El Diario de Laura

Manel Martin's


Novela corta



Un todo terreno paró en la estación de servicio a la entrada de la cántabra población de San Rafael del Monte; un pueblecito rodeado por un pequeño y hermoso valle, a su vez rodeado por los montes y lindando con la provincia de Burgos. Un empleado salió del interior dirigiéndose al recién llegado.

—Buenos días ¿Cuánto le pongo?

—Con treinta euros será más que suficiente, posiblemente tarde en volver a usar el coche ¿puede decirme por donde puedo ir al ambulatorio?

—¿Es usted el nuevo doctor?

—Sí, así es, me llamo Carlos, Carlos del olmo.

—Le están esperando; don Zacarías ya hace un mes que se Jubiló y don Germán no se termina el trabajo. Mire usted, pase la iglesia y al llegar a la segunda bocacalle tuerza a la derecha y la primera a la izquierda es la paralela a la carretera.

—¿La carretera sigue por el centro del pueblo?

—No termina a la entrada y sigue la calle mayor, pero solemos llamarla la calle de la carretera.

Carlos subió al vehículo y se dirigió a la entrada del pueblo, a unos escasos cien metros de la estación de servicio. Siguió las explicaciones del empleado de la estación y no tardó mucho tiempo en ver un edificio con la fachada blanca; sobre la puerta junto a una cruz verde pintada en la pared había una placa donde se podía leer.


ASISTENCIA SANITARIA DE SAN RAFAEL DEL MONTE.


Carlos observó la pequeña plaza que había en la esquina a la derecha, solo cuatro árboles y dos bancos, pero lo suficiente para aparcar el coche a la sombra. Abandonó el vehículo en ella y se dirigió al ambulatorio. Entró y se encontró en la sala de espera, una señora de aparentemente unos cuarenta y cinco años estaba sentada tras una mesa con la bata blanca. Carlos miró las dos personas sentadas frente a ella.

—Por favor señora ¿solo le quedan estos dos pacientes?

—Sí ¿Qué desea?

—Soy don Carlos el nuevo médico.

—¡O! perdone — la señora se levantó al instante — ahora aviso a don Germán. Soy Teresa.

—No, no hace falta Teresa, esperaré a que termine.

La enfermera pasó con el siguiente paciente y el médico no tardó en terminar la consulta saliendo en busca de Carlos.

—¿Es usted don Carlos?

—Así es y usted debe ser don Germán.

Ambos estrecharon sus manos con satisfacción. Carlos tenía treinta y cuatro años y Germán acababa de cumplir Cuarenta, lo cual significaba que ambos podrían compartir experiencias y tal vez aficiones. Germán tomó la iniciativa.

—Te presento a Teresa, es el alma del ambulatorio, sin ella estaría perdido.

Teresa recogía los expedientes de la mesa para archivarlos mientras decía.

—Don Carlos espero que se encuentre agusto entre nosotros, San Rafael es un pueblo muy acogedor. Le gustará.

—Si espero que te guste, de momento te enseñaré la cínica – dijo don Germán — Mira como verás hay tres puertas como has podido ver en esta es donde yo paso consulta y la de la derecha es la tuya, anteriormente de don Zacarías. La puerta de la izquierda da a un pasillo, “sígueme”.

Germán abrió la puerta del pasillo.

Mira la puerta del frente era la casa de Zacarías, siempre vivió en la casa que el pueblo tenía destinada al médico, de momento es tu casa aunque deberías hablar con el alcalde y comunicarle tu llegada.

—¿Tú vives en una casa del pueblo?

—No, yo tengo vivienda propia, soy de aquí y aquí tengo la familia. Pero sigamos por el pasillo.

Germán enseño a Carlos en primer lugar los aseos, una habitación donde se podía practicar una operación de urgencia y una nueva habitación con dos camas.

—Carlos debo dejarte me quedan dos visitas y casi es hora de comer, si necesitas algo díselo a Teresa. ¡A! Teresa no es enfermera es secretaria aunque una enfermera no lo aria mejor.

Al salir Germán dijo a Teresa.

—Teresa enséñale su casa y ayúdale en lo que puedas.

—Vale relámpago — contestó Teresa mientras le comentaba a Carlos — siempre es igual todo lo hace corriendo. Mire don Carlos.

—Por favor Teresa tutéame.

—Como usted quiera. La puerta del pasillo que da a su casa tiene un cerrojo por dentro para que no le molesten y aquí en el cajón tengo las llaves de la puerta de la calle, vamos y se la enseño.

Teresa cogió las llaves del cajón, y saliendo a la calle abrió la puerta contigua al ambulatorio. Al abrir se encontró una sala presidida por una escalera y una chimenea frente a ella un sofá que parecía confortable; dos puertas una a cada lado de la estancia, una era el acceso al ambulatorio y la otra la cocina. Teresa le explicó que en la parte superior disponía de dos habitaciones y el baño. Si necesitaba una señora de limpieza se la podía conseguir por horas.

—Si Teresa pero ahora te agradecería más que me dijeras donde puedo comer, a ser posible comida casera.

—Lo tiene fácil en la plazuela de aquí al lado, en el mesón la dueña se llama Susana allí se come bien y barato. Voy a cerrar la consulta y me voy usted puede entrar por la puerta lateral sobre la mesa le dejaré el teléfono del doctor y el mío por si tiene alguna necesidad.

—Gracias Teresa me has sido de gran ayuda.

Carlos salió tras Teresa, cogió las maletas del coche y las llevó a la casa, no se detuvo en deshacerlas las dejó en el suelo y se fue en busca del mesón.

Solo tres mesas estaban ocupadas, buscó una mesa discreta mientras pasaba por el mostrador y ojeaba los platos. El camarero no tardó en llegar.

—¿Qué desea tomar?

—Quería comer.

—Disponemos de menú del día o puedo ofrecerle un plato combinado.

—No, traiga el menú me gustan los platos de cuchara.

El camarero se dirigió a la ventana que daba a la cocina gritando ¡un menú para el señor de la esquina!

No tardó en salir una muchacha de la cocina sirviendo a Carlos. Más tarde el camarero le sirvió el café y Carlos le pidió una copa de pacharán. No tenía prisa y se dedicó a observar el mesón, su aspecto era confortable y hogareño y aunque habían pocas mesas era espacioso, debería caber mucha gente sentada, después se dio cuenta que tras un celador habían apiladas mesas y sillas. Un Joven entró en el local y echando una mirada se dirigió a Carlos.

—Buenas tardes ¿es usted don Carlos?

—Sí, así es, ¿en qué puedo servirle?

—Más bien ¿en qué puedo serle útil yo? —Dijo el forastero sentándose a la mesa y prosiguió— me presentaré soy Cipriano Bengoechea y soy concejal del ayuntamiento, me han informado de su llegada al pueblo y he venido a darle la bienvenida con la esperanza que sea feliz entre nosotros.

—Se lo agradezco, precisamente pensaba ir a visitar al alcalde y saludarlo pero si ha venido usted posiblemente venga en su nombre.

—¡No! más bien no; se puede decir que aunque mi padre y don Rafael son amigos yo pertenezco a la oposición y no comparto sus ideas.

—En ese caso no me es usted de mucha utilidad, pero con el cargo que ocupa debe de estar bien informado de los pormenores del pueblo.

—Así es, pregunte lo que quiera.

—Quisiera saber ¿cuántos habitantes tiene el pueblo y a qué distancia está el hospital más próximo?

—Tenemos cuatro mil trescientos habitantes aproximadamente, nos consideramos un pueblo grande, aunque no tenemos muy buenas salidas por las montañas que nos rodean y nos obligan a salir por el pueblo vecino Almadella; el hospital más próximo está entre hora y media y dos horas depende de varios factores y en el invierno de la nieve y el hielo.

—¿Me está diciendo que en invierno podemos quedarnos aislados?

—Si perfectamente, suele pasar a Menudo, pero ya estamos acostumbrados y los comercios se preparan para ello.

—¿De qué viven aquí? Quiero decir ¿si tienen industria?

—Nuestro pueblo es ganadero y agrícola. Disponemos de dos cooperativas una ganadera y otra agrícola y la serrería o fábrica de cartuchos para estufas, como llamamos en el pueblo a los cilindros que fábrica para la calefacción con los desperdicios de la madera del monte y la poda. Si ha cruzado el puente habrá visto en la otra parte del rio almacenes y fábricas, allí está ubicado el polígono industrial y los almacenes de Material de construcción o de cualquier otra índole.

—Dígame ¿y los pueblos más próximos?

—Almadella a doce kilómetros allí hay estación de tren y Campo de Zarria que está a cerca de veinte.

—Ya entiendo, casi se puede decir que estamos perdidos en el monte.

—No lo crea gracias a mi insistencia se ha instalado una antena en el monte y disponemos de televisión e Internet.

—“Hombre muchas gracias” —exclamó Carlos— Gracias señor Cipriano me ha sido usted de gran ayuda. Ahora dispense pero debo deshacer las maletas y tomar posesión de la casa que tan amablemente me han ofrecido en él pueblo.

Cipriano le ofreció su mano y salió por la puerta satisfecho. Mientras Carlos pagaba la cuenta y se dirigía a su nueva casa. Subió con las maletas al piso superior, todo estaba como había dicho Teresa, más de media hora estuvo colocando la ropa a su gusto y comprobando las toallas que habían en el armario del baño. Bajó al salón y abrió la cocina, en ella encontró suficientes cacharros; para el solo no necesitaba muchos más, la nevera estaba abierta y su interior vacío, pensó. —Tengo de todo menos comida tendré que ir de compras—. Las únicas personas a las que conocía eran del mesón, enchufó la nevera y cerrando la puerta se dirigió al mesón. Al entrar Susana estaba tras el mostrador limpiando los vasos, se acercó a ella.

—Buenas tardes ¿se llamaba usted Susana?

—Sí, señor. ¿Qué desea?

—Solo preguntarle ¿dónde puedo encontrar un supermercado o tiendas de comestibles?

—Este pueblo está demasiado alejado para tener supermercado, pero no lo necesitamos. De su pregunta se deduce que es la primera vez que viene a San Rafael y por lo tanto no conoce el pueblo.

—Así es, soy el nuevo médico.

—Bien pues atiéndame. Detrás del mesón hacía el este solo quedan dos cortas calles y después muy cerca el rio, no se puede construir pues el rio suele desbordarse en invierno o primavera. Si coge usted por la esquina del ambulatorio, que se llama la calle Vieja, aunque la conocemos más por “la calle del Médico”; se encontrará la calle del Molino siguiendo por ella la cruza, en primer lugar, la calle Mayor o “de la Carretera” que es la paralela a la calle Vieja, en ella encontrará un horno y una carnicería. Siguiendo por la calle del Molino cruzará la calle San Pedro, la calle San Antonio, santa Brígida y llegará a la plaza de San Juan, allí tiene un ultramarinos, la tienda de Dolores vende ropa y calzado botones etc., otra panadería y hacia el sur la carnicería de Roque. En la plaza también puede encontrar el bar de Iñaki y el ayuntamiento y si continua por la calle del Molino la ferretería allí puede encontrar desde un clavo a un televisor. ¿Le he sido de ayuda?

—Si de mucha ayuda, pero tengo otra pregunta ¿Dónde vive el alcalde?

—En la esquina de la Ferretería, en una casa muy bonita la verá enseguida no hay otra como ella.

—Gracias Susana ¡a! y mañana cuente conmigo para comer, los garbanzos estaban deliciosos.

Susana sonrió mientras secaba los vasos. Carlos mientras se alejaba pensó, que tenía tiempo de visitar al alcalde y hacer la compra. Mientras caminaba observó que las casa del pueblo eran una mezcla de edificaciones antiguas y modernas y que ningún edificio superaba las tres alturas. Llegó a la plaza, la encontró grande para un pueblo como San Rafael. Siguió y pronto encontró la casa del alcalde como había dicho Susana destacaba entre las demás, llamó a la puerta. Una señora cercana a los sesenta años la abrió.

—Buenas tardes ¿qué desea?

—Busco a don Rafael el alcalde, soy Carlos el nuevo médico.

—¡O! pase usted don Carlos, mi marido está en el despacho.

Carlos siguió a la señora y pronto se encontró en un despacho con muebles antiguos y una gran biblioteca.

—Rafael es don Carlos el nuevo médico —dijo la señora —.

El alcalde salió de detrás de la mesa y se estrecharon las manos. Mientras decía el alcalde.

—Me alegro de su llegada, era mucho trabajo para un solo médico ¿ha hablado con Germán o Teresa?

—Si he llegado esta mañana y me ha dado tiempo de ponerme al corriente, aunque no debo incorporarme hasta el martes día uno, mañana viernes y el lunes le ayudaré al doctor Germán y terminaré de ponerme al corriente. De momento me he instalado en la antigua vivienda de don Zacarías.

—Ha hecho usted bien de lo contrario hubiese estado bacía y usted tendría que pagar un alquiler. Antiguamente existía la costumbre de que el pueblo tuviera casas disponibles para médicos y maestros. Esa costumbre ha desaparecido pero si tenemos la casa porque no utilizarla. Debo advertirle que Germán se irá en breve y llegara un nuevo médico también tenemos pendiente un enfermero o enfermera, aunque hemos pedido dos. Teresa no es enfermera aunque lo parezca.

—Si sabía lo de Teresa, lo que desconocía era que Germán se iba. Es por algún motivo especial.

—El dice que quiere reciclarse, pero yo creo que hay otros motivos. Su mujer murió de cáncer y su hija en pocos años querrá ir a la universidad; en realidad necesita salir del pueblo y de los recuerdos. Ha conseguido una plaza en Burgos y según me ha dicho conservará la casa de sus padres para venir de vacaciones.

—¿Está usted casado don Carlos?

—No, no he tenido esa suerte o no he encontrado la mujer adecuada.

—Yo tengo dos hijas, pero ninguna en el pueblo. Hace treinta años conocí a mi mujer en Madrid su tía tenía una pensión y allí fui a parar, creo que el destino me llevó allí para conocerla y enamorarme, después de dos años visité el pueblo y me gustó su tranquilidad. Soy Notario pero aquí hay poco trabajo y monté la gasolinera que habrá visto a la entrada del pueblo, con ella doy trabajo a tres personas.

—¿Sus hijas viven en el pueblo?

—No una vive en Madrid y la otra en Alicante; las veo de tarde en tarde como a mis nietos, pronto vendrán de vacaciones.

—He tenido la visita de Cipriano y me ha parecido muy amable.

—Pobre Cipriano, es hijo de mi amigo Salvador el que vive en la casa de la colina, subiendo desde la plaza hacia el norte se ve la casa al final de la calle elevada sobre un promontorio. Cipriano quiere ser alcalde pero el pueblo no le da suficientes votos y es mejor así. Yo he pensado en retirarme y como mucho me presentaré a una nueva legislatura pero creo que ya tengo el sustituto y no es Cipriano. Aquí en el pueblo nos conocemos todos y de nada sirven las siglas del partido, incluso en ocasiones estorban.

—¿Cuántos años lleva como alcalde?

—Veinte y crea que ya tengo ganas de dejarlo, si no lo hago es porque quiero preparar bien a José hijo del ferretero. Cipriano tiene una gestoría que le montó su padre pero su problema es que tiene delirios de grandeza y poca paciencia para hacer las cosas. Este es un pueblo humilde, no disponemos de industria la poca que tenemos la hemos creado nosotros y no podemos subir los impuestos, debemos ir poco a poco.


La conversación con el alcalde y su señora duró más de una hora. El alcalde le comunicó que los sábados por la tarde solían reunirse en el viejo sindicato y jugaban a las cartas o al dominó con Fermín el maestro, Salvador y sus amigos. Era conveniente que acudiera para conocerlos y trabar amistades; Carlos le dio su palabra de que así lo aria y abandonó la casa de Don Rafael, para ir de compras.

Al día siguiente ayudó a Germán en la consulta y terminaron antes que otros días, después de recoger le contó su entrevista con el alcalde y lo que habían hablado referente a él.

—Si Carlos tomo las vacaciones en quince días y me incorporo el uno de septiembre a mi nuevo destino; tendrás que atender tu solo la consulta hasta que llegue el nuevo médico. En cuanto a las cartillas las tenemos partidas al cincuenta por cien. Espero que te sientas feliz aquí, es un pueblo encantador.


Carlos comió nuevamente en el mesón y en la misma mesa. Después de comer se puso a ojear el periódico y pidió una copa de pacharán con hielo. No tenía prisa nadie lo esperaba. Gaspar el camarero intentó trabar conversación con él.

¿Qué don Carlos Ya conoce el pueblo? ¿Es bonito no?

Si es un pueblo muy bonito aunque no lo conozco todo ¿puede decirme donde está el sindicato?

—Si claro, detrás mismo del ayuntamiento es la parte trasera. El edificio fue cuartel, hospital y sindicato agrícola en la república, de allí le viene el nombre después de la guerra se partió, una parte para el ayuntamiento y otra para cine, en la parte superior está el bar y es donde se reúnen para jugar al billar o al dominó está con sillones y lámparas como lo dejaron los franquistas y las consumiciones son más caras que aquí en el mesón.

—No se moleste no pienso comer allí, estoy seguro que no tienen cocineras como las suyas.

—No allí solo sirven bebidas y algunas tapas, es más una cafetería.

Carlos se fue y Gaspar se acercó a Susana.

—Te has fijado.

—¿En qué? — Contestó Susana—.

—Está para comérselo, no me digas que no te has fijado.

—Gaspar es terreno prohibido; aunque reconozco que no está mal, pero no deja de ser un cliente.

—Ya pero sigo diciendo que está para comérselo.

Carlos dedicó la tarde a dar la vuelta al pueblo y conocer sus calles y alrededores se interesó por el camino que llevaba a la casa de la colina vigilado por dos largas hileras de cipreses; por último visitó el arroyo y se retiró a su casa.

Las dos semanas siguientes pasaron como una exhalación y cuando se dio cuenta estaba solo como médico del pueblo con la inestimable ayuda de Teresa. Mientras tanto había crecido la amistad con Susana y Gaspar para los cuales ya no era un extraño, la señora Rosa la cocinera de vez en cuando hacía natillas o flan y le sacaba los postres directamente. Los sábados por la tarde ya era costumbre acudir al sindicato donde había conocido a los amigos del alcalde, Salvador el dueño de la casa de la colina o la casa grande (como la llamaban algunos), José el ferretero (padre), Casimiro el barbero, Roque el carnicero y Zenón el jefe de la cooperativa ganadera. A Carlos le interesaba hacer buenos amigos antes de investigar el motivo por el cual había pedido el traslado a un pueblo perdido en las montañas.

Ya llevaba un mes en el pueblo cuando se decidió a decirle a Susana que después de comer quería hablar con ella. Susana tardó en acudir a su mesa, lo hizo después de recoger las mesas quitándose el delantal y sentándose frente a él.

—Bien don Carlos dígame que se le ofrece.

—Carlos por favor, tutéame. Quisiera saber si ha oído usted hablar de una tal Laura que se fue del pueblo en el año setenta y ocho.

—Don Carlos, digo Carlos como quieres que sepa algo de esa señora si yo no había nacido.

Carlos se sonrojó por la metedura de pata mientras decía.— Tiene usted razón perdone.

—No pasa nada hablaremos con Rosa tiene sesenta y tres, apunto de sesenta y cuatro y debió conocerla.

Susana entró en la cocina y salió con Rosa, ambas se sentaron con Carlos.

—Dígame ¿qué desea saber?

—Quería saber si conoció usted a Laura una chica del pueblo que se fue en el año setenta y ocho.

—Laura, Laura no me suena ¿qué edad tenia?

—Creo que veintidós ahora tendría cincuenta y seis; no perdone cincuenta y siete.

—Le llevo siete años por eso no me suena, pero debería tener amigas de su misma edad. Vamos a ver, posiblemente, Pilar la mujer del ferretero y Celia la de Salvador (el de la casa grande) sean de su misma edad. Ambas han sido siempre amigas incluso creo que la mujer del alcalde Constancia. Ellas deben de saber alguna cosa de la chica.

—Gracias Rosa, otra cosa conoce usted el mote de los justos o la justa.

—Eso si me suena la Justa era el mote de la madre de Crescencio el ganadero. Le llamaban la señora justa no vivía muy lejos de aquí, pero nunca supe su nombre nadie se lo decía.

Susana exclamó.

—¡La justa! madre de Crescencio lo que hay que oír. Así ha salido el hijo.

—¿Conociste a la justa? —Preguntó Carlos —

—Si una vieja simpática hace ocho o más años que falleció, pero el hijo es bastante justo y cerrado tiene ganado a dos kilómetros del pueblo siguiendo la calle mayor; vive allí entre el ganado, mis padres en ocasiones le compraban queso y embutidos. Los hace el mismo pero sanidad exige mucho control y yo deje de comprarle, ahora los compro a la cooperativa.

No sabía Carlos lo poco que iba a tardar en conocer a Crescencio. Al sábado siguiente sobre las doce llamaron a la puerta de Carlos. Un hombre sucio con la boina cogida con las dos manos y apoyada en el pecho preguntó.

—¿Está don Zacarías?

—No ahora el médico soy yo, don Zacarías se jubiló y se fue del pueblo a casa de su hijo. Pero dígame ¿qué ocurre?

Margarita quiere parir y ya es vieja, parece que le cuesta.

—Cojo el maletín y nos vamos con mi coche ¿dónde vive?

—Por la calle Mayor a una cuarta.

Carlos se dio cuenta de que aquel hombre debería ser Crescencio el hermano de Laura. Subieron al coche y se dirigieron a la granja. Al bajar Crescencio se dirigió al cobertizo que había a su izquierda, Carlos lo siguió en realidad era la cuadra donde estaban las vacas se quedó un poco parado en la puerta, sus zapatos no estaban preparados para tanta suciedad. Crescencio le dijo.

—Pase, pase está aquí detrás.

Carlos pasó y se encontró con una vaca apunto de parir ¡Margarita era una vaca! Ya que estaba allí decidió prestar ayuda y después de reconocerla se quitó la ropa de la parte superior e introduciendo el brazo le dio la vuelta al becerro que venía de espaldas unos momentos más tarde le preguntaba a Crescencio donde podía lavarse; este sin inmutarse y dando media vuelta le dijo.

—Sígame.

Carlos cogió el maletín y la ropa con el brazo izquierdo y lo siguió (Crescencio ayudaba poco). Entraron en la casa junto a la cuadra y con una indicación Crescencio le mostró una pila formada por losas, el agua salía de la pared y corría entre las losas que formaban una acequia, una piedra travesada servía para retener el agua y la sobrante saltaba por encima y seguía su curso; después de lavarse asomó a la puerta y vio como la acequia junto al agua restante servía como abrevadero para los animales con el mismo sistema, antes de perderse bajo tierra, entro a recoger el maletín y se encontró con que Crescencio le ofrecía un queso.

—A don Zacarías le daba un queso ¿usted quiere uno o dos?

Carlos miró fijamente aquel hombre, que parecía no saber en qué época vivía y le contestó con amabilidad.

—Señor Crescencio, me basta con un queso pero debe tener en cuenta que yo soy médico de personas, no de animales, para los animales están los veterinarios.

—Aquí nunca ha habido un veterinario, lo que es bueno para los hombres es bueno para los animales; eso decía el doctor.

—Si es posible pero… Carlos empezó a mirar alrededor, dos fotografías colgaban a cada lado de la pared, en una esquina un horno moruno y un pequeño armario de obra con puerta de hierro llamaron su atención cuando escuchó.

—Quiere comer — era la voz de Crescencio quien le invitaba, pensó que era buen momento para entablar amistad con él —.

—Si no es una molestia para usted.

—Tengo comida de sobra la cerda ha matado un lechón.

—En ese caso le acompañaré.

Sin mediar más palabras Crescencio entró en la que parecía la única habitación de la casa y salió con una jarra de vino y un taco de queso sobre una madera, a continuación abrió el armario y sacó una hogaza de pan diciendo.

—Suelo hacer pan dos veces por semana, antes de comer lo pongo en el armario y se calienta, como recién echo.

Carlos pensó “no parece tan tonto como dicen” mientras tanto Crescencio abría el horno y sacaba el cochinillo. Sacó dos escudillas de madera de olivo y un cuchillo para Carlos él sacó su navaja sentándose frente a él y diciendo.

—Coma, coma.

Durante la comida el silencio imperaba, ninguno de los dos mediaba palabra; Carlos terminó y se dedicó a fijarse en las fotografías, de nuevo escuchó la voz de Crescencio.

—¿Hierbas?

—¿Cómo dice?

—No tengo café yo tomo hierbas.

—Bien lo que usted tome estará bien.

Crescencio sacó del horno un recipiente que había puesto con antelación y con un colador de tela llenó dos vasos. Sacó el azúcar y una cucharilla. El no se puso azúcar. Carlos creyó que era el momento oportuno de hablar y preguntó.

—¿La chica que está con usted en la foto, es su hermana?

—Yo no tengo hermanas.

—Pero, Crescencio se le parece.

—La comida se ha terminado.

Crescencio dejó el vaso de aluminio sobre la mesa y salió por la puerta con cara de pocos amigos; Carlos recogió el queso y lo vio entrar en la cuadra, subió al coche, tras limpiarse los zapatos con paja y se fue. Sus pasos lo llevaron al mesón con el queso bajo el brazo, su mesa estaba vacía y se sentó en ella Susana solicita se acercó.

