamo falta,
andan las hoces baldías.
Éntrense todos relinchando.
Entren PERIBÁÑEZ y el PINTOR y ANTÓN.

PERIBÁÑEZ:
Entre las tablas que vi
de devoción o retratos,
adonde menos ingratos
los pinceles conocí,
una he visto que me agrada,
o porque tiene primor,
o porque soy labrador
y lo es también la pintada.
Y pues ya se concertó
el aderezo del santo,
reciba yo favor tanto,
que vuelva a mirarla yo.

PINTOR:
Vos tenéis mucha razón;
que es bella la labradora.

PERIBÁÑEZ:
Quitalda del clavo ahora;
que quiero enseñarla a Antón.

ANTÓN:
Ya la vi; mas si queréis,
también holgaré de vella.

PERIBÁÑEZ:
Id, por mi vida, por ella.

PINTOR:
Yo voy.

PERIBÁÑEZ:
Un ángel veréis.

ANTÓN:
Bien sé yo por qué miráis
la villana con cuidado.

PERIBÁÑEZ:
Sólo el traje me le ha dado;
que en el gusto, os engañáis.

ANTÓN:
Pienso que os ha parecido
que parece a vuestra esposa.

PERIBÁÑEZ:
¿Es Casilda tan hermosa?

ANTÓN:
Pedro, vos sois su marido:
a vos os está más bien
alaballa, que no a mí.

El PINTOR con el retrato de CASILDA, grande.

PINTOR:
La labradora está aquí.

PERIBÁÑEZ:
(Y mi deshonra también.)

PINTOR:
¿Qué os parece?

PERIBÁÑEZ:
Que es notable.
¿No os agrada, Antón?

ANTÓN:
Es cosa
a vuestros ojos hermosa,
y a los del mundo admirable.

PERIBÁÑEZ:
Id, Antón, a la posada,
y ensillad mientras que voy.

ANTÓN:
(Puesto que inorante soy,
Casilda es la retratada,
y el pobre de Pedro está
abrasándose de celos.)
Adiós.

Váyase ANTÓN.

PERIBÁÑEZ:
No han hecho los cielos
cosa, señor, como ésta.
¡Bellos ojos! ¡Linda boca!
¿De dónde es esta mujer?

PINTOR:
No acertarla a conocer
a imaginar me provoca
que no está bien retratada,
porque donde vos nació.

PERIBÁÑEZ:
¿En Ocaña?

PINTOR:
Sí.

PERIBÁÑEZ:
Pues yo
conozco una desposada
a quien algo se parece.

PINTOR:
Yo no sé quien es; mas sé
que a hurto la retraté,
no como agora se ofrece,
mas en un naipe. De allí
a este lienzo la he pasado.

PERIBÁÑEZ:
Ya sé quién la ha retratado.
Si acierto ¿diréislo?

PINTOR:
Sí.

PERIBÁÑEZ:
El Comendador de Ocaña.

PINTOR:
Por saber que ella no sabe
el amor de hombre tan grave,
que es de lo mejor de España,
me atrevo a decir que es él.

PERIBÁÑEZ:
Luego, ¿ella no es sabidora?

PINTOR:
Como vos antes de agora;
antes, por ser tan fiel,
tanto trabajo costó
el poderla retratar.

PERIBÁÑEZ:
¿Queréismela a mí fiar
y llevarésela yo?

PINTOR:
No me han pagado el dinero.

PERIBÁÑEZ:
Yo os daré todo el valor.

PINTOR:
Temo que el Comendador
se enoje, y mañana espero
un lacayo suyo aquí.

PERIBÁÑEZ:
Pues ¿sábelo ese lacayo?

PINTOR:
Anda veloz como un rayo
por rendirla.

PERIBÁÑEZ:
Ayer le vi,
y le quise conocer.

PINTOR:
¿Mandáis otra cosa?

PERIBÁÑEZ:
En tanto
que nos reparáis el santo,
tengo de venir a ver
mil veces este retrato.

PINTOR:
Como fuéredes servido.
Adiós.

Vase el PINTOR.

PERIBÁÑEZ:
¿Qué he visto y oído,
cielo airado, tiempo ingrato?
Mas si deste falso trato
no es cómplice mi mujer,
¿cómo doy a conocer
mi pensamiento ofendido?
Porque celos de marido
no se han de dar a entender.
Basta que el Comendador
a mi mujer solicita;
basta que el honor me quita,
debiéndome dar honor.
Soy vasallo, es mi señor,
vivo en su amparo y defensa;
si en quitarme el honor piensa,
quitaréle yo la vida;
que la ofensa acometida
ya tiene fuerza de ofensa.
Erré en casarme, pensando
que era una hermosa mujer
toda la vida un placer
que estaba el alma pasando;
pues no imaginé que cuando
la riqueza poderosa
me la mirara envidiosa,
la codiciara también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Don Fadrique me retrata
a mi mujer; luego ya
haciendo debujo está
contra el honor, que me mata.
Si pintada me maltrata
la honra, es cosa forzosa
que venga a estar peligrosa
la verdadera también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Mal lo miró mi humildad
en buscar tanta hermosura;
mas la virtud asegura
la mayor dificultad.
Retirarme a mi heredad
es dar puerta vergonzosa
a quien cuanto escucha glosa
y trueca en mal todo el bien…
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Pues también salir de Ocaña
es el mismo inconveniente,
y mi hacienda no consiente
que viva por tierra extraña.
Cuanto me ayuda me daña;
pero hablaré con mi esposa,
aunque es ocasión odiosa
pedirle celos también.
¡Mal haya el humilde, amén,
que busca mujer hermosa!
Vase.
Entren LEONARDO y el COMENDADOR.

COMENDADOR:
Por esta carta, como digo, manda
su majestad, Leonardo, que le envíe
de Ocaña y de su tierra alguna gente.

LEONARDO:
Y ¿qué piensas hacer?

COMENDADOR:
Que se echen bandos
y que se alisten de valientes mozos
hasta docientos hombres, repartidos
en dos lucidas compañías, ciento
de gente labradora, y ciento hidalgos.

LEONARDO:
Y ¿no será mejor hidalgos todos?

COMENDADOR:
No caminas al paso de mi intento,
y así, vas lejos de mi pensamiento.
Destos cien labradores hacer quiero
cabeza y capitán a Peribáñez,
y con esta invención tenelle ausente.

LEONARDO:
¡Extrañas cosas piensan los amantes!

COMENDADOR:
Amor es guerra, y cuanto piensa, ardides.
¿Si habrá venido ya?

LEONARDO:
Luján me dijo
que a comer le esperaban, y que estaba
Casilda llena de congoja y miedo.
Supe después de Inés que no diría
cosa de lo pasado aquella noche,
y que, de acuerdo de las dos, pensaba
disimular, por no causarle pena,
a que, viéndola triste y afligida,
no se atreviese a declarar su pecho
lo que después para servirte haría.

COMENDADOR:
¡Rigurosa mujer! ¡Maldiga el Cielo
el punto en que caí, pues no he podido
desde entonces, Leonardo, levantarme
de los umbrales de su puerta!

LEONARDO:
Calla,
que más fuerte era Troya, y la conquista
derribó sus murallas por el suelo.
Son estas labradoras encogidas,
y por hallarse indignas, las más veces
niegan, señor, lo mismo que desean.
Ausenta a su marido honradamente,
que tú verás el fin de tu deseo.

COMENDADOR:
Quiéralo mi ventura; que te juro
que habiendo sido en tantas ocasiones
tan animoso, como sabe el mundo,
en ésta voy con un temor notable.

LEONARDO:
Bueno será saber si Pedro viene.

