Descargar ePub «Consolación a Polibio», de Lucio Anneo Séneca

Filosofía, Tratado


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  Filosofía, Tratado.
24 págs. / 42 minutos / 169 KB.
14 de diciembre de 2016.


Fragmento de Consolación a Polibio

«¿Para qué te he de referir la concordia de los dos Lúculos rompida con la muerte? ¿Para qué los Pompeyos, a quien aun no permitió la enojada fortuna que acabasen de una misma caída? Vivió Sexto Pompeyo, quedando viva su hermana, y con la muerte de ella se desataron los lazos de la paz romana, que estaba bien unida. Asimismo volvió después de muerto su buen hermano, a quien había levantado la fortuna para sólo derribarle de no menor altura de la que había derribado a su padre. Y con todo eso, después de estos sucesos, no sólo resistió al dolor, sino también a las guerras. Innumerables ejemplos socorren de todas partes de hermanos a quien dividió la muerte; antes apenas se han visto algunos pares que hayan llegado juntos a la vejez. Pero quiero contentarme con los ejemplos de mi casa, pues ninguno habrá tan falto de sentido y de entendimiento, que se queje de que la fortuna le acarreó lágrimas, si considerare que no ha reservado de ellas a César. El divo Augusto perdió a Octavia, su carísima hermana, y no le eximió la naturaleza de la necesidad de llorar, y la que le crió para el cielo no le privilegió en las lágrimas; antes estando afligido con todo género de muertes, perdió también el hijo de su hermana que estaba destinado para sucederle. Finalmente, para no contar todos sus llantos, perdió yernos, hijos y nietos; y ninguno de los mortales, mientras vivió entre los hombres, conoció más el serlo que él. Con todo eso, aquel su pecho, capacísimo de todas las cosas, aunque comenzó tantos y tan grandes lamentos, fue no sólo vencedor de las naciones, sino también de los dolores. Cayo César, nieto del divo Augusto, mi abuelo, en los primeros años de su mocedad, siendo príncipe de la juventud, perdió a su carísimo hermano Lucio, que era asimismo príncipe de la juventud en la prevención de la guerra pártica; siendo para él mayor esta herida del ánimo que la que después recibió en el cuerpo, habiendo sufrido entrambos golpes con virtud y fortaleza. César, mi tío, entre los abrazos y besos perdió a Druso Germánico, mi padre, hermano menor suyo, cuando estaba abriendo lo más cerrado de Alemania, sujetando al Imperio romano aquellas ferocísimas gentes. Pero no sólo puso término a sus lágrimas, sino a las de los otros y a todo el ejército, que no sólo estaba triste, sino atónito; y cuando pedía para sí el cuerpo de su Druso, le redujo a que el llanto fuese conforme a la costumbre romana, juzgando que no sólo convenía guardar la disciplina en el militar, sino también en el llorar. No pudiera enfrenar las lágrimas de los otros, si primero no hubiera reprimido las suyas.»


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