—Ahora te saco la comida.

—No por favor, estoy harto sácame un pacharán. He comido con Crescencio.

—Dios mío y te ha dado un queso de los suyos, te lo puedes comer te aseguro que es bueno.

Susana le llevó la copa y se sentó a la mesa.

—Venga cuéntamelo todo, parece imposible que Crescencio invite a alguien a comer; eres un privilegiado.

Carlos le contó todos los pormenores de su encuentro con el ganadero (cómo solían llamarle en el pueblo). Ambos rieron de lo ocurrido y estuvieron charlando más de una hora. Rosa salía de la cocina y se dirigió a Carlos.

—Don Carlos le confirmo que las tres señoras que le dije el otro día eran amigas de la tal Laura, aunque no la recuerdo mi prima que es más joven que yo, me lo ha confirmado.

—Gracias Rosa.

Rosa se fue y Carlos quedó pensativo, Susana le preguntó.

—¿Ahora te irás al sindicato?

—No, no tengo ganas pasearé un poco por la sombra, me encerraré en casa y leeré el diario de Laura tal vez encuentre algo que me aclare quién era.

—Como ¿tienes el diario de la tal Laura?

—Si podemos decir que era mí paciente y… Bueno creo que a ti te lo puedo contar.

—Pues me lo cuentas bajo la arboleda junto al arroyo tengo ganas de pasear un poco.

Susana se quitó el delantal y después de hablar con Gaspar se dirigió con Carlos a pasear bajo los árboles cercanos al rio.

—Venga Carlos ya estoy dispuesta, cuéntame todo lo que sepas de Laura.

No hay mucho que contar si no fuera por la gravedad de los hechos. Ocurrió en el año setenta y ocho, en la verbena de San Juan, según parece ser al terminar la verbena Laura se dirigió a la casa grande para terminar la fiesta con sus amigos y amigas como otros años. De los cipreses salieron tres encapuchados con las sotanas y los capirotes de Semana Santa, la sujetaron y uno de ellos la violó, después salieron corriendo, ninguno habló ni se descubrió el rostro por lo tanto no los pudo reconocer. Uno debió volver mientras ella seguía llorando en el suelo intentando taparse con la blusa rota. Alguno volvió y le propinó varios golpes saltándole un diente y reventando su labio inferior por dentro, quedó unos minutos en el suelo llorando sin saber qué hacer. Se levantó y como pudo llegó a su casa — según dice en el diario — sus padres la atendieron, ella decidió marcharse del pueblo. Sus padres decidieron retenerla, pero ante sus razones y decisión inquebrantable, su padre le ofreció el borrico que tenían así podría venderlo y sacar algún dinero por él. Su madre no quería que se fuera pero ella le dijo. Como puedo pasear por el pueblo con esta cara y que pensaran mis agresores cuando me vean se reirán de mí; toda mi vida viviré con vergüenza si sigo aquí, pensando que me cruzo con los que se han aprovechado de mi. Sus padres la comprendieron y la dejaron marchar. Y a esto se reduce el diario de Laura, yo me he propuesto encontrar a los culpables si es posible no tengo prisa pero si curiosidad.

—Yo en tu lugar lo comentaría con las personas con las que te juntas en el Sindicato o casino ellos están casados con amigas de Laura según dice Rosa y ¿Quién sabe? Tal vez sepan algo que tú desconozcas.

Si tienes razón estudiaré como lo digo, pero si no empiezo a investigar nunca sabré que parte de verdad hay en el diario, ni la opinión de los que la conocieron. La pareja regresó al mesón y Carlos recogiendo el queso y el maletín del coche se fue a su casa.

Unos días más tarde Carlos recibió un telegrama, iba dirigido al médico de San Rafael, a Carlos le extrañó que en la era de las telecomunicaciones se mandase un telegrama. El telegrama decía así.

Llego el martes——— me incorporo el uno del nueve——— ¿hay donde alojarse?

Tl 667454188 Amaya.

Carlos recapacitó si Amaya era la enfermera que esperaba no se podía alojar en su casa y también esperaba un doctor o doctora después de comer en el mesón preguntó a Susana por viviendas que se alquilasen. Susana le respondió.

En el bar de Iñaki hay cuatro habitaciones, también hay casas que se alquilan en el verano y yo dispongo de dos pequeños apartamentos en la parte superior del mesón, uno ya lo han vaciado y el otro lo vacían el domingo día cinco.

Veras espero un doctor y un enfermero, sé que uno de los dos es mujer, pero del otro no sé nada; creo que es mi obligación moral intentar acomodarlos y después que ellos decidan.

Puedes contar conmigo intentaremos acomodarlos y el precio será económico, en invierno aquí no viene nadie, podríamos decir que es temporada baja.

Carlos llamó por teléfono a Amaya; una voz se escuchó al móvil.

—Sí, dígame ¿Quién es?

—Soy el doctor Carlos del Olmo, usted debe ser Amaya.

—Sí, así es.

—El problema de la vivienda está resuelto, cuando llegue al pueblo, siga por la calle mayor y tuerza a la derecha en la segunda esquina y la siguiente a la izquierda. El ambulatorio está junto una plazuela, lo encontrará con facilidad.

—Gracias don Carlos, en dos días estoy allí, adiós.

—Adiós Amaya adiós.

Ese sábado por la tarde Carlos visitó el sindicato como había hecho otras veces encontró a Salvador y el alcalde jugando al dominó con José el ferretero y Fermín el maestro (persona a la que no conocía Carlos por encontrarse de vacaciones y que le fue presentado de inmediato) al término de la partida al alcalde y a salvador les tocó pagar la consumición, entre risas por una parte y excusas por la otra, se levantaron de la mesa y se fueron a la zona de los sillones como le llamaban — en realidad sillas tapizadas con apoya-brazos y mucho más cómodas— Carlos esperó el momento oportuno tras la euforia de la partida y la petición de las consumiciones, para hacer sus preguntas, un comentario del alcalde le dio la oportunidad.

—Don Carlos tengo entendido que visitó usted la granja de Crescencio y este le invitó a comer.

Una sonrisa se dibujó en la cara de los asistentes.

—Sí, así fue y me lleve dos grandes sorpresas.

—Cuente, cuente, que sorpresas como fue el encuentro —dijo sonriendo Salvador—.

—Hace quince días, llamó a mi puerta y me dijo que Margarita estaba de parto yo creí que era una mujer, “tal vez su mujer” cogí el maletín y nos fuimos rápidamente. Mi primera sorpresa fue comprobar que la tal margarita era una vaca.

Las risas se propagaron por todo el local.

—Cuente, siga, siga que pasó después. — Apremió de nuevo Salvador—.

—Después de atender a la vaca, me regaló un queso y me invitó a comer tenía un exquisito lechón al horno, del que dimos buena cuenta entre los dos. Esa fue mi segunda sorpresa lo rico que estaba todo cuanto sacó a la mesa, incluido el pan que el mismo elabora. Después de comer vi una fotografía al lado de la chimenea de él y la que parecía su hermana de adolescentes y al preguntarle por ella su semblante cambió y abandonó mi compañía; en pocas palabras sin decirme que me fuera me echó.

—Si es típico de un animal como él —respondió José—.

—No quiso hablar de su hermana Laura y sin embargo yo estoy interesado en recabar información sobre ella. Es posible que ustedes la conocieran se fue del pueblo en el año setenta y ocho.

Los asistentes se miraron unos a otros —Fermín dijo—

—Yo solo llevo veinte años en el pueblo, como maestro, no pude conocerla.

—Yo si la conocía y José también —contestó Salvador — era amiga nuestra pero poco podemos decirte de ella, un día desapareció y que yo sepa nunca volvió.

—Sí pero algo se diría por el pueblo de los motivos por los que se fue.

—Sinceramente —dijo José— si los hubo, es el secreto más bien guardado que conozco, no creo que nadie en el pueblo sepa los motivos, se dijo que le robó el asno a su padre y se fue con un forastero.

—Todos sabemos que ese bulo es falso —contestó Salvador — Laura no era así debió tener algún motivo muy fuerte para abandonar el pueblo. Don Carlos era una buena chica yo la conocía muy bien de toda la vida, tomamos la comunión el mismo año y siempre fue amiga mía, debió tener un motivo poderoso. Tal vez se fue para estudiar o trabajar, lo que nunca supe es porque desapareció en plena juventud. En fin es agua pasada, mejor hablemos de futbol.

Carlos entendió que de momento no podía tirar más del hilo y siguió la corriente. Mientras pensaba que mejor sería hablar con ellos por separado y descubrir lo que le ocurrió a Laura en privado. Ya en su casa se trazó un plan para ir investigando y hablando con los que la conocieron. Recordó que en las peluquerías suele ser donde más información se puede conseguir y esa misma semana fue a visitar a Casimiro el barbero. Mientras le cortaba el pelo le preguntó si sabía alguna cosa de Laura amiga de salvador y José “el ferretero”.

—No, no puedo decirle nada en concreto de Laura yo tengo cuatro o cinco años menos que Salvador y José, solo puedo decirle que de su cuadrilla de amigos solo quedan ellos dos; eran cinco y se juntaban con las amigas de Laura que eran cuatro yo recuerdo a las dos cuadrillas muy unidas. Ellos eran los de mejor posición en el pueblo y ellas las más guapas.

—No, la más guapa era la estanquera —dijo un señor que estaba sentado esperando el turno— la estanquera se juntaba en ocasiones con ellas, pero era dos años más joven y tenía muy mala leche, se casó con Ángel y se fueron a vivir a Valladolid, ella vuelve de vez en cuando pero Angel murió.

—¿Conoció usted a Laura? —Preguntó Carlos —.

—Si yo soy tres años mayor que ella, era amigo de su hermano y de Roque “el carnicero”. Muy guapa e inteligente todo lo contrario que su hermano que es un ceporro; yo hace más de un año que no lo veo; desde que murió “la justa” se fue a vivir a la granja y de allí no sale. En cuanto a su hermana se dijeron muchas cosas en su tiempo, pero nadie sabe nada en concreto.

Carlos tuvo claro que en el pueblo nadie sabía lo ocurrido a Laura y que quien lo supiese no abriría la boca. Habían pasado muchos años y nadie la había abierto no cabía esperar que lo hiciera ahora después de tanto tiempo.


La mañana era calurosa y no hubo muchos pacientes en la consulta, al terminar Carlos decidió hacer un recuento del instrumental y pedir lo que consideraba que podía hacer falta. Un joven de un metro ochenta llegó a la puerta y se presentó a Teresa.

—Buenos días, Me llamo Juan Carlos y estoy destinado a este ambulatorio. Teresa entró rápidamente en la consulta e informó a Carlos; este salió rápidamente a recibirlo.

—Me llamo Carlos, Carlos del olmo y la señora es Teresa ¿es usted el médico?

—No, yo soy ATS. Si quiere pueden llamarme Juan para evitar confusiones.

—Pues bien Juan estábamos esperando un ATS y un doctor, en ese caso falta por llegar Amaya, ella debe ser la doctora, si quiere puede entrar estoy revisando el instrumental y después ya hablaremos del alojamiento.

Juan y Carlos charlaron mientras confeccionaban la lista y Carlos le informó de los pormenores del pueblo. Se estaban preparando para cerrar cuando un coche aparcó frente al ambulatorio. Carlos salió a la puerta seguido de Juan y Teresa; del vehículo bajó un matrimonio maduro y una joven, miraron la fachada y la señora dijo.

—Sí, es aquí — y se dirigió hacia ellos — ¿este es el ambulatorio?

—Mama tiene el letrero en la puerta. — Contestó la joven—.

—Sí pero mejor preguntar; ¿Quién dirige esto?

—De momento yo y a partir del día uno la doctora Amaya —contestó Carlos—

La joven se acercó con su padre — el conductor del vehículo—.

—Usted debe ser Don Carlos —dijo la joven — soy la doctora Amaya. Perdone a mis padres nunca he salido de casa y estaban deseando saber dónde me destinaban.

—Mucho gusto de recibirla, le presento a Teresa y Juan con usted estamos completos. Ahora que tal si descargan el equipaje y nos vamos a comer ¿si les parece bien?

Aceptaron y después de descargar el equipaje (tres maletas) Juan hizo lo mismo (una maleta, una bolsa de mano con zapatos y el portátil) y se dirigieron al mesón. La señora no dejaba quieto a nadie, todo lo miraba y preguntaba, antes de sentarse a la mesa decidió ir al aseo, acompañada por su marido; momento que aprovechó Amaya para pedir disculpas.

—Perdonen a mi madre, cree que todavía soy una niña y quiere protegerme, en realidad nunca he estado fuera de mi casa más de quince días y ahora no sé cuánto tiempo pasaré aquí.

Su madre no tardó en volver.

—Al menos los aseos están limpios, creo que podemos comer tranquilos.

—Señora no tema por su hija — dijo Carlos— este es un pueblo muy tranquilo y con una gente maravillosa, su hija estará muy bien y nosotros cuidaremos de ella, no debe guardar ningún temor no podía haber ido a mejor sitio, aquí no hay delincuencia ni locales nocturnos de alterne.

—Si pero y la vivienda no he visto ningún hotel.

—No lo necesita aquí en el mesón tiene reservado un apartamento o algo parecido, después de comer Susana “la dueña” se lo mostrará. En el ambulatorio hay una casa para médicos donde vivo yo pero solo hay una habitación libre, por eso hable con Susana y le reservé los apartamentos. Uno estará ocupado lo que resta de semana, eso quiere decir que Juan, que también ha llegado esta mañana ocupará la habitación del consultorio, hasta que quede libre la otra, si les gusta.

Susana no tardo en servirles y apenas comieron les mostró los apartamentos que fueron del agrado de la señora. Acuciada la madre por el padre de Amaya, pues vivían en Barcelona y el camino de regreso era largo. Se despidieron rogándoles que cuidaran de su niña. Amaya respiró cuando los vio alejarse. Después se instaló en el apartamento con la ayuda de Carlos y Juan. Sobre las seis de la tarde quedaron para dar una vuelta por el pueblo y Carlos les mostró las diferentes calles y comercios. También les dijo que él solía comer en el mesón y cenar en su casa. Juan le respondió.

—Podríamos hacer alguna compra y cenar juntos los tres, por mi parte mientras esté en su casa seguiré sus costumbres.

—Me parece bien — contestó Amaya — a mí también me gustaría hacer una compra y llenar la nevera del apartamento.

Llegaron a casa cargados de bolsas y Carlos se encargó del menú. Patatas fritas, huevos y verdura a la plancha. Amaya quería saber cómo funcionaba el ambulatorio.

—Teresa abre a las nueve, tenemos una consulta para cada uno y solo un ATS, Teresa no es enfermera es administrativa, pero la utilizamos en ocasiones como ayudante técnico “es muy competente. Juan si tienes que hacer curas, pinchar o realizar alguna extracción deberás pasar por el pasillo y utilizar el supuesto quirófano, cuando no tengas trabajo puedes ayudar a Amaya. En cuanto a las cartillas te corresponden las del doctor Germán prácticamente tenemos mitad por mitad y eso es todo. Si tienes alguna duda consúltame no lo dudes.

Una semana más tarde todo funcionaba correctamente y Juan había abandonado la habitación de la clínica, para instalarse en el mesón. Los días fueron pasando y Carlos decidió seguir con sus investigaciones sobre Laura. Aprovechó que la señora del alcalde fue a la consulta para proponerle tener una conversación sobre su amiga Laura, la señora le invitó a tomar café a las cinco y Carlos aceptó. A las cinco en punto llamó a su casa.

—Buenas tardes doña Constancia.

—Buenas don Carlos Pasemos a la salita.

Constancia sirvió el café y se sentó frente a Carlos.

—Quería usted saber sobre Laura, he buscado algunas fotos pero no tengo muchas en aquellos tiempos no nos sobraba el dinero, yo vengo de una familia humilde como Laura, mi amiga Celia casada con don salvador estaba en mejor posición y Pilar era hija del carnicero, la carnicería que hay cerca de la plaza es de su hermano, cuatro años mayor que ella. Durante la juventud se añadieron y se fueron algunas amigas pero nosotras cuatro siempre estuvimos unidas. Aquí no podíamos estudiar y quienes querían o podían hacerlo tenían que salir a la capital, a Burgos, a Santander o a Madrid. En mi caso yo no estudie y mis padres me mandaron a Madrid a trabajar en una zapatería, de un pariente de mi madre, su mujer regentaba una pensión, yo tenía veintitrés años y Laura ya había desaparecido, allí conocí a mi marido y me casé con veintiséis años, después nos vinimos al pueblo. Yo lo añoraba y mis padres estaban delicados.

—Cuénteme si Laura salía con algún chico o tenía novio.

—Yo no le he conocido novio alguno aunque si tuvo pretendientes, a ella le gustaba bailar y divertirse no pensaba en compromisos. Puede que Salvador le echase los tejos, pues la buscaba cuando se peleaba con Celia, pero ella no le hacía caso y se lo contaba todo a Celia, en realidad no hacía caso a nadie.

—¿Qué recuerda de la noche de San Juan cuando desapareció?

—Teníamos por entonces veintiuno o veintidós años, Laura bailó toda la noche con gente del pueblo y forasteros; la verbena de San Juan es famosa por los alrededores y viene gente de muchos pueblos del alrededor. Recuerdo verla bailar con Salvador a Celia creo que no le cayó bien y nos retiramos muy pronto. Puede que ese día salvador y ella tuvieran algún enfado y Salvador quisiera… En fin Todos sabíamos que Salvador y Celia se querían. Se casaron dos años después de irse o desaparecer Laura. Poco más puedo decirle. He buscado fotos en las que estuviera Laura y solo tengo cuatro mírelas en la primera estábamos en el colegio Laura es la de las trenzas y yo la de la esquina, en esta estamos todas en la procesión, aquí bailando en la casa de la colina con los amigos y esta es en una cena de despedida cuando José se iba a la mili. No dispongo de más.

—No se preocupe me ha sido de gran ayuda.

En realidad Carlos salió de la casa casi como había entrado, continuaba sin tener una pista fiable solo él sabía lo ocurrido y no quería contarlo sin saber a qué atenerse.


A finales de octubre cayó una fuerte nevada el otoño quería despedirse haciéndose notar. Por todos los santos era costumbre sacar los abrigos, ese año con más motivo tuvieron que sacar las botas de agua, a los quince días la nieve había desaparecido y después de unos días más, la nieve y las ventiscas anunciaron que iba a ser un crudo invierno.

Carlos miraba la televisión cuando llamaron a la puerta. Del coche de la policía municipal bajaron a un señor temblando y envuelto en mantas; el hombre apenas se tenía en pie, no parecía enfermo por lo que Carlos les indicó que lo dejasen en el sofá. El policía le informó.

—Lo hemos encontrado dentro de un coche casi congelado, nos avisó Manuel el chico de la gasolinera lleva tres días sin salir apenas del vehículo.

—Bien dejadlo aquí le aré un reconocimiento.

Carlos le hizo una revisión y solo encontró la tensión baja y lo delgado que estaba el señor; después le preguntó.

—¿Cuantos días lleva sin comer?

El hombre tuvo que esforzarse para responder.

—Unos cuantos.

—Bien creo que usted no tiene nada que no se pueda arreglar con una buena comida, pero antes ha de pasar por la ducha, huele usted a gloria.

El hombre no tenía fuerzas y Carlos tuvo que ayudarle a ducharse, le dio sus zapatillas, ropa interior limpia y un albornoz, de nuevo le ayudó a sentarse en el sofá frente a la chimenea.

Carlos había puesto patatas en el horno para su cena hizo unas chuletas de cordero y un huevo para cada uno; puso la mesa y observó que el paciente ya no temblaba. Le ayudó a sentarse y compartieron la comida, después le calentó un vaso de leche y le hizo tomar dos pastillas. Con la ayuda de Carlos el hombre volvió al sofá, frente al fuego reparador. Hora y media más tarde Carlos dijo.

—Es hora de acostarse le ayudaré a subir a la habitación.

—No por favor déjeme dormir en el sofá frente al fuego he pasado mucho frio estos días.

Su voz aunque temblorosa y débil empezaba a recuperarse. Carlos accedió y se fue a dormir.

Al día siguiente cuando bajo de su habitación el forastero seguía durmiendo, se dirigió a la cocina y calentó leche, sacó miel, tostadas, galletas y aceite. El forastero despertó con el ruido de Carlos.

—Si quiere el desayuno está en la mesa.

El hombre se levantó y con pasos que denotaban su debilidad se sentó a la mesa sin mediar palabra. Al terminar el desayuno Carlos le volvió a tomar la tensión y observó que esta se había recuperado, aunque el hombre continuaba estando débil.

—Yo debo irme a pasar consulta si tiene ganas de comer, o alguna otra necesidad está en su casa.

Los guardias municipales pasaron a preguntar por el paciente. Carlos les dijo.

Está bien pero tardará en recuperar las fuerzas, lo mejor será que pase unos días conmigo y después es cosa vuestra.

—Cree usted que es un mendigo y que el coche es robado.

—No sé si el coche es robado pero la ropa que llevaba no es de mendigo, toda ella es de marcas caras, no creo que sea un mendigo ni un delincuente, habla poco pero con educación, creo que mañana estará en disposición de responder a todas sus preguntas.

A la hora de comer Carlos lo llevó al Mesón y lo mismo hizo al día siguiente, ante la atenta mirada de Susana. Al terminar de comer Susana con una copa de pacharán en la mano se sentó con ellos.

—¿quiere usted una copa? Señor…

—Francisco, Francisco Elorriaga de las Eras. No, no quiero beber más alcohol en mi vida, he tenido suficiente. Solo quiero recuperarme y buscar un trabajo. Doy gracias a Dios por haber encontrado unas personas como ustedes; me han atendido y me han cuidado sin un solo reproche y sin hacer preguntas. Algún día les contaré que me ha ocurrido, hoy por hoy no me encuentro con fuerzas.

—No tiene nada que explicar, su vida es solo suya —dijo Carlos tranquilizándolo—.

—Si tengo mucho que explicar, usted paga mi comida sin esperar nada a cambio pero le juro que le devolveré hasta el último céntimo, más abusando de su confianza quisiera traer mi coche a la plazuela, pero no me queda combustible allí he dejado mi ropa y mis papeles.

—Bien si ese es el problema tiene solución, iremos con mi coche y le pondremos combustible al suyo.

Salieron del mesón y se fueron en busca del coche de Francisco, al llegar Carlos se sorprendió. El coche era un Mercedes que no tendría más de dos o tres años después de arrancar el vehículo, con ayuda del chico de la estación de servicio, regresaron a la plazuela. Francisco sacó la maleta y puso la ropa en la lavadora. Al día siguiente se personó en el retén de guardia de los municipales y les dio todo tipo de explicaciones. A continuación habló con el alcalde y le pidió trabajo; el alcalde no le prometió nada pero le dijo que lo tendría en cuenta. En cuanto Francisco salió del ayuntamiento, el alcalde llamó a Carlos y le explicó la entrevista. Carlos ya tenía claro que Francisco no era un delincuente y que contaría su historia, cuando estuviera preparado para ello; Carlos consideraba que su mayor herida estaba en su pecho.

Ese mismo día al terminar de comer Carlos sacó un billete de cien euros y dándoselo le dijo.

Puede que tenga alguna necesidad y no se atreva a pedir nada, un hombre no puede ir sin dinero por el mundo.

A Francisco le corrieron las lágrimas por las mejillas sin poder evitarlo; sin contestar cogió el billete y se lo guardó y mientras Carlos se tomaba su copa de pacharán se acercó Susana.

—Por favor Susana.

—Dígame Francisco.

—Aceptaría usted cenar mañana con el doctor y conmigo.

—Por supuesto ¿Dónde es la cena?

—En casa de Carlos a las nueve.

—Bien pues allí estaré.

Carlos pensó ¡apenas tiene dinero y ya está invitando! Pero no esperaba las palabras de Francisco.

—Sé lo que piensa doctor y solo puedo decirle que para recoger hay que sembrar y debo aclararle que yo también me he fijado como mira usted a Susana.

—No en eso te equivocas no estoy ahora mismo por la labor, quiero decir que no es mi preferencia buscar pareja.

Perdone pero no dicen eso sus ojos, de todas formas mañana haré yo la compra y la cena.


A las nueve en punto llamó Susana a la puerta; la mesa estaba puesta no faltaba un detalle. Carlos la recibió diciendo en voz baja.

—No me ha dejado entrar en la cocina, no sé qué cenaremos.

Francisco les hizo sentarse y destapó una botella de vino blanco (para él una cerveza, sin) entró en la cocina y salió con tres platos, mientras explicaba de que se trataba.

—Primer plato bacalao fresco con salsa particular y cebolla caramelizada.

Carlos y Susana se miraban mientras comían, el plato no solo estaba bien presentado también estaba riquísimo. No dejaron ni las migajas (como se suele decir).

Francisco recogió los platos y los llevó a la cocina saliendo con otros tres platos.

—Delicias de solomillo con salsa de boletus y fuá casero: como verán el plato solo es de degustación para que puedan dormir tranquilos.

La comida confeccionada por Francisco era deliciosa, al terminar preguntó sonriendo.