COMENDADOR:
Parte, Leonardo, y de tu Inés te informa
sin que pases la calle ni levantes
los ojos a ventana o puerta suya.

LEONARDO:
Exceso es ya tan gran desconfianza,
porque ninguno amó sin esperanza.

Vase LEONARDO.

COMENDADOR:
Cuentan de un rey que a un árbol adoraba,
y que un mancebo a un [mármol] asistía,
a quien, sin dividirse noche y día,
sus amores y quejas le contaba;
pero el que un tronco y una piedra amaba
más esperanza de su bien tenía,
pues, en fin, acercársele podría,
y a hurto de la gente le abrazaba.
¡Mísero yo, que adoro [en] otro muro
colgada aquella ingrata y verde hiedra,
cuya dureza enternecer procuro!
Tal es el fin que mi esperanza medra;
mas, pues que de morir estoy seguro,
¡plega al Amor que te convierta en piedra!
Vase.
Entren PERIBÁÑEZ y ANTÓN.

PERIBÁÑEZ:
Vos os podéis ir, Antón,
a vuestra casa; que es justo.

ANTÓN:
Y vos ¿no fuera razón?

PERIBÁÑEZ:
Ver mis segadores gusto,
pues llego a buena ocasión,
que la haza cae aquí.

ANTÓN:
Y¿no fuera mejor haza
vuestra Casilda?

PERIBÁÑEZ:
Es ansí;
pero quiero darles traza
de lo que han de hacer, por mí.
Id a ver vuesa mujer,
y a la mía así de paso
decid que me quedo a ver
nuestra hacienda.

ANTÓN:
(¡Extraño caso!
No quiero darle a entender
que entiendo su pensamiento.)
Quedad con Dios.

PERIBÁÑEZ:
Él os guarde.

Vase ANTÓN.
Tanta es la afrenta que siento,
que sólo por entrar tarde
hice aqueste fingimiento.
¡Triste yo! Si no es culpada
Casilda, ¿por qué rehúyo
el verla? ¡Ay, mi prenda amada!
[Pero a] tu gracia atribuyo
mi fortuna desgraciada.
Si tan hermosa no fueras,
claro está que no le dieras
al señor Comendador
causa de tan loco amor.
Éstos son mi trigo y eras.
¡Con qué diversa alegría,
oh campos, pensé miraros
cuando contento vivía!
Porque viniendo a sembraros,
otra esperanza tenía.
Con alegre corazón
pensé de vuestras espigas
henchir mis trojes, que son
agora eternas fatigas
de mi perdida opinión.

(Voces)
Mas quiero disimular,
que ya sus relinchos siento.
Oírlos quiero cantar,
porque en ajeno instrumento
comienza el alma a llorar.

Dentro, grita, como que siegan.

MENDO:
Date más priesa, Bartol;
mira que la noche baja,
y se va [a] poner el sol.

BARTOLO:
Bien cena, quien bien trabaja,
dice el refrán español.

LLORENTE:
Échote una pulla, Andrés:
que te bebas media azumbre.

CHAPARRO:
Échame otras dos, Ginés.

PERIBÁÑEZ:
Todo me da pesadumbre,
todo mi desdicha es.

MENDO:
Canta, Llorente, el cantar
de la mujer de muesamo.

PERIBÁÑEZ:
¿Qué tengo más que esperar?
La vida, Cielos, desamo.
¿Quién me la quiere quitar?

Canta un segador.

La mujer de Peribáñez
hermosa es a maravilla;
el Comendador de Ocaña
de amores la requería.
La mujer es virtüosa
cuanto hermosa y cuanto linda;
mientras Pedro está en Toledo
desta suerte respondía:
«Más quiero yo a Peribáñez
con su capa la pardilla,
que no a vos, Comendador,
con la vuesa guarnecida».

PERIBÁÑEZ:
Notable aliento he cobrado
con oír esta canción,
porque lo que éste ha cantado
las mismas verdades son
que en mi ausencia habrán pasado.
¡Oh, cuánto le debe al Cielo
quien tiene buena mujer!
Que el jornal dejan, recelo.
Aquí me quiero esconder.
¡Ojalá se abriera el suelo!
Que aunque en gran satisfacción,
Casilda, de ti me pones,
pena tengo con razón,
porque honor que anda en canciones
tiene dudosa opinión.
Éntrese.
INÉS y CASILDA.

CASILDA:
¿Tú me habías de decir
desatino semejante?

INÉS:
Deja que pase adelante.

CASILDA:
¿Ya cómo te puedo oír?

INÉS:
Prima, no me has entendido,
y este preciarte de amar
a Pedro, te hace pensar
que ya está Pedro ofendido.
Lo que yo te digo a ti
es cosa que a mí me toca.

CASILDA:
¿A ti?

INÉS:
Sí.

CASILDA:
Yo estaba loca.
Pues si a ti te toca, di.

INÉS:
Leonardo, aquel caballero
del Comendador, me ama,
y por su mujer me quiere.

CASILDA:
Mira, prima, que te engaña.

INÉS:
Yo sé, Casilda, que soy
su misma vida.

CASILDA:
Repara
que son sirenas los hombres,
que para matarnos cantan.

INÉS:
Yo tengo cédula suya.

CASILDA:
Inés, plumas y palabras
todas se las lleva el viento.
Muchas damas tiene Ocaña
con ricos dotes, y tú
ni eres muy rica ni hidalga.

INÉS:
Prima, si con el desdén
que ahora comienzas, tratas
al señor Comendador,
falsas son mis esperanzas,
todo mi remedio impides.

CASILDA:
¿Ves, Inés, cómo te engañas?
Pues porque me digas eso
quiere fingir que te ama.

INÉS:
Hablar bien no quita honor;
que yo no digo que salgas
a recebirle a la puerta
ni a verle por la ventana.

CASILDA:
Si te importara la vida,
no le mirara la cara.
Y advierte que no le nombres,
o no entres más en mi casa;
que del ver viene el oír,
y de las locas palabras
vienen las infames obras.

PERIBÁÑEZ, con unas alforjas en las manos.

PERIBÁÑEZ:
¡Esposa!

CASILDA:
¡Luz de mi alma!

PERIBÁÑEZ:
¿Estás buena?

CASILDA:
Estoy sin ti.
¿Vienes bueno?

PERIBÁÑEZ:
El verte basta
para que salud me sobre.
¡Prima!

INÉS:
¡Primo!

PERIBÁÑEZ:
¿Qué me falta,
si juntas os veo?

CASILDA:
Estoy
a nuestra Inés obligada;
que me ha hecho compañía
lo que has faltado de Ocaña.

PERIBÁÑEZ:
A su casamiento rompas
dos chinelas argentadas,
y yo los zapatos nuevos
que siempre en bodas se calzan.

CASILDA:
¿Qué me traes de Toledo?

PERIBÁÑEZ:
Deseos; que por ser carga
tan pesada, no he podido
traerte joyas ni galas.
Con todo, te traigo aquí
para esos pies, que bien hayan,
unas chinelas abiertas,
que abrochan cintas de nácar.
Traigo más: seis tocas rizas,
y para prender las sayas,
dos cintas de vara y media,
con sus herretes de plata.

CASILDA:
Mil años te guarde el Cielo.

PERIBÁÑEZ:
Sucedióme una desgracia;
que, a la fe, que fue milagro
llegar con vida a mi casa.

CASILDA:
¡Ay Jesús! Toda me turbas.

PERIBÁÑEZ:
Caí de unas cuestas altas
sobre unas piedras.

CASILDA:
¿Qué dices?

PERIBÁÑEZ:
Que si no me encomendara
al santo en cuyo servicio
caí de la yegua baya,
a estas horas estoy muerto.

