Descargar PDF «Consolación a Helvia», de Lucio Anneo Séneca

Filosofía


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29 págs. / 51 minutos / 144 KB.
14 de diciembre de 2016.


Fragmento de Consolación a Helvia

No necesito para mi propósito mayor número de ejemplos; uno, sin embargo, añadiré porque salta a la vista. Esta misma isla ha cambiado muchas veces ya de habitantes. Para no remontarme a épocas que la antigüedad oscurece, dejando la Phocida, los Griegos que actualmente habitan Marsella se establecieron en las orillas de esta isla. Ignórase quién les obligó a ello; si fue la insalubridad del clima, el formidable aspecto de Italia o la índole de un mar impetuoso. Debe creerse que no fue causa de su partida la ferocidad de los naturales, puesto que vinieron a mezclarse con los pueblos que eran entonces los más rudos e indómitos de la Galia. Después vinieron a esta isla los Ligurios; los Españoles llegaron después, como atestigua la semejanza de costumbres; conservando hoy de los Cántabros el gorro con que se cubren la cabeza, el calzado y algunas palabras; porque todo su idioma primitivo está alterado por el comercio con Griegos y Ligurios. Más adelante vinieron dos colonias de ciudadanos romanos, una con Mario y otra con Sila. ¡Tantas veces ha cambiado la población de este peñasco espinoso y árido! En fin, difícilmente encontrarás una tierra que esté habitada aún por sus indígenas: todas las cosas se han mezclado y están amontonadas unas sobre otras; unos pueblos han sucedido a otros. Este ha deseado lo que desdeñaba aquél: el uno fue desterrado de donde lanzó al otro. El hado ha dispuesto que nada en la tierra pudiese fijar para siempre la fortuna. Para soportar estos cambios de lugar, descartando los demás inconvenientes que lleva consigo el destierro, Varrón, el más docto de los Romanos, juzga que nos basta gozar, donde quiera que nos encontremos, de la naturaleza misma. Según M. Bruto, es suficiente para aquellos que parten para el destierro poder llevar con ellos sus virtudes. Si se cree que cada remedio de éstos, considerado separadamente, no es bastante eficaz para consolar al desterrado, necesario es confesar que empleados a la vez tienen poderosa fuerza. ¡Qué poco vale lo que perdemos! Dos cosas excelentes nos seguirán a donde quiera que vayamos: la naturaleza que es común a todos, y la virtud que nos es propia. Así lo quiso, créeme, aquel, sea quienquiera, que dio la fortuna al universo; sea un Dios, señor de todas las cosas, sea una razón incorpórea, arquitecto de estas obras maravillosas, sea un espíritu divino repartido con igual energía en los cuerpos más grandes y en los más pequeños, sea un destino y encadenamiento inmutable de las cosas ligadas entre sí; así, pues, lo repito, lo ha querido, para no dejar caer en arbitrio ajeno otra cosa que lo más despreciable de nuestros bienes. Lo más excelente del hombre está fuera del poder humano; no se le puede dar ni quitar: hablo del mundo, la creación más bella y brillante de la naturaleza; de esta alma hecha para contemplar y admirar el mundo, del que ella a su vez es la parte más magnífica; esta alma que nos pertenece en propiedad y para siempre, que debe durar tanto como duremos nosotros. Marchemos, pues, contentos, erguidos y con paso firme a donde nos llevo el hado.


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