—¿Desean algo más los señores?

—No Francisco estamos llenos.

—Bien pero no me despreciaran unas natillas, he hecho de sobra y tendremos para desayunar.

Los tres sonrieron la velada era agradable pero la noche aunque serena e iluminada por la luna era fría y al día siguiente tenían trabajo. Susana no tardó en despedirse y Carlos se ofreció a acompañarla, cosa que no rechazó Susana.

Bien abrigados y con las botas de agua salieron a la calle, Susana no tardó en entablar conversación.

—Me ha sorprendido el tal Francisco, no sabía que supiera cocinar y en realidad todo estaba delicioso ¿Dónde habrá aprendido?

—No tengo ni idea, pero doy por sentado que sabe cocinar. ¿Sabes Susana? estoy intrigado por saber quién es, y espero que algún día me cuente su vida, desde un principio me di cuenta que no era un mendigo ni un malhechor, pero si era un hombre con una gran crisis o depresión. Por eso he procurado no hacer preguntas y dejar que su inteligencia actué por sí misma, creo que he acertado en mí diagnóstico.

—Has tenido buena psicología ¿eres psicólogo?

—No estudié medicina general y un año después me especialicé en pediatría. Pero no he trabajado nunca como pediatra. Los niños son especiales, no hablan no pueden decirte que tienen necesitas entenderlos y no quería verme en un compromiso por eso me especialicé en pediatría.

Háblame de ti Susana, deduzco por tu forma de hablar que tienes estudios.

—Si así es estudié empresariales y después estuve un año en Gran Bretaña trabajando y perfeccionando el Inglés al volver quise hacer A-D pero mi padre cayó enfermo y tuvimos que emplear gente en el mesón; mi madre tenía que llevarlo a diálisis y el mesón no daba para tanto me puse a trabajar en un bar sirviendo mesas mientras estudiaba. Pero no es lo mismo estudiar que trabajar y los estudios se hicieron largos. Un día recibí una llamada de Rosa (la cocinera) mis padres habían muerto en un accidente de automóvil en la curva siete (como la llamamos aquí) mi madre llevaba a mi padre a la diálisis y resbaló con una placa de hielo. Tuve que hacerme cargo del negocio familiar y aquí llevo cinco años; al fin y al cabo soy empresaria.

—¿Cómo es que no te has casado?

Susana sonrió mientras decía.

—Tal vez me tengan miedo los mozos del pueblo o sea poco para ellos. En realidad nadie me lo ha propuesto y se lo agradezco pues no conozco a nadie que me interese. En una ocasión congenie con un chico mientras estudiaba, en cuanto le dije que me quedaba en el pueblo no volvió a llamarme; en otra ocasión Gaspar me dijo que Cipriano bebía los vientos por mí, yo le contesté que no bebiese tanto que se emborracharía. Nunca volvió a decirme nada. Bien Carlos yo te he contado mi vida y no sé nada de ti ¿Qué ha sido de tu vida amorosa?

—No hay mucho que contar, cuando estudiaba en la Universidad conocí a una chica preciosa y nos hicimos novios, al año lo dejamos el cannabis pudo más que yo, años más tarde mientras hacía practicas una doctora no dejaba que nadie se acercara a mí, parecía que me quería con locura y al final caí en su red. Cuando terminamos y nos fuimos a destino mientras yo me quedaba en Zaragoza donde vivía; ella consiguió una plaza en Córdoba y mientras se iba en el tren me mandó un mensaje que decía.

Voy rumbo a mi nueva vida en Córdoba, te deseo suerte, nunca te olvidaré

CARLA.

Y así terminó todo, no sé porque no me causó daño, tal vez no la quería lo suficiente o tal vez tenía otros problemas. Mi madre murió de un cáncer y yo no pude hacer nada por ella, cuando me di cuenta ya era tarde tenía metástasis, me lo había ocultado para no apenarme quedé solo con mi padre, este me dejó hace dos años y decidí cambiar de aires por eso pedí este destino.

—Bien Carlos ya hemos llegado a mi casa, es la parte superior de la vivienda.

Se miraron fijamente ambos sabían cuáles eran sus deseos. Sus miradas lo decían todo Soraya se decidió bajando la vista y con voz muy suave a preguntar.

—¿Quieres pasar?

—¿No tienes miedo de lo que ocurra si subo las escaleras?

—No, tengo más miedo de que no las subas.

Sus labios se fundieron en un deseado beso, mientras Susana abría la puerta y sin soltarse pasaban al interior, subieron las escaleras como una exhalación y al llegar arriba sus labios se volvieron a fundir.


Las campanas de la iglesia tocaron despertando a la pareja.

—Las ocho dijo Susana, Dios mío se me ha hecho tarde.

Cada uno corría por su lado entre cómplices sonrisas; cómplices de una noche de retenido y deseado amor.

Cuando Carlos llegó a su casa Francisco estaba en la cocina, rápidamente le sirvió el desayuno y se sentó frente a él sonriendo. Carlos lo miró y solo dijo.

¿Qué?

—Nada, nada solo que la cena fue deliciosa y el día es maravilloso, los pajaritos cantan, pio, pio, pio.

Y se fue a la cocina; Carlos sonrió, terminó el desayuno y se fue a la consulta sin afeitarse.

Ese mismo día cuando fueron a comer al mesón, las sonrisas y las miradas se escondían. Gaspar se acercó a la mesa.

—Carlos ¿sabes porque Susana ha venido tarde esta mañana?

Sin esperar la respuesta se alejó. Al momento volvió y sentándose rápidamente le dijo a Francisco en voz baja.

—Rosa ya se lo ha dicho a Susana.

Se levantó y se fue a servir mesas. Carlos miró fijamente a Francisco.

—¿Se puede saber que os lleváis entre manos?

—¡Sí!, te lo cuento. El otro día cuando estaba limpiando el coche estuve hablando con Gaspar, al que impresionó ver un Mercedes por el pueblo. Me preguntó cómo había podido comprarme un coche tan caro; yo le respondí que trabajando de cocinero y se echó a reír, tuve que jurarle que era verdad. Que yo era cocinero y entonces me dijo que Rosa quería Jubilarse, por eso os invité a cenar era mi ocasión de demostrar a Susana, que se cocinar del resto debe encargarse Gaspar.

—Ya Gaspar se ha convertido en tu representante o cotilla.

—Podríamos llamarlo así. Pero si quieres librarte de mí tendrás que ayudarme y echarme una mano.

El resto de la comida no habló del tema pero al terminar Susana se sentó en la mesa.

—Vamos a ver Francisco ¿Qué os lleváis entre manos tú y Gaspar?

—Nada Susana, solo le dije que era cocinero —contestó Francisco con cara de sorpresa—.

—No creas que con un poco de bacalao me vas a comprar.

—No ni mucho menos, pero te gustó la cena ¿a qué sí? —Contestó Francisco sonriendo.

—Yo no me vendo por un plato de lentejas ya hablaremos.

Susana no pudo por menos que sonreír. Francisco sabía cómo ganarse a la gente; terminaron de comer y se fueron a casa de Carlos una hora más tarde llegó Susana. Después de darle un beso a Carlos se sentó en el sofá con él, mientras Francisco ocupaba un sillón. Sin perder tiempo Susana abordó el tema que le interesaba.

—Francisco posiblemente necesite un cocinero pero como puedes comprender quiero saber a quién contrato y no me basta con que sepa cocinar.

—Si tienes razón y en mi caso creo que os debo una explicación o mejor, empezaré por el principio.

Los dos quedaron expectantes.

—Cuando fui a cumplir mi servicio militar a Cartagena, un compañero de viaje me dijo que pensaba presentarse como cocinero aunque tuviera que fregar cacharros, al menos comería bien. La idea me pareció buena me destinaron a la cocina sin saber freír un huevo, en realidad solo tenía que hacer lo que me mandaran y así empecé a saber lo que se cuece en una cocina.

Al terminar el servicio militar busqué trabajo de cocinero y lo encontré en un bar de playa en Santa Pola, allí fui mejorando y aprendiendo, dos años más tarde un anuncio del periódico me llevó a Valencia capital, a un hotel de cuatro estrellas donde supe lo que era la alta cocina; tan pronto teníamos que cocinar para doscientos, como teníamos una cena de negocios para diez o doce personas. Jorge el jefe de cocina era fabuloso, un experto y gran profesional, puedo decir que a su lado lo aprendí todo. Pero el sueldo no era de mi gusto y yo trabajaba como un enano. Nuevamente en el periódico necesitaban un jefe de cocina en un restaurante de la Malvarrosa; era mi oportunidad y no la desaproveché allí estuve casi dos años. Un buen día terminándose el verano, un señor con bigote que comió solo en un rincón, le dijo al camarero que quería hablar con el jefe de cocina. Salí por si había alguna reclamación, el señor me hablo de un contrato en Barcelona. Le hice esperar hasta la seis y me esperó con paciencia, hablamos de los pormenores; según me dijo tenía un restaurante y quería subirlo de nivel yo debía encargarme de todo, yo decidía y el pagaba, me convenció y firmamos un contrato privado en una servilleta.

Quince días más tarde estaba en Barcelona, frente un Bar con no muy buen aspecto, pero la dirección era la correcta. Entré con miedo y precaución unos hombres tomaban una cerveza apoyados en la barra. El señor estaba sentado a una mesa, una mujer madura y una joven atendían tras el mostrador. Sobre el mismo dos trozos de tortilla y embutidos variados eran toda su oferta. El señor me reconoció y levantándose, vino directamente a mí.

—Bienvenido ¿Qué le parece?

—Usted me hablo de un restaurante — le contesté, en realidad me dio la idea de darme la vuelta e irme, pero el señor me dijo.

—Venga siéntese.

Nos sentamos y empezó a hablar.

—Mire usted hace un año me tocó la lotería, mi mujer me hizo comprar este bar, según ella nos íbamos a forrar. Yo no puedo trabajar por una lesión en la columna, “me caí de un andamio”. El bar en vez de ganar dinero apenas da para comer, así que busqué consejo en la figura de mi gestor, él fue quien me dijo que buscara un profesional si quería seguir con el bar y yo he querido buscar el mejor, me dedique a comer en varias ciudades y su comida me gustó. Usted es el encargado de convertir esto en un restaurante rentable. El hombre me pareció sincero me levanté y empecé a inspeccionar el bar, al fin y a la postre me había despedido del restaurante donde trabajaba. El local era grande y reunía condiciones, entré en la cocina allí apenas cabían dos personas y estaba toda obsoleta, seguí mirando la barra no estaba mal pero necesitaba unos retoques, sobre todo cambiar la parte superior. Cuando llegué a los aseos me llevé una sorpresa “estaban nuevos” una voz a mi espalda dijo.

—Los cambiamos recientemente según la normativa.

En todas las casas que subministran género a los bares y restaurantes, conocen buenos profesionales para realizar reformas y al mismo tiempo venderte o facilitarte cámaras, cafeteras mesas etc. Incluso financiándolas.

A los dos días tenía un presupuesto de todo lo necesario incluidas las sillas y las mesas. El dueño dijo que adelante yo mandaba y cumpliendo su palabra él pagaba, cerramos el bar y en poco más de una semana se abría el restaurante, en solo un mes contratamos dos camareros, su señora pasó a ayudarme en la cocina y su hija pasó a la caja. Nos costó tres meses crear clientela y ser rentables, al poco tiempo su hija y su señora dejaron de trabajar. Año y medio después me casaba con la hija y dos años después, comprámos otro restaurante cerca del puerto. La vida nos sonreía tuvimos dos hijas preciosas yo me dedicaba a llevar la administración del negocio hacia las compras pagaba y solo me metía en la cocina en contadas o especiales ocasiones.

Mis hijas crecieron sin pasar necesidades. Hace dos años, entre su madre y ellas empezaron a gastar desmesuradamente, coincidiendo la pérdida de clientes fijos debido al cierre de dos empresas. No obstante yo no quería despedir a nadie, en espera de la recuperación, si reducíamos los gastos familiares podíamos aguantar, decidí hablar con ellas mi hija menor acababa de cumplir dieciocho años, la mayor veinte. Después de la cena abordé el problema no esperaba que mis hijas defendieran a su madre como lo hicieron, por un descuido de mi hija mayor supe que mi mujer se entendía con un camarero de veinticinco años, cosa que yo ya me imaginaba, aunque no pedía el divorcio por mis hijas. No le di importancia pero las amenacé con anularles las tarjetas de crédito, mi mujer me contestó.

—Ten cuidado no te las anulemos a ti.

Me puse nervioso y me marché, pasaron unos días y llegaron unas facturas de un centro comercial, me fui a casa y no había nadie, entre por primera vez en el vestidor de mis hijas, había ropa y zapatos por doquier “sin estrenar” monté en cólera y las esperé. No me dieron opción las tres se lanzaron sobre mi sin dejarme hablar. Les dije que iba acortar las tarjetas mi mujer me dijo que no tendría huevos. Pero lo que peor me sentó fueron las palabras de mi hija menor.

Tú no puedes hacer nada, eres un desgraciado que vives del dinero de mi abuelo, vete de mí casa. Me fui por no darle un bofetón, no volví hasta la noche siguiente y me encontré la cerradura cambiada y la maleta en la puerta. Al día siguiente me fui al banco mi nombre había sido retirado de las cuentas. Entonces me di cuenta todo estaba a nombre de mi suegro, la casa, los restaurantes yo solo tenía permiso para utilizar las cuentas de los bares como agregado. De momento me encontré sin nada hablé con mi gestor sobre una posible denuncia y me dijo que no podría afrontar un juicio con ellas y que en caso de afrontarlo, sería largo costoso y sin posibilidad de ganarlo, pues legalmente todo pertenecía a mi suegro, lo mejor que podía hacer era que me buscase un empleo. Me fui al restaurante cercano al puerto donde tenía mi oficina, un camarero me salió al paso.

—Por favor señor Francisco me han dicho que no entre, no me ponga en un compromiso.

El pobre temblaba mientras me lo decía.

—Le dije.— No temas saben que he venido a recoger mis pertenencias en el despacho y me voy.

El hombre me dejó pasar; siempre tenía dinero en el despacho, lo cogí y me fui sin rumbo fijo. No sabía qué hacer ni a donde ir, las palabras de mi hija resonaban en mi cabeza. Creo que instintivamente comencé a beber, era lo único que me libraba de mis pensamientos. Dos meses anduve perdido hasta que se terminó el dinero, decidí volver a Almadella mi pueblo natal, pero al llegar me di cuenta que allí no tenía nada ni a nadie y seguí la carretera, me quedé dormido en la estación de servicio con el motor en marcha para no congelarme, el combustible se terminó y… Gracias solo puedo darles las gracias, ustedes me acogieron y tuve tiempo de recapacitar, tenía un hogar y comida podía recuperar mis fuerzas y empezar de nuevo.

Los sollozos terminaron con la voz de Francisco. Susana le acarició el pelo y le dijo.

—Francisco no te vamos a abandonar, hemos comprobado que eres un hombre inteligente y te estás recuperando, tu vida será lo que tú quieras. Yo puedo darte trabajo pero el sueldo y las horas no son como en tus restaurantes, quiero que entiendas que esto es un pueblo pequeño y tenemos unas limitaciones.

—No te arrepentirás, te lo aseguro en cuanto al dinero no es lo más importante en este momento he tenido mucho y no he sido feliz. Puedes decirme que ocurre con Rosa no quiero ser culpable de nada.

—Rosa quiere jubilarse aunque le falta un año, ha hablado con Cipriano mi gestor (el hijo de Salvador) y le ha dicho que perderá el ocho por cien, a ella le parece bien y es fácil de entender su hija vive en Barcelona y está a dos meses de dar a luz por segunda vez, ella quiere estar presente y ayudarla. Por mi parte le he dicho a Cipriano que le arregle los papeles pienso darle una gratificación y le he pedido que aguante hasta terminar el año.

—No hace falta —contestó Francisco — yo trabajaré gratis hasta final de año así ella puede pasar las Navidades con su hija.

A los dos días Francisco llevó a Rosa a la estación de Almadella y regresó a San Rafael, directo a la cocina del mesón, donde esperaba encontrar una nueva vida.

Rebeca la mujer que vivía en la planta baja de la casa de Susana prima segunda de esta y madre de Manuel (el chico de la gasolinera) iba muchas veces por el bar y se llevaba comida o cenaba con Susana. Rebeca tenía un pie cortado por la tibia y usaba muletas desde hacía muchos años, era reacia a dejar las muletas y ponerse una prótesis, pero ante la insistencia de Carlos y los consejos de Susana; la convencieron para pedir una prótesis a la seguridad social y así poder andar sin utilizar las muletas. Un señor se presentó en su casa para tomar medidas y dos semanas más tarde la prótesis llegó al ambulatorio. Carlos no tardó en hacérselo saber a Rebeca, la citó en el ambulatorio sobre la una del mediodía y después de comprobar que todo estaba bien le aconsejó seguir con las muletas mientras se acostumbraba a caminar sin ellas. Los primeros pasos le confirmaron lo acertada de la decisión.

Ese mismo día la comida en el mesón ya era obra de Francisco. Una vez se fueron los clientes vio como Susana se sentaba junto a Carlos, momento que esperó Francisco para sentarse con ellos.

—Tengo noticias —dijo Francisco con una sonrisa —

—¿Nos incumbe a nosotros? —Preguntó Susana.

—Sí y directamente. Juan Francisco el practicante y la doctora Amaya son pareja, eso significa que pronto quedará un apartamento libre y yo podre abandonar tu casa.

—Estás seguro tan pronto se han gustado lo suficiente para…

—Si los he pillado y Gaspar me lo ha confirmado, salen los dos del mismo apartamento.

Francisco tenía razón y a los dos días se lo comunicaban a Susana, esa misma semana Francisco cambió de domicilio y Carlos quedó nuevamente solo aunque las visitas de Susana eran constantes. Amaya y Juan hablaron con Carlos para coger quince días de vacaciones y poder pasar las navidades con sus padres, se irían el sábado para aprovechar los días, (Navidad era el martes). Carlos no puso ningún impedimento, solo les dijo que le devolvieran el favor cuando él lo necesitase.

Susana como hacía muchas tardes visitó a Carlos, este tenía el diario de Laura entre las manos.

—¿Es ese el diario de Laura?

—Sí y la verdad tengo que reconocer que no he avanzado nada con respecto a la investigación.

—¿En verdad estás interesado en descubrir al, o a los culpables?

—Sí en realidad estoy muy interesado.

—Pues tendrás que cambiar de sistema debes ser más agresivo y demostrar que sabes todo cuanto pasó; empezando por tus amigos del sindicato y siguiendo por sus amigas, tal vez así encuentres un hilo que pueda llevarte a la madeja.

—En este pueblo parece que nadie sabe nada.

—Es posible que así sea, Laura se fue sin contar a nadie lo que pasó ¿Cómo quieres que lo sepan? Solo pueden saberlo los culpables.

—Tienes razón cambiaré de sistema.

—Bien, quería decirte que el día de Navidad cenaremos en el mesón con Francisco, Gaspar, mi vecina Rebeca y su hijo, Teresa y posiblemente su prima si puede venir al pueblo, se llama Carmen y la conocen por “la estanquera”.

—Me parece bien siempre es mejor estar en compañía que solo.


Ese mismo sábado en el sindicato en cuanto tuvo ocasión y estando todos reunidos, Carlos les dijo.

—En repetidas ocasiones les he preguntado por Laura sin encontrar respuestas. Es hora de que les diga porque pregunto. Todos saben que Laura se fue del pueblo pero parece ser que no saben el motivo. Yo se lo diré.

Laura fue atacada por tres hombres vestidos con las sotanas y capirotes, que se usan en Semana Santa. La arrojaron al suelo y uno de ellos la violó, cuando se sujetaba la ropa uno de ellos volvió y la golpeó partiéndole el interior del labio inferior, Laura se fue por vergüenza no sabía quiénes eran sus agresores y no podía permitir que se rieran de ella cuando la vieran, se cruzaran con ella por la calle o bien intentaran repetir la fechoría. El acto ocurrió entre los cipreses que llevan a la casa de Salvador.

Carlos observó las caras de asombro de todos los asistentes, Rafael rompió el silencio.

—El caso es grave y digno de castigo.

—No Rafael seguramente quienes lo hicieron, son ahora hombres respetables que no aprueban lo que hicieron de jóvenes, Creo que su castigo lo han cumplido con creces, con el miedo que les habrá producido la posibilidad de ser descubiertos durante estos años. Pero si tengo la curiosidad de saber quiénes fueron y le aseguro que lo conseguiré.

José tomó la palabra.

—Carlos no creo que entre nosotros encuentre al culpable. Rafael y Fermín no estaban en el pueblo por esas fechas y en cuanto a los amigos de Laura, podemos asegurar que estábamos de fiesta en la casa grande, mucho antes de terminar la verbena.

—En ese caso puedo entrevistarme con todos en privado, tal vez un detalle olvidado nos dé “como dijo una persona” el hilo que nos lleve al ovillo.

—Mi mujer puede que tenga fotos de Laura eran muy amigas —comentó Salvador— incluso puede mostrarle mi álbum allí guardo la foto hecha con una cámara instan recién comprada que estrené la noche de San Juan, encontrará bebiendo a todos los amigos esa misma noche en las cuadras de mi casa.

—Yo guardo la foto de las botellas que descorchamos — apuntó José — era la primera vez que bebía champan francés. Gracias a la reserva que tenía el padre de Salvador.

Poco a poco la conversación se fue yendo por otros derroteros, el deporte y los toros eran las conversaciones habituales en la tertulia.

El día de navidad Francisco acompaño, como en otras ocasiones a Carlos al sindicato y tuvieron que volver pronto, pues Francisco debía de terminar la elaboración de la cena. Teresa acudió acompañada por su prima Carmen (la estanquera). Mientras dialogaban Carlos recordó que el hombre de la barbería, había nombrado como amiga casual a Carmen y no tardó en trabar amistad con ella y en cuanto pudo abordó el tema.

—Señora Carmen tengo entendido que usted conoció a Laura; Laura López la hija de “la Justa”.

—Si podríamos decir que éramos amigas, aunque yo era más joven que ella, me juntaba con Laura y sus amigas para completar el número y salir con la cuadrilla de Salvador, en aquella época era mayor para mis amigas y joven para ellas; cosas de un pueblo pequeño, pero debo admitir que me gustaba sentirme una más entre ellas, por otro lado mi relación con Laura era excelente nos gustaban las mismas cosa, sobre todo bailar los bailes modernos. Aunque reconozco que su mejor amiga era Celia, entre ellas se contaban todos los secretos, en especial la relación de Salvador y Celia. Yo creo que no pasaban más de tres meses sin discutir por cualquier tontería; aunque no tardaban más de quince días en hacer las paces.

—Sabe o puede contarme algo sobre la noche de San Juan del setenta y ocho en que desapareció Laura.

—Si puedo tengo fotografías en las que salimos las dos bailando. Fue la primera noche que bailé con mi marido Angel. Recuerdo que Salvador Bailó con Laura y no con Celia; todos sabíamos que Celia y él eran novios aunque no formales, también sabíamos que se encontraban en los días de enfado mutuo. José llamó a Angel y dejamos de bailar, aunque esa noche casi puedo asegurarte que nos dimos cuenta de que nos gustábamos. Los chicos se retiraron pronto, Laura y yo bailamos con varios forasteros hasta terminar la verbena. No puedo añadir nada más no recuerdo gran cosa, “hace muchos años”

—Carmen parecía querer recordar y ayudar a Carlos, pero como ella decía habían pasado muchos años— Voy a pasar aquí las navidades puede usted pasar por mí casa y le mostraré fotos de esa noche y de días anteriores.

—¿Me dejaría las fotos para escanearlas?

—Sí me las devuelve no hay problema.

—Solo necesito unos breves minutos, e inmediatamente se las devolvería.

—En ese caso pase cuando quiera por mi casa.


La cena fue amena y la compañía agradable. Francisco propuso a Susana organizar la cena de noche vieja en el mesón, había comprobado las plazas y había cabida para cien personas. Solo tenían que comprar un televisor grande para ver las campanadas y editar folletos con el menú y el precio, todos querían colaborar y aportar ideas.

Poco a poco los ánimos se fueron calmando y el sueño hizo mella en los asistentes que fueron desfilando, Susana se fue con Carlos al ambulatorio y antes de acostarse le preguntó.

—¿Qué opinas de la propuesta de Francisco?

—Él conoce el negocio, yo le haría caso no tienes nada que perder la comida puedes comprarla a última hora cuando sepas los comensales y de los folletos puedo ocuparme yo. Hace dos días le pedí al ferretero una impresora multifunción, cartuchos de repuesto y papel tanto fotográfico como un par de cajas de folios A—4. Esta tarde me ha llamado para decirme que pasado mañana me lo traerá a mi casa. Lo que no tiene en stock lo recibe en uno o dos días y te sirve cualquier cosa menos comestibles.

—Sí creo que le aré caso a Francisco, como tú dices es un profesional y me lo ha demostrado sabe por dónde pisa.

El día siguiente de Navidad, José cumplió su palabra, le sirvió la impresora y el resto del encargo a Carlos, esa misma tarde Susana se personó en su tienda y le pidió una televisión de Cuarenta y dos pulgadas, el hijo de José se la llevó al mesón y se la instaló en la esquina con más visibilidad del local. La cena de noche vieja se ponía en marcha.