CASILDA:
Toda me tienes helada.

PERIBÁÑEZ:
Prometíle la mejor
prenda que hubiese en mi casa
para honor de su capilla;
y así, quiero que mañana
quiten estos reposteros,
que nos harán poca falta,
y cuelguen en las paredes
de aquella su ermita santa
en justo agradecimiento.

CASILDA:
Si fueran paños de Francia,
de oro, seda, perlas, piedras,
no replicara palabra.

PERIBÁÑEZ:
Pienso que nos está bien
que no estén en nuestra casa
paños con armas ajenas:
no murmuren en Ocaña
que un villano labrador
cerca su inocente cama
de paños comendadores,
llenos de blasones y armas.
Timbre y plumas no están bien
entre el arado y la pala,
bieldo, trillo y azadón;
que en nuestras paredes blancas
no han de estar cruces de seda,
sino de espigas y pajas,
con algunas amapolas,
manzanillas y retamas.
Yo ¿qué moros he vencido,
para castillos y bandas?
Fuera de que sólo quiero
que haya imágines pintadas:
la Anunciación, la Asunción,
San Francisco con sus llagas,
San Pedro Mártir, San Blas
contra el mal de la garganta,
San Sebastián y San Roque,
y otras pinturas sagradas;
que retratos, es tener
en las paredes fantasmas.
Uno vi yo que quisiera…
Pero no quisiera nada.
Vamos a cenar, Casilda,
y apercíbanme la cama.

CASILDA:
¿No estás bueno?

PERIBÁÑEZ:
Bueno estoy.

Entre LUJÁN.

LUJÁN:
Aquí un crïado te aguarda
del Comendador.

PERIBÁÑEZ:
¿De quién?

LUJÁN:
Del Comendador de Ocaña.

PERIBÁÑEZ:
Pues ¿qué me quiere a estas horas?

LUJÁN:
Eso sabrás si le hablas.

PERIBÁÑEZ:
¿Eres tú aquel segador
que anteayer entró en mi casa?

LUJÁN:
¿Tan presto me desconoces?

PERIBÁÑEZ:
Donde tantos hombres andan,
no te espantes.

LUJÁN:
(Malo es esto.)

INÉS:
(Con muchos sentidos habla.)

PERIBÁÑEZ:
(¿El Comendador a mí?
[¡Ay honra,] al cuidado ingrata!
Si eres vidrio, al mejor vidrio
cualquiera golpe le basta.)

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Acto tercero

Figuras del tercer acto

EL COMENDADOR
LUJÁN
LEONARDO
UN CRIADO
PERIBÁÑEZ
LOS MÚSICOS
BLAS, labrador
EL REY ENRIQUE
BELARDO, labrador
LA REINA
ANTÓN, labrador
EL CONDESTABLE
INÉS
GÓMEZ MANRIQUE
COSTANZA
UN PAJE
CASILDA
UN SECRETARIO

El COMENDADOR y LEONARDO.

COMENDADOR:
Cuéntame, Leonardo, breve,
lo que ha pasado en Toledo.

LEONARDO:
Lo que referirte puedo,
puesto que a ceñirlo pruebe
en las más breves razones,
quiere más paciencia.

COMENDADOR:
Advierte
que soy un sano a la muerte,
y que remedios me pones.

LEONARDO:
El rey Enrique el Tercero,
que hoy el Justiciero llaman,
porque Catón y Aristides
en la equidad no le igualan,
el año de cuatrocientos
y seis sobre mil estaba
en la villa de Madrid,
donde le vinieron cartas,
que quebrándole las treguas
el Rey moro de Granada,
no queriéndole volver
por promesas y amenazas
el castillo de Ayamonte,
ni menos pagarle parias,
determinó hacerle guerra;
y para que la jornada
fuese como convenía
a un rey, el mayor de España,
y le ayudasen sus deudos
de Aragón y de Navarra,
juntó cortes en Toledo,
donde al presente se hallan
prelados y caballeros,
villas y ciudades varias
—digo, sus procuradores—,
donde en su real Alcázar
la disposición de todo
con justos acuerdos tratan
el obispo de Sigüenza,
que la insigne iglesia santa
rige de Toledo ahora,
porque está su silla vaca
por la muerte de don Pedro
Tenorio, varón de fama;
el obispo de Palencia,
don Sancho de Rojas, clara
imagen de sus pasados,
y que el de Toledo aguarda;
don Pablo el de Cartagena,
a quien ya a Burgos señalan;
el gallardo don Fadrique,
hoy conde de Trastamara,
aunque ya duque de Arjona
toda la corte le llama,
y don Enrique Manuel,
primos del Rey, que bastaban,
no de Granada, de Troya,
ser incendio sus espadas;
Ruy López de Ávalos, grande
por la dicha y por las armas,
Condestable de Castilla,
alta gloria de su casa;
el Camarero mayor
del Rey, por sangre heredada
y virtud propia, aunque tiene
también de quien heredarla,
por Juan de Velasco digo,
digno de toda alabanza;
don Diego López de Estúñiga,
que Justicia mayor llaman;
y el mayor Adelantado
de Castilla, de quien basta
decir que es Gómez Manrique,
de cuyas historias largas
tienen Granada y Castilla
cosas tan raras y extrañas;
los oidores del Audiencia
del Rey, y que el reino amparan:
Pero Sánchez del Castillo,
Rodríguez de Salamanca
y Perïañez…

COMENDADOR:
[De]tente.
¿Que Perïañez? Aguarda;
que la sangre se me yela
con ese nombre.

LEONARDO:
¡Oh, qué gracia!
Háblote de los oidores
del Rey, y ¡del que se llama
Peribáñez imaginas,
que es el labrador de Ocaña!

COMENDADOR:
Si hasta ahora te pedía
la relación y la causa
de la jornada del Rey,
ya no me atrevo a escucharla.
¿Eso todo se resuelve
en que el Rey hace jornada
con lo mejor de Castilla
a las fronteras, que guardan,
con favor del granadino,
los que les niegan las parias?

LEONARDO:
Eso es todo.

COMENDADOR:
Pues advierte
[a] lo que me es de importancia,
que mientras fuiste a Toledo,
tuvo ejecución la traza.
Con Peribáñez hablé,
y le dije que gustaba
de nombralle capitán
de cien hombres de labranza,
y que se pusiese a punto.
Parecióle que le honraba,
como es verdad, a no ser
honra aforrada en infamia.
Quiso ganarla en efeto;
gastó su hacendilla en galas,
y sacó su compañía
ayer, Leonardo, a la plaza;
y hoy, según Luján me ha dicho,
con ella a Toledo marcha.

LEONARDO:
¡Buena te deja a Casilda,
tan villana y tan ingrata
como siempre!

COMENDADOR:
Sí; mas mira
que amor en ausencia larga
hará el efeto que suele
en piedra el curso del agua.

Tocan cajas.

LEONARDO:
Pero ¿qué cajas son éstas?

COMENDADOR:
No dudes que son sus cajas.
Tu alférez trae los hidalgos.
Toma, Leonardo, tus armas,
porque mejor le engañemos,
para que a la vista salgas
también con tu compañía.

LEONARDO:
Ya llegan. Aquí me aguarda.
Váyase LEONARDO.
Entra una compañía de labradores, armados graciosamente, y detrás PERIBÁÑEZ con espada y daga.

PERIBÁÑEZ:
No me quise despedir
sin ver a su señoría.

COMENDADOR:
Estimo la cortesía.

PERIBÁÑEZ:
Yo os voy, señor, a servir.

COMENDADOR:
Decid «al Rey, mi señor».

PERIBÁÑEZ:
Al Rey y a vos.