Por su parte Carlos visitó a Carmen y se llevó las fotografías qué tan amablemente le había ofrecido las escaneó y se las devolvió esa misma tarde.

Por la noche empezó a nevar y al día siguiente había medio metro de nieve a Susana se le helaba la sangre en las venas. Por una vez que había decidido celebrar con una cena la Noche Vieja, el tiempo se lo podría truncar y convertirlo en un fracaso. Pero sus temores pronto pasaron al olvido, las plazas ofrecidas pronto se llenaron casi por completo. Ochenta y nueve personas confirmaron su asistencia. Susana no contaba con que los vecinos de San Rafael, estaban acostumbrados a convivir con la nieve y esta no era impedimento para pasar una buena noche.

Carlos se fue al sindicato antes de ir a cenar al mesón, allí se encontró con toda peña del alcalde, Jugando como siempre al dominó. Don Rafael preguntó.

¿Cuántos van a cenar al mesón? A usted don Carlos no hace falta preguntarle, estaremos en la misma mesa con Fermín y José, según me ha dicho Susana.

—Pues yo no voy — contestó Salvador— si lo has preguntado por mi puedes ahorrarte la indirecta. En mi casa las tradiciones se respetan piensen lo que piensen los demás.

A Carlos le pareció que Salvador estaba de mal humor y algo bebido. Mientras tanto Salvador se terminó la copa de Brandy y pidió otra. Rafael hizo una seña de desaprobación a Carlos; terminaron la partida y pasaron a los sillones, Carlos y Rafael decidieron salir a tomar el aire, Salvador les siguió el tiempo era frio y desapacibles y unas nubes parecían anunciar borrasca; no tardó Salvador en irse a su casa mientras tanto Rafael y Carlos se quedaban un poco más dialogando.

—No lo había visto nunca beber tanto —dijo Carlos— últimamente lo encuentro más delgado.

—Suele beber cuando tiene algún problema o discute con alguien; seguramente habrá discutido con su hijo a causa de la cena, en cuanto a su delgadez, si la he notado desde hace un año ha perdido toda la barriga y los pantalones le están anchos; no creo que todos los problemas dependan de su hijo, a él siempre le gusta salirse con la suya y su hijo no es tan malo en realidad se parece mucho a su padre; podemos decir que es un hombre cabezón con un corazón de oro. Pero dejemos a Salvador, la sobrina del carnicero lleva unos días en el pueblo y a Cipriano le gusta. Ella cenará en el mesón y Cipriano en su casa creo que aquí radica el problema.

—Ya me imagino lo que habrá pasado en su casa, en realidad es la lucha eterna entre las dos generaciones, tal vez debidas a las costumbres o tradiciones. En fin ya nos veremos en la cena, sé que estamos en la misma mesa.


Susana había contratado a dos mozos del pueblo como camareros; cuando estuvieron todos los comensales empezaron a servir la cena. La sobrina de Roque María José se sentó junto a Carlos y no tardaron en entablar conversación. José por su parte no dejaba de hablar de la televisión que había vendido a Susana, dando explicaciones de todos los avances de que disponía. Rafael decidió intervenir.

—Si José tiene muchas cosas la televisión pero ¿tiene reloj para dar las campanadas o lo has olvidado?

Los asistentes sonrieron la ocurrencia de Rafael. Los camareros siguieron sacando platos y por último el cava y las uvas, televisión española había conectado con la puerta del sol y los asistentes se preparaban para tomar las uvas, unos se las pelaban, otros le quitaban las semillas, otros ya habían terminado con el cava y pedían más botellas. Gaspar le dijo a Susana.

—¿Qué esperas para irte con tu chico, aquí ya no haces nada?

—Aún queda trabajo.

—Más trabajo te costará recuperar a tu chico como no te des prisa, tiene una leona al lado y no me digas que no te has dado cuenta, estoy viendo tus miradas toda la noche. Ve ya no haces falta.

Susana cogió una silla y le hicieron un hueco junto a Carlos. Se hizo el silencio mientras daban las campanadas y a la conclusión de las mismas el mesón explotó en euforia desatada, todo el mundo se felicitaba mutuamente abrazándose y besándose. En la mesa de Carlos las mayores felicitaciones fueron para Manuel por su santo, mientras Carlos y Susana sellaron sus labios con un profundo beso; quedaba demostrado para los asistentes qué su relación era real y sincera; así mandaba un mensaje a la sobrina de Roque.

Para Susana y Francisco el éxito de la cena era señal inequívoca de lleno para el año siguiente. Y abría el camino para otros banquetes como bodas, comuniones o Bautizos.

Era alrededor de la una los asistentes estaban en plena euforia, cuando el móvil del alcalde sonó, con el ruido del mesón no escuchaba nada tuvo que salir a la calle y entró rápidamente buscando al doctor.

—Carlos, Carlos Salvador ha caído por la escalera y está inconsciente.

—Dígales que no lo toquen.

Mientras Rafael hablaba telefónicamente con Cipriano, Carlos se fue directo a su casa y cogiendo el maletín se subió al coche y se dirigió a toda prisa a la casa grande. La puerta estaba abierta y Cipriano lo esperaba junto a su padre tumbado en el suelo, mientras tanto su madre lloraba, yendo de un lado a otro sin saber qué hacer. Sobre la tibia derecha habían puesto un pañuelo el cual estaba lleno de sangre. Carlos se inclinó rápidamente sobre Salvador notando un fuerte olor a licor, rápidamente descubrió el pañuelo de la pierna la cual presentaba un corte de ocho centímetros y aunque no sangraba en demasía lo taponó. Siguió inspeccionando el cuerpo descubriendo el brazo izquierdo dislocado, sin quitarle la chaqueta ató el brazo al cuerpo y estabilizó al paciente. En ese momento se dio cuenta que salvador apretaba una fotografía en su mano, la cogió y se la puso en el bolsillo de la chaqueta. Rafael y el policía de turno llegaron con el todo terreno largo, que utilizaban para todo no disponían de otro vehículo.

—¿Tienen camilla? —Preguntó Carlos —.

—No, — contestó el guardia —.

—En ese caso lo pondremos sobre el asiento trasero.

Con todo el cuidado colocaron a salvador sobre el asiento trasero, su hijo se sentó junto a él y le sujetaba la cabeza la señora no quiso quedarse y subió al coche de Carlos.

Ya en el ambulatorio lo depositaron en el quirófano. Carlos hizo salir a los presentes quedándose con Cipriano para ayudarle; le quitaron la ropa y Carlos le puso un gotero, para a continuación suturar la herida de la pierna, Cipriano no pudo aguantar más y perdió el conocimiento. El guardia municipal, Rafael y la señora aguardaban impacientes en el salón de la casa de Carlos. Carlos llamó al guardia y entre los dos acostaron a Cipriano en una cama, después volvió al quirófano y llamó también a Rafael.

Necesito que lo sujeten con firmeza para colocarle el brazo; al segundo intento el brazo fue a su sitio. Lo trasladaron a la habitación contigua, donde estaba Cipriano que se había sentado sobre la cama, a continuación una vez estabilizado y con el gotero en marcha, salieron todos de la habitación

—¿Cómo está mi marido doctor? — dijo impaciente Celia con rostro compungido.

—No tema de esta sale, ahora está durmiendo y no creo que despierte antes de las diez de la mañana, actualmente está estabilizado, pero quiero que mañana —dirigiéndose al guardia— llamen una ambulancia lo más temprano posible y que lo lleven al hospital, posiblemente mañana tenga la frente y parte de la mejilla negra, a causa del golpe recibido pero no se asusten es un golpe leve no hay nada más; por el contrario quisiera una revisión con rayos X de la pierna y el hombro, para asegurarnos que no hay nada que le pueda perjudicar y aprovecharemos para hacerle unos análisis. Ahora pueden marcharse y dormir tranquilamente.

—Yo quiero quedarme — dijo Celia —. No me lo pueden prohibir.

—Tiene usted razón — contestó Carlos — pero siempre que me prometa que se acostará en la otra cama y descansará. Su marido dormirá toda la noche no la molestará

—Le doy mi palabra, ¡tu hijo vete a casa! y mañana te vas con él al hospital, allí puedes ser de más utilidad que yo.

El guardia municipal se llevó a Rafael y a Cipriano a sus respectivos domicilios; Carlos se despidió de Celia mostrándole la cama donde debía acostarse y subió a su dormitorio. A la mañana siguiente mientras preparaba el desayuno escribió una carta para el hospital. Al escuchar ruidos Celia no tardó en aparecer.

—Buenos días.

—Buenos días Celia ¿sigue durmiendo Salvador? Si quiere puede utilizar mi baño está en la parte superior.

—Gracias. Sí, sigue durmiendo.

Carlos sacó leche café galletas y tostadas.

—Sírvase mientras le cambio el gotero.

Carlos le tomó la tensión y le hizo una revisión rápida a Salvador, pronto regresó junto a Celia la cual se encontraba mucho más serena.

—Gracias doctor, por todo su interés.

—Es mi trabajo señora Celia y además lo considero una buena persona y amigo de Laura mi antigua paciente.

—Mi marido me contó lo que ocurrió con Laura y quiero que sepa que estoy dispuesta a ayudarle en todo lo que esté en mi mano, aunque en realidad no sé cómo puedo hacerlo, Laura era mi mejor amiga. También me dijo que usted buscaba fotos de esas fechas. Puede pasar por mi casa y llevarse las que quiera.

—Sí me las deja, solo las necesito unos minutos las escaneo y se las devuelvo.

_ ¿Cómo es eso?

—Tengo una impresora que copia las fotos y puedo sacar tantas como quiera. Lo que me gustaría es que me contase cosas de Laura y su entorno.

—Ahora no me encuentro con ganas de contar nada, pero si pasa usted por mi casa con mucho gusto le diré todo cuanto se de Laura y le aseguro que nadie la conocía como yo. Tome esta es la fotografía que mi marido llevaba en la mano y que usted le metió en el bolsillo. Es Laura cuando se enfada saca la foto y para hacerme daño, me dice que se tenía que haber casado con ella. Pero yo no le hago caso, sé que me quiere y que siempre ha intentado el mismo juego.

Un vehículo paró en la puerta — era Cipriano que dijo al entrar—.

—La ambulancia está a punto de llegar hace más de una hora que salió.

Cipriano tenía razón, a los pocos minutos estaban trasladando a Salvador con la camilla de la ambulancia. Carlos le dio la carta con los detalles y las pruebas que pedía. Cipriano subió a la ambulancia y se fueron.

Carlos se ofreció para llevar a Celia a su casa con su coche, pero ella decidió coger el de su hijo y no molestar a Carlos.

Al día siguiente mientras caía la tarde, Carlos recibió el mensaje de que Salvador había regresado a su casa, no tardó en coger el coche y dirigirse a su domicilio, mientras tomaba el empinado camino de la casa grande observó el rojo sol del atardecer escondiéndose tras ella. Llamó a la puerta y lo recibió Cipriano.

—Buenas tardes Cipriano ¿Cómo está el paciente?

—Parece que mucho mejor, como usted dijo la cara la tiene negra. No ha Querido subir a la habitación está sentado en el salón.

Salvador lucía media escayola por la parte posterior de la pierna que le permitía tener la herida al aire y el brazo en cabestrillo. Sus ojos tristes denotaban lo avergonzado que se sentía por lo inesperado de la situación. Cipriano entregó a Carlos el sobre recibido en el hospital con el resultado de las pruebas. Este las ojeó concienzudamente.

—Bien Salvador en la pierna tiene una pequeña fisura y necesita descanso, en cuanto al brazo debe empezar a moverlo, sé que al principio le costará, pero en una o dos semanas se olvidará de él; debe seguir con la medicación que le han descrito y en ocho días le quitaré los puntos.

—¿Y la escayola?

—En un mes, en cuanto le quite la escayola estará usted restablecido del porrazo. Pero dígame ¿Cuánto tiempo hacía que no se hacía un análisis?

—¿Yo creo que nunca? —Contestó Celia—.

—No mujer cuando; cuando operaron a José y di sangre en el hospital, le mandaron los resultados a don Zacarías.

—Doctor, eso hace más de diez años —comentó Celia — desde entonces nada de nada.

—Si entiendo que aquí no tenemos laboratorio y solo podemos contar con la farmacia y su servicio. Pero lo que ahora nos atañe es que usted “Salvador” tiene azúcar, por eso ha adelgazado tanto en un año; eso significa que deberá llevar un régimen estricto y si no podemos regularlo con el régimen y las pastillas, tendrá que pincharse todos los días insulina. Desde luego el alcohol ni olerlo, a partir de ahora es un enfermo crónico y el azúcar su enemigo. Si no sigue mis instrucciones corre el peligro de quedarse ciego poco a poco o morir de una subida de azúcar, entre otras muchas cosas, ninguna agradable. Ahora debo dejarles tengo otros pacientes que atender, les dejo escritas las instrucciones y esta hoja con el régimen que debe llevar.

Carlos se dirigió a Cipriano.

—En el ambulatorio he visto una silla de ruedas puedes pasar y recogerla, es bueno que tu padre se pasee aunque sea por el interior de la casa. Si necesitan algo solo tienen que llamarme, pasaré cada dos días por la tarde. Compre de la farmacia un analizador de azúcar, de momento se lo comprobaremos cada dos días y ya iremos viendo el resultado.

Salvador levantó la cabeza para decir.

—Mujer ¿no tenías que darle algo al doctor?

—Sí, espere un momento.

La señora subió a la planta superior y bajó con dos álbumes de fotografías y un sobre.

—Tome no tenga prisa en devolvérmelas.

Carlos dio las gracias y se fue, era la época de resfriados y tenía trabajo, cuando llegó a su casa Susana estaba en la cocina. Pasó a la cocina y cogiéndola por detrás, la rodeo con sus manos por la cintura y le dio un beso en el cuello.

¿Parece que tienes muchos enfermos? — Preguntó Susana—.

—Si así es, se nota la falta de la doctora y sobre todo de Juan. Parece que todos se han puesto enfermos al mismo tiempo. ¿Te quedas esta noche conmigo?

—Si, ¿si quieres, contigo duermo más caliente? ¿Qué son esos libros que has dejado sobre la mesa?

—No son libros, son los álbumes de fotos de Salvador y Celia, podemos hojearlos después de cenar y respecto a dormir contigo ¡me encanta! deberíamos vivir Juntos, ya somos mayorcitos y estoy convencido que eres la mujer de mi vida.

Carlos rodeó nuevamente por la cintura a Susana, dándole un mordisquito en el cuello y prosiguió.

—Si sientes lo mismo que yo; cuando tú quieras vamos al juzgado y legalizamos nuestra relación para siempre.

—Me estás diciendo que quieres casarte conmigo.

—¡Sí! eres la única mujer a la que he querido lo suficiente como para unir mi vida con ella y aunque no soy muy católico, no es problema para que respete las tradiciones eclesiásticas. “si fuera necesario”

Susana se volvió y abrazando a Carlos lo besó intensamente.

—¿Eso quiere decir que sí? — Preguntó Carlos—.

—No podría encontrar un marido mejor con el que pasar mi vida. En cuanto a casarnos por el juzgado o por la iglesia te dejo elegir “siempre que nos casemos”, Pero no hay prisa, ahora cenemos que se enfría.

Después de cenar ojearon las fotografías de Salvador y Celia. Como había dicho Salvador tenía una fotografía Polaroid donde estaba bebiendo sendas botellas de champan francés, con otros tres amigos, en otras fotografías aparecían todos con las amigas o alrededor de la piscina en bañador. En el álbum de salvador no había ninguna foto bailando, pero si en el de Celia. Carlos seleccionó cinco fotos de salvador y siete de Celia. Susana preguntó a Carlos.

—¿Por qué tienes tanto interés en descubrir todo lo referente a Laura?

—¿Podríamos decir que de momento es un secreto y no creo conveniente divulgarlo?

—¡Cómo! Es un secreto ¿Y no puedes confiar en mí, dime qué clase de persona crees que soy y que matrimonio seriamos sin confiar el uno en el otro? Susana se sintió indignada al no confiarle Carlos su secreto.

—Perdona pero es que no creo conveniente que… —Susana no le dejó terminar de hablar y contestó indignada.

—No me digas más, no sigas, me voy.

—Pero Susana...

Susana cogió el abrigo y salió por la puerta como alma en pena, sin querer escuchar las palabras de Carlos y dejándolo a media frase.

Carlos se quedó confuso, no esperaba la reacción de Susana; pero tal vez tenía razón al opinar que en un matrimonio no debe haber secretos. Tomó una decisión seguiría su vida normalmente, en espera de que a Susana se le pasase el enfado. Al día siguiente tomó las fotos seleccionadas las escaneó y devolvió los álbumes. Una semana más tarde ya habían vuelto, Amaya y Juan; fue un gran descanso para Carlos y tubo más tiempo libre, esa misma tarde fue a casa de Salvador.

—Buenas tardes doctor — dijo Celia al abrir la puerta .

—Buenas tardes Celia ¿dónde tenemos al paciente?

—Está en el salón esperándole con impaciencia.

Carlos entró en el salón e inmediatamente escuchó a salvador que le decía.

—¿Cuándo me quita la dichosa escayola?

—Hoy quitaremos los puntos, la escayola dentro de tres semanas como nos aconsejó el especialista. Pero puede usted coger unas muletas y moverse sin apoyar el pie, primero le tomaré el azúcar.

—No hace falta como dijo usted me lo toma mi mujer y lo anota en una libreta.

Carlos ojeó la libreta, no va mal parece que va controlado pero no nos podemos descuidar es mucho lo que podemos perder. Por lo demás lo encuentro muy bien ya mueve bien el brazo y el moratón de la cara va desapareciendo.

—Doctor — dijo Celia — tengo un andador de mi difunta madre ¿Puede utilizarlo?

—Si sería conveniente mientras recupera las fuerzas.

—Bueno doctor ¿si ha terminado? Quiero ver la corrida televisada.

Estaba claro que aunque Salvador se recuperaba, el mal humor seguía patente. Celia le hizo una seña a Carlos y pasaron a la biblioteca.

—¿Desea tomar algo? ¿Café? ¿Tiene prisa?

—No Celia se lo agradezco y no tengo prisa.

—Sentémonos — dijo Celia — Salvador me contó todo lo sucedido a Laura y después de pensarlo detenidamente, creo que yo hubiera hecho lo mismo.

—A mí me interesa saber todo lo ocurrido esa noche, creo que en ella está la solución del enigma.

—En esos días ocurrieron muchas cosas. Será mejor que le explique todo cuanto sé. Laura era una mujer alegre y divertida no tenía reparos en bailar con Nadie tal vez por eso algunos chicos podrían creer que era fácil, pero nada más lejos de la realidad. Era lista y con unos principios nada comunes y como suelen decir “sin pelos en la lengua” a la hora de dar su opinión o frenar algún chico lanzado.

Junto con Pilar, Constancia y yo Formábamos un cuarteto inseparable. Juntas tomamos la comunión, juntas íbamos a la escuela y juntas crecimos. En cuanto a los chicos tuvimos varios amigos, antes de que la cuadrilla de salvador entrase en nuestras vidas, ya teníamos dieciocho años cuando empezaron a venir más a menudo con nosotras, dos años antes de desaparecer Laura, ya habíamos cenado con ellos antes de la verbena. Salvador empezó a interesarse por mí y José por Pilar. Eso hizo que Pilar y yo nos uniésemos más y lo mismo les ocurrió a los chicos. Como en todas las parejas jóvenes había enfados roturas y reconciliaciones. Cuando nos enfadábamos Salvador y yo, el intentaba darme celos con Laura; lo que no sabía es que Laura me ponía al corriente de todo lo que él hacia, incluso le dio una fotografía suya con la que Salvador intentaba darme envidia. La misma fotografía que llevaba cuando cayó por la escalera, incluso hoy cuando no se sale con la suya, me amenaza con que se tenía que haber casado con Laura y saca la foto. Tanto Laura como yo sabíamos cómo era Salvador, lo conocíamos desde pequeño e iba en medio de las dos en la procesión, cuando tomamos la comunión, tal vez ese pequeño detalle nos unía más.

No le conocí novio alguno a Laura. Aunque tal vez Roque “el carnicero” fuese quien más relación tuvo con ella siempre bailaba con El. Roque tiene tres años más que nosotras y Salvador. Pero tampoco puedo decir nada al respecto, pues los padres de Roque y los de Laura tenían una gran relación comercial y de amistad.

En cuanto a lo que ocurrió esa noche “le cuento”. El año anterior después de la verbena decidimos terminar la fiesta en casa de Salvador bebimos champan y nos fuimos muy tarde a casa, los chicos querían que repitiésemos y terminásemos la noche en la casa grande. Dos días antes tuve una discusión con salvador; nuestras familias no veían con buenos ojos que regresásemos tan tarde a casa “no estaba bien” y menos en un pueblo pequeño donde no tardan en correr las habladurías. Salvador no quería entender nuestras razones y discutimos. Durante la noche bailó con Laura y esta pareció convencerle de que hablase conmigo. Salvador se acercó y me dijo.

—¿Vais a subir a mi casa, Laura si quiere subir?

—¿A qué hora terminamos la fiesta? — Pregunté con firmeza.

—A la que haga falta. —Me dijo con chulería.

—Pues no vamos.— Le respondí volviéndome. Los amigos no tardaron en abandonar el baile los vi cómo le decían a Carmen la estanquera que no había fiesta en la casa de la colina. Pilar y yo nos retiramos a nuestra casa ninguna de las dos estábamos de humor para seguir en la verbena. Y hasta aquí puedo contarle; no volví a ver a Laura y aunque pregunté a su madre, nunca me dio una respuesta concreta, siempre decía.

—Por ahí anda. No había más respuesta, siempre pensé que le llamaban la justa por sus pocas palabras.

—Pues no Celia su segundo apellido es ”Justa”. Me voy ya le he robado suficiente tiempo. Le agradezco la atención que ha tenido conmigo al facilitarme tanta información.

—¡No! soy yo quien le está agradecida por su interés hacía mi marido y en parte me ha gustado revivir aquellos años y recordar a Laura.

Carlos pasó a despedirse de Salvador, que estaba fijo frente el televisor.

—Adiós Salvador ya volveremos a vernos.

—¡Manzanares ha cortado una oreja! Burro el juez pues merecía las dos.

Dicho esto quedó abstraído nuevamente con el televisor. Carlos abandonó la casa grande y regresó a la suya.


El crudo invierno empezó a retroceder mientras se acercaba la Semana Santa; la nieve de las cumbres se derretía dejando al descubierto los hermosos pastos aprovechados por el ganado. Había en el pueblo un chico “Pedrito” hijo y nieto de pastores de ovejas el muchacho dejó la escuela con doce años y se fue con su padre de pastor. El chico no tenía muchas luces pero todo lo que no entendía en la escuela lo entendía de las ovejas. Era costumbre en el pueblo (sobre todo en la parte cercana al rio) tener animales en casa, gallinas, conejos y en ocasiones ovejas o cabras por la leche.

Pedrito pasaba todas las mañanas y las iba recogiendo. A la salida del pueblo su padre tenía un corral y se partían el ganado. Pedrito solía irse hacia el norte siguiendo el camino que llevaba a la granja de Crescencio. Solía pasar tan alejado de la granja como le permitía “el arroyo seco” en realidad un rio al que un alud de rocas hizo cambiar su curso. Por la zona la pared tenía un desnivel de diez metros aproximadamente. Pedrito como buen pastor se colocaba cerca de la pared para evitar que las ovejas y cabras cayeran al precipicio mientras las llevaba a las laderas repletas de ricos pastos.

Un buen día Pedrito llegó corriendo al ambulatorio en busca de ayuda. Teresa lo atendió.

—¿Qué ocurre Pedrito?

—Crescencio, Crescencio se ha caído al arrollo seco, no habla. Yo le he llamado, no habla.

Teresa informó rápidamente a Carlos, este cogió el maletín y llamó a Juan después le dijo a Teresa que informase a la policía y a ser posible que trajeran la camilla recién comprada. Subió a su coche con Juan y Pedrito y se dirigió rápidamente al lugar del accidente. Al ver lo difícil del acceso se dirigió a la granja cogió cuerdas y unas tablas y regresó junto al cauce seco; no tardó en atar la cuerda al gancho de remolcar en la parte trasera de su coche, ató su maletín al otro extremo de la cuerda y lo deslizó por el cortado, cuando este estuvo en el suelo descendió por la cuerda hasta donde estaba Crescencio. Inmediatamente comprobó el pulso y empezó a reconocerlo, estaba inconsciente y respiraba con dificultad, le encontró un tobillo roto o dislocado y varias costillas hundidas. El golpe revestía gravedad, afortunadamente la cabeza no presentaba golpes solo uno en la boca que le había dejado sin dos dientes. Carlos intuyó que su columna podía estar afectada por algunas de las rocas sueltas que habían al alrededor y pidió a Juan dos tablas y que bajase a ayudarle. En ese momento llegó el policía con la camilla. Juan le dijo al policía que llamase un helicóptero para poder sacarlo del arroyo, no utilizarían la camilla pues el helicóptero llevaría la suya propia, mientras tanto le pusieron una tabla a cada lado y se las sujetaron con vendas evitando presionar las costillas, una vez estabilizado esperaron al helicóptero de Salvamento Civil. Una hora más tarde regresaban al pueblo. La policía se encargó de facilitar todos los datos al hospital.

Por la tarde Carlos visitó a Rafael interesándose por ¿Quién se haría cargo de la granja y si estaría atendido en el hospital? Don Rafael le contestó.

—En un pueblo como este estamos condenados a ayudarnos mutuamente unos a otros y lo tenemos todo o casi todo previsto. Pedro ya se ha hecho cargo de la Granja y nos hemos comunicado con el hospital. Cuando salga de intensivos contrataran a una señora por la noche y otra por el día con cargo al consistorio.

Las palabras del Alcalde tranquilizaron a Carlos y ese mismo sábado cogió su coche y se fue al hospital. Crescencio continuaba en intensivos Carlos dándose a conocer tuvo acceso a las pruebas que le habían practicado. Durante su estancia en el hospital lo visitó cada siete días.

Llegó la Semana Santa. Susana y Carlos después de ver la procesión en San Rafael fueron a cenar al mesón. Gaspar le dijo a Susana.

—¿No lo llevas a ver la procesión del silencio de Almadella? Es muy bonita.

—¿Quieres, quieres verla? —preguntó Susana a la que gustó la idea de Gaspar— Nos da tiempo empieza a las doce. Gaspar cerrará el mesón.

—¿Cómo tú quieras yo tengo curiosidad? ¿Y Francisco?

—Hace rato que se fue. Y en cuanto os marchéis voy a cerrar a estas horas ya no viene nadie.

—¿Quieres venir con nosotros? Preguntó Susana.

—¡Jesús! Ni hablar no quiero meterme en medio de una pareja, ¡marcharos!

Carlos y Susana marcharon a Almadella, les costó encontrar sitio para aparcar, a poco se mezclaron entre la gente. La procesión estaba saliendo de la iglesia y no se oía un alma, solo los pasos de los encapuchados y los golpes de un único tambor, marcando el paso rompían el silencio. De tanto en tanto pasaba un feligrés arrastrando cadenas atadas a los tobillos. Carlos le hizo una seña a Susana y cambiaron de sitio allí encontraron a Francisco acompañado por Teresa. Se saludaron sin hablar y siguieron viendo la procesión, pasó el sepulcro y detrás el cura custodiado por el ayuntamiento en pleno y la Benemérita, por último el tambor escoltado por dos soldados romanos cerraba la procesión. Carlos había sacado una conclusión de Almadella y era que los encapuchados no llevaban el rostro cubierto, la tela que colgaba del cono solo cubría las orejas y caía por la espalda terminando en punta a la altura de la cintura. Mientras se alejaban del tumulto Carlos preguntó a Francisco.

—¿Sois Pareja?

Francisco guiñándole un ojo y con su típica cara de pillo contestó.

—Teresa tenía ganas de montar en un Mercedes y yo la he invitado a visitar mi pueblo.

—¿Eres de Almadella?

—¿Si, ya te lo dije y Fermín el maestro también? lo he visto en la procesión. Su cara me sonaba y no sabía de qué, hoy cuando lo he visto he comprendido, debe tener ocho años más que yo lo recuerdo con melena rubia tipo Beatle, en su juventud en el pueblo no pasaban desapercibidos ni él ni sus amigos; ha cambiado mucho, moreno, medio calvo y con bigote era difícil de reconocer.

Mientras regresaba a San Rafael, Carlos pensaba que los encapuchados que asaltaron a Laura no podían ser de Almadella, pues en su relato decía muy claro que llevaban el capirote con la cara tapada. Las dudas volvían a caer sobre personas de San Rafael. Recordó las palabras de Celia ¡si tuvo algún pretendiente fue el carnicero!

Una tarde visitó la carnicería en horas de pocos parroquianos, después de pagar la carne encontrándose solos aprovechó.

—Señor Roque sé que usted conoció a Laura y que tenía tratos con su padre. ¿Qué puede contarme de ella?

—Si así es, teníamos buena amistad, también me Juntaba muchas veces con su hermano él era un año mayor que yo y muy celoso con su hermana. Mire don Carlos si le dijese que no me gustaba Laura mentiría, pero ella se “rio” cuando le dije que si no estaba interesada por Salvador, podría salir conmigo y yo ya no fui capaz de seguir hablando, en realidad soy muy tímido y no sabía cómo interpretar su risa. Ella me miró y la orquesta cambió la canción, se puso a bailar suelto su amiga se unió a nosotros, ella me miraba y parecía que me provocaba, en realidad no sabía cómo interpretarlo, dejé de bailar y me fui, al día siguiente había desaparecido. Es cuanto le puedo decir y créame que solo se lo he contado a usted. En cuanto a su hermano vivió con su madre hasta que esta murió después se fue a la granja y viene poco por el pueblo, hace años que no he hablado con él.

—Gracias señor Roque me ha sido usted de gran ayuda. Se lo agradezco adiós.

En cuanto llegó a su casa, Carlos sacó la libreta donde iba tomando anotaciones y anoto la conversación con el carnicero. Al menos sabía que Laura si había tenido un pretendiente en el pueblo. Pero no lo consideraba capaz de realizar tal fechoría y mucho menos de causar ningún mal a Laura.


El día treinta de Mayo la ambulancia paró en la puerta del ambulatorio, de su parte trasera bajaron a Crescencio en silla de ruedas y lo entraron en el ambulatorio. Teresa llamó a Juan y a Carlos, mientras el conductor le entregaba un sobre que dejó sobre la mesa, regresaba a la ambulancia y se marchaba.

Carlos salió de la consulta y se interesó por el estado de Crescencio este tenía la cara pálida de no tomar el sol pero pese a su delgadez sus heridas habían curado y sus costillas se habían unido, solo una intervención posterior en la columna y la falta de fuerzas le evitaba regresar a su casa. Cogió el sobre de la mesa y leyó detenidamente el informe; posteriormente se dirigió a él.

—Bien Crescencio, parece ser que vamos a pasar juntos una temporada, ahora debes estar cansado y yo tengo trabajo ¿quieres acostarte o seguir en la silla?

—Aquí estoy bien. —Parecía que Crescencio no había cambiado nada.

—De acuerdo — lo entró en la casa y le encendió el televisor— Teresa pida a la farmacia un andador.

Dicho esto Carlos siguió con la consulta, una hora más tarde había terminado y pudo atender a Crescencio, el cual estaba absorto con el televisor viendo dibujos animados, pues no sabía cambiar de canal.

—Debo informarlo que el corsé de plástico debe llevarlo un mes como mínimo, se lo puedo quitar para dormir pero no puede levantarse sin él, por otro lado debe fortalecerse, en especial las piernas le traeré un andador y yo le ayudaré a reponerse. Dormirá en las camas del ambulatorio y pasará el día en mi casa ¿lo tiene claro?

—Como usted mande.

Carlos lo miró vestido con el pijama y la bata del hospital; no parecía el león tan fiero como lo pintaban, más bien parecía un hombre derrotado y tímido. De momento necesitaba ropa. Y afeitarse.

—Dígame tiene usted ropa limpia en la granja.

—Si en mi cuarto pero no tengo la llave. ¡Mis animales! ¿Quién cuida de mis animales?

—Pedro el de las ovejas, su hijo fue quien lo encontró en el arroyo seco y gracias a él pudimos llegar a tiempo y socorrerlo. El alcalde le dio el mando de la granja a Pedro y desde entonces cuida de tu hacienda. Ahora te sacaré un albornoz mío, creo que te vendrá bien y esta tarde iré a por tu ropa, ahora ¿Qué te apetece para comer?

—Lo que quiera, estará mejor que la comida del hospital. Si va a mi casa se trae tres quesos que quedan y lo que vea colgado.

Carlos llamó al mesón y pidió que le trajeran dos menús del día. Crescencio se comió los macarrones sin dar tiempo a que se enfriasen y tras ellos un escalope de ternera sin rechistar, no hacían falta palabras estaba claro que la comida le había gustado. Después de comer Carlos se fue a casa de Crescencio; allí estaba Pedro sacando estiércol de las vacas. Carlos habló con él y se interesó por los animales. Después le comunicó el regreso de Crescencio y que lo podría visitar en uno o dos días.

Carlos entró en la casa y se dirigió a la habitación, dentro de la misma se pasaba a otra donde tenía los quesos, el embutido y una panceta. Carlos la partió por la mitad y repartió el embutido y los quesos en dos mitades una se la llevó y la otra se la entregó a Pedro. De la ropa no consideró coger nada después de verla; pero si cogió las dos fotografías que colgaban de la pared, la de Crescencio con su hermana y la de sus padres.

Ya en su casa, quitó dos cuadros de la pared y colgó las fotografías. A continuación informó a Crescencio de la decisión que había tomado de dar la mitad de los comestibles a Pedro y que las vacas y el establo estaban bien cuidadas. Crescencio solo abrió la boca para decir.

—¿Y la ropa?

—Necesita ropa holgada para llevar el corsé y su ropa interior es muy vieja no está decente para un hospital o ambulatorio.

—¿Las fotos?

—He querido que se sienta usted como en su casa y para ello necesita el apoyo de sus seres queridos.

Crescencio masculló algo ininteligible y Carlos se fue a comprarle ropa. Le compró ropa interior y dos chándals.

Dos días después recibió la visita de Pedro, Carlos los dejó solos y estuvieron hablando más allá de una hora.

A partir del primer día todas las tardes Carlos obligaba a Crescencio a realizar ejercicios y a los pocos días ya podía andar solo por el interior de la casa apoyándose en el andador. Pero se aficionó a la televisión y a la hora de la novela, no quería que le molestase. Los deportes ocupaban el resto de sus horas. A los diez días salió con el andador a la calle y desde ese día daba vueltas por la plazuela en ella tenía bancos para sentarse si se cansaba, por lo cual Carlos recuperó su costumbre de comer en el mesón. Ya podían ir los dos.

Un día mientras comían se presentó un señor en el mesón dirigiéndose a Gaspar.

—Por favor Don Carlos del Olmo.

—El joven de esa mesa.

El señor se dirigió a la mesa.

—¿Don Carlos?

—Sí yo soy es usted Jordi Cabestany?

—Si así es a su servicio; hemos llevado a cabo su encargo y…

—No hace falta que me dé explicaciones, coma tranquilamente y después ya hablaremos con el interesado.

Susana les sirvió la comida y Carlos le dijo que en cuanto Francisco estuviera libre quería hablar con él. Media hora más tarde Francisco y Susana se sentaban a la mesa.

—Buenas tardes a los presentes; ¿Carlos querías hablar conmigo? —Preguntó Francisco intrigado—.

—Sí te presento al abogado Jordi Cabestany. Me explicaré tanto a Susana como a mí, no nos parecía correcto el comportamiento de tu suegro y mucho menos las explicaciones de tu gestor. Decidimos consultar a un abogado y me puse en contacto con mi amigo Abel, de Zaragoza también abogado y él me recomendó al señor Cabestany al cual conocía por haber estudiado juntos. Puesto al habla con el aquí presente me dijo que algo no cuadraba y que investigaría por su cuenta hace unos días me llamó y me dijo que había muchas posibilidades, pero que necesitaba tu firma para presentar una demanda.

—¿Quiere decir que puedo sacar algo? Yo no dispongo de dinero.

—El dinero no es problema Carlos y yo correremos con los gastos — dijo Susana con tono cariñoso — ahora escucha al abogado.

—Señor Francisco según tengo entendido a usted lo expulsaron de su casa y de su negocio sin indemnización alguna “piense por un momento“ a un trabajador cuando se le despide se le paga un despido. A usted no se lo han pagado y además ustedes tenían dos cuentas una en cada banco A usted le cerraron la cuenta del negocio. Pero no miró la otra cuenta la dio por perdida ¿Es así?

—Si así es.

En primer lugar en su cuenta particular el titular es usted y su suegro y su mujer son firmas permitidas igual que las tarjetas de sus hijas. Usted lo dio todo por perdido sin comprobarlo en el banco y se añaden las letras que por esa cuenta se han pagado a su nombre de su vivienda. En pocas palabras usted no puede echar a su mujer y a sus hijas, pero ellas tampoco lo pueden hacer con usted, si no lo dictamina un juez. En cuanto a la otra cuenta el titular es su Suegro; pero usted es quien la ha movido durante veintidós años como gerente de la empresa y al gerente solo lo pueden despedir la junta de accionistas o sea su suegro y su señora que son los que constan como socios en la S. L. y para ello deben aportar un motivo y una cantidad acorde a sus veintidós años de trabajo. Si a eso unimos que hay varios trabajadores dispuestos a defenderlo a usted y defender su gestión. Tenemos muchas armas con las que luchar, mucho que demostrar y mucho que ganar.

De momento yo iría al banco y bloquearía la cuenta en la que usted es titular antes de que la vacíen y le aseguro que no le pueden hacer nada. Pues es demostrable el saqueo que ha llevado la cuenta a cargo de su mujer y sus hijas.

Francisco quedó petrificado. Miró a Carlos y a Susana.

—¿Qué hacemos?

—¿Tú decides? Sabes que puedes contar con nosotros.

—¿Cómo sabe usted tantas cosa?

—No se lo puedo decir, Don Carlos me contó lo que sabía y me dio el nombre y la dirección de sus restaurantes el resto es fácil con un poco de constancia y mirando el correo. No le puedo decir más. Si está de acuerdo en que lleve su defensa tiene que firmarme varios papeles entre ellos darme poderes.

—Pues vengan esos papeles. ¿Hay que dar dinero a cuenta?

—No el señor Carlos me hizo una previsión de fondos de Mil euros yo le pasé el recibo a su correo y aún queda algo, ahora si es tan amable empiece a firmar debo regresar a Barcelona.

Francisco firmo todo cuanto le puso delante el abogado. Y al día siguiente con permiso de Susana se fue a Almadella donde había una sucursal del banco donde el operaba. Como le dijo el abogado clausuró la cuenta y abrió otra nueva en el mismo banco solo a su nombre. El papeleo le llevó un tiempo pues el director llamó a Barcelona pidiendo informes al no presentar Francisco más que el D N I. con prisas llegó al mesón.

Después de comer Carlos, Francisco se sentó a la mesa y le entregó un sobre, diciendo.

—Toma tus mil euros y mira tengo una tarjeta de crédito.

—Francisco parece que te ha tocado la lotería.

—No lo creas pero en estos momentos me siento el hombre más rico del mundo. Cuando me fui disponía de dieciséis mil euros en la cuenta y esta mañana quedaban cuatro mil ochocientos puedes imaginarte a qué ritmo gastan mi mujer y mis hijas. Pero estoy feliz pensando la cara que pondrá mi mujer cuando sepa lo de la demanda.

—¿Qué piensas hacer cuando todo se aclare?

—Seguir aquí, aquí tengo una estabilidad ya no estoy para llevar tanto ajetreo y por otro lado Teresa y yo congeniamos, ahora sin tanto dinero soy feliz y trabajo en lo que me gusta sin apreturas ni prisas. Susana me deja hacer y no impone nada. ¿Qué más puedo pedir? en realidad yo siempre me he conformado con poco solo he intentado hacer felices a los míos y les he permitido todos los caprichos; tal vez esa ha sido mí perdición.

—¿Y tus hijas?

—Que se queden los restaurantes, con ellos pueden vivir y si quieren verme ya sabrán donde estoy. No he perdonado sus desplantes y palabras.

Francisco parecía estar contento con el golpe que recibiría su mujer y solo pensaba en un futuro tranquilo junto a Teresa.


Un sábado cuando Carlos llegó al Sindicato se encontró con un nuevo personaje Don Rafael se encargó de presentarles.

—Carlos te presento a Manuel Echeverría es del pueblo pero hace diecinueve años que se fue, es constructor. Don Carlos es uno de los médicos del pueblo.

—Mucho gusto don Carlos y son veinte años los que falto del pueblo —corrigió Manuel—.

—El gusto es mío.

Carlos no sabía que decir y se le ocurrió preguntar.

—¿Y ha venido usted para quedarse?

—Según cómo y cuándo, de momento estoy hospedado en el bar mientras reparan, pintan y limpian mi casa, pues aunque estuvo ocupada por mi tía (hermana de mi madre) está ya hace tres años que falleció.

Un ademan de Rafael les invitó a ocupar su rincón favorito. Se acomodaron y pronto se les unieron más tertulianos. Rafael insistió.

—Venga cuéntanos que ha sido de tu vida todos estos años.

—Hay poco que contar, me fui a Madrid a estudiar arquitectura, a los dos años mis padres no podían soportar el gasto y me pidieron que regresara, había hecho prórrogas del servicio militar y me presenté antes de regresar. Tardaron tres meses en llamarme y mi destino fue Madrid. A ratos me juntaba con mis amigos estudiantes y al terminar mi servicio uno de ellos” Marcos” me ofreció trabajo; a los tres años monté mi propia empresa, el dinero lo invertía en solares y gané mi primer millón de pesetas, volviéndolos a vender antes de construir poco a poco fui creciendo y una gran empresa se fijó en mí y me absorbió yo seguía dirigiendo las obras Hasta que un día me informaron que la empresa había quebrado. La construcción descendía y decidí guardar lo que tenía antes de arriesgar. Aún conservo algunos solares y dos pisos en Madrid; hace poco vendí una empresa dedicada a reparaciones. Puedo decir que no me falta el dinero y aún conservo mi cartel de promotor.

—¿No tienes familia?— Preguntó Carlos —.

—No siempre pensé en volver al pueblo y fundar una familia pero ¡el dinero es tan ciego! Me junté con la hija de un socio de la empresa, nunca nos casamos. En realidad nunca me lo pidió, tal vez porque no podía tener hijos, ya había tenido un matrimonio fracasado y no me lo ocultó estuvimos ocho años juntos. Pero cuando las cosa empezaron a ir mal se fue con su padre a Valladolid. Hace dos años que no sé nada de ella.

—Pues hombre aún estás en edad de casarte y la verbena de San Juan es la semana próxima —dijo José—.

Manuel levantó la cabeza y llamó al camarero, tal vez no le interesaba seguir con la conversación, Carlos preguntó a Salvador por las corridas de la semana y la conversación cambió por completo.

br>Crescencio mejoraba a pasos agigantados y se manejaba el mando del televisor como si siempre lo hubiera tenido. Dos días antes de San Juan Carlos cogió el portátil y sentándose en el sofá al lado de Crescencio empezó a mirar las fotos que tenía escaneadas a pantalla completa. Sin querer a Crescencio se le escapaba la vista por curiosidad, no podía evitar mirar la pantalla del ordenador, pero se hacia el remolón cuando lo miraba Carlos. Al no refunfuñar ni enfadarse, comprendió que poco a poco se lo estaba ganando para la causa, tal vez el cuidado con que lo había tratado estaba dando sus frutos en un hombre tan arisco y poco amable. Carlos decidió no tentar más la suerte y guardó el ordenador.

Para su sorpresa Crescencio le pidió que se sentara a su lado.

—Don Carlos, he estado pensando y no sé si quedaré para trabajar. Me cuesta mucho recuperar las fuerzas.

—No Crescencio, tu nunca podrás llevar una vida como antes, la placa que llevas en la columna te lo impedirá y además no debes tentar a la suerte. Podrás llevar una vida apacible pero sin esfuerzos, por ejemplo no podrás sacar la paja, ni nada que te obligue a agacharte o esforzarte, aunque tendrás que hacer ejercicio, caminar y moverte. Te vamos a pedir una invalidez, en tu estado y con tu edad ten por seguro que será aceptada.

—Verá don Carlos yo había pensado asociarme con Pedro y cederle parte del terreno, para que hiciera un cercado a las ovejas. También he tenido tiempo de pensar, que hubiera ocurrido si hubiera muerto y he decidido dejarle la granja a Pedrito en herencia, al fin y al cabo no sé si tengo Familia. Hace mucho tiempo que estoy solo y no sé nada de mi hermana.

—Si lo entiendo y creo que es lo mejor que puedes hacer.

Era la conversación más larga que había tenido con Crescencio y parecía que el accidente, los años, falta de fuerzas o las sesiones de televisor lo estaban cambiando. Al día siguiente cuando fueron a comer la vecina de Susana, Rebeca y su hijo Manuel (el chico de la gasolinera) se sentaron a su mesa. Rebeca se dirigió a Carlos.

—Doctor le agradezco enormemente que me propusiera ponerme la prótesis y abandonar las muletas, a día de hoy puedo caminar casi perfectamente sin ayuda y si voy con pantalón nadie lo nota. Soy otra persona y se lo debo a usted.

—No a mí no me debes nada, pero si hay un culpable de que no se haya pedido la prótesis con anterioridad es por lo alejado y aislado que está el pueblo. En ocasiones lo que es bueno para una cosa es malo para otra.

Susana les sirvió la comida, mientras decía.

—Sabes Carlos mañana Rebeca vendrá con nosotros a la verbena y tal vez baile.

—No te burles Susana, sabes que no puedo bailar.

—Tal vez no este año, pero si se lo propone si lo pueda hacer el año próximo; siempre que no sea un baile rápido —atestiguó Carlos.

La comida con la conversación de Manuel y su ímpetu juvenil fue muy amena.

—Dime Manuel ¿Cómo es que hoy no trabajas?

—Vamos a turnos entre tres personas y ahora tengo dos días de fiesta podré ir a la verbena sin miedo a tener que levantarme tarde. — Manuel miró a su madre— lo siento mama pero no sé a qué hora me acostaré.

Al día siguiente cenaron en el mesón Francisco y Teresa se unieron a la fiesta y todos juntos partieron para la plaza, era la primera vez que Carlos participaría en la verbena y podría comprobar la afluencia de gente en la misma. Como solía ser costumbre dieron una vuelta a la plaza para ver el ambiente y buscar un sitio donde poder ver la orquesta, A las once en punto la orquesta empezó a tocar. Los pequeños corrían y bailaban delante del escenario, gritando y cantando con el vocalista. Poco a poco los más veteranos se fueron uniendo al baile en el centro de la plaza; mientras ellos los miraban Teresa y Francisco se unieron al baile. Una mano en el hombro y una voz a su espalda hizo volverse a Carlos.

—¿Don Carlos?

—¡Hola Manuel! buenas noches — Carlos se dirigió a las mujeres— os presento Manuel es promotor de obras; Manuel te presento a Susana la dueña del mesón y Rebeca.

Manuel dio la mano a Susana pero cuando vio a Rebeca quedó mudo con la mano extendida. Rebeca lo miró y sin estrecharle la mano se volvió a ver la orquesta. Manuel se colocó junto a Carlos aunque furtivamente intentaba mirar a Rebeca. Francisco y Teresa bailaban y Susana decidió unirse a ellos.

—Vamos a bailar la noche es joven.

Rebeca intentó salir del bullicio y dejar a Manuel pero en cuanto tuvo el terreno despejado una mano le sujetó el brazo con delicadeza.

—Rebeca éramos buenos amigos ¿por qué este desplante?

—¿Cuánto tiempo llevas fuera del pueblo?

—Veinte años.

—Pues si en ese tiempo no te he hecho falta, ¿qué quieres ahora?

—Rebeca pienso quedarme en el pueblo y quisiera contar con tu amistad no puedo volver el rostro cada vez que te vea, viviremos cerca y me gustaría recuperar nuestra amistad.

—Puedes saludarme y yo te saludaré como buenos vecinos pero no esperes recuperar lo que se perdió, eso es solo tu deseo no el mío.

Rebeca se fue directamente a su casa. Mientras Manuel se quedaba mirándola como se alejaba. Carlos y Susana seguían bailando sin saber lo que pasaba.

Carlos observaba cada una de las cosas que le habían contado y realmente había mucha gente desconocida en la verbena. Sobre el hombro de Susana vio el tenderete de los fiesteros vendiendo bebidas, parecía que nunca se vaciaba. En realidad la verbena era como se lo habían contado. Un viejo fotógrafo iba de un lado para otro ofreciendo sus servicios, en especial a los jóvenes que parecían novios, eran los más propensos a inmortalizar su amor. De repente Carlos dejó de bailar y cogiendo a Susana de la mano se dirigió al fotógrafo.

—¿Por favor puede atenderme?

—¿Quiere usted una foto bailando, o con su pareja?

—No quiero saber ¿si viene usted muchos años por aquí?

—Si más de cuarenta años.

—¿Y guarda usted todos los negativos?

—Sí así es hace unos años con ayuda de mi hijo los digitalicé, muchas de mis fotografías tienen un gran valor histórico.

—No quiero todas sus fotografías pero sí que me interesarían las de la verbena del año setenta y ocho.

—Eso pueden ser entre veinte o treinta fotos más o menos son las que se hacían por entonces.

—No me importa la cantidad usted me las trae al Ambulatorio y yo se las pago.

—De acuerdo ¿su nombre?

—Carlos soy el médico del pueblo.

El fotógrafo sacó un pequeño bloc de gusanillo, medio lápiz y anotó.

—¿Ha dicho del setenta y ocho?

—Sí así es. Si no estoy en mi casa las puede dejar en el mesón de la plazuela.

—De acuerdo en dos o tres días las tendrá.

El fotógrafo siguió con su trabajo, mientras Susana preguntaba a Carlos.

—¿Para qué quieres tantas fotos?