COMENDADOR:
Está bien.

PERIBÁÑEZ:
Que al Rey es justo, y también
a vos, por quien tengo honor;
que yo ¿cuándo mereciera
ver mi azadón y gabán
con nombre de capitán,
con jineta y con bandera
del Rey, a cuyos oídos
mi nombre llegar no puede,
porque su estatura excede
todos mis cinco sentidos?
Guárdeos muchos años Dios.

COMENDADOR:
Y os traiga, Pedro, con bien.

PERIBÁÑEZ:
¿Vengo bien vestido?

COMENDADOR:
Bien.
No hay diferencia en los dos.

PERIBÁÑEZ:
Sola una cosa querría…
No sé si a vos os agrada.

COMENDADOR:
Decid, a ver.

PERIBÁÑEZ:
Que la espada
me ciña su señoría,
para que ansí vaya honrado.

COMENDADOR:
Mostrad; haréos caballero;
que de esos bríos espero,
Pedro, un valiente soldado.

PERIBÁÑEZ:
Pardiez, señor, hela aquí.
Cíñamela su mercé.

COMENDADOR:
Esperad, os la pondré,
porque la llevéis por mí.

BELARDO:
Híncate, Blas, de rodillas;
que le quieren her hidalgo.

BLAS:
Pues ¿quedará falto en algo?

BELARDO:
En mucho, si no te humillas.

BLAS:
Belardo, vos que sois viejo,
¿hanle de dar con la espada?

BELARDO:
Yo de mi burra manchada,
de su albarda y aparejo,
entiendo más que de armar
caballeros de Castilla.

COMENDADOR:
Ya os he puesto la cuchilla.

PERIBÁÑEZ:
¿Qué falta agora?

COMENDADOR:
Jurar
que a Dios, supremo Señor,
y al Rey serviréis con ella.

PERIBÁÑEZ:
Eso juro, y de traella
en defensa de mi honor,
del cual, pues voy a la guerra,
adonde vos me mandáis,
ya por defensa quedáis,
como señor desta tierra.
Mi casa y mujer, que dejo
por vos, recién desposado,
remito a vuestro cuidado
cuando de los dos me alejo.
Esto os fío, porque es más
que la vida, con quien voy;
que aunque tan seguro estoy
que no la ofendan jamás,
gusto que vos la guardéis,
y corra por vos, a efeto
de que, como tan discreto,
lo que es el honor sabéis;
que con él no se permite
que hacienda y vida se iguale,
y quien sabe lo que vale,
no es posible que la quite.
Vos me ceñistes espada,
con que ya entiendo de honor;
que antes yo pienso, señor,
que entendiera poco o nada.
Y pues iguales los dos
con este honor me dejáis,
mirad cómo le guardáis,
o quejaréme de vos.

COMENDADOR:
Yo os doy licencia, si hiciere
en guardalle deslealtad,
que de mí os quejéis.

PERIBÁÑEZ:
Marchad,
y venga lo que viniere.

Éntrese, marchando detrás con graciosa arrogancia.

COMENDADOR:
Algo confuso me deja
el estilo con que habla,
porque parece que entabla
o la venganza o la queja.
Pero es que, como he tenido
el pensamiento culpado,
con mi malicia he juzgado
lo que su inocencia ha sido.
Y cuando pudiera ser
malicia lo que entendí,
¿dónde ha de haber contra mí
en un villano poder?
Esta noche has de ser mía,
villana rebelde, ingrata,
porque muera quien me mata
antes que amanezca el día.
Éntrase.
En lo alto, COSTANZA y CASILDA y INÉS.

COSTANZA:
En fin ¿se ausenta tu esposo?

CASILDA:
Pedro a la guerra se va;
que en la que me deja acá
pudiera ser más famoso.

INÉS:
Casilda, no te enternezcas;
que el nombre de capitán
no comoquiera le dan.

CASILDA:
¡Nunca estos nombres merezcas!

COSTANZA:
A fe que tiene razón
Inés; que entre tus iguales,
nunca he visto cargos tales,
porque muy de hidalgos son.
Demás que tengo entendido
que a Toledo solamente
ha de llegar con la gente.

CASILDA:
Pues si eso no hubiera sido,
¿quedárame vida a mí?

INÉS:
La caja suena: ¿si es él?

COSTANZA:
De los que se van con él
ten lástima, y no de ti.

La caja y PERIBÁÑEZ, bandera, soldados.

BELARDO:
Veislas allí en el balcón,
que me remozo de vellas;
mas ya no soy para ellas ni ellas para mí no son.

PERIBÁÑEZ:
¿Tan viejo estáis ya, Belardo?

BELARDO:
El gusto se acabó ya.

PERIBÁÑEZ:
Algo dél os quedará
bajo del capote pardo.

BELARDO:
Pardiez, señor capitán,
tiempo hue que al sol y al aire
solía hacerme donaire,
ya pastor, ya sacristán.
Cayó un año mucha nieve,
y como lo rucio vi,
a la Iglesia me acogí.

PERIBÁÑEZ:
¿Tendréis tres dieces y un nueve?

BELARDO:
Ésos y otros tres decía
un aya que me crïaba;
mas pienso que se olvidaba.
¡Poca memoria tenía!
Cuando la Cava nació
me salió la primer muela.

PERIBÁÑEZ:
¿Ya íbades a la escuela?

BELARDO:
Pudiera juraros yo
de lo que entonces sabía;
pero mil dan a entender
que apenas supe leer,
y es lo más cierto, a fe mía;
que como en gracia se lleva
danzar, cantar o tañer,
yo sé escribir sin leer,
que a fe que es gracia bien nueva.

CASILDA:
¡Ah, gallardo capitán
de mis tristes pensamientos!

PERIBÁÑEZ:
¡Ah, dama la del balcón,
por quien la bandera tengo!

CASILDA:
¿Vaisos de Ocaña, señor?

PERIBÁÑEZ:
Señora, voy a Toledo
a llevar estos soldados,
que dicen que son mis celos.

CASILDA:
Si soldados los lleváis,
ya no ternéis pena dellos;
que nunca el honor quebró
en soldándose los celos.

PERIBÁÑEZ:
No los llevo tan soldados
que no tenga mucho miedo,
no de vos, mas de la causa
por quien sabéis que los llevo.
Que si celos fueran tales
que yo los llamara vuestros,
ni ellos fueran donde van,
ni yo, señora, con ellos.
La seguridad, que es paz
de la guerra en que me veo,
me lleva a Toledo, y fuera
del mundo al último extremo.
A despedirme de vos
vengo, y a decir que os dejo
a vos de vos misma en guarda,
porque en vos y con vos quedo;
y que me deis el favor
que a los capitanes nuevos
suelen las damas que esperan
de su guerra los trofeos.
¿No parece que ya os hablo
a lo grave y caballero?
¡Quién dijera que un villano
que ayer al rastrojo seco
dientes menudos ponía
de la hoz corva de acero,
los pies en las tintas uvas,
rebosando el mosto negro
por encima del lagar,
o la tosca mano al hierro
del arado, hoy os hablara
en lenguaje soldadesco,
con plumas de presunción
y espada de atrevimiento!
Pues sabed que soy hidalgo,
y que decir y hacer puedo;
que el Comendador, Casilda,
me la ciñó, cuando menos.
Pero este menos, si el cuando
viene a ser cuando sospecho,
por ventura será más,
pero yo no menos bueno.

CASILDA:
Muchas cosas me decís
en lengua que ya no entiendo;
el favor sí, que yo sé
que es bien debido a los vuestros.
Más ¿qué podrá una villana
dar a un capitán?

PERIBÁÑEZ:
No quiero
que os tratéis ansí.