—La gente puede olvidar pero las fotografías no olvidan y creo que en ellas está la clave del diario de Laura´.

—Todavía sigues con el diario, creía que ya lo habías dejado.

—No puedo tengo un motivo muy grande para no olvidarlo.

—Ya tu gran secreto —dijo Susana con guasa —.

Carlos no respondió y siguió bailando. La noche fue entrando y poco a poco la gente fue desapareciendo.


Como había prometido el fotógrafo, a los dos días Carlos recibía las fotos y esa misma tarde empezó a mirarlas había muchas de personas desconocidas y algunas de las fotos ya las tenía. A Crescencio no le molestaba, él tenía suficiente con la televisión; pero Carlos necesitaba ayuda para reconocer a las personas y pensó en Francisco él podría conocer a gente de Almadella. Al día siguiente después de comer habló con él y le pidió que le visitara para ver si reconocía algún forastero.

Francisco llegó acompañado por Susana. Carlos había imprimido las que guardaba en el ordenador en tamaño cuartilla y las extendió sobre la mesa. Francisco preguntó.

—¿En realidad que es lo que quieres?

—Quiero que mires detalladamente las fotos y me digas si reconoces a alguien o te suena su cara. Sobre todo de los forasteros.

—¿Quién es esta joven que sale tanto en las fotos?

—Laura.

—Mira esta foto, aquí está la mujer de Rafael, la mujer de José el ferretero, la de Salvador y esta es Laura la que sale en muchas fotos. Mira en esta están los amigos de Salvador.

—¡Dios mío como han cambiado! —Exclamó Susana.

—¡Sí aquí tengo uno! — Señalo Francisco mira el rubio que baila con Laura ¡Es Fermín¡ mira su melena rubia ya te lo decía yo que era un pájaro de joven. Mira esta otra.

—¿Conoces a esa pareja?

—No, no mires la pareja, mira detrás en la barra son Fermín, su amigo… ¿cómo se llamaba? ¡Ha! ¡Sí! Constantino y al que está con ellos no lo conozco.

—Mira este que baila con Laura debe ser Salvador.

—Sí lo es — aseguró Carlos — y este que se ve tras esa pareja es el carnicero Roque. Aquí han salido de casualidad, bailaba con Laura aunque a ella la tapan, puedes reconocer su peinado.

—¡No! Pero quien tapa a Laura es Carmen su amiga y baila con el amigo de Fermín, Constantino. Lo siento pero no conozco a nadie más. — dijo Francisco con tristeza.

—No pasa nada me has sido de gran ayuda. —Contestó Carlos.

Carlos recogió las fotos y extendió el resto de las que quedaban, sin ningún resultado nuevo. De repente Crescencio se levantó del sofá y con los ojos encendidos se dio media vuelta mirando fijamente a Carlos y exclamó.

—¿Por qué tienes tanto interés con mi hermana? ¿Por qué no nos dejas tranquilos?

La respuesta de Carlos aunque más conciliadora fue escueta.

—¡Por qué Laura era mi madre!

Se hizo un silencio sepulcral, nadie se atrevía a hablar, poco a poco Crescencio bajó los ojos y murmulló.

—Ahora entiendo porque te portas tan bien conmigo.

Con paso vacilante se acercó a Carlos lo miró a los ojos y lo abrazó. Era el abrazo más sincero que Carlos recibía en mucho tiempo. A continuación miró nuevamente a Carlos.

—Ya que no puedo librarme de los recuerdos, al menos cuéntame que fue de mi hermana.

—Sentaros todos. Los tres se sentaron alrededor de la mesa mientras Carlos recogía las fotografías, acto seguido se sentó y empezó a hablar.

—Todos sabéis lo que ocurrió esa noche. Cuando Laura llegó a su casa se sentó llorando a la mesa del comedor su madre se levantó y rápidamente al verle la cara ensangrentada, se la lavo y le curó las heridas su padre se unió a ellas y Laura después de contarles lo que había ocurrido, les comunicó su decisión de irse del Pueblo. No quería que nadie se riera o burlase de ella, cuando caminase por la calle y estaba la incertidumbre de saber quién había sido el causante de su desgracia. Todos los hombres del pueblo podían ser sospechosos y ella no estaba dispuesta a aguantar tal suplicio.

Sus padres entendieron el malestar de Laura y le intentaron cambiar sus ideas, pero ante su determinación y firmeza por fin accedieron; su madre le entregó un poco de dinero, serviría para pasar unos días sin apreturas y su padre le dijo que cogiera el asno tenía mucho camino por delante y siempre podría venderlo y sacar algún dinero.

Como sabe Crescencio, Laura acompañó muchas veces a su padre a las ferias de animales y no era nada nuevo para ella tratar la venta de un animal.

Su madre le dio la dirección de una posada en Calatayud la dueña debería ser una prima lejana y allí llegó una semana más tarde. La señora se acordaba de su madre y le dio cobijo. Laura le dijo que buscaba trabajo y que en poco tiempo se quedaría sin dinero. Mientras ayudaba en la posada la señora le encontró trabajo en un hotel de Zaragoza y allí se fue Laura. Se dedicó a la limpieza y a hacer camas una pequeña y oscura habitación sin ventanas era todo cuanto tenía, si quería comer en el hotel lo tenía que pagar o se lo descontaban a fin de mes. En la esquina había un bar mucho más económico y allí encontró un precio asequible, pues no podía cocinar en su habitación.

Fueron pasando los días y el vientre de Laura se iba hinchando el camarero del bar en ocasiones no le cobraba un día se sentó con ella y se interesó por su marido. Laura le contó la verdad y a partir de ese día se convirtió en el ángel de la guarda de Laura, tres meses más tarde se casaban y yo llevo el apellido del que ha sido mi padre y al que no cambio por ningún otro, mi madre murió hace diez años y mi padre hace dos. Antes de morir mi padre me dijo que debería conocer mis raíces y me entregó el diario de mi madre. Yo le respondí que ya las conocía; había pasado muchos días en Daroca en casa de mis abuelos paternos. Poco a poco sus palabras fueron calando en mí y al fin conseguí esta plaza en el pueblo. Mi madre nunca quiso volver al pueblo, solo en una ocasión fuimos a Burgos y allí durante dos horas estuvimos con una anciana. Más tarde supe que era mi abuela “la justa” había ido en autobús desde Almadella y debía volver o perder el único autobús de regreso; tenía yo trece años y su marido había fallecido ese mismo año. Y eso es todo ahora me propongo saber quién es mi verdadero padre, solo por curiosidad sin rencor ni deseos de venganza, tal vez gracias a él mi madre fue muy feliz con mi padre.

Crescencio lloraba sin consuelo los recuerdos de su hermana parecían revivir en su mente, todo aquello que había estado intentando olvidar. Francisco y Susana se fueron al Mesón y cuando quedaron solos Crescencio le dijo a Carlos.

—Hay una parte de la historia que quizás no sepas, pero antes me gustaría que me leyeses textualmente lo que escribió mi hermana sobre la noche de San Juan.

Carlos subió a su habitación y tomó el diario, se sentó frente a Crescencio y empezó a leer:

—Han pasado dos meses desde que abandoné el pueblo y en él deje mi antiguo diario, lo doy por perdido pues no pienso regresar jamás. Mi nueva vida empieza donde terminó la anterior en el día de San Juan. Como otros años mi debilidad es bailar hasta quedar exhausta, me encantaba bailar y esa noche tenía motivos para estar contenta, dos hombres me pidieron relación, a uno no lo tomé en cuenta iba medio bebido y estoy seguro que ya abra hecho las paces con mi mejor amiga. El otro hay, hay, pensé contestarle más tarde si volvía a pedírmelo debía estar segura de mi decisión. Es un buenazo y amigo de mi hermano.

Cuando la verbena fue terminando y la gente desaparecía, no vi a ninguno de mis amigos o amigas, deduje que ya estaban en casa de Salvador y me dirigí a la casa de la colina, donde habíamos quedado en reunirnos con toda la cuadrilla para terminar la fiesta. Ya deberían estar todos allí.

Cogí el camino y a los pocos metros de adentrarme entre los cipreses tres encapuchados con los trajes de Semana Santa me salieron al paso uno me cogió por los brazos y otro por las piernas yo me resistí, intenté defenderme pero el tercero sacó una navaja y me la puso en el cuello, hundió un asqueroso pañuelo en mi boca y ya en el suelo me arrancó la blusa y me violó sin quitar la navaja de mi cuello, la punta llego a cortarme y tuve mucho miedo, mi cuerpo quedó sin fuerzas y mi mente bloqueada. En la oscuridad cuando estaba sentada en el suelo intentando arreglarme la blusa y recogiendo mi ropa íntima. Uno de ellos debió volver y amparándose en la oscuridad me golpeó brutalmente, por un momento quedé tendida en el suelo indefensa y herida echaba sangre por la boca. Mi cabeza decía que debía volver a mi casa; sujetándome la ropa y buscando la oscuridad pude llegar a ella. Sobre la mesa me puse a llorar lo cual despertó a mis padres.

—Bien Creo que es lo que querías ¿o sigo leyendo? — preguntó Carlos.

—No basta, tengo suficiente.

Crescencio se quedó pensativo sus manos temblaban y sus ojos parecían querer hablar. Por fin se decidió.

—Bien Carlos, está claro que eres mi sobrino y que quiera o no tendré que vivir con el recuerdo de mi hermana. Tienes derecho a saber la verdad y la pena que he llevado en mi pecho desde el día que se fue.

Esa noche ya era tarde yo también estaba en la verbena con mis amigos. Le había dicho a Laura que no fuera a la casa grande, pues el año anterior llegó a casa vomitando por el alcohol que había bebido a altas horas de la madrugada.

Debo reconocer que en ocasiones la trataba como un padre y le prohibía cosas que no podía, pues ella era mayor de edad pero para mí seguía siendo mi hermana pequeña.

Cuando llegué a mi casa y vi que no estaba, salí corriendo en su busca y la encontré sentada en el suelo cogiéndose la ropa, yo intuí que estaba ebria y no pude retener mis impulsos la golpee, ella no dijo nada y quedó tumbada sobre el suelo. Dios mío tuve miedo de lo que había hecho, salí corriendo despavorido un poco más adelante reaccioné e intente volver pero la vi como cruzaba la calle buscando el amparo de la oscuridad, corrí a mi casa y me acosté escuché voces en el bajo (pues yo dormía arriba) y no me atreví a bajar. Al día siguiente no estaba Laura, yo nunca pregunté a mis padres, en realidad tenía miedo a su respuesta y por otro lado me corroían los remordimientos por pegarle, de las conversaciones de mis padres deduje que se había ido a Calatayud. Cuando murió mi madre me fui a la granja y nunca más volví a la casa, de eso hace ocho años.

Crescencio sollozaba se veía un hombre derrotado, añadió.

—Te pido perdón si quieres perdonarme ya que tu madre no pudo hacerlo.

—Tío no tengo nada que perdonar, mi madre no se fue del pueblo por ti y en todo caso te hubiera perdonado, pues lo que hiciste fue por quererla demasiado.

Tío y sobrino se abrazaron entre lloros, un poco más tarde Carlos se fue a la cocina y Crescencio se puso frente el televisor; aunque los dos sabían que nada sería igual.


Al día siguiente apenas se habían sentado a la mesa en el mesón para comer, cuando llegó Manuel y se sentó con ellos.

—Carlos quiero hablar contigo como médico.

—Tú dirás ¿Qué te ocurre?

—Desde el día de la verbena me duele el estómago, y la comida no me sienta bien.

—¿Bebiste en demasía esa noche?

—No, no bebí nada, me fui pronto a dormir y como mucho tomo alguna cerveza.

—¿Te ha ocurrido otras veces?

—Sí, ahora que lo dices, cuando tenía que tomar una decisión comprometida como la venta de mi empresa o cuando me dijeron que cerraban...

—Parece ser que tienes la enfermedad del pequeño o mediano empresario.

—¿Qué enfermedad es esa?

—“Miedo” o dicho de otra forma para que lo entiendas, nervios en el estómago ante una situación que te pone nervioso.

—Puede ser ¿y qué se puede hacer contra eso?

—Proteger a tu estómago contra tus nervios y la producción excesiva de ácido, no temas no es grave llevando un control después de comer te daré unas pastillas y comprarás en la farmacia unos sobres para neutralizar el ácido. Pero eso significa que tienes un problema. En ocasiones se descansa al compartirlo.

—Según como se vea, puede ser.

—Déjalo ya tenemos aquí la comida, después me lo cuentas.

Después de comer Susana le sirvió la copa a Carlos.

—Don Manuel ¿quiere una copa?

—No el doctor me ha prohibido el alcohol, tengo problemas con el estómago y por favor no me llames don me haces más viejo. Manuel a secas.

—Bueno Manuel ¿Qué ibas a contarme?

—Ocurre que el otro día en la verbena cuando me presentaste a Rebeca, me quedé mirándola la encontré tan bella como siempre, intenté hablar con ella y no me dejó se fue de la plaza y la seguí, intenté nuevamente hablar con ella y me despreció, desde entonces intento verla como un colegial y cuando paso por su lado, me da el adiós girando la cabeza he observado que si puede se va por otra calle y no lo entiendo, ella y yo casi fuimos novios o lo fuimos, yo creía que ella me quería o me seguía queriendo. Por mi parté sigo estando enamorado de ella aunque tengo que reconocer que casi la había olvidado; pero al verla de nuevo…

—¿Te refieres a Rebeca “la coja”? — Dijo Crescencio.

—¿“La coja”?

—Si Manuel no te has dado cuenta de su caminar — dijo Carlos — le falta el pie derecho, en el cual lleva una prótesis, según me contó Susana tuvo un accidente de coche y perdió el pie. Hace muchos años.

—¡OH! dios mío tal vez por eso no quiere hablar conmigo; su problema físico a mí no me importa.

Manuel se levantó de la mesa cabizbajo, pagó y se fue con la nota de Carlos a la farmacia. Mientras Susana preguntaba a Carlos.

—¿Qué quería Manuel?

Carlos le contó todo lo sucedido a Susana y está quedó pensativa hasta que dijo con decisión.

—Hablaré con Rebeca y me enteraré de lo que ha pasado, Manuel podría ser un buen marido para ella y más teniendo en cuenta que no es tan joven, su hijo con la edad que tiene se casará cualquier día y la dejará sola. Carlos y Crescencio regresaron a su casa ya en ella Crescencio abordó a Carlos.

—Carlos, el domingo se cumple el plazo para quitarme definitivamente el corsé. ¿Qué puede ocurrir si me lo quitas el viernes? Echo de menos la granja y aunque Pedro me tiene informado no es lo mismo que estar con los animales y verlos.

—Sí te lo puedo quitar si sigues mis instrucciones.

—No soy un niño y he entendido lo que me puede ocurrir, mis fuerzas no son lo mismas y lo compruebo día a día, no soy tan borrico como para no entenderlo. Quiero pedirte otro favor.

—Tú dirás.

—Quiero que hables con “el ferretero” y que me ponga una televisión.

—Llamaré más tarde ahora no estará abierta la tienda, ¿deseas algo más?

—Sí saca las fotos y les echaré una ojeada, quiero ayudarte.

—Dios mío, — exclamó Carlos para sus adentros — sí que ha cambiado este hombre.

Carlos sacó las fotografías y las extendió sobre la mesa. Crescencio cogió algunas de ellas de una en una y las apartó. Después con su típica forma de hablar empezó a decir.

—Estas que aparto no te sirven para nada y no te dejan centrarte en las que te interesan.

Carlos ya se había dado cuenta de que Crescencio no era tan borrico como la gente creía y esa era una prueba más. A continuación siguió hablando.

—Mira en esta foto están todos los amigos y amigas los cinco y las cinco, puede ser de la Semana Santa, están merendando en la fuente “El Caño”. En esta están los amigos y cuatro amigas en la piscina de la casa de la colina, está en la parte trasera de la casa, y aquí están cuatro de ellos en las cuadras bebiendo.

—Sí fue en la noche de San Juan, la misma en que se fue tu hermana, en ocasiones he creído que fueron ellos los culpables.

—Estos están un poco borrosos.

—Sí es una ampliación de esta, son los que están bebiendo en la barra del tenderete.

—A este lo conozco es Cipriano amigo de Laura y Salvador es de la cuadrilla, míralo en la foto de Semana santa y en la de la piscina donde están todos; no sé qué hace con dos desconocidos, a esa hora sus amigos estarían bebiendo en la casa de Salvador.

—Los desconocidos son Fermín el maestro y un amigo suyo. Los reconoció Francisco. Crescencio ¿Qué me puedes decir de Cipriano? ¿Crees que podría ser el violador de Laura?

—Según se decía y aparentaba era “marica” o lo parecía, se fue de cura después de varios años de sacristán. Su madre todavía vive, en la casa vieja que hay a la entrada del pueblo, es la primera casa a la derecha. — Crescencio siguió mirando las fotos — ¿Este es Roque bailando con mi hermana? Aunque a ella la tapan casi por completo. Quien la tapa es un forastero bailando con “la estanquera”

—Sí, debes saber que Roque le pidió relaciones.

—Roque ¿le pidió relaciones a Laura? ¡Si es tímido! no habla por no ofender, le has visto en la tienda nunca pregunta que quieres, se lo tienes que pedir. Pero es un buen hombre y un mejor amigo. Laura hubiera sido feliz con él. Bueno al resto ya los conoces y a estos no los conozco. Lo vas a tener crudo para descubrir al culpable con estas fotos

Carlos llamó al Ferretero y le dio el encargo de Crescencio, al día siguiente le instaló una antena y le llevó un televisor de treinta y dos pulgadas.


El viernes después de comer Susana le dijo a Carlos

—He quedado con Rebeca para hablar contigo esta tarde pero antes te contaré lo que ocurrió entre Rebeca y Manuel.

—¿Me da tiempo de llevar a Crescencio a su casa? va a quedarse en la granja y espero acertar dejándolo solo.

—Sí, ella no vendrá antes de las cinco y media.

Carlos llenó una maleta con la ropa que había ido comprando para Crescencio y dos bolsas con comida, para varios días. Antes de irse descolgó los cuadros de la pared y los subió al coche junto con el equipaje. Cuando llegaron a la casa le llevó la maleta y las provisiones; no dejándole hacer esfuerzo alguno, cuando lo tuvo todo en su sitio le enseñó el manejo del televisor y mirándolo a los ojos le dijo.

—Tío acuérdate de cargar el móvil ante todo y no dudes en llamar a la mínima…

—Vale, vale, vale — interrumpió Crescencio — ya soy mayorcito he pasado toda mi vida sin ti, se cuidarme.

—Sí tienes razón pero no te olvides que tienes familia.

—Sí lo sé y tengo algo que darte.

Crescencio entró en su habitación y salió con tres llaves de unos diez centímetros de largo.

—Estas son las llaves de tu casa; mis padres a mí me dejaron la granja y a mi hermana la casa por si volvía. Así que ahora es tuya.

—¿Tengo una casa en el pueblo?

—Sí en tu misma calle número sesenta y siete, un poco más acá de la plazuela y no es pequeña aunque algo, vas a tener que arreglar, hace años que no he ido por allí, pues desde que murió mi madre... En fin, Rafael tiene el testamento, la puedes poner a tu nombre cuando quieras y ahora vete que quiero ver los animales y no digas nada, ya lo sé ¡nada de esfuerzos!

Carlos dejó la granja y al llegar al pueblo paró en la plazuela y entró en el mesón, Susana no tardó en salirle al paso.

—Ven siéntate que te cuente con prisas — Cuando Rebeca tuvo el accidente yo tenía nueve años, por eso no recuerdo nada del asunto y parece ser que Rebeca estaba embarazada de su único hijo Manuel y también parece ser que el padre es Manuel “el constructor” por eso el nombre del hijo y por el mismo motivo le huye. Ella sé que pasó mucho tiempo en el hospital y a los pocos meses de volver nació su hijo. Yo no sé mucho más pero al decirle que Manuel se interesaba por ella y tú no comprendías porque no le hacía caso. Ella ha decidido contártelo para evitar que te metas en sus asuntos e intentes que haga las paces con Manuel.

—Susana ¿Tú qué opinas?

—Yo no opino nada; cada persona tiene derecho a decidir su vida aunque se equivoque, que también es un derecho de cada cual.

—Sí pero y si todo fuera culpa del destino o de la casualidad. ¿Rebeca suele ser puntual?

—Sí muy puntual.

—Bien pues os espero en mi casa.

—¿Qué piensas hacer?

—Nada escuchar y callar.


A las cinco y media en punto llamaron a la puerta; Susana y Rebeca pasaron al interior, mientras Carlos se iba a la cocina y preguntaba.

—¿Rebeca Tomás café?

—Sí.

—Solo he enchufado la cafetera para que se valla calentando mientras hablamos. Tengo que decirte que cuando alguien habla de sus problemas, estos suelen parecer menos grabes o al menos suele aparecer un descaso interior como si se librase de un peso. En fin solo tienes que contar lo que tú desees, sin obligación alguna, pues como dice Susana las personas somos libres de decidir.

—Llevo muchos años callando don Carlos y creo que no me hará daño hablar con alguien.

—Carlos por favor.

—Pues Carlos. Sucedió que Manuel y yo nos queríamos, y pasamos un verano maravilloso juntos, al principio nos escondíamos, pero poco a poco empezamos a salir delante de la gente, ya no importaba que nos vieran juntos. Manuel me prometió que hablaría con mi padre para formalizar nuestra relación pero lo iba dilatando, parecía tenerle miedo y yo ya tenía preparado a mi padre para que el viniera cuando quisiera. Pasaron los quince días que le faltaban para ingresar en la universidad y no tubo valor para hablar con mi padre y se fue a Madrid, sin formalizar nuestra relación. A los pocos días mi madre se dio cuenta de mi estado; ante mi insistencia en que Manuel se haría cargo de la situación y mi fe en él, mi padre decidió ir a visitarlo. Ambos partimos con el seiscientos de mi padre a principios de Octubre. En el cruce de Almadella con la general nos arrolló un camión; mi padre murió en el acto y a mí me sacaron los guardias de tráfico. Los médicos se esforzaron para que no perdiese a mi hijo, las heridas eran múltiples y estuve conectada a una maquina varias semanas. Para no hacerlo largo, le diré que volví al pueblo a principios de febrero. Mi madre tuvo que pedir un préstamo para poder estar conmigo en el hospital después pidió otro para las operaciones que vinieron después de tener a Mi hijo. Todo el dinero que hizo falta se lo dio don Salvador, abuelo de Cipriano el gestor. No podíamos devolver el dinero y le dimos la casa. Don Salvador nos propuso un trato, nos daba quince años para recoger el dinero, pero la madre de Susana, Prima de mi madre nos ofreció compartir la casa ella se iría arriba y yo que iba con muletas me quedaría abajo. Nunca pudimos recoger dinero y la gestoría de Cipriano, desde hace cinco años está en mi casa. Nunca podré pagar a Susana y su madre lo han hecho por mí.

—No digas eso — interrumpió Susana— a mí me sobra casa y en todo caso tengo los apartamentos del mesón.

—Dime rebeca se portó mal el padre de Salvador con vosotras. —Preguntó Carlos con recelo.

—No se portó muy bien, siempre se ha portado bien con todo el mundo. No es un usurero, pero mi madre y yo no teníamos nada con que responder.

—Carlos comprendes porque no quiero saber nada de Manuel. Desde que se fue nunca se interesó por mí, ni ha vuelto al pueblo. Seguramente ahora estará desahuciado y busca compañía por eso se acerca a mí.

—Desahuciado no está te lo puedo asegurar, tiene un buen patrimonio y está reparando su casa con la idea de quedarse. En cuanto a su vida sentimental; pasó unos años con pareja sin llegar a casarse y sin tener hijos. No sé nada más de él.

—Sea como sea no deseo su compañía tengo suficiente con mi hijo él ha llenado y llena mi vida.

—Lo entiendo, procuraré hablar con él y le pediré que no te moleste. Ahora tomaremos café.

Carlos se iba a la cocina cuando sonó la puerta, los tres se quedaron mirándose. Carlos se acercó a la puerta diciendo en voz alta.

—¿Quién es?

Una voz desde la calle contestó.

—Soy Manuel, no me has dado las pastillas.

—Un momento ya voy —contestó Carlos — venid, venid escondeos en el pasillo de la consulta, podéis cerrar por dentro y escuchar. — Dijo Carlos en voz baja.

Susana y Rebeca obedecieron sin rechistar y se escondieron en el pasillo, Carlos abrió la puerta.

—Buenas tardes Manuel.

—Buenas tardes Carlos, hablando, hablando se nos ha pasado que me tenías que dar las pastillas.

—Sí ahora te las doy ¿Quieres una taza de café? Lo estaba haciendo cuando has llamado.

—No me lo habías prohibido.

—Este es descafeinado.

Carlos sirvió el café y se sentaron a la mesa, ante la desesperación de Rebeca, que solo quería que se fuera.

—Bueno Manuel, Como médico sé que cuando uno cuenta sus penas descansa y eso puede influir en tu dolencia. Dicho esto quiero que me cuentes con pelos y señales que ocurrió hace veinte años entre Rebeca y tú, si estás dispuesto.

—Si será lo mejor deseo descargar mi pena con alguien. No sé bien lo que ha ocurrido pero no me siento culpable, aunque tal vez... Carlos espero que me entiendas. Rebeca y yo nos amábamos yo era locura lo que sentía por ella, pero al mismo tiempo era muy responsable y sabía que no tenía nada que ofrecerle, estudiar una carrera podría ser la solución, su padre no pondría obstáculos a un hombre con carrera.

Rebeca me apremiaba para que hablase con su padre pero yo lo temía, me marché a estudiar sin hablar con él. Pero no podía vivir con el pensamiento de que al estar yo ausente se casara con otro y aproveché el puente de la Pilarica para regresar al pueblo dos días estuve llamando a su puerta, pregunté a una vecina y me dijo que hacía días que no estaban, tuve que regresar a estudiar. En navidad volví con el mismo resultado, durante una semana llamé todos los días a su casa eché un papel por debajo de la puerta donde ponía mi nombre y un número de teléfono. No recibí llamada alguna, me daba miedo escribir cartas y por otro lado pensaba que Rebeca tenía mi dirección y no me escribía. En Semana Santa vine a ver la familia y cuando todos estaban en la procesión aproveché y llamé a su puerta, nuevamente introduje una carta por debajo de la puerta, me costó meterla había mucha suciedad, la respuesta fue la misma era como si se la hubiera tragado la tierra, pregunté a mi madre y me dijo que ella no se preocupaba por la casa de los demás, pero que hacía tiempo que no la veía. Ese mismo verano a las vacaciones volví al pueblo y su casa continuaba cerrada, la puerta estaba sucia, como si nadie la habitara. Lo que sentí en el alma, es difícil de explicar; hice las maletas y me fui nuevamente a mi pensión en Madrid, con la excusa que tenía que estudiar. En realidad pensé que había perdido a Rebeca para siempre, siete años después antes de juntarme con Yolanda, casi anocheciendo salí de Madrid y vine al pueblo la imagen de Rebeca seguía viva en mí llegué a las doce de la noche algunos jóvenes iban por la calle bajé del coche y me dirigí a su casa. Bajo la tímida luz del farol la casa parecía seguir abandonada, la bancada sucia y la pared de cal desconchada, hacía mucho tiempo que nadie vivía allí me fui a mi casa a dormir mi madre no estaba. Al día siguiente fui al ayuntamiento preguntando por ella; allí me informaron de su enfermedad mental y que la habían tenido que ingresar en un manicomio. Me fui a verla y lloré como un niño, nunca volví a visitarla, no me sentía con fuerzas para ver a mi madre en el estado en que se encontraba. Poco tiempo después había fallecido.

Y eso es todo en poco tiempo perdí a las dos mujeres que más quería, así me consolé con Yolanda y me dedique a trabajar con ansia. El resto ya lo sabe.

Del interior del pasillo se escucharon unos sollozos; Manuel se puso rápidamente en pie.

—¿Qué es eso?

—Es una enferma que tengo ingresada y que tiene dolor como tú. Toma tus pastillas y confía en la providencia, las personas somos capaces de recapacitar y tal vez algún día puedas encontrar la felicidad.

—Solo la encontraría junto a Rebeca, lo sé. No me importa si ha perdido un pie o si ha tenido otros amantes… No la molestaré si es eso lo que quiere pero nada podrá evitar que la quiera. Siento meterte en mis asuntos, en fin adiós Carlos.

—Adiós Manuel suerte, y las pastillas una antes de cada comida.

La puerta se cerró tras Manuel, Carlos escuchó los pasos que se alejaban y llamó a la puerta del pasillo. Unos segundos más tarde salían las dos mujeres con los ojos llorosos. Carlos consideró que no debía decir nada y sirvió café a las dos mujeres, estas callaban se tomaron el café y se fueron con un tímido Adiós. Carlos quedó solo pensando en lo injusta que puede ser la vida; después recapacitó sobre las versiones que puede tener una misma historia. Miró las llaves que tenía colgadas sobre la chimenea, al día siguiente era sábado y no tenía consulta, aunque la doctora y el habían decidido alternarse y estar de guardia uno cada fin de semana. Esa semana le tocaba a él si quería alejarse bastaba con poner el Número de teléfono en la puerta de la consulta. Y al martes siguiente empezaba el mes de Julio y por lo tanto sus vacaciones y las de Teresa. Pero antes visitaría su casa.

Al día siguiente después de desayunar, dejó su teléfono en la puerta y con una linterna y las llaves se dirigió en busca del número sesenta y siete, la casa no estaba muy lejos del ambulatorio. Miró la fachada de piedra y la gran puerta por ella podía entrar un automóvil. Carlos pensó seguro que han entrado caballerías, carros o coches de caballos. Se decidió a abrir, al principio la cerradura se resistió un poco, pero por fin abrió. La casa olía a cerrado y Carlos decidió dejar la puerta abierta. La claridad le hizo ver la puerta que daba al corral o patio interior; la abrió de par en par, era tan grande como la de la calle. La casa se iluminó por completo, volvió sobre sus pasos a la puerta de la calle y se volvió como si entrase por primera vez a la casa. A ambos lados había una habitación entró en la que tenía a su derecha un viejo armario ropero una cama de madera con somier de láminas y una mesilla de noche eran todos sus muebles la curiosidad le hizo abrir el armario; no había nada en él, lo mismo ocurrió con la mesilla, pasó a la otra habitación. Una vieja máquina de coser y dos sillas de enea la ocupaban, en medio de la casa a la derecha la chimenea y una alhacena a cada lado allí todavía estaban los vasos y los platos, abrió un cajón y encontró los cubiertos de alpaca; en la estancia no habían sofás solo sillas alrededor y dos viejas mecedoras. Al otro lado una antigua mesa cuadrada y detrás la escalera. Subió con precaución apartando algunas telarañas con la linterna. Abrió una ventana por la que entraba un pequeño rayo de luz entre las resecas tablas, la ventana daba al patio interior; la parte superior de la vivienda estaba partida frente a la escalera, dos habitaciones una daba a la calle y la otra al patio, el resto a la derecha de la escalera estaba libre, unas panojas de maíz colgaban de la pared. Carlos se dirigió a la fachada, la puerta más grande era el balcón custodiado por una ventana, lo abrió y dejó correr el aire. Se acercó a la habitación no había puerta solo una polvorienta cortina; la apartó y solo encontró una cama de hierro. Se dirigió a la otra solo el polvo daba fe de su abandono abrió la ventana que daba al patio. Entonces la pudo ver bien. La cama metálica estaba como recién hecha, de muebles solo una cómoda y sobre ella fotografías enmarcadas. La pared medianera entre las dos habitaciones, estaba cubierta por una cortina de anillas pasadas por una varilla de hierro. Corrió la cortina tras ella habían varios vestidos de mujer.

Miró los cajones de la cómoda encontrando sábanas y ropa interior, no cabía duda era la habitación de su madre. Abrió los cajones superiores hallando algunas baratijas y una caja de galletas metálica. La abrió habían gran cantidad de fotografías un misal y un pequeño diario. Cogió la caja y con ella bajo el brazo cerró el balcón y las ventanas; bajó la escalera y dejo la caja sobre la mesa; salió al corral a su izquierda bajo unas placas de uralita encontró el váter, un agujero en el suelo custodiado por dos ladrillos para poner los pies era todo cuanto necesitaban. Al otro lado el pozo y una pila de losas, al lado parecía otro váter cubierto por una única uralita (parecía posterior), abrió la puerta y allí colgaba de un gancho una regadera, no había nada más excepto un agujero en el suelo. De la puerta del Corral o patio a los establos no habrían más de cuatro metros y supuso que arriba estaría el pajar. Unos gritos llamando en el interior de la casa le hizo volver a entrar, un hombre era quien gritaba.

—¡A! es usted don Carlos, hace tiempo que no se abre la casa y vine por si acaso, yo vivo aquí al lado.

—Gracias por interesarse, ¿se llama usted?

—Genaro para servirle, ¿va usted a comprar la casa? Es una buena casa, solo hace falta arreglar algunas cosillas y limpiar.

—Si ya me he dado cuenta.

—Yo trabajo de albañil, si necesita algo “ya sabe” últimamente he trabajado para don Manuel; ya hemos terminado su casa ahora están los pintores.

—Dígame conoció usted a la dueña de la casa.

—Síii, los conocí a todos. Al viejo Crescencio a su mujer la justa y a sus hijos.

—Me interesaría que me hablase de su hija; de Laura.

—¡Laura! — él hombre hacia muecas mientras hablaba y repetía muchas palabras — buena chica, muy buena chica yo tenía doce años cuando ella se fue del pueblo pero la recuerdo, muy guapa, muy guapa.

—Cuénteme algo de sus amigos o pretendientes.

—Muy guapa pero daba calabazas y se reía, recuerdo que una tarde cuando anochecía Salvador ¡el rico de la casa grande! Si ese mismo le echó los tejos, huyendo de la puerta de su casa se pusieron en mi ventana, el señorito intento besarla y ella lo rechazó riendo, el señorito le dijo de sopetón. ¿Quieres casarte conmigo? Y Laura se tapó la boca para no reír. Después lo largó; le dijo — si tú estás loco por Celia ¿qué me vienes a contar? anda lárgate— Y lo largó. Celia es la mujer que tiene don Salvador sabe. Yo no le conocí novios formales a Laura. Después desapareció y su madre nunca dijo dónde estaba. Ya no se más.

—¿Podría hablarme de Salvador, que tal persona es?

—La familia muy buena, muy bueno Salvador y su padre, en posguerra me contaba mi madre que ayudó a mucha gente y escondió en su casa a algunos rojos, pues a él nunca lo registraban, Salvador ha dejado dinero a mucha gente, siempre ha sido muy del pueblo y de la iglesia. Celia tuvo dos hijos más pero nacieron mal y murieron, en el pueblo decían que era castigo de Dios por ser tan ricos. Yo no me creo nada, nada pero su padre también tuvo solo un hijo.

—Gracias Genaro ha sido usted de gran ayuda.

—Si necesita alguna cosa ya sabe, aquí me tiene.

Carlos cogió la caja metálica y cerró la casa, despidiéndose de Genaro varias veces. Miró su reloj eran las once y disponía de tiempo para ver lo que había en la caja. Al llegar a su casa, la puso sobre la mesa, se sentó y empezó a mirar fotografías la mayoría eran de sus padres y de ella con su hermano de pequeños, otras con los amigos, no habían muchas que ver y ninguna que pudiera aportar algo nuevo. Sacó el misal y lo ojeó. Nada nuevo, tal vez el otro librito, lo abrió, en la primera página escrito a lápiz ponía.

Nadie está autorizado a leer y menos tú Res.

El mensaje debía ir dirigido a su hermano, Carlos empezó a leer.


Hoy cumplo dieciséis años y aquí empieza mi vida…. O al menos eso creo.


No había duda de que Laura tenía humor, Carlos siguió pasando páginas, ojeo rápidamente el diario y llegó a las últimas páginas escritas, retrocedió unas cuantas y leyó.


Celia y Salvador han vuelto a discutir, cuanto más se quieren peor. José no sabe qué hacer está indeciso y a mí no me gusta, me aré la loca, siempre me da resultado ¡Hay! ¿Dónde estará mi príncipe?

Hoy no sé qué anotar, mi hermano está malo y yo cansada de ordeñar. El carnicero me mira mucho y no está nada mal. Este mes no tengo mucho que contar.

Carlos miró las fechas Laura solía escribir cada mes si no había algo extraordinario.

Pasó las páginas rápidamente y se fue a las últimas.


Celia y Salvador han vuelto a regañar, parecen niños. Mañana es San Juan, me pondré la falda verde y la blusa blanca, pienso bailar hasta quedar rendida y después aunque no le guste a… pienso divertirme ya trabajo suficiente. Cipriano no me gusta no pienso bailar con él, espero que me saque Roque…


Eran las últimas letras de Laura, Carlos leyó otras hojas anteriores pero no encontró nada de interés. Se hacía hora de comer, lo recogió todo, lo puso nuevamente en la caja y se fue al Mesón. Después de comer Susana se sentó con él.

—Hoy estás muy solo.

—Sí parece mentira ayer dejé a Crescencio y hoy lo echo en falta. ¿Qué me puedes decir de Rebeca?

—Está muy indecisa y muy arrepentida de haber dudado de Manuel, está claro que todavía lo quiere, yo no quiero intervenir, es su decisión. ¡Oye! ¿Puedes decirme como apareció ayer Manuel por tu casa?

—Para eso está el teléfono, no quería ser cómplice de una injusticia, ahora les toca a ellos decidir, sobre su futuro pero con conocimiento de causa. Y hablando de todo un poco tienes preparadas las maletas.

—¿Las maletas para qué?

El próximo sábado nos vamos a Zaragoza, casados o solteros como prefieras.

—¡Cómo! Pero no me habías dicho nada, yo no me he preparado y el mesón.

—Francisco y Gaspar no te necesitan y la maleta se hace en unas horas ¡A se me olvidaba — Carlos puso la mano en el bolsillo y sacó una llave — toma la llave de tu nueva casa y ves pensando en la decoración, por mi parte me gustaría dejar la distribución como está con algunas mejoras.

Susana no salía de su asombro eran demasiadas cosas para asimilar en un momento. Puso las manos planas y las agitó de arriba abajo.

—Haber vamos por partes quieres que la semana próxima nos vayamos de vacaciones o de viaje de novios.

—Así es yo tomo las vacaciones el día uno, el próximo martes.

—Ya, lo entiendo ¿y esta llave, has comprado una casa?

—No la he heredado de mi madre, la casa de la señora Justa, el número sesenta y siete de esta misma calle.

Gaspar se acercó.

—Estas muy sonriente Susana hay algo que yo pueda saber.

—Nos casamos Gaspar, todavía no sé cuándo pero nos casamos.

—En hora buena, ya era hora de que os decidierais.

Gaspar no podía aguantar y se fue a decírselo a Francisco a toda prisa y como era natural Francisco salió a felicitarlos. Cuando se quedaron solos Susana abordó nuevamente a Carlos.

—¿Qué has pensado para la casa?

—Cómo va a ser tu casa quiero que tu decidas, pensaba llamar a Manuel y que él lleve la reparación, habrá que hacer un cuarto de aseo chapar la cocina, picar paredes, poner piso etc. Quiero que tú lo elijas todo.

—Y cuando piensas decírselo.

—Esta tarde lo veré en el sindicato, si te parece bien hablaré con él y le encargare el trabajo. Podemos enseñarle la casa y que él nos diga lo que tenemos que hacer, o nos aconseje.

—Sí creo que será lo mejor. De acuerdo prepararé las maletas para el sábado.

Carlos se retiró a su casa; tumbado en el sofá sus pensamientos volaron hacía el diario de Laura, necesitaba una prueba de que el culpable se encontraba en el pueblo e ideó un plan que llevaría a cabo en el sindicato. A las cinco en punto se fue al sindicato. Al llegar la partida iba en marcha unos minutos más tarde llegó Manuel y ambos se retiraron a las butacas. Carlos explicó a Manuel lo que quería hacer con la casa y le entregó una llave para que la visitara y se pusiera de acuerdo con Susana. (No quería hacer nada sin que ella lo aprobara). Después tocó el turno de hablar de Rebeca.

—Manuel debo decirte que el otro día cuando estuviste en mi casa; no te llamé para que vinieras a recoger las pastillas. Quería que me explicases todo cuanto había sucedido entre tú y Rebeca; y celebro que así lo hicieras. Debo aclararte que quien lloraba en la habitación de al lado no era una enferma, en realidad era Rebeca a la que tendí una trampa, pues ella pensaba que la habías abandonado, también debo aclararte que cuando volviste al pueblo, ella había cambiado de domicilio vivía en casa de los padres de Susana. Puede que ahora sí que consienta hablar contigo pero no debes presionarla, ¿sabes que tiene un hijo?

—No, no lo sabía, no lo he visto nunca con ella.

—Pues es el chico de la gasolinera, se llama Manuel como tú.

—¿Crees que puede ser hijo mío?

—Tiene diecinueve años echa la cuenta. Tú sabrás.

La partida había terminado y los participantes se reunieron con ellos, no tardó Carlos en abordar a don Rafael.

—Don Rafael, quiero que todos me escuchen para evitar malos entendidos. Debo confesar que soy hijo de Laura López Pérez. Hija de la señora justa y de Crescencio. Usted don Rafael tiene el testamento de mis abuelos y por lo tanto debe saber que me corresponde la casa del pueblo. He encargado a Manuel que la repare y realice las obras necesarias, pienso vivir allí y casarme con Susana. Por lo tanto le pido que sea breve en la concesión de la licencia de obras.

—Cuenta con ello, ya puedes empezar en cuanto pases por el ayuntamiento.

Todos se levantaron felicitándole por la noticia. Después prosiguió.

—Pero señores no crean que me he olvidado de los culpables de la violación de Laura o sea “mi madre” y les aseguró que gracias a unas fotografías, facilitadas por el viejo fotógrafo de Almadella, que viene todos los años a la verbena tengo prácticamente resuelto el caso y sé quiénes fueron los culpables, con la inestimable ayuda de dos personas he podido reconocer a todos los que salen en las fotografías. Anoche las extendí sobre la mesa y entonces comprendí. Después las recogí y las puse otra vez sobre la chimenea. Cuando vuelva del viaje les llamaré y espero que nadie de los asistentes falte a la cita pues entre ustedes está el culpable.

—No faltaremos — dijo José — y si alguno no lo hiciera demostraría que es un cobarde y el culpable.

—¿Dice usted que se va? — Preguntó Rafael.

—Si el próximo sábado pues aunque mis vacaciones empiezan el martes, mi sustituto no vendrá hasta el lunes siguiente, según un fax que recibí hace dos días. Por lo tanto como yo pienso irme el sábado, don Rafael le hago saber que dejaré la llave de mi casa sobre la cornisa de la ventana y así podrá entrar cuando llegue, espero que los guardias municipales le informen y usted Rafael podría decirle que ocupe la habitación libre. Solo estará dos meses el tiempo de vacaciones de Amaya y de un servidor.

Vallase tranquilo Carlos, ya nos ocuparemos de todo,

La conversación fue yéndose por otros derroteros era la época propicia para los fichajes de los equipos de fútbol y los comentarios estaban en plena efervescencia.

La semana siguiente pasó como una exhalación. Manuel visitó la casa y les informó de los pormenores, al día siguiente firmaron los permisos para el ayuntamiento.

El sábado de buena mañana Carlos y Susana partieron hacia Zaragoza, sin saber lo que unos minutos más tarde iba a ocurrir.

Rebeca salía del horno cuando Manuel llegaba a él; se cruzaron sin mirarse, pero Manuel se volvió diciendo.

—¡Te quiero Rebeca! No me importa si te falta un pie o dos pero te quiero y no lo puedo evitar.

Rebeca se paró sin volver la cabeza y Manuel se acercó diciendo.

—Tenemos derecho a ser felices ya hemos sufrido bastante y yo deseo convertirte en mi esposa y conocer a mi hijo al que no conozco y del que no he podido disfrutar. Por el amor de dios no me tengas rencor soy una víctima del destino como tú, ninguno de los dos somos culpables.

Rebeca estaba quieta con la cabeza baja, Manuel se dio cuenta de que estaba llorando; se acercó y la cogió por los hombros, lentamente ella se dio la vuelta sin mediar palabra ni levantar la cabeza, poco a poco la apoyó sobre el hombro de Manuel. Este la estrechó contra su pecho mientras los ojos se le enrojecían. En ese momento Manuel era el hombre más feliz del mundo: no entró en el horno, sujetando a Rebeca por el hombro la acompañó a su casa mientras ella seguía llorando con la cabeza inclinada sobre el hombro de Manuel. El destino que se mostraba nefasto para la pareja, había perdido la partida.


Carlos y Susana llegaron a Zaragoza y entraron por la avenida Cesar Augusto, siguieron por la avenida del Coso cruzaron la plaza de España y un poco más adelante giraron a la calle de San Vicente de Paúl. No tardaron mucho en entrar en un aparcamiento privado. Cogieron el equipaje y subieron en el ascensor. Al tercer piso se abrió la puerta, Carlos se dirigió al número once.

—Este es el piso de mis padres en el he vivido hasta que me fui al pueblo. Al principio vivíamos en un piso más pequeño mi padre lo vendió y compró este con un préstamo del banco.

Un poco más tarde salieron a la calle, Carlos llevó a Susana a cenar al bar donde trabajaba su padre, cerca de la plaza de España. Al día siguiente visitaron La basílica del Pilar y La Seo; por la noche Carlos la llevó por los sitios más típicos de Zaragoza, al día siguiente visitaron El Monasterio de Piedra y Calatayud, pasaron varios días visitando los alrededores y el viernes regresaron a San Rafael.

Mientras tanto el domingo siguiente a su marcha, una silueta amparándose en la oscuridad de la noche, caminaba en silencio a las tres de la madrugada, sus pasos firmes se dirigían a casa de Carlos. Al llegar a la puerta se puso los guantes de piel típicos del invierno y a continuación buscó la llave sobre la cornisa de la ventana, miró a ambos lados y abrió la puerta, sacó una linterna y cerrando nuevamente la puerta la encendió, la luz fue directa a la chimenea y cogió las fotografías. Durante unos largos minutos las ojeó después volvió a dejarlas en su sitio y salió de la casa, dejando la llave en su sitio y desapareciendo entre las sombras de las callejas.

El nuevo médico no se instaló en casa de Carlos. En realidad no quería compañía y menos a gente desconocida. Preguntó en el mesón y ocupó el apartamento que acababa de dejar libre Francisco, que se había mudado a la casa de Teresa. Los escrúpulos del nuevo doctor le hicieron un favor a Carlos el cual propuso a Susana que se quedase con él al regresar, así estarían juntos y más cerca del mesón. Susana aceptó, mientras tanto les arreglaban su nueva casa.

Ese mismo sábado Carlos acudió al Sindicato y les hizo saber a todos los allí presentes que los esperaba a las siete en su casa. A las siete en punto empezaron a llegar y en pocos minutos estaban todos sentados alrededor de la mesa. En realidad muchos no hubieran ido pero nadie quería que lo considerasen culpable y existía otro aliciente para ir, la curiosidad de saber quién había sido el culpable si como decía Carlos lo había descubierto.

Allí estaban, Salvador, José, Rafael, Fermín, Roque, Zenón y Casimiro, prácticamente toda la peña del Sindicato.

Como se suele decir el silencio se podía cortar se miraban unos a otros sin rechistar pero todos pensaban lo mismo ¿quién será el culpable, será verdad que Carlos lo ha descubierto y si se equivoca? Carlos cerró la puerta y rompió el silencio.

Señores ya estamos todos; los mismos que estábamos cuando rebelé que disponía de fotografías que señalaban al culpable y donde escondía la llave. Pues bien solo necesitaba que uno de ustedes viniera a husmear las fotos para asegurarme de que entre ustedes estaba el culpable por eso puse polvo de talco en medio de las fotografías. Aunque ya lo había deducido y lo tenía claro. Señor Salvador tengo que reconocer que mi primer culpable fue usted. Usted con sus amigos fueron los primeros en abandonar la verbena y estuvieron bebiendo eran cuatro y podía coincidir con el relato de Laura, además, usted jugaba con Laura para darle celos a Celia, incluso se le declaró dos veces. José lanzó una mirada a salvador que no pasó desapercibida. Salvador respondió.

—Si es verdad pero solo una vez en el portal de su casa y eso fue un año antes de irse, entonces estaba indeciso y enfadado con Celia.

—¿Y no le volvió a pedir relación en la verbena? — Preguntó Carlos.

—No lo que le pedí en la verbena es que me ayudase a hacer las paces con Celia; ella me respondió que si era hombre para enfadarme, también debería reconocer mis errores y pedir perdón. Yo consideraba que la culpa era de Celia y me puse si cabe más terco por eso me fui.

—Está bien Salvador le creo y prosigo. Pocos o nadie sabe cuántos pretendientes tubo Laura. ¿Verdad Roque?

Roque no respondió y Carlos siguió.

—Roque le insinuaba a Laura que la quería pero no llegaba a declararse por su timidez, aunque Laura lo sabía, por eso se rio cuando en la verbena se decidió a pedirle relaciones. Roque puedo asegurarte que a mi madre no le era usted indiferente. Pero Roque quería a Laura de verdad y su mayor virtud es la paciencia y su buen corazón, por lo tanto también lo descarté.

—No sé si habrán comprendido que las fotos que están sobre la chimenea no tienen valor alguno. Pero si la tienen las que dejé escondidas.

Carlos se acercó a la cocina y salió con unas fotografías. Las extendió sobre la mesa y prosiguió.

—En las fotografías que están sobre la mesa está la clave de todo. En esta fotografía se ven cuatro amigos bebiendo en casa de Salvador, pero sus amigos eran cinco, aparte de José y Salvador se ve a Angel y Jesús faltaba Cipriano. En esta se ve a un muchacho rubio bailando con Laura, “no era del pueblo” en esta otra el que baila por detrás de la pareja principal es Roque, a Laura la tapa la pareja principal formada por Carmen la estanquera y el amigo del rubio ambos de Almadella. Y en esta echa a otra pareja desde otro lado por detrás de ellos se ven tres personas bebiendo en la barra de los fiesteros. En esta ampliación los pueden ver mejor. Como podrán comprobar es el mismo que antes bailaba con Laura y el amigo.