CASILDA:
Tomad,
mi Pedro, este listón negro.

PERIBÁÑEZ:
¿Negro me lo dais, esposa?

CASILDA:
Pues, ¿hay en la guerra agüeros?

PERIBÁÑEZ:
Es favor desesperado:
promete luto o destierro.

BRAS:
Y vos señora, Costanza,
¿no dais por tantos requiebros
alguna prenda a un soldado?

COSTANZA:
Bras, esa cinta de perro,
aunque tú vas donde hay tantos,
que las podrás hacer dellos.

BRAS:
¡Plega a Dios que los moriscos
las hagan de mi pellejo,
si no dejare matados
cuantos me fueren huyendo!

INÉS:
¿No pides favor, Belardo?

BELARDO:
Inés, por soldado viejo,
ya que no por nuevo amante,
de tus manos le merezco.

INÉS:
Tomad aqueste chapín.

BELARDO:
No, señora, deteneldo;
que favor de chapinazo,
desde tan alto, no es bueno.

INÉS:
Traedme un moro, Belardo.

BELARDO:
Días ha que ando tras ellos.
Mas si no viniere en prosa,
desde aquí le ofrezco en verso.

LEONARDO, capitán; caja y bandera, y compañía de hidalgos.

LEONARDO:
Vayan marchando, soldados,
con el orden que decía.

INÉS:
¿Qué es esto?

[COSTANZA]:
La compañía
de los hidalgos cansados.

INÉS:
Más lucidos han salido
nuestros fuertes labradores.

COSTANZA:
Si son las galas mejores,
los ánimos no lo han sido.

PERIBÁÑEZ:
¡Hola! Todo hombre esté en vela
y muestre gallardos bríos.

BELARDO:
¡Que piensen estos judíos
que nos mean la pajuela!
Déles un gentil barzón
muesa gente por delante.

PERIBÁÑEZ:
¡Hola! Nadie se adelante;
siga a ballesta lanzón.

Vaya una compañía alderredor de la otra, mirándose.

BRAS:
Agora es tiempo, Belardo,
de mostrar brío.

BELARDO:
Callad;
que a la más caduca edad
suple un ánimo gallardo.

LEONARDO:
Basta, que los labradores
compiten con los hidalgos.

BELARDO:
Éstos huirán como galgos.

BRAS:
No habrá [ciervos] corredores
como éstos, en viendo un moro,
y aun basta oírlo decir.

BELARDO:
Ya los vi a todos hüir
cuando corrimos el toro.

Éntranse los labradores.

LEONARDO:
Ya se han traspuesto. —¡Ce! ¡Inés!

INÉS:
¿Eres tú, mi capitán?

LEONARDO:
¿Por qué tus primas se van?

INÉS:
¿No sabes ya por lo que es?
Casilda es como una roca.
Esta noche hay mal humor.

LEONARDO:
¿No podrá el Comendador
verla, [un punto?]

INÉS:
Punto en boca;
que yo le daré lugar
cuando imagine que llega
Pedro a alojarse.

LEONARDO:
Pues ciega,
si me quieres obligar,
los ojos desta mujer,
que tanto miran su honor;
porque está el Comendador
para morir desde ayer.

INÉS:
Dile que venga a la calle.

LEONARDO:
¿Qué señas?

INÉS:
Quien cante bien.

LEONARDO:
Pues adiós.

INÉS:
¿Vendrás también?

LEONARDO:
Al alférez pienso dalle
estos bravos españoles,
y yo volverme al lugar.

INÉS:
Adiós.

LEONARDO:
Tocad a marchar
que ya se han puesto dos soles.
Vanse.
El COMENDADOR en casa, con ropa, y LUJÁN, lacayo.

COMENDADOR:
En fin ¿le viste partir?

LUJÁN:
Y en una yegua marchar,
notable para alcanzar
y famosa para hüir.
Si vieras cómo regía
Peribáñez sus soldados,
te quitara mil cuidados.

COMENDADOR:
Es muy gentil compañía;
pero a la de su mujer
tengo más envidia yo.

LUJÁN:
Quien no siguió no alcanzó.

COMENDADOR:
Luján, mañana a comer
en la ciudad estarán.

LUJÁN:
Como esta noche alojaren.

COMENDADOR:
Yo te digo que no paren
soldados ni capitán.

LUJÁN:
Como es gente de labor,
y es pequeña la jornada,
y va la danza engañada
con el son del atambor,
no dudo que sin parar
vayan a Granada ansí.

COMENDADOR:
¡Cómo pasará por mí
el tiempo que ha de tardar
desde aquí a las diez!

LUJÁN:
Ya son
casi las nueve. No seas
tan triste que cuando veas
el cabello a la Ocasión,
pierdas el gusto, esperando;
que la esperanza entretiene.

COMENDADOR:
Es, cuando el bien se detiene,
esperar desesperando.

LUJÁN:
Y Leonardo ¿ha de venir?

COMENDADOR:
¿No ves que el concierto es
que se case con Inés,
que es quien la puerta ha de abrir?

LUJÁN:
¿Qué señas ha de llevar?

COMENDADOR:
Unos músicos que canten.

LUJÁN:
¿Cosa que la caza espanten?

COMENDADOR:
Antes nos darán lugar
para que con el rüido
nadie sienta lo que pasa
de abrir ni cerrar la casa.

LUJÁN:
Todo está bien prevenido.
Mas dicen que en un lugar
una parentela toda
se juntó para una boda,
ya a comer y ya a bailar.
Vino el cura y desposado,
la madrina y el padrino,
y el tamboril también vino
con un salterio extremado.
Mas dicen que no tenía[n]
de la desposada el sí,
porque decía que allí
sin su gusto la traían.
Junta, pues, la gente toda,
el cura [le] preguntó;
dijo tres veces que no,
y deshízose la boda.

COMENDADOR:
¿Quieres decir que nos falta
entre tantas prevenciones
el sí de Casilda?

LUJÁN:
Pones
el hombro a empresa muy alta
de parte de su dureza,
y era menester el sí.

COMENDADOR:
No va mal trazado así;
que su villana aspereza
no se ha de rendir por ruegos;
por engaños ha de ser.

LUJÁN:
Bien puede bien suceder;
mas pienso que vamos ciegos.

Un CRIADO y los MÚSICOS.

PAJE:
Los músicos han venido.

MÚSICO I:
Aquí, señor, hasta el día
tiene vuesa señoría
a Lisardo y a Leonido.

COMENDADOR:
¡Oh, amigos! Agradeced
que este pensamiento os fío;
que es de honor y, en fin, es mío.

MÚSICO II:
Siempre nos haces merced.

COMENDADOR:
¿Dan las once?

LUJÁN:
Una, dos, tres…
No dio más.

MÚSICO II:
Contaste mal.
Ocho eran dadas.

COMENDADOR:
¿Hay tal?
¡Que aun de mala gana des
las que da el reloj de buena!

LUJÁN:
Si esperas que sea más tarde,
las tres cuento.

COMENDADOR:
No hay que aguarde.

LUJÁN:
Sosiégate un poco y cena.

COMENDADOR:
¡Mala Pascua te dé Dios!
¿Que cene dices?

LUJÁN:
Pues bebe
siquiera.

COMENDADOR:
¿Hay nieve?

PAJE:
No hay nieve.

COMENDADOR:
Repartilda entre los dos.

PAJE:
La capa tienes aquí.

COMENDADOR:
Muestra. ¿Qué es esto?

PAJE:
Bayeta.

COMENDADOR:
Cuanto miro me inquïeta.
Todos se burlan de mí.
¡Bestias! ¿De luto? ¿A qué efeto?

PAJE:
¿Quieres capa de color?

LUJÁN:
Nunca a las cosas de amor
va de color el discreto.
Por el color se dan señas
de un hombre en un tribunal.

COMENDADOR:
Muestra color, animal.
¿Sois crïados o sois dueñas?

PAJE:
Ves aquí color.

COMENDADOR:
Yo voy,
Amor, donde tú me guías.
Da una noche a tantos días
como en tu servicio estoy.

LUJÁN:
¿Iré [yo] contigo?

COMENDADOR:
Sí,
pues que Leonardo no viene.
Templad, para ver si tiene
templanza este fuego en mí.
Éntrense.
Salga PERIBÁÑEZ.

PERIBÁÑEZ:
¡Bien haya el que tiene bestia
déstas de hüir y alcanzar,
con que puede caminar
sin pesadumbre y molestia!
Alojé mi compañía,
y con ligereza extraña
he dado la vuelta a Ocaña.
¡Oh, cuán bien decir podría:
oh caña, la del honor,
pues que no hay tan débil caña
como el honor, a quien daña
de cualquier viento el rigor!
¡Caña de honor quebradiza,
caña hueca y sin sustancia,
de hojas de poca importancia,
con que su tronco entapiza!
¡Oh, caña, toda aparato,
caña fantástica y vil,
para quebrada sutil,
y verde tan breve rato!
¡Caña, compuesta de ñudos,
y honor al fin dellos lleno,
sólo para sordos bueno,
y para vecinos mudos!
Aquí naciste en Ocaña
conmigo al viento ligero;
yo te cortaré primero
que te quiebres, débil caña.
No acabo de agradecerme
el haberte sustentado,
yegua, que con tal cuidado
supiste a Ocaña traerme.
¡Oh, bien haya la cebada
que tantas veces te di!
Nunca de ti me serví
en ocasión más honrada.
Agora el provecho toco,
contento y agradecido.
Otras veces me has traído,
pero fue pesando poco,
que la honra mucho alienta;
y que te agradezca es bien
que hayas corrido tan bien
con la carga de mi afrenta.
Préciese de buena espada
y de buena cota un hombre;
del amigo de buen nombre,
y de opinión siempre honrada;
de un buen fieltro de camino,
y de otras cosas así;
que una bestia es para mí
un socorro peregrino.
¡Oh, yegua!, ¡en menos de un hora
tres leguas! Al viento igualas;
que, si le pintan con alas,
tú las tendrás desde agora.
Ésta es la casa de Antón,
cuyas paredes confinan
con las mías, que ya inclinan
su peso a mi perdición.
Llamar quiero; que he pensado
que será bien menester.
¡Ah de casa!

Dentro, ANTÓN.

ANTÓN:
¡Hola, mujer!
¿No os parece que han llamado?

PERIBÁÑEZ:
¡Peribáñez!

ANTÓN:
¿Quién golpea
a tales horas?

PERIBÁÑEZ:
Yo soy,
Antón.

ANTÓN:
Por la voz ya voy,
aunque lo que fuere sea.
¿Quién es?

PERIBÁÑEZ:
Quedo, Antón amigo.
Peribáñez soy.

ANTÓN:
¿Quién?

PERIBÁÑEZ:
Yo,
a quien hoy el Cielo dio
tan grave y crüel castigo.

ANTÓN:
Vestido me eché [a dormir,]
porque pensé madrugar;
ya me agradezco el no estar
desnudo. ¿Puédoos servir?

PERIBÁÑEZ:
Por vuesa casa, mi Antón,
tengo de entrar en la mía,
que ciertas cosas de día,
sombras por la noche son.
Ya sospecho que en Toledo
algo entendiste de mí.

ANTÓN:
Aunque callé, lo entendí.
Pero aseguraros puedo
que Casilda…

PERIBÁÑEZ:
No hay que hablar;
por ángel tengo a Casilda.

ANTÓN:
Pues regaladla y servi[l]da.

PERIBÁÑEZ:
Hermano, dejadme estar.

ANTÓN:
Entrad; que si puerta os doy,
es por lo que della sé.

PERIBÁÑEZ:
Como yo seguro esté,
suyo para siempre soy.

ANTÓN:
¿Dónde dejáis los soldados?

PERIBÁÑEZ:
Mi alférez con ellos va;
que yo no he traído acá,
sino sólo mis cuidados.
Y no hizo la yegua poco
en traernos a los dos,
porque hay cuidado, por Dios,
que basta a volverme loco.
Éntrense.
Salga el COMENDADOR, LUJÁN, con broqueles, y los MÚSICOS.

COMENDADOR:
Aquí podéis comenzar,
para que os ayude el viento.

MÚSICO II:
Va de letra.

COMENDADOR:
¡Oh, cuánto siento
esto que llaman templar!

MÚSICOS canten.

Cogióme a tu puerta el toro,
linda casada;
no dijiste: «¡Dios te valga!».

El novillo de tu boda
a tu puerta me cogió;
de la vuelta que me dio,
se rio la villa toda;
y tú, grave y burladora,
linda casada,
no dijiste «¡Dios te valga!».

INÉS, a la puerta.

INÉS:
¡Cese, señor don Fadrique!

COMENDADOR:
¿Es Inés?

INÉS:
La misma soy.

COMENDADOR:
En pena a las once estoy.
Tu cuenta el perdón me aplique,
para que salga de pena.

INÉS:
¿Viene Leonardo?

COMENDADOR:
Asegura
a Peribáñez. Procura,
Inés, mi entrada, y ordena
que vea esa piedra hermosa;
que ya Leonardo vendrá.

INÉS:
¿Tardará mucho?

COMENDADOR:
No hará;
pero fue cosa forzosa
asegurar un marido
tan malicioso.

INÉS:
Yo creo
que a estas horas el deseo
de que le vean vestido
de capitán en Toledo
le tendrá cerca de allá.

COMENDADOR:
Durmiendo acaso estará.
¿Puedo entrar? Dime si puedo.

INÉS:
Entra; que te detenía
por si Leonardo llegaba.

LUJÁN:
¿Luján ha de entrar?

COMENDADOR:
Acaba,
Lisardo. Adiós, hasta el día.

Éntranse. Quedan los MÚSICOS.

MÚSICO I:
El cielo os dé buen suceso.

MÚSICO II:
¿Dónde iremos?

MÚSICO I:
[A] acostar.

MÚSICO II:
¡Bella moza!

MÚSICO I:
Eso…, callar.

MÚSICO II:
Que tengo envidia confieso.
Vánse.
PERIBÁÑEZ solo en su casa.

PERIBÁÑEZ:
Por las tapias de la huerta
de Antón en mi casa entré,
y deste portal hallé
la de mi corral abierta.
En el gallinero quise
estar oculto, mas hallo
que puede ser que algún gallo
mi cuidado los avise.
Con la luz de las esquinas
le quise ver y advertir,
y vile en medio dormir
de veinte o treinta gallinas.
«Que duermas, dije, me espantas,
en tan dudosa fortuna;
no puedo yo guardar una,
¡y quieres tú guardar tantas!»
No duermo yo, que sospecho,
y me da mortal congoja
un gallo de cresta roja,
porque la tiene en el pecho.
Salí al fin, y, cual ladrón
de casa hasta aquí me entré;
con las palomas topé,
que de amor ejemplo son;
y como las vi arrullar,
y con requiebros tan ricos
a los pechos por los picos
las almas comunicar,
dije: «¡Oh, maldígale Dios,
aunque grave y altanero,
al palomino extranjero
que os alborota a los dos!».
Los gansos han despertado,
gruñe el lechón, y los bueyes
braman: que de honor las leyes
hasta el jumentillo, atado
al pesebre con la soga,
desasosiegan por mí,
que soy su dueño; hoy aquí
ven que ya el cordel me ahoga.
Gana me da de llorar.
Lástima tengo de verme
en tanto mal… Mas —¿si duerme
Casilda?— Aquí siento hablar.
En esta saca de harina
me podré encubrir mejor,
que si es el Comendador,
lejos de aquí me imagina.
Escóndese.
INÉS y CASILDA.