Las fotografías pasaban de mano en mano, nadie movía la boca solo atendían — Carlos prosiguió.

Señores los malhechores necesitaban capirotes y sotanas de San Rafael pues los de Almadella no cubren la cara y ¿quién era el encargado de la cofradía en la parroquia de San Rafael y por lo tanto tenía acceso a las sotanas y capirotes?

—¡Cipriano! —Dijo José levantando la voz— el no estuvo en casa de Salvador.

—Exacto pero no creo que el fuese quien cometiera tal villanía, todos sabemos que era por decirlo suave; “amanerado” y muy religioso.

—Por eso era conocido por la cofradía de Almadella, ya que ambas se reunían varias veces durante el año para cenar e intercambiar opiniones. Señores en este punto les puedo confesar que el rubio era de Almadella y estaba en la cofradía, de echo sigue en ella y por ese motivo conocía a Cipriano, así consiguió los vestidos de cofrade, después junto con el amigo que le acompañaba y otro que también debía estar en la verbena cometieron la fechoría que cambió la vida de Laura.

El silencio se hizo sepulcral nadie movía ni una ceja, parecía que había llegado el momento de la verdad y Carlos no se hizo esperar.

—¡Verdad don Fermín! Quien le iba a reconocer quince años después, con bigote medio calvo y el pelo castaño casi negro.

Todas las miradas se dirigieron a Fermín. Como esperando su respuesta.

—¿Qué miráis? No veis que esto no tiene pies ni cabeza.

Las miradas seguían fijas en él.

—Me conocéis de sobra y sabéis que yo no soy capaz...

—Pues yo creo que el relato, tiene muchos pies y más cabeza, en cuanto a si es o no capaz deje que nosotros decidamos, demuestre que no es usted el de la fotografía — dijo Rafael.

—No lo puede negar Francisco “el cocinero” también es de Almadella y lo reconoció — atestiguó Carlos—. Sigo diciendo que no quiero mal alguno para nadie, pero quiero saber quién es mi padre, pues esa noche mi madre quedó embarazada.

Fermín se había levantado con la intención de irse; bajó la cabeza después la movió de lado a lado y por último la levantó, todas las miradas seguían fijas en él.

—Está bien, yo vine a ver las fotografías, pero si usted don Carlos cree que soy su padre se equivoca de persona, no tiene esa suerte. Les voy a contar lo que ocurrió pero aunque no me siento culpable, tampoco me siento precisamente orgulloso de ello.

—Como ha dicho Carlos Cipriano y yo nos conocíamos y antes de bailar yo con Laura, esta había bailado con Cipriano, después de bailar con ella Cipriano se refugió en la barra, cabe la posibilidad de que le pidiera relaciones y ella lo rechazara.

Nos estuvo invitando a beber toda la noche a mi amigo Resti y a mí, en un momento dado nos propuso dar un susto a una chica, solo era una gamberrada a nosotros nadie nos conocía y además iríamos disfrazados con los capirotes. En realidad no era gran cosa lo que quería, por amistad y no creyendo hacer nada indecoroso accedimos a acompañarle. Teníamos confianza en Cipriano y más considerándolo muy religioso.

—Claro — interrumpió salvador — el quedó encargado de comunicar a las chicas que no había fiesta en mi casa. Por eso sabía que Laura se dirigiría camino de mi casa…

—Si así fue nos escondimos pasados cinco o seis cipreses, mientras se acercaba nos dijo vamos a tumbarla en el suelo tú la coges de las piernas y tú (refiriéndose a mi) de los hombros y no habléis así no podrá reconocernos. Reconozco que no me hizo mucha gracia, pero la chica estaba cerca, y nosotros muy alegres por la bebida. Llevamos el plan a cabo, pero ella se resistía y Cipriano sacó una navaja, recuerdo su empuñadura blanca de nácar y se la puso en el cuello. Sacó un pañuelo y se lo introdujo en la boca, le rasgó la blusa, con la navaja en el cuello apunto de herirla, procedió a violarla nosotros ya no hacíamos fuerza ni Laura tampoco la navaja parecía que se iba a hundir en su cuello. Cipriano se levantó y todos echamos a correr dejando a la chica en el suelo. No volví al pueblo hasta pasados quince años y como ha dicho usted con una imagen completamente distinta. Debo decirles que no me siento orgulloso de lo que hice; si hubiera sabido lo que iba a ocurrir tengan por seguro que no hubiese colaborado. No obstante la sombra de esa noche me sigue persiguiendo.

—¡Dios mío! —Exclamó Salvador — la navaja se la regalé yo y le puse Cipriano a mi hijo porque lo consideraba una persona ejemplar y excepcional.

—¿Por qué no lo denunciaste? —Preguntó Roque—.

—Por miedo, si yo lo denunciaba me convertía en su cómplice. No espero que me entiendan pero pasé mucho miedo durante muchos años.

Fermín no dijo nada más y abandonó la casa; Carlos se dejó caer en el sofá y el resto de los asistentes poco a poco desalojaron la casa, solo Roque le dio unos tímidos golpecitos en el hombro como infundiéndole valor. Una hora más tarde llegó Susana. Con la cena, dejó la bandeja sobre la mesa y al ver que Carlos no se levantaba se sentó a su lado.

—¿Qué te ocurre?

—¿Sabes quién es mi padre? — Dijo Carlos volviéndose hacia Susana.

—Te veo muy afectado, parece que tu plan ha dado resultado ¿Quién es el culpable?

—Cipriano, Cipriano el que se fue de cura. Tu no pudiste conocerlo se fue antes de nacer tú.

—¿Qué piensas hacer? ¿Vas a presentar alguna denuncia?

—No, no pienso denunciar a nadie, pero hablaré con su madre e intentaré saber dónde está. Quiero verle la cara y hablar con él.

—Sí, será lo mejor que llegues al final, de lo contrario siempre estarás en la duda, habla con su madre y como te quedan vacaciones nos vamos a buscarlo aunque sea al fin del mundo, pero ahora la cena se enfría, después tendrás tiempo y me lo contarás todo.

Como dijo Susana después de cenar, Carlos se lo contó detalladamente, todo lo sucedido en la reunión y al día siguiente se fue a visitar a la anciana de ochenta y seis años. Golpeo a la puerta y la anciana le abrió, Carlos la reconoció inmediatamente era una de sus pacientes.

—Don Carlos, pase, pase, viene usted a visitarme, el nuevo médico es muy serio no me gusta.

—Pero es bueno y sabe curar a la gente y solo estará dos meses, el próximo mes ya estaré yo.

—Mejor ¿y ahora porque no está?

—He tomado vacaciones y a propósito quería preguntarle por su hijo.

—Mi hijo hace tiempo que no me escribe solo me recuerda por navidad, suele mandarme una felicitación, hace más de diez años que no lo veo y para eso tuve que ir a Reinosa, no sé porque no quiere volver al pueblo, se lo pregunté y me dijo que no podía por los recuerdos; paparruchas no quiere saber nada de mí.

—Podría enseñarme la última felicitación que le mandó.

—Si las tengo todas en el cajón.

La señora se dirigió a la alacena y abriendo el cajón central sacó un sobre con una tarjeta dentro.

—Tome esta es su última carta, yo le escribo cada vez menos, mis manos están torpes ¿sabe?

—Si lo sé Consuelo son cosas de la edad y usted ya tiene muchos años. ¿Me puedo quedar con él sobre?

—Quédese lo que quiera yo creo que no volveré a verlo.

—Sí, lo encuentro y hablo con él ¿Qué quiere que le diga?

—Dígale que su madre lo quiere, con eso es suficiente.

—¿Y usted qué necesita?

—Nada tengo suficiente con la paga para comer, aunque no puedo arreglar la casa. ¡Tiene goteras! ¿Sabe? —Consuelo bajó el tono de su voz — Tiene goteras cualquier día cae y nos vamos las dos.

—No piense usted en eso, verá como todo se arreglará.

Carlos salió de la casa triste, acababa de hablar con su abuela y la anciana estaba falta de cariño y viviendo prácticamente en la miseria.


Por la noche estaba pensativo en el sofá, ni había encendido la televisión. Para Susana no pasaba desapercibido el humor de Carlos.

—¿Qué te ocurre? Un chelín por tus pensamientos.

—¡La anciana! no puedo dejarla sola; su casa cualquier día se le cae encima, me da lástima y quiera o no es mi abuela.

—Qué te parece si visitamos a tu padre y cuando terminen la casa nos la llevamos con nosotros.

—Susana eres un ángel. ¿Arias eso por mí?

—Eso y mucho más si es necesario. Tengo nuevas noticias he hablado con Manuel y en un mes estará lista la casa, también he hablado con el pintor que pasaba por allí y hemos entrado en la casa, nos barnizará todas las puertas. Cuando he ido esta mañana estaban colocando las puertas de las habitaciones superiores. Parece que va todo muy rápido.

—Sí todo va rápido —contestó Carlos como si sus pensamientos estuvieran ausentes, de pronto sacó el sobre — ¡Nos vamos! Nos vamos a Santiago de Compostela, mañana sin tardar. Pero esta tarde pasaré a hablar con la anciana.

Carlos como le dijo a Susana se fue a casa de Consuelo, ella lo recibió con una sonrisa.

—Buenas tardes don Carlos, me trae noticias de mi hijo.

—No me voy mañana de viaje y tal vez lo encuentre. Pero el motivo de mi visita es otro.

—Usted dirá.

—Debo informarla que Susana “la del mesón” y yo nos casamos, por otro lado debe de saber que yo soy nieto de “la Justa” y he heredado su casa la cual estoy reformando, dentro de quince o veinte días estará terminada y Susana y yo quisiéramos que usted se viniese a vivir con nosotros. No le faltaría nada.

—Don Carlos está usted seguro de cargar con una vieja.

—Sí y me haría muy feliz.

—¿Qué haría con mi casa?

—Déjela que se caiga, no le va a hacer falta.

—Me da lástima ¿y podría llevarme mi cama?

—Puede llevarse lo que quiera.

La anciana se quedó pensando unos segundos; después dijo.

—Bien pero cuando esté terminada que me lo pida Susana. ¡No quiero estar en medio de un matrimonio!

—No pase pena Susana vendrá a por usted.


Al día siguiente la pareja salió del pueblo; una vez que Susana dejó sus asuntos en las expertas manos de Francisco y Gaspar. Al llegar a Santiago siguieron las indicaciones que conducían a la Catedral y en la misma plaza encontraron el Parador de turismo. Tomaron habitación y el resto del día lo dedicaron a pasear y conocer Santiago. Al día siguiente sobre las once entraban en la Catedral. Estaban bajo la cuerda del botafumeiro cuando Carlos vio un fraile que cruzaba. Se fue tras él y le enseñó el sobre.

—Esto no es aquí. —Contestó el fraile—.

—¿Podría indicarme donde lo puedo encontrar? Soy familia y traigo noticias de su madre.

—Bien sígame afortunadamente no está muy lejos —dijo mirando su reloj, parecía tener prisa—.

—Susana le hizo una seña indicándole que ella lo esperaba sentada en la Catedral. El fraile salió de la Catedral con paso ligero, se metió por una callejuela y salió a una más ancha, al poco llamó a una puerta que parecía de un patio.

—Mire usted aquí es dígale al hermano portero por quien pregunta y si está disponible saldrá.

—Gracias, muchas gracias.

El fraile se fue ligero y mirándose nuevamente el reloj. Al momento un cura abría la puerta.

—¿Que se le ofrece hermano?

—Busco al hermano Cipriano García Vozmediano, mire esta es su última carta.

—Si es el padre Cipriano, ¿Quién le digo que lo busca?

—Dígale que un vecino de su madre que le trae noticias, quiero darle una sorpresa.

—Ya entiendo le debe de conocer muy bien.

—¡Ya lo creo! “no sabe usted cuánto”.

—Ahora le llamo, sígame puede usted esperarlo en el claustro.

El cura entró por una puerta y Carlos se quedó paseando a la sombra de las arcadas que formaban el claustro. Al paso de unos cinco minutos apareció un cura por la puerta alto y delgado de aspecto destartalado y se dirigió a Carlos.

—Buenos días soy el padre Cipriano, ¿me buscaba?

Carlos pensó que nunca más bien dicho lo de” padre”. Pero le estrechó la mano mientras decía.

—Mucho gusto de estrechar la mano del hijo de la señora Consuelo. Le traigo noticias de su madre, la cual le echa mucho en falta y reza por usted todas las noches. — Lo de rezar estaba dicho con un poco de guasa.

—Mi buena madre siempre que me escribe me dice que está bien y que no me preocupe por ella. ¿Usted la conoce bien?

—En el poco tiempo que he estado con ella, creo que ya la conozco más que usted.

—¿Qué quiere decir, cree que no quiero a mi madre?

—No dudo que la quiera, pero yo la conozco mejor que usted ¡soy su médico de cabecera! Y créame a su edad es muy triste estar sola y más en su estado.

—¿Quiere decir qué está enferma?

—No, afortunadamente su salud es de hierro pero como le he dicho a su edad nos fallan las fuerzas y el cerebro. Su madre ya no puede escribir; sus manos no se lo permiten, pero su mayor enfermedad es la soledad y la falta de cariño.

—Puede que tenga razón, pero yo no puedo regresar al pueblo hice la promesa cuando cogí los hábitos y esa es mi penitencia.

—Yo más bien diría que la penitencia es para Consuelo. En fin su madre le manda besos y como siempre que no se preocupe por ella. Le digo las palabras que ella me ha dicho pero no es la realidad y ¿dígame qué es eso tan grave que le impide regresar al pueblo?

—No puedo decirlo.

—Tal vez le avergüence y tal vez quiera descargar su conciencia con un desconocido. En ocasiones la confesión de una travesura de juventud tranquiliza el alma.

—Lo siento, no sería correcto. Nosotros confesamos con dios.

—Mire usted como le he dicho soy médico y a la hora de la muerte, muchos confiesan y no precisamente con dios, en realidad liberan su conciencia. En una ocasión un moribundo me contó una violación en la noche de San Juan, perpetrada a una tal Laura.

Cipriano se sentó de golpe en la balaustrada, miró con la cara pálida y desencajada a Carlos.

—¿Le dijo a usted quienes fueron los culpables?

—¿Tiene eso mucha importancia?

—No ninguna.

—Ninguna, si no da su nombre como autor de la fechoría ¿es así?

Cipriano se apoyó más si cabe sobre una arcada, y Carlos lo siguió sentándose a su lado. El cura cogió su cara entre las manos y moviéndola como temblando, mientras su rostro cambiaba del color blanco al rojo, preguntó.

—Lo sabe usted todo ¿verdad?

—Si así es, lo sé todo incluso que usted sacó una navaja y se la puso en el cuello. Una navaja que le regaló su amigo Salvador con empuñadura blanca de nácar. — Las palabras de Carlos desarmaron completamente a Cipriano, que se encontró acorralado.

—Dios mío, ¡sí! todo es verdad, me he arrepentido mil veces pero el recuerdo me persigue. ¿Cuánta gente lo sabe en el pueblo?

—Prácticamente todo el pueblo, sabrá usted como corren las noticias en un pueblo pequeño donde todos se conocen, por lo tanto ahora soy yo quien le aconseja que no vaya por allí.

—Qué vergüenza.

—¿Le da vergüenza lo que puedan pensar de usted las personas? ¿Y no le da miedo lo que piense dios o su madre si se entera? Y dígame ¿ha pensado alguna vez en la pobre Laura y en lo que ha sufrido por su culpa, o se ha preguntado alguna vez qué ha sido de ella?

—Sí soy un irresponsable, ese fue el motivo de que me fuera del pueblo, por si ella volvía.

—¿Por qué violó a Laura?

—Yo la quería pero ella no me hacía caso, esa misma noche le pedí relaciones, se rio y me dijo que ella no era para una persona como yo, intenté vengarme ayudado por el alcohol, solo quería asustarla “lo juro” pero cuando la vi a mis pies… La deseaba demasiado.

Cipriano lloraba abiertamente, no se sabe si por su fechoría, su arrepentimiento o el hecho de que se hubiera descubierto todo. Después de unos momentos preguntó.

—¿Qué fue de Laura?

—Como usted muy bien sabe desapareció esa noche, he podido saber que fue a parar a Zaragoza, allí se casó con un camarero y tuvo un hijo.

—¿Del camarero?

—O tal vez de usted, dios lo debe de saber. En fin Cipriano no vuelva por el pueblo y no se preocupe por su madre algún vecino la socorrerá.

—¿Qué ocurrirá ahora?

—Nada no debe temer nada, no debe temer a los tribunales terrestres, nadie presentará una denuncia, pero recuerde que será juzgado en el futuro por alguien a quien usted reza. Por mi parte puede seguir con su vida.

—Por favor dele recuerdos a mi madre y vaya usted con dios.

—Quédese usted con él que falta le hará. Hasta nunca Cipriano.

Cipriano se quedó quieto mirando cómo se alejaba aquel desconocido, que había venido a recordarle todos sus demonios internos que le corroían las entrañas, ¿con que derecho le había hablado como lo había hecho? Bueno al menos tenía la seguridad de que nadie lo denunciaría.


Carlos salió a la calle y respiró profundamente como queriendo limpiar sus pulmones con aire limpio y librarse de una pesadilla. Caminó hacia la catedral y se sentó junto a Susana.

—¿Lo has visto? ¿Has hablado con él? — Susana tenia curiosidad por saber del encuentro.

—Si he estado dialogando con él y se lo he dicho todo.

—¿Todo, todo? Le has dicho que eres su hijo.

—No, eso no, no quiero un padre como él, le he dejado con más dudas posiblemente de las necesarias; por otro lado yo ya tuve un padre que me quiso, me dio estudios y respetó a mi madre, no necesito otro. Mañana aprovecharemos para ver el resto de Santiago y después podemos pasar por donde tú quieras de regreso. Cuando lleguemos al pueblo llamaré a un amigo y pondré en venta el piso de Zaragoza, creo que debemos planificar el futuro juntos en el pueblo.

La pareja abandonó la catedral con la satisfacción propia de quien se ha quitado un peso de encima. De regreso a San Rafael, pasaron por Astorga, León y visitaron la cornisa cantábrica, durante el camino tuvieron tiempo de hacer planes.

—Susana me gustaría que no regresaras a tu casa pronto tendremos la nuestra y nos mudaremos, ya no quiero separarme de ti, quiero sentirte cada noche a mi lado ¿si tú lo deseas?

—Si tú lo deseas yo también me pediste que pusiera fecha para la boda, pues ya la tengo decidida.

—Dime para cuando, al fin y al cabo “soy el novio”. —Rieron los dos.

—El día que nos vayamos a vivir a la nueva casa.

—De acuerdo no podías elegir mejor la fecha.

—Puedo preguntarte ¿qué harás con tu casa?

—Si tienes derecho a preguntar. Pensaba cedérsela a Manuel si algún día se casa, así viviría en la misma casa que su madre. Aunque muchas veces había pensado en montar allí un negocio, y venirnos a vivir las dos a los apartamentos del Mesón, siempre me ha parado la falta de dinero y su cojera.

—¿y me puedes decir qué clase de negocio pensabas montar?

—Quería derribarla y convertir la parte baja en una pista de patinaje y en la parte superior, montar billares futbolines y máquinas tragaperras o algo parecido la juventud del pueblo no tiene muchos sitios para divertirse. En realidad lo pensé para darle un puesto de trabajo a Rebeca y a otras personas con minusvalías como ella, podría tener un pequeño mostrador y vender bebidas y chucherías.

Mientras Susana hablaba parecía tener en la mente el sueño realizado. —Carlos la interrumpió.

—No puedes negar que eres empresaria; tal vez cuando vendamos el piso de Zaragoza puedas realizar tu sueño.


Llegaron al pueblo y no tardaron mucho en visitar las obras, allí encontraron a Manuel.

—Hola pareja, quería hablar con vosotros, están chapando el aseo de abajo el de arriba ya lo han terminado pero necesito que elijáis el piso y si me lo traen pronto en una semana terminamos y dejamos a los pintores, ahora están pintando el establo y el pajar, hemos quitado pesebres y algunos tabiques, lo he convertido en un lavadero y una barbacoa, la parte superior está toda libre.

—Me gusta cómo está quedando. ¿Qué dices Susana? — Preguntó Carlos.

—A mí también me gusta. Manuel cuando quieres que vayamos a ver las baldosas del suelo.

—Ahora mismo ¿si quieres?

—Podríamos ir los tres ¿Qué os parece?

Los tres se fueron al almacén de materiales de construcción, por el camino mientras conducía. Manuel les dijo.

—El sábado por la noche, iré a cenar con dos personas al mesón y quisiera que cenaseis conmigo.

—Eso está hecho —dijo Susana—

—Quiero una buena cena con velas y flores, un buen vino y champan y no me vas a prohibir que beba esa noche. Vendrá una pareja muy importante a cenar.

—No te preocupes Manuel estaremos a la altura — contestó Susana con seriedad.

—Por la noche Susana preguntó a Carlos — ¿Quién crees que puede ser esa pareja tan importante?

—Debe ser alguien de Madrid, seguramente un matrimonio conocido y de buena posición.

El sábado estaba todo dispuesto como había pedido Manuel, cuando vieron aparecer por la puerta a Rebeca del brazo de Manuel, seguidos por su hijo. A Susana se le hizo un nudo en la garganta y no fue capaz de mediar palabra se fundió en un abrazo con Rebeca y después le indicó la mesa. Se sentaron y la conversación salió espontáneamente la felicidad era completa para todos. Carlos felicitó al joven Manuel y este le dijo muy satisfecho.

—Sabes Carlos mi madre me lo ha contado todo y me alegro de que Manuel sea mi padre y no haya fallecido (como yo creía). Mi padre me ha inscrito en una academia de Santander y voy a cursar estudios, no sé hasta dónde podré llegar pero lo voy a intentar; más vale tarde que nunca. Ahora sé que a mi madre no le faltará nada y será feliz, yo ya lo soy he conocido a mi padre y es “guay”.

Manuel quería decir tantas cosas que se le agolpaban las palabras en la garganta

—Sí tienes mucha razón Manuel, no todo el mundo puede tener un padre como el tuyo, ni una segunda oportunidad.

La velada subió de tono cuando Manuel sacó un anillo y se lo ofreció a Rebeca diciendo.

—Rebeca siempre has sido la mujer de mis sueños, espero que este anillo nos una para siempre y no perdamos ni un segundo más de nuestra felicidad.

Rebeca y Manuel sellaron con un beso su alianza. A continuación Manuel se dirigió a Susana y Carlos.

—Hemos acordado con el párroco casarnos el quince de Agosto y queremos que seáis los padrinos y después celebrarlo en el mesón deberéis preparar mesas para cincuenta y dos comensales,

—Cincuenta y tres, — dijo Carlos.

—Como ¿Me olvido de alguien?

—Si de mi abuela la madre de Cipriano, se viene a vivir con nosotros en cuanto termines la casa.

—¿Y vosotros no os casáis? — Preguntó Rebeca.

—Sí, pero cuando nos mudemos a la casa nueva, será por el juzgado aunque hagamos una celebración con los amigos y conocidos más íntimos.

—Si te mudas a la casa de Carlos tu casa quedará vacía, yo me voy con Manuel, ¡compréndelo! Susana.

—Lo comprendo perfectamente la casa de Manuel quedará nueva como quedará la mía con Carlos, pero no te aflijas tengo proyectos para la casa. Lo más importante es que ambas hemos encontrado la felicidad al lado de dos hombres maravillosos.

Epílogo

Manuel y Rebeca se casaron como tenían programado; quince días después lo hicieron Carlos y Susana, al día siguiente de la boda fueron a por la anciana Consuelo (abuela de Carlos) la cual es feliz de tener compañía y alguien que se ocupe de ella. Un año después Susana tuvo una hermosa niña justo la misma semana en que salía el fallo del juicio de Francisco. La juez condenó a su ex esposa a cederle un restaurante o en su caso a indemnizarlo con ciento diez mil euros y a compartir la vivienda fruto del trabajo en común. Francisco renunció a la indemnización y solo pidió el cincuenta por cien de su vivienda tasada en ochenta mil euros. Con la condición de que los restaurantes cambiasen de propietaria en favor de sus hijas. El suegro había fallecido de un infarto, (posiblemente a causa de la denuncia). Por su parte Francisco era feliz junto a Teresa. Perdonó a sus hijas con la condición de que lo visitaran al menos una vez al año.

Dos años después llegó una carta al ayuntamiento de San Rafael en ella decía.


Dirigida al alcalde o Notario de San Rafael:

En plenas facultades mentales, cedo toda mi herencia a quien cuide de mi madre Consuelo Vozmediano Arocas.

El abajo firmante.
Cipriano García Vozmediano. DNI 190036222


Aparte adjuntaba fotocopia del DNI, y una carta del superior de la congregación, dando validez al escrito.

Pocas letra había escrito; pero menos podría pensar Cipriano que su única herencia “la vieja casa” hacía cuatro meses que se había quedado sin tejado. Afortunadamente nadie vivía en ella cuando este cayó. Su madre vivía feliz en compañía de su nueva familia.


Publicado el 8 de julio de 2022 por Manuel Martinez Sanchis.
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