CASILDA:
Gente digo que he sentido.

INÉS:
Digo que te has engañado.

CASILDA:
Tú, con un hombre has hablado.

INÉS:
¿Yo?

CASILDA:
Tú, pues.

INÉS:
¿Tú lo has oído?

CASILDA:
Pues si no hay malicia aquí,
mira que serán ladrones.

INÉS:
¡Ladrones! Miedo me pones.

CASILDA:
Da voces.

INÉS:
Yo no.

CASILDA:
Yo sí.

INÉS:
Mira que es alborotar
la vecindad sin razón.

Entren el COMENDADOR y LUJÁN.

COMENDADOR:
Ya no puede mi afición
sufrir, temer ni callar.
Yo soy el Comendador,
yo soy tu señor.

CASILDA:
No tengo
señor más que a Pedro.

COMENDADOR:
Vengo
esclavo, aunque soy señor.
Duélete de mí, o [diré]
que te hallé con el lacayo
que miras.

CASILDA:
Temiendo el rayo,
del trueno no me espanté.
Pues prima, ¡tú me has vendido!

INÉS:
Anda; que es locura ahora,
siendo pobre labradora,
y un villano tu marido,
dejar morir de dolor
a un príncipe; que más va
en su vida, ya que está
en casa, que no en tu honor.
Peribáñez fue a Toledo.

CASILDA:
¡Oh, prima crüel y fiera,
vuelta de prima, tercera!

COMENDADOR:
Dejadme, a ver lo que puedo.

Vayánse.

LUJÁN:
Dejémoslos, que es mejor:
a solas se entenderán.

CASILDA:
Mujer soy de un capitán,
si vos [sois] Comendador.
Y no os acerquéis a mí,
porque a bocados y a coces
os haré…

COMENDADOR:
Paso y sin voces.

PERIBÁÑEZ:
(¡Ay honra! ¿Qué aguardo aquí?
Mas soy pobre labrador.
Bien será llegar y hablalle.
Pero mejor es matalle.)
Perdonad, Comendador,
que la honra es encomienda
de mayor autoridad.

COMENDADOR:
¡Jesús! Muerto soy. ¡Piedad!

PERIBÁÑEZ:
No temas, querida prenda;
mas sígueme por aquí.

CASILDA:
No te hablo, de turbada.
Éntrense.
Siéntese el COMENDADOR en una silla.

COMENDADOR:
Señor, tu sangre sagrada
se duela agora de mí,
pues me ha dejado la herida
pedir perdón a un vasallo.

LEONARDO entre.

LEONARDO:
Todo en confusión lo hallo.
¡Ah, Inés! ¿Estás escondida?
¡Inés!

COMENDADOR:
Voces oyo aquí.
¿Quién llama?

LEONARDO:
Yo soy, Inés.

COMENDADOR:
¡Ay Leonardo! ¿No mes ves?

LEONARDO:
¡Mi señor!

COMENDADOR:
Leonardo, sí.

LEONARDO:
¿Qué te ha dado? Que parece
que muy desmayado estás.

COMENDADOR:
Diome la muerte no más;
mas el que ofende merece.

LEONARDO:
¡Herido! ¿De quién?

COMENDADOR:
No quiero
voces ni venganzas ya.
Mi vida en peligro está,
sola la del alma espero.
No busques, ni hagas extremos,
pues me han muerto con razón.
Llévame a dar confesión,
y las venganzas dejemos.
A Peribáñez perdono.

LEONARDO:
¿Que un villano te mató
y que no lo vengo yo?
Esto siento.

COMENDADOR:
Yo le abono.
No es villano, es caballero;
que pues le ceñí la espada
con la guarnición dorada,
no ha empleado mal su acero.

LEONARDO:
Vamos, llamaré a la puerta
del Remedio.

COMENDADOR:
Sólo es Dios.
Vayánse.
LUJÁN, enharinado; INÉS, PERIBÁÑEZ, CASILDA.

PERIBÁÑEZ:
Aquí moriréis los dos.

INÉS:
Ya estoy, sin heridas, muerta.

LUJÁN:
Desventurado Luján,
¿dónde podrás esconderte?

PERIBÁÑEZ:
Ya no se excusa tu muerte.

LUJÁN:
¿Por qué, señor capitán?

PERIBÁÑEZ:
Por fingido segador.

INÉS:
Y a mí ¿por qué?

PERIBÁÑEZ:
Por traidora.

Huya LUJÁN herido, y luego INÉS.

LUJÁN:
¡Muerto soy!

INÉS:
¡Prima y señora!

CASILDA:
No hay sangre donde hay honor.

PERIBÁÑEZ:
Cayeron en el portal.

CASILDA:
Muy justo ha sido el castigo.

PERIBÁÑEZ:
¿No irás, Casilda, conmigo?

CASILDA:
Tuya soy al bien o al mal.

PERIBÁÑEZ:
A las ancas desa yegua
amanecerás conmigo
en Toledo.

CASILDA:
Y a pie, digo.

PERIBÁÑEZ:
Tierra en medio es buena tregua
en todo acontecimiento,
y no aguardar al rigor.

CASILDA:
Dios haya al Comendador;
matóle su atrevimiento.
Váyanse.
Entre el Rey ENRIQUE, y el CONDESTABLE.

REY:
Alégrame de ver con qué alegría
Castilla toda a la jornada viene.

CONDESTABLE:
Aborrecen, señor, la monarquía
que en nuestra España el africano tiene.

REY:
Libre pienso dejar la Andalucía,
si el ejército nuestro se previene
antes que el duro invierno con su yelo
cubra los campos y enternezca el suelo.
Iréis, Juan de Velasco, previniendo,
pues que la Vega da lugar bastante,
el alarde famoso que pretendo,
porque la fama del concurso espante
por ese Tajo aurífero, y subiendo
al muro por escalas de diamante,
mire de pabellones y de tiendas
otro Toledo por las verdes sendas.
Tiemble en Granada el atrevido moro
de las rojas banderas y pendones;
convierta su alegría en triste lloro.

CONDESTABLE:
Hoy me verás formar los escuadrones.

REY:
La Reina viene, su presencia adoro.
No ayuda mal en estas ocasiones.

La REINA y acompañamiento.

REINA:
Si es de importancia, volveréme luego.

REY:
Cuando lo sea, que no os vais os ruego.
¿Qué puedo yo tratar de paz, señora,
en que vos no podáis darme consejo?
Y si es de guerra lo que trato agora,
¿cuándo con vos, mi bien, no me aconsejo?
¿Cómo queda don Juan?

REINA:
Por veros llora.

REY:
Guárdele Dios; que es un divino espejo
donde se ven agora retratados,
mejor que los presentes, los pasados.

REINA:
El príncipe don Juan es hijo vuestro.
Con esto solo encarecido queda.

REY:
Mas con decir que es vuestro, siendo nuestro,
él mismo dice la virtud que [hereda.]

REINA:
Hágale el Cielo en imitaros diestro;
que con esto no más que le conceda,
le ha dado todo el bien que le deseo.

REY:
De vuestro generoso amor lo creo.

REINA:
Como tiene dos años, le quisiera
de edad que esta jornada acompañara
vuestras banderas.

REY:
¡Ojalá pudiera,
y a ensalzar la de Cristo comenzara!

GÓMEZ MANRIQUE entre.

REY:
¿Qué caja es ésta?

GÓMEZ:
Gente de la Vera
y Extremadura.

CONDESTABLE:
De Guadalajara
y Atienza pasa gente.

REY:
¿Y la de Ocaña?

GÓMEZ:
Quédase atrás por una triste hazaña.

REY:
¿Cómo?

GÓMEZ:
Dice la gente que ha llegado
que a don Fadrique un labrador ha muerto.

REY:
¡A don Fadrique, y al mejor soldado
que trujo roja cruz!

REINA:
[¿Cierto?]

GÓMEZ:
Y muy cierto.

REY:
En el alma, señora, me ha pesado.
¿Cómo fue tan notable desconcierto?

GÓMEZ:
Por celos.

REY:
¿Fueron justos?

GÓMEZ:
Fueron locos.

REINA:
Celos, señor, y cuerdos, habrá pocos.

REY:
¿Está preso el villano?

GÓMEZ:
Huyóse luego
con su mujer.

REY:
¡Qué desvergüenza extraña!
¡Con estas nuevas a Toledo llego!
¿Así de mi justicia tiembla España?
Dad un pregón en la ciudad, os ruego,
Madrid, Segovia, Talavera, Ocaña,
que a quien los diere presos, o sean muertos,
tendrán de renta mil escudos ciertos.
Id, [luego], y que ninguno [los] encubra,
ni pueda dar sustento ni otra cosa,
so pena de la vida.

GÓMEZ:
Voy. [Vase]

REY:
¡Que cubra
el Cielo aquella mano rigurosa!

REINA:
Confiad que tan presto se descubra,
cuanto llega la fama codiciosa
del oro prometido.

Un PAJE entre.

PAJE:
Aquí está Arceo,
acabado el guión.

REY:
Verle deseo.
Entre un SECRETARIO con un pendón rojo, y en él las armas de Castilla, con una mano arriba que tiene una espada, y en la otra banda un Cristo crucificado.

SECRETARIO:
Éste es, señor, el guión.

REY:
Mostrad. Paréceme bien;
que este capitán también
lo fue de mi redención.

REINA:
¿Qué dicen las letras?

REY:
Dicen:
«Juzga tu causa, Señor».

REINA:
Palabras son de temor.

REY:
Y es razón que atemoricen.

REINA:
Destotra parte ¿qué está?

REY:
El castillo y león,
y esta mano por blasón,
que va castigando ya.

REINA:
¿La letra?

REY:
Sólo mi nombre.

REINA:
¿Cómo?

REY:
«Enrique Justiciero»;
que ya en lugar del Tercero
quiero que este nombre asombre.

Entre GÓMEZ.

GÓMEZ:
Ya se van dando pregones,
con llanto de la ciudad.

REINA:
Las piedras mueve a piedad.

REY:
Basta. ¿Que los azadones
a las cruces de Santiago
se igualan? ¿Cómo o por dónde?

REINA:
¡Triste dél si no se esconde!

REY:
Voto y juramento hago
de hacer en él un castigo
que ponga al mundo temor.

Un PAJE.

PAJE:
Aquí dice un labrador
que le importa hablar contigo.
Entre PERIBÁÑEZ, todo de labrador,
con capa larga, y su mujer.

REY:
Señora, tomemos sillas.

CONDESTABLE:
Éste algún aviso es.

PERIBÁÑEZ:
Dame, gran señor, tus pies.

REY:
Habla, y no estés de rodillas.

PERIBÁÑEZ:
¿Cómo, señor, puedo hablar,
si me ha faltado la habla
y turbados los sentidos
después que miré tu cara?
Pero, siéndome forzoso,
con la justa confianza
que tengo de tu justicia,
comienzo tales palabras.
Yo soy Peribáñez.

REY:
¿Quién?

PERIBÁÑEZ:
Peribáñez, el de Ocaña.

REY:
Matalde, guardas, matalde.

REINA:
No en mis ojos. —Teneos, guardas.

REY:
Tened respeto a la Reina.

PERIBÁÑEZ:
Pues ya que matarme mandas,
¿no me oirás siquiera, Enrique,
pues Justiciero te llaman?

REINA:
Bien dice; oílde, señor.

REY:
Bien decís; no me acordaba
que las partes se han de oír,
y más cuando son tan flacas.
Prosigue.

PERIBÁÑEZ:
Yo soy un hombre,
aunque de villana casta,
limpio de sangre, y jamás
de hebrea o mora manchada.
Fui el mejor de mis iguales,
y en cuantas cosas trataban
me dieron primero voto,
y truje seis años vara.
Caséme con la que ves,
también limpia, aunque villana;
virtüosa, si la ha visto
la Envidia asida a la Fama.
El comendador Fadrique,
de vuesa villa de Ocaña
señor y comendador,
dio, como mozo, en amarla.
Fingiendo que por servicios,
honró mis humildes casas
de unos reposteros, que eran
cubiertos de tales cargas.
Diome un par de mulas buenas;
mas no tan buenas que sacan
este carro de mi honra
de los lodos de mi infamia.
Con esto intentó una noche,
que ausente de Ocaña estaba,
forzar mi mujer; más fuese
con la esperanza burlada.
Vine yo, súpelo todo,
y de las paredes bajas
quité las armas, que al toro
pudieran servir de capa.
Advertí mejor su intento;
mas llamóme una mañana
y díjome que tenía
de Vuestras Altezas cartas
para que con gente alguna
le sirviese esta jornada;
en fin, de cien labradores
me dio la valiente escuadra.
Con nombre de capitán
salí con ellos de Ocaña;
y como vi que de noche
era mi deshonra clara,
en una yegua a las diez
de vuelta en mi casa estaba;
que oí decir a un hidalgo
que era bienaventuranza
tener en las ocasiones
dos yeguas buenas en casa.
Hallé mis puertas rompidas
y mi mujer destocada,
como corderilla simple
que está del lobo en las garras.
Dio voces, llegué, saqué
la misma daga y espada que ceñí para servirte,
no para tan triste hazaña;
paséle el pecho, y entonces
dejó la cordera blanca,
porque yo, como pastor,
supe del lobo quitarla.
Vine a Toledo, y hallé
que por mi cabeza daban
mil escudos; y así, quise
que mi Casilda me traiga.
Hazle esta merced, señor.
que es quien agora la gana,
porque vïuda de mí,
no pierda prenda tan alta.

REY:
¿Qué os parece?

REINA:
Que he llorado,
que es la respuesta que basta
para ver que no es delito,
sino valor.

REY:
¡Cosa extraña!
¡Que un labrador tan humilde
estime tanto su fama!
¡Vive Dios, que no es razón
matarle! Yo le hago gracia
de la vida. Mas, ¿qué digo?,
esto justicia se llama.
Y a un hombre deste valor
le quiero en esta jornada
por capitán de la gente
misma que sacó de Ocaña.
Den a su mujer la renta,
y cúmplase mi palabra,
y después desta ocasión,
para la defensa y guarda
de su persona le doy
licencia de traer armas
defensivas y ofensivas.

PERIBÁÑEZ:
Con razón todos te llaman
don Enrique el Justiciero.

REINA:
A vos, labradora honrada,
os mando de mis vestidos
cuatro, porque andéis con galas,
siendo mujer de soldado.

PERIBÁÑEZ:
Senado, con esto acaba
la tragicomedia insigne
del Comendador de Ocaña.


FIN DE LA TRAGICOMEDIA DE Peribáñez y el Comendador de Ocaña


Publicado el 12 de octubre de 2019 por Edu Robsy.
Leído 62 